Salmos desde el país de los viejos galpones de concreto
Manuel Illanes
1. 11 de septiembre de 2020. A la 47ava conmemoración del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende se agrega este año el anuncio por parte del presidente Sebastián Piñera de extender, por segunda vez consecutiva, el estado de excepción dictado a fines de marzo en Chile para enfrentar la pandemia de covid 19 que ha afectado a todo el mundo. La extensión del estado de excepción implica, obviamente, la mantención de los efectivos del ejército en las calles por tres meses más, situación que coincide (¡oh casualidad!) con la fecha programada para el plebiscito en el que los chilenos decidirán si desean una nueva constitución, una que reemplace a la sancionada por Augusto Pinochet en 1980, que se efectuará el 25 de octubre. No hay que ser demasiado perspicaz para darse cuenta que, con la excusa de la pandemia, el régimen de Piñera ha aprovechado la ocasión para militarizar aún más el país y darle un sesgo autoritario que las violaciones a los derechos humanos, cometidas en su gobierno a partir del 18 de octubre del año pasado, ya habían dejado claramente en evidencia.
Para hacer todavía más patente este sesgo, Sebastián Piñera ha decidido emitir el decreto de extensión el mismo 11 de septiembre en que los partidarios de la coalición que él representa celebran el alzamiento militar de Pinochet y la entronización de una dictadura que dejó miles de muertos y desaparecidos en Chile. Un gesto lleno de significado de cara a la historia reciente del país.
11 de septiembre una vez más, los militares de nuevo en las calles.
2. La poesía de Raúl Zurita se levanta —desde su primera hasta su última obra publicada, desde Purgatorio (1979) hasta Zurita (2011)— contra el famoso dictum de T. Adorno, aquel que dice que después de Auschwitz, no se puede escribir poesía, vale decir, la idea de que la palabra poética ha llegado a una frontera imposible de cruzar, que la reduce a una radical inanidad. Recordemos que la reflexión del filósofo alemán se produce en el contexto de una sociedad alemana y europea conmocionadas por la gravedad de los crímenes cometidos por el nazismo, crímenes que marcaron de tal forma el devenir del siglo pasado que Giorgio Agamben, en su Advertencia a Lo que queda después de Auschwitz (obra que considera el estatus del testigo y del testimonio en relación con la experiencia concentracionaria) señala que los hechos acontecidos en las instalaciones de este campo constituyen la lección decisiva del siglo XX.
Estos crímenes se han visto replicados, en mayor o menor medida, en muchos de los regímenes dictatoriales que tuvieron lugar en Latinoamérica durante este terrible siglo y, particularmente, durante el mandato de Augusto Pinochet en Chile; en ese sentido, los libros de Zurita son una respuesta —visceralmente poética— al horror desatado por la dictadura de Pinochet, luego del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 que derrocó a Salvador Allende. Zurita, militante comunista y ferviente partidario de la Unidad Popular, se encuentra entre las miles de víctimas que dejó el régimen militar chileno, tal como él mismo lo indica en una entrevista realizada por Alejandro Tarrab, que funge como anexo y epílogo de Mi mejilla es el cielo estrellado, libro publicado por Editorial Aldus en 2004: "El golpe de Estado fue el 11 de septiembre de 1973 y comenzó en el puerto de Valparaíso. La Marina fue la primera en ocupar la ciudad. Yo acababa de terminar ingeniería en la Universidad Santa María de Valparaíso que —como prácticamente todas las universidades— tenía una Federación de Estudiantes completamente de izquierda. Yo mismo era de las juventudes comunistas. Mi vida personal se acababa de romper y el único lugar en donde podía comer algo era en esa Universidad. Llevaba días sin dormir y la noche del 10 de septiembre estuve en el puerto solo, muy angustiado. A las seis de la mañana del 11 llegué a la Universidad a tomar desayuno y ver si podía dormir un poco. Allí me tomaron. Eran arrestos masivos de miles y miles de personas. El golpe en Santiago comenzó más tarde. Allí mismo empezaron los culatazos. De allí nos llevaron a un estadio y de allí al barco Maipo, que era un carguero civil, de la Compañía Sudamericana de Vapores […] Después comenzó literalmente la pesadilla, no sabía quién era, si los golpes y el hacinamiento eran reales (claro, me dolía) o eran un invento mío. Cuando volví en mí pensé en los que amaba […] no sabía absolutamente nada de ellos. Estuve con cientos y cientos de estudiantes, profesores, obreros que trabajaban en una constructora soviética".
El testimonio anterior evidencia de qué manera el golpe militar convirtió a Chile, desde un primer momento, en un territorio de muerte, del que la poesía de Zurita pretende darnos una visión, de una intensidad escalofriante, en que el Amor se sobrepone, pese a todo, a las peores circunstancias, tales como el dolor y la tortura: así sucede, por ejemplo, en Canto a su amor desaparecido (1985), donde se nos propone —por intermedio de un conjunto de voces que representan la perspectiva de torturados y muertos— una celebración de la vida incluso en los lugares mancillados por la violencia, aquellos espacios donde fueron a dar los restos de las miles de víctimas del régimen militar chileno, nichos para personas no identificadas, fosas comunes, descampados, playas, desiertos, el océano Pacífico: "Canté, canté de amor, con la cara toda bañada canté de amor y los muchachos me sonrieron. Más fuerte canté, la pasión puse, el sueño, la lágrima. Canté la canción de los viejos galpones de concreto. Unos sobre otros decenas de nichos los llenaban. En cada uno hay un país, son como niños, están muertos. Todos yacen allí, países negros, África y sudacas. Yo les canté así de amor la pena a los países. Miles de cruces llenaban hasta el fin del campo. Entera su enamorada canté así. Canté el amor".
Y es que la poesía de Zurita se erige como una reivindicación de los violentados, cuyas voces son incorporadas al canto zuritiano, en un gesto que desciende directamente del "yo vengo a hablar por vuestra boca muerta" de Alturas de Macchu Picchu (el vínculo entre Neruda y Zurita es indicado, de manera muy precisa, en el prólogo escrito por Jacobo Sefamí a Mi mejilla es el cielo estrellado: "De allí se desprende la figura profética del poeta. Enrico Mario Santí se refiere a la profecía (en relación con Neruda) de la siguiente manera: "conocimiento por visión o revelación…en su raíz etimológica, profesar significa hablar en lugar de alguien o algo, ya sea por un dios inspirador, una nación, o una musa. El profeta es el que habla, pero su discurso deriva su autoridad no de una fuente interna, sino de una fuente externa y, a veces, extraña […] Al igual que en el discurso alegórico, la profecía responde a su propia tradición, repitiéndola; en ese sentido, el profeta vuelve a ocupar la voz de sus predecesores"): sus poemas conforman un cenotafio, un rescate de la memoria de las víctimas, lo que podemos verificar en textos provenientes de varios de sus libros, y que voy a ejemplificar aquí con la cita de "Las playas asesinadas —Pisagua— "de La vida nueva (1994): en este poema, se señala la existencia de otro espacio de muerte de los muchos fundados por la dictadura pinochetista, el campo de prisioneros de Pisagua, una localidad del norte de Chile en cuyas arenas se descubrieron, en 1990, una serie de fosas comunes con los restos momificados de disidentes políticos; descubrimiento que provocó conmoción en el país: "Cayendo por los acantilados del Pacífico como si los / muertos empujaran esas tablas y el horizonte fuera / apenas un hueco que el cielo deja en los rompientes / Cuando se nos fueron perdiendo las carnes y era el / cielo el que se perdía rosado de olas gritando que / no se debe matar mientras caían los mandamientos / como un país de espumas sobre las asesinadas playas".
No obstante esta vinculación manifiesta de la obra de Zurita con el horror, su impulso central es trascender esta violencia, desplegando en el espacio del texto un territorio donde la ternura y la esperanza se encarnan, aunque sea de manera frágil y momentánea; de este modo, su poesía constituiría el reverso de este 11 de septiembre sempiterno, al que nos vemos enfrentados como colectivo desde hace varias décadas. Esto queda de manifiesto en Zurita, un poema de Anteparaíso (1982): "Como en un sueño, cuando todo estaba perdido / Zurita me dijo que iba a amainar / porque en lo más profundo de la noche / había visto una estrella. Entonces / acurrucado contra el fondo de tablas del bote / me pareció que la luz nuevamente / iluminaba mis apagados ojos". Se puede observar la misma dimensión utópica de su escritura, la misma invocación a la libertad que implica la labor poética,en una respuesta que el poeta chileno ofrece a José Ángel Leyva, como parte de una entrevista que figura en Voz que madura. La poesía iberoamericana a través de sus poetas, texto publicado por La Otra en 2018 que reúne una serie de diálogos con vates de todo el continente: "En un mundo de víctimas y victimarios la poesía es la esperanza de lo que no tiene esperanza, es la posibilidad de lo que no tiene absolutamente ninguna posibilidad, es el amor de lo que carece de amor. Podemos sobrevivir 72 horas sin agua, pero si la poesía renuncia a lo imposible, a ser la esperanza de eso que no tiene esperanza, la humanidad desaparece, y literalmente, no es metáfora, en los próximos cinco minutos".
3. La reciente entrega del XXIX Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericanaa Raúl Zurita confirma la brillantez de una poesía, la suya, que descolla entre la de sus contemporáneos chilenos y latinoamericanos, qué duda cabe; pero también, quiero pensar, constituye el reconocimiento a una generación de poetas que, liderada por Zurita, intentó dar cuenta de la tragedia acaecida al pueblo chileno desde ese 11 de septiembre de 1973. Nombres como los de Juan Luis Martínez, Gonzalo Millán, Elvira Hernández, Carlos Cociña, Carmen Berenguer, Tomás Harris, Soledad Fariña, José Ángel Cuevas y Rodrigo Lira forman parte, entre otros, de una generación que ofreció una serie de estrategias y gestos poéticos que desbordaron del ámbito meramente literario, incorporando elementos provenientes de las artes plásticas y el mundo del performance para enfrentar la brutalidad del poder dictatorial; que aportó a la construcción de una contra-palabra, concepto que Paul Celan propone para caracterizar el trabajo del arte y que Jean Portante analiza en una conferencia ofrecida en la BUAP ("Celan, Adorno, Heidegger / Desencuentros"), de la cual extraigo el siguiente párrafo que permite ilustrar la tarea emprendida por estos poetas, Raúl Zurita a la cabeza: "Y yo añadiría que puede ser que este "Viva el rey" suene como un grito a favor de la monarquía, pero es más bien, un "no" universal contra la barbarie evocada por Adorno. Y ese "no" es la posibilidad de la poesía, dentro de su imposibilidad. Ese "no" es un acto de libertad. Ese "no" no es solamente el derecho de la víctima de hablar después de la barbarie sino también su deber. Ese "no" es la contra-palabra. La palabra que no sólo es posible sino también urgente después de Auschwitz. Lo que significa que la poesía después de Auschwitz debe contener necesariamente, para Celan, el "no" a Auschwitz. De otro modo se inclinaría ante los verdugos". El no a ese país de los nichos, de "los viejos galpones de concreto", el no que es, al mismo tiempo, un salmo, un cántico que quiere presentarnos el reverso del 11 de septiembre continuo que vivimos desde hace tantos años.
Manuel Illanes en Santiago de Chile en 1979. Es Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM. Ha publicado algunos libros de poesía, como Tarot de la carretera (Fuga, Santiago, Chile, 2009), Crónica de Tollan (Piedra de Sol, Santiago, Chile, 2012; La Ratona Cartonera, Cuernavaca, México, 2013), Memorias del inframundo (Mantra Ediciones, Ciudad de México, 2016), Paraíso inc. (Ediciones Ojo de Golondrina, Ciudad de México, 2018) y Diario de la peste (Go Ediciones, Santiago, Chile, 2019). También figuran poemas suyos en las antologías Chile mira a sus poetas (Pfeiffer, Santiago, Chile, 2015) y Residencia temporal: seis poetas chilenos en México (Aldus, Ciudad de México, 2016).