Simulación, entretenimiento y resistencia
José Ángel Leyva
La pandemia nos ha enseñado o re enseñado varias cosas fundamentales, al tiempo que hace visible lo que se niega sistemáticamente. Recuerdo hace tiempo cuando reflexionaba en un artículo sobre la realidad virtual y la literatura, más específicamente con la poesía. Algunas fuentes señalaban los procesos de simulación para romper la gravedad del planeta y dar vueltas en sus órbitas, luego para viajar a la Luna y plantar la bandera nacional. Eran tiempos de la Guerra Fría.
Críticos implacables como José Revueltas continuaban militando contra el capitalismo y apuntaban con dolor el fracaso de la gran experiencia revolucionaria enquistada en el socialismo real, de la cual hoy sabemos no sólo sus deformaciones económicas y sociales, sino además del ejercicio contra el pensamiento crítico, que es en sí el pensamiento, y la puesta en acción de una maquinaria letal contra quien osara pensar por sí mismo, salirse de la masa uniforme. Las distopías Orewllianas o las de Aldous Huxley fueron vistas como expresión del totalitarismo socialista, sin advertir que en realidad eran ficciones nacidas del vientre del capitalismo en el que el bienestar y la felicidad radican en la obediencia al mercado y al Gran Hermano, consumir es consumarse en el placer banal, en la aceptación de un destino y una función específica. La desobediencia y la rebelión, el disenso y la incredulidad se pagan caro.
La simulación, base de una praxis política que vivimos durante 70 años los mexicanos con la dictablanda del PRI, como la llamó Octavio Paz, o la dictadura perfecta como la calificó el hoy indefinible Mario Vargas Llosa, fue también el instrumento empleado en regímenes como el de la Cuba castrista. Nadie podía saber más, ni ver más que el comandante. Él era la conciencia del pueblo feliz, la conciencia del pueblo sano y alfabetizado. Él fue el pastor de sus ovejas que sólo debían atender a consignas y no al pensamiento propio. No había casta política más parecida a la priista que el sociolismo cubano, basado en el intercambio y aprovechamiento de los recursos naturales del influyentismo y los privilegios del amiguismo y los socios. El oportunismo y el instinto trepador fueron y son el argumento de dinámicas de simulación avasallantes. Burocracias con discursos persuasivos sobre realidades inexistentes y la dignificación de lo trivial y lo banal, apoyado en fervores nacionalistas y patrioterismos infantiles. Una idea o un sistema de ideas obligan a calzar la realidad a ese modelo, a ese ideal de sociedad inexistente. El pensamiento ya no trabaja para entender y cambiar el sistema y la realidad, sino que funciona para justificar y convencer de que el modelo es impecable. Nada diferente a los escolásticos, la realidad gira en torno a las ideas, como el Sol alrededor de la Tierra. Negar la verdad institucionalizada puede costar la vida, la cárcel o el repudio social. Galileo y Giordano Bruno son dos grandes ejemplos del intelectual contra el Estado, uno dispuesto a sacrificarse por demostrar la verdad contra la Inquisición y el otro que acepta sobrevivir a cambio de darles la razón a los verdugos y a los señores gobernantes, a los representantes de Dios en la Tierra, para decir en voz baja "y sin embargo se mueve".
El orden mundial es selectivo, importan, sí, las personas de esas regiones hegemónicas más que las de otras menos desarrolladas, aportadoras de recursos naturales y mano de obra barata, pero importan más los sistemas, las ideas nacionales y supranacionales que dominan tales economías y regímenes políticos. Un ciudadano belga, francés, alemán, estadounidense, etc, vale más que un mexicano, un brasileño, un centroamericano, un africano o un árabe. La tragedia se valorará de acuerdo a la tasa que cada ciudadano o individuo represente para cada economía o cada Estado. Las series de Netflix se encargan de entretenernos con tales valoraciones. Los héroes suelen ser norteamericanos, franceses, israelitas, turcos, británicos, contra muertos sin nombre y quizás con número porque son indispensables en la estadística de procesos de eliminación y de limpia. Un poco como arrasar con Siria, bombardear Panamá, aniquilar afganos, aplastar iraquíes o experimentar armas atómicas con enemigos, que son pueblos prescindibles. El entretenimiento se basa en juegos humanos en lo que prevalecen las razones o sinrazones de paradigmas dominantes. Los niños y los adolescentes juegan a eliminar enemigos virtuales que poseen fisonomías y caracteres definidos, identificables. Por momentos, ellos, los jugadores, son en su fantasía vengadores, ejecutantes, poseedores del poder y la verdad. Las series de Netflix y en general la cinematografía del entretenimiento son el vehículo de visiones que prescinden de los nadie, de los que no sienten ni opinan, y si opinan no deben ser escuchados, sólo deben ser borrados, olvidados en las cifras diarias de muertos y de bajas.
La simulación es el arte de hacer del engaño una forma de vivir o de gobernar y ser gobernado. Pero sobre todo de nombrar lo inexistente. No importa la verdad, lo que importa es el saber mentir. Ya lo decía aquel bolero de Armando Domínguez Borras, en la voz de Víctor Yturbe, el Pirulí: "Miénteme más, que me hace tu maldad feliz. Y qué más da, la vida es una mentira."
El coronavirus parecía haber establecido un efecto democratizador y la sociedad global era víctima, sin distingos, de sus efectos letales. Incluso los primeros afectados fueron los turistas, los que tenían capacidad adquisitiva para costearse vuelos internacionales. Pero dejó de ser así, son los más débiles, los ancianos, los peor alimentados, los habitantes de países con malos sistemas sanitarios, las naciones con mayores índices de pobreza, donde cobra más víctimas el covid 19. Hoy vivimos la etapa de las vacunas. En todos lados se anuncia el remedio, pero también las restricciones. Europa impide que salgan sus vacunas y Francia decreta un cierre de sus aeropuertos a los vuelos de países no europeos. En México se anuncia con bombo y platillo el arribo de algunos miles de vacunas para una población de más de 120 millones de habitantes. Se habla de justicia, pero sólo se encarcela y se denigra a una ex militante de la izquierda, Rosario Robles, mientras se exculpa y se defiende a militares y se deja vivir en libertad y privilegios a predadores del "viejo" régimen. Los enigmas y secretos de la desaparición de 43 estudiantes normalistas continúan siendo secreto de Estado, y la corrupción no deja de ser un sello distintivo de nuestra sociedad. La salud, y también la enfermedad, son el gran negocio de nuestro tiempo. La medicina privada y las farmacéuticas tienen mucho que agradecerle al Covid. La frase hipocrática: "curar el dolor es obra divina", hoy es una frase hipócrita que devino en: "el dolor es un divino negocio", o "el dolor devino en negocio".
Lo que no es una simulación es el efecto devastador de la pandemia en las economías, de la crisis emocional en las sociedades, del crecimiento visible de la pobreza y el desempleo, de la desigualdad al interior y al exterior de las naciones, de los anuncios de tiempos aún más crudos que la pandemia, porque los héroes saldrán en busca de los malos para reordenar el mundo y no sabemos aún en qué bando estaremos clasificados. La pandemia nos brinda la oportunidad de ver, de identificar lo esencial, de anticipar sus consecuencias. En México, después de los grandes terremotos hemos visto los tsunamis políticos. Pero la cinematografía, la literatura, el teatro, el arte en general y el pensamiento crítico han desvelado, de manera anticipada, en medio de esos regímenes simuladores, la crudeza de la realidad. Periodos en que se intensifica el consumo del entretenimiento, en detrimento de la cultura y el arte. La cultura y el arte, el pensamiento crítico, como en la distopías orwellianas, siguen siendo esos inútiles instrumentos de la sublevación intelectual que tanto incomoda a las autoridades defensoras de la simulación. Son periodos en los que los artistas y los intelectuales son vistos como lacras sociales, como parásitos improductivos, lastres económicos. Revelación y resistencia, dos principios que defenderán el lugar del arte en ese futuro inmediato cuyo presente pretende borrar, eliminar la gratuidad de ser y de pensar. Uno es más que huellas dactilares, un rostro identificable por el stmartphone, más que un iris e incluso más que una cédula de identidad. Uno es los otros y es uno entre los otros, se es, a pesar de uno.