La primera larga noche del siglo XXI
José Ángel Leyva
Confusión e incertidumbre campean en el planeta. La civilización se mira desconcertada en un espejo humeante donde Narciso ve un fantasma y no su rostro. Al mismo tiempo que el Covid 19 mantiene en confinamiento a la gran mayoría de países, la política y la violencia no cesan de manipular sus instrumentos.
Hemos visto hace unos días el despegue de un cohete espacial SpaceX, del empresario Elon Musk, cuyo objetivo es abrir camino a los vuelos espaciales de corte turístico y alcanzar la superficie lunar y marciana. Sabemos que ese no es el único objetivo y no precisamente el primordial. Este fin de semana, último de mayo, las calles de Estados Unidos se llenaron de gritos de protesta y ardieron por la cólera de las multitudes indignadas ante el asesinato de George Floyd, un ciudadano negro, a manos de un policía blanco. Al mismo tiempo, el gobierno de Trump envía tropas a Colombia para, supuestamente, perseguir a los narcotraficantes del país sudamericano y abandona el apoyo económico a la OMS por considerar que beneficia más a China que a Estados Unidos. Intuimos con mucha claridad, que seguro no ignoran en la ONU, el siguiente paso en las fronteras con Venezuela. En España y en México un grupo de indignados ultraderechistas protestan, en sus autos y sus motos, contra los gobiernos en turno por considerar que son culpables de la parálisis económica y de los males sociales que los aquejan. En general, las fuerzas de corte derechista y de clara tendencia fascista y neoliberal arremeten contra todo lo que huela a izquierdismo, y con la palabra comunista pretenden despertar de nuevo un fantasma que sólo existe en el imaginario de la Inquisición.
La pandemia es un río revuelto donde las fuerzas que luchan por el poder y el dominio se debaten con furia, también las sociedades comienzan a dar síntomas de frustración y cólera. La violencia intrafamiliar, la depresión, la xenofobia, la negación del otro, el miedo, el sálvese quien pueda, la negación de la realidad se manifiestan en millones de personas. Nada bueno parece desprenderse de esta experiencia que al principio se antojaba como un paréntesis de calma, de recogimiento, de retiro sanitario y al mismo tiempo espiritual. La pandemia pone en crisis a la civilización.
El enemigo invisible se fortalece, no en sus efectos biológicos letales sino en sus efectos curativos, pues obliga a la sociedad humana a verse en su verdadera vocación compasiva y solidaria o en su representación canibalesca de odio y de venganza, de sometimiento, de esclavismo. Es repulsiva la voz de Santiago Abascal, líder de la ultraderecha española, de Vox, enarbolar banderas de libertad, de justicia, de igualdad mientras un grupo de automovilistas protesta contra el actual gobierno, como si se tratara en realidad de un paladín de las causas libertarias, al tiempo que no podemos evitar mirarlo con su casco de conquistador en el balcón de su casa, ese día que para España es el día de la hispanidad, 12 de octubre, y para Latinoamérica el día que comenzó un genocidio sin parangón y el salto del desarrollo capitalista en Europa, porque el esclavismo y el saqueo sentaron sus reales en un nuevo continente. Eso es historia, es cierto, la mayoría somos un amasijo de genes y relatos, pero el capitalismo no parece estar satisfecho y va por más.
Esta crisis anuncia fuertes vientos políticos. El artículo de John Gray, publicado el 24 de mayo en El País, «Otro Apocalipsis», nos refresca la memoria y no sólo las guerras mundiales fueron apocalípticas, el Holocausto, también lo fueron la Guerra Civil Española y la Revolución Mexicana, pero nos fulmina el dato de 25 millones de muertos entre la guerra civil y las hambrunas, que fue el costo de la Revolución rusa, más los 20 millones de rusos muertos a manos del ejército alemán. Son cifras, puras cifras de vidas anónimas que ninguna peste, ningún virus o bacteria han causado como el hombre a su propia especie. Sólo que esos microorganismos no matan, cumplen una función biológica, actúan sin maldad y sin odio, no hacen demostraciones de fuerza, de crueldad, de terror, no someten a un hombre con la rodilla en el suelo hasta asfixiarlo sólo por el hecho de tener una insignia de poder (no de justicia) y a una víctima cuya vida (vida humana) valora tanto como la de un insecto. Cifras, cifras, pero no tanto, porque el acto ha impulsado a millones a las calles a manifestar su indignación a pesar de la pandemia, a pesar del miedo. La primera larga noche del siglo XXI es también clara, la naturaleza ha tenido un breve respiro, un breve silencio.