El escritor y periodista mexicano, Agustín Ramos, recupera esta entrevista que le hiciera al ya legendario escritor y revolucionario, siempre insumiso, José Revueltas, nacido el 20 de noviembre de 1914 y fallecido en 1976, pocos años después de su excarcelamiento de Lecumberri, donde fue recluido a causa de su participación en el movimiento del 68.
Entrevista a José Revueltas para Radio Educación
Agustín Ramos
A José Revueltas lo entrevisté para "Letras y voces" dos o tres semanas antes de que ingresara al hospital donde falleció; eso fue en 1976, en su departamento del Edificio Bertha, Insurgentes casi esquina con Churubusco, frente al cine Manacar; bebía en una tazota de El Ánfora que le rellenaba su compañera, quien todo el tiempo estuvo de pie, en silencio y con las manos en el respaldo de él. "Letras y voces" era el primer programa de literatura en Radio Educación; acabábamos de mudarnos de la colonia Morelos a la Del Valle y en él debutó como locutora Patricia Kelly; Enrique Atonal, el director, me impulsó a hacerlo porque en 1975 entrevisté a Cortázar durante la sesión en México del Tribunal Russell por los crímenes de Pinochet (esos pormenores los narré en su momento pero la transcripción apareció hasta hace dos años en la revista Dosfilos, como ahora aparece aquí la de otro inmortal para celebrar su llegada a esta vida).
— Oiga, ¿a usted qué le importa más, la literatura o la política?
— Ambas son importantes, forman una sola unidad. Para mí una no existe sin la otra. Y me nutro de una y me nutro de la otra, y me temo que mi política es un poco literaria. Además, por necesidades del movimiento revolucionario tenía que escribir pequeños periódicos, volantes, folletos —un número crecido de folletos que andan perdidos por ahí–, así que en mí la cuestión política y la actividad literaria están estrechamente imbricadas…
— Ser político literario ¿le ayuda para congeniar con los políticos a secas?
— Es muy probable, porque subyacentemente existe una diferencia cultural con mis adversarios políticos. Esa diferencia hace que no nos entendamos y hablemos distintos idiomas.
— ¿No cae a veces en el dogmatismo?
— Pues yo siempre he combatido el dogma del realismo socialista. He sido partidario de un realismo crítico, de un realismo dialéctico; eso me ha contrapuesto con representantes de todas las corrientes dogmáticas y también me ha hecho víctima de persecuciones literarias.
— Pero por su compromiso político usted se disciplinaba…
— Mis diferencias políticas con el movimiento comunista oficial se fueron profundizando. Hubo una polémica muy seria en torno a Los días terrenales y a mi obra teatral El cuadrante de la soledad. También había diferencias en la teoría del partido y en la concepción de la revolución mexicana: para nosotros era necesario adecuar el marxismo al carácter nacional, idiosincrático, del proceso histórico de México. Esas diferencias aparecían constantemente y propendían a la escisión, éramos escindidos y reingresados en un ir y venir, en una lucha [inaudible] de tendencias. La relación se descompuso de una manera profunda con quienes creían a pie juntillas todo lo que se decía en la Unión Soviética –y que de hecho recibían instrucciones de Moscú–. Al final, quienes salimos formamos diferentes corrientes, diferentes estructuraciones políticas con orientación comunista.
— De esas escisiones, ¿cuál fue la más importante para usted?
— Pues, hubo una en 1940, otra en 1943. A partir de ésta salimos un número considerable de personas. Y la más reciente, la última, cuando abandoné definitivamente las filas del Partido, me parece que fue en 1961 o 62. Luego varios compañeros fundamos la Liga Espartaco, ya en abierta oposición al Partido Comunista. A su vez, la Liga se escindió en dos corrientes, una maoísta y otra representada por nosotros; eso paralizó completamente a la Liga… Y vino el movimiento del 68.
— ¿Usted pretende hacer la revolución también con la literatura?
— Intento penetrar la realidad mexicana para conocer su esencia. Y esa esencia es una espiral infinita donde la vida y la muerte se dan la mano, y no hay principio ni fin porque a nuestros principios los borró la conquista, nuestras diferentes culturas no lograron proyectarse a las generaciones siguientes sino como un hibridismo…
— Siento en usted y en su obra algo místico, muy cristiano, ¿no?
— No, porque el sentido místico en mi obra literaria tiene un sentido social. Es decir, Dios existe, en tanto que entidad social, en la mente de los hombres. Los hombres crean a sus dioses y sus dioses se vuelven históricos, entidades históricas con las que no se puede dejar de contar.
— Y fuera de la mente, ¿qué son los dioses?
— Pues lo que son realmente, todo un sustento de psicología, de subyacencias culturales, religiosas y temperamentales, que se concretan en cultos particulares a la muerte, al amor…
— ¿Por qué el presidente de México es como un dios?
— La tradición y la psicología social del mexicano han hecho del presidente lo que el tlatoani fue siempre en la comunidad indígena, un ser omnipresente, omnisciente y omnímodo. De aquí que el presidencialismo haya encajado tan bien en nuestra circunstancia psicológica y que sea tan difícil desprenderse de ello.
— ¿A pesar de las masacres?
— Sí, a pesar de las masacres. O con el favor de éstas.
— Como la de Tlatelolco… ¿A usted de qué lo acusaron?
— No sé. –José Revueltas ha estado serio, adusto dirían los que saben. Antes sólo lo había visto una vez en persona, con José Agustín, en Casa del Lago, y ahí sí rio mucho. Claro que esa entrevista era más bien una plática de cuates. Mi tocayo, de los pocos famosos junto con Gustavo Sainz que le daba su debido lugar en público, le preguntó si prefería fumar o beber, y Revueltas respondió que la mariguana inducía a la circunspección mientras que en el alcohol había vasos comunicantes. Ahora juguetea entre tierno y melancólico antes de sonreír por primera vez. –No, no sé, tenía como diez o doce delitos; hasta de robo y homicidio me hicieron cargos.
— ¿Como ese de insultar al presidente?
— Yo lo llamé Tlacatecutli, que es una figura social y no un insulto personal al presidente.
— Revueltas, ¿tiene nostalgia por la militancia revolucionaria?
— En absoluto. No la siento ni la necesito. Yo sigo trabajando por la revolución a mi modo, dentro de condiciones más cómodas si se quiere; con más desahogo económico, eso sí. Soy una especie de asesor, consejero técnico del Banco Cinematográfico, y sigo escribiendo cuando puedo, participando en política. En mejores condiciones, te digo, pero nada más.
— ¿Compartía posiciones políticas con los trotskistas?
— Sí, cómo no, desde hace mucho tiempo, aunque no lo manifestara de manera muy abierta sino hasta tiempos relativamente recientes, antes del 68.
— ¿Y qué hubo cuando asesinaron a León Trotsky?
— Aunque no me constaba que el Partido Comunista hubiera participado, porque el crimen se adjudicó a unos aventureros, a personas incontrolables, yo condené el crimen.
— ¿Ya no va a participar en organizaciones?
— Creo que es inútil, porque vuelven a dividirse. Y la madurez política del mexicano a nivel de organizaciones es muy baja, se juntan cinco compañeros y hacen un partido de tres y otro de dos.
— Eso no es dialéctico.
— No. Es precisamente la dialéctica del subdesarrollo, una dialéctica medio afectada donde el factor de la conciencia juega un papel muy precario.
— Usted, ¿es muy pesimista?
— No soy pesimista ni optimista, soy objetivo. Me conformo a las situaciones relativas sin preconizar ni optimismo ni pesimismo.
— Marx fue optimista en 1848 y en 1871.
— Ah, no excluyo una actitud subjetiva de entusiasmo y de inspiración en el momento revolucionario. Pero eso no quiere decir que me subordine a ese subjetivismo, porque si me subordinara diluiría mi elemento de juicio.
— ¿Cómo ve que ya están publicando más sus libros?
— Hubo una apertura editorial, se presentó la ocasión de que comenzaran a reeditarme. Claro que algunas son obras ya muy viejas.
— Por último, ¿qué siente ser de una familia de grandes artistas?
— Lo mismo que si fuera de grandes cirqueros…
Su carcajada fue como la de la Cumbiancha. Yo tenía veinte años y Radio Educación era una casa en la Del Valle, con jardín, dos pisos y un solo baño que no debía usarse durante las grabaciones…
A Cristina Márquez Torres
Agustín Ramos nació en Tulancingo, Hidalgo, el 20 de julio de 1952. Narrador y ensayista. Estudió en la ffyl de la unam. Ha sido director general del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo; secretario de redacción de Revista Mexicana de Cultura; coordinador de talleres particulares de narrativa y de los de Punto de Partida en la enep–Acatlán, Universidad Autónoma de Hidalgo y Universidad Autónoma Metropolitana. Colaborador de La Cultura en México, La Jornada Semanal, Letras Libres y El Financiero, entre otros. Fue becario del inba/fonopas, en narrativa, 1981; obtuvo una beca especial otorgada por la revista Punto de Partida de la unam; una del Instituto Hidalguense de Cultura, en 1988; y otra de la Fundación Rockefeller en 1992. Primer Premio del Concurso Nacional de Nuevo Bolero Mexicano 1980, organizado por rtc y Canal 13. Premio para Obra sobre Minería otorgada por la Compañía Real del Monte 1987. Mención Honorífica en el Concurso Nacional de Historia Regional 1991 convocado por el conaculta. Primer Premio Hidalgo de Periodismo 2003, género Columna.