Con motivo de los 100 años del natalicio de Vlady el escritor nicaragüense, Anastasio Lovo, analiza la iconografía del mural Mirar el Volcán desde arriba, en el Palacio de la Revolución, hoy Palacio Nacional de la Cultura en Managua.
Vlady: un rebelde en el corazón de Nicaragua
Anastasio Lovo
En 1987, Vlady realizó parte de su mural inconcluso, Mirar el Volcán desde arriba, en el Palacio de la Revolución hoy Palacio Nacional de la Cultura en Managua, Nicaragua. Subiendo las escalinatas desde la Plaza de la Revolución, se entra por una inmensa puerta palaciega, la puerta norte de palacio y después del umbral, ya a lo interno del edificio, en el espacio del centro encima de la puerta y en los paneles laterales de la doble batiente, brotan para siempre, las formas únicas, figuras colosales y colores alucinados nacidos de la técnica veneciana manejada por la singular mano de Vlady.
Un mural inquisitivo, crítico, iconoclasta, rebelde. Un mural polémico y polisémico que con vigorosa estética, plantea los problemas políticos: el drama de las revoluciones, de la relación del arte con el poder y viceversa. El enfrentamiento de dos poderes, en el contexto de una revolución social como lo fue la popular sandinista: el poder de la creación y el poder de la repetición.
La clave de lectura de esta obra, nos las da el pintor, en el pequeño panel semicircular del centro donde se registra esta inscripción: Mirar el Volcán desde arriba. Es sabido por nosotros que en el idiolecto revolucionario, el volcán es metáfora, imagen, símbolo de la revolución. El volcán es un icono de la revolución. Ha sido utilizado en diseños, pinturas, afiches, discursos, canciones, poemas, etc. El Volcán es una super metáfora de la revolución por su fuego, su lluvia de ceniza capaz de ocultar el sol (la famosa noche oscura de la derecha), su explosividad atómica y su posibilidad de cambiar inclusive la geografía después de la erupción.
El muralista nos invita a esto, a Mirar el Volcán desde arriba, es decir a Mirar a la Revolución y efectivamente en ese pequeño espacio Vlady recrea el cráter del Volcán Santiago, su cruz característica, se ve el humo de las fumarolas, los estratos del suelo con sus edades edafológicas, sus grietas como heridas de la tierra y huellas de la historia.
Desde esta visión cenital, los ojos harán una toma de semi picado al panel izquierdo y al panel derecho. La visión del pintor plasmada de lo interno del volcán es dantesca. Recuerda las imágenes alucinantes de Il Dante en ciertos círculos del Infierno. Aunque aquí Vlady no somete a ninguna de sus personajes a castigo alguno, los crea dentro del volcán revolucionario siguiendo su impar técnica para obligarnos a leer, a decodificar, algunos elementos simbólicos poderosos que aparecen en cualquier proceso revolucionario.
Si leemos el panel de la izquierda vemos como en un espacio-tiempo propio de la obra de Vlady, concurren dos figuras antropomórficas formadas de los gases del volcán revolucionario. Un guerrero hecho de gas de oro, naranja, sulfuroso, cuya piel se hirsuta con espinas de cactus y que blande unas armas únicas, estrambóticas e improvisadas. El guerrero dice de su condición mestiza al tener por casco en su cabeza un animal totémico.
Al lado izquierdo de éste guerrero se levanta el fantasma de otro guerrero que lo acompaña en la lucha. Este protoplasmático guerrero blande un escudo en metamorfosis, entre el gas y la concreción metálica, un escudo decorado con serpientes feroces, devorándose. También blande un tridente concreto, cárdeno de sangre. Por esos muertos, nuestros muertos juramos defender la victoria.
El guerrero de oro y cactus, dirige su acción, su violencia revolucionaria en contra de las estatuas, que simboliza la dictadura somocista. Las estatuas están despedazadas, desconcertadas, corriendo. Las figuras que corren son: una mano con pies sin tronco ni cabeza que se lleva el dedo medio al corazón para caer herida de muerte; un tronco con piernas, dos brazos y un gigantesco dedo por cabeza que da la espalda huyendo del guerrero totalmente derrotado; una cabeza pelona con piernas sin brazos ni troncos que también huye y en último plano, vemos el fantasma de una estatua a la mano dictatorial.
Arriba del guerrero amarillo y hacia la izquierda, encontramos un gigantesco Prometeo encadenado siendo devorado por un horroroso buitre. Este Prometeo funciona como símbolo del pueblo y como metáfora del poder revolucionario, en tanto él mismo, su cabeza y sus brazos se han convertido en el buitre que lo devora. Autofagia del poder.
Y entre la alas-brazos-cadenas del buitre culmina el pedestal de la tiranía empezando a ser ocupado por figuras gaseosas y sensuales. ¿Las nuevas estatuas del nuevo poder?
Al pie del cuado un gato negro y ciclópeo –posee un solo ojo– mira al espectador y burlándose de él, mueve velozmente sus dos colas de una sola sombra fantasmal.
Todo este primer panel del mural, parte de unos fondos pasteles, esmeraldas y lilas tenues a la izquierda, ascendiendo sobre ocres y amarillos para culminar en el violento telón rojo de la sangre.
Pero la anécdota postmoderna del mural de Vlady, sigue por arriba y por ahí debemos leerla. Mirar el volcán desde arriba. Inician la danza o el aquelarre revolucionario, unas gráciles, figuras sensuales, de esmeralda tenue que con delicioso paso y cadencia se dirigen a la corporización de la estatua. Sobre el pedestal del monumento está corporizando un charro, borracho y lujurioso que se bambolea no sobre un caballo sino sobre un león. Un símbolo fálico le brota ahí donde termina la espalda. Al león se le ven los genitales. Es un león indomable enfurecido por el dolor de soportar un jinete. El Jinete del poder intentando jinetear al poder.
Vlady, al igual que Arnold Belkin llego a Nicaragua a realizar sus murales por gestiones de la Embajada de Nicaragua en México. Vlady el rebelde, aquel que dijo he vivido entre leones no puedo vivir entre cucarachas, plasmó una vez más su lección de rebeldía, de inconformidad y de crítica. Para 1987 la revolución popular sandinista, sometida a los embates de la agresión militar imperialista, mostraba pies y cabezas de barro, trizaduras, hinchamientos fatuos, síntomas de esclerosis burocrática, sus grandes yerros… Y los fosos de las trincheras se convertían en tumbas.
Nada de esto pasó ajeno a la acerada mirada de halcón de Vlady. Aquel hijo de Victor Serge, aquel niño del Gulag, aquel apátrida hijo de la locura y el exilio, el amor de la bella Isabel, oteó el horizonte más allá de las banderas rojinegras, olió la carroña más allá del chiqüije de la sangre oxidada y con toda la fuerza y sabiduría de sus manos de 67 años modeló, inyectó, pintó con toda la pasión de su corazón y la sabia lucidez de su historia, Mirar el Volcán desde Arriba o El arte como herejía.
Pero Vlady no estuvo solo en Nicaragua, la juventud de Bellas Artes lo apoyó y aprendió de él sus técnicas magníficas, sus certeros consejos y su capacidad de crítica. Y como los vasos comunicantes de Bretón existen, Vlady se encontró en Nicaragua con un grupo de poetas que apoyaban a la revolución pero que en su hacer estético no seguían consigna ni recetas, que criticaban y jodían, que ya le habían levantado las faldas al proceso revolucionario y en vez de las frutas del placer vieron los símbolos de la muerte.
Anastasio Lovo. Poeta y ensayista nacido en 1952 en Bluefields, Nicaragua. Estudió literatura en la Universidad de Chile y en la Universidad de San Marcos de Lima, Perú. En 1973 mereció un accésit del Premio Apollinaire de Poesía de Barcelona. Durante su estadía en Chile participa en talleres de poesía impartidos por poetas como Nicanor Parra y Enrique Lihn. Es docente e investigador jubilado del Instituto Martin Luther King de la Universidad Politécnica de Nicaragua, Upoli. Entre sus obras destacan Mitopoiesis (1973), Sonata del poder (1979), Soles de eternos días (1999), Carlos Martínez Rivas: una poética de dimensión humana (2012) y la recopilación de su obra poética Los frutos del deseo (2012).