Adriano Ferreira Leite estudia la cosmovisión en la poesía de Alfredo Fressia, reconocido poeta uruguayo, en cuya obra, según el crítico, "no hay grandes distinciones entre biografía y mitología, lo trivial y lo trascendental".
La poesía cosmovisiva de Alfredo Fressia
Adriano Ferreira Leite
Con "Sobre Roca Resbaladiza" (Buenos Aires, 2019; Montevideo, 2020),
su autobiografía poética, el autor cierra un ciclo de casi medio siglo de una
producción artística que dice mucho sobre América Latina, la modernidad y la
propia existencia humana.
"No eres bueno ni eres malo: eres triste y humano…
Vives ansiando, en maldiciones y plegarias,
Como si, ardiendo, en el corazón tuvieras
El tumulto y el clamor de un ancho océano."
Olavo Bilac (1865-1918)
Son infrecuentes los poetas que logran, más que abarcar la conciencia de un pueblo, volverse ellos mismos la encarnación de un siglo o aun de toda una era. Podemos llamarlos, cuando lo consiguen, artistas cosmovisivos. Por cierto, tales escritores expresan no solo el dominio de la forma poética y de sus recursos, sino una visión abarcadora de lo que sea la aventura humana sobre la faz de la Tierra, pasando por las dimensiones del cuerpo y del carácter, del mundo y la naturaleza, de la historia y la política, así como por categorías filosóficas como el tiempo, el espacio, el lenguaje y hasta la lógica. En el fondo, los grandes poetas están siempre frente al Ser en cuanto tal, y su conciencia, su corazón y su pluma no nos comunican sino un diálogo con esa instancia suprema.
Toda época tiene los suyos, que son también nuestros. Desde el siglo pasado hasta acá han brillado en el horizonte nombres como Fernando Pessoa y T.S. Eliot, Constantino Cavafis y Pablo Neruda, Octavio Paz y Carlos Drummond de Andrade. Es también el caso de Alfredo Fressia, el gigante uruguayo nacido en Montevideo en 1948, radicado en Brasil desde 1976. Entre "Un Esqueleto Azul y Otra Agonía", de 1973, y "Sobre Roca Resbaladiza. Recuerdos y Reflexiones de un Poeta" (en adelante "Roca Resbaladiza"), de 2019, respectivamente su primera y su última publicación, se acumulan más de veinte títulos, entre los que figuran los indispensables "Eclipse", 2003, "Poeta en el Edén", 2012, y "La Mar en Medio", 2017.
Como obra poética cosmovisiva que es, podemos dividir sus temas recurrentes en tres columnas: el destierro del Hombre, el delirio del Mundo y el dualismo de Ser/Divino. Ya la primera de ellas tiene una sorprendente consonancia con su biografía y esa faceta de "poeta extranjero", algo claro desde la antología publicada en Brasil en 2010 "Canto desalojado", cuya pauta principal es la "escena caimita", la de Caín, un arquetipo del drama del destierro.
Al aproximarnos al poema ‘Poeta en el Edén", que da título al libro de 2012, el tema cobra un alcance aun más abarcador: el yo lírico ya comienza con fuerza dramática: "No, Señor/ nunca huiré del Paraíso […]", hasta mostrar su verdadera faz: "Nada sabes de mis íntimos/paraísos artificiales […] Tengo un muñeco de porcelana blanca/ Balbucea". Allí la creatura ironiza su relación con el Creador, y el poeta con su patria. De hecho, Caín fue expulsado con razón, pero es en él que Fressia encuentra su locus amoenus, para, más que tratar de expatriación, transformar la expulsión en un como que exilio ontológico. Y va lejos, superando incluso el aspecto político del tema y un eventual victimismo. La "persona" del poema es la propia historia de quien ya revela, en su promesa de obediencia, toda su soberbia y su perdición —¿o el muñeco de porcelana erguido por el personaje que emula el acto creador puede, distante aunque solo fuera del Soplo (el Rúac?HaKodesh bíblico), algo más que apenas balbucear? No puede, ni lo esperamos.
Ese enmarañado de signos, que ya contiene en sí mismo algo de la historia de Alfredo Fressia y de América Latina, del Hombre y de la propia Modernidad, también señala la predilección del uruguayo por las ambigüedades. Sí, porque si hay algo que el poeta aprecia son las tensiones, las contradicciones más desafiadoramente antitéticas, hasta el mismo oxímoron ("el oxímoron… lo imposible", "Roca Resbaladiza", p. 138). Cosa perfectamente comprensible en un poeta de dos faces, que vive en español y portugués y siempre se dijo de "naturaleza mestiza"; que hizo del lenguaje su identidad más íntima, pero también confesando el aspecto "huidizo" de la palabra y de la aventura humana. Lo notable es que hace todo esto sin caer en abstraccionismos o universalidades huecas, montado más bien en su propia realidad, dominando, por ejemplo, la tensión existente entre su biografía y la historia del Continente. Es justamente en ese esfuerzo que surge el gran salto del arte, que es en el fondo, el salto de la parte hacia el todo.
El poeta nos inspira a decir: el arte no es más que la universalización de las especificidades. Mensaje fundamental para tiempos de historización extrema y de politización del lenguaje. No por coincidencia, en la misma obra, Fressia dirá que la poesía, situada más allá de la lógica cartesiana, no es sólo heredera de una dimensión religiosa: esta dimensión, dice, es lo que la constituyó desde siempre. El poeta es "sólo un instrumento de los dioses" ("Roca Resbaladiza", p. 136). Imagen que nos recuerda a un Ulises atado a la verticalidad del mástil, como resistencia a la tentación horizontal del canto de las sirenas.
Universalizada la condición errante del hombre, ¿qué decir del delirio de nuestro mundo hipermoderno, "líquido"? Para el uruguayo las piezas de ese tablero están en movimiento desde 1973, con "Un Esqueleto Azul y Otra Agonía", obra que, aunque sucinta y escrita por un joven de sólo 23 años (¿ese "alguien que camina apresurado con Homero en la memoria"?), cayó como un petardo en las letras del Uruguay de cincuenta años atrás, momento en que el país no estaba dispuesto a lirismos sino a vanguardias instigadas por el calor del momento, tal como se encuentra en parte de la dicción de una IdeaVilariño o, sobre todo, de un Mario Benedetti quien en el mismísimo 1973 publicaba "Letras de emergencia", cuyo título da muestras del pragmatismos de parte de aquella Generación del 45.
Fressia, no; Fressia es "orejano", va por la contramano. Lleno de un lirismo y de una forma que ya denota cierto desprecio por el barullo del entorno (pero nunca indiferente a la tragedia política, que le valdrá el exilio), Fressia sigue abierto a la dimensión del Ser y lo Sagrado, abordando cuestiones universales. Un punto interesante, por ejemplo, radica en la dificultad de des-velar el Espíritu (simbolizado por la paloma), en un chiaroscuro existencial que podría desorientar a un creyente y enternecer a un ateo:"Encontré entre mis nervios un hermano/ paloma derrumbada/ y los ojos del aborto corrieron por mi sangre". Ya en versos que cierran una estrofa de la primara parte de aquel primer poemario vemos una síntesis de los tres pilares que enfocamos aquí: "Yo estoy donde no soy". Se trata de una puerta perfecta para el elemento metafísico y antitético de su cosmovisión, que abarca las instancias de Hombre, de Mundo y de Divino/Ser.
Esa típica duplicidad fressiana es, de nuevo, micro y macro. A esa altura todo en su poesía ocurría en un escenario como de guerra, muerte y caos –algo como una Guernica uruguaya, vista por los "ojos vacíos" del joven que enfrenta "el horror de todos […] de mi hermano destrozado en la cloaca". Lo impresionante es que el poema fue gestado poco antes de la dictadura (y la edición fue imprimida dos meses antes del golpe de estado). La llave para entenderlo es que se trata, aun más que en otras piezas de Fressia, de un poema-profecía –¿y tal vez sea esta la mayor diferencia entre el poeta y el militante? Si uno se queja de los acontecimientos cuando están en curso, como protesta, el otro remite a ellos antes de que ocurran, a modo de pronóstico. En fin, una explosión cosmovisiva, que nos dice mucho sobre los días que corren: el yo lírico se depara, entonces, con la "más antigua cruz que está cayendo". Después, como por oposición, la fuerza motriz del poema se desenmascara al traer lentamente su "signo de vacío". Ocurre que puede ser vacío el signo pero los significados desbordan y dan voz a toda una generación, un país, un Continente, una época.
Vemos así que en el artista cosmovisivo no hay grandes distinciones entre biografía y mitología, lo trivial y lo trascendental. ¿Y cómo no ver la misma "cruz cayendo"en el poema "Eclipse", que profundiza hermosamente el drama de la pérdida de la comunión entre la parte y el todo? (Según el epílogo de Rodrigo Petronio, además, tenemos ahí nada menos que "uno de los mejores poemas de la poesía contemporánea", in "Canto desalojado", p. 147). Lo que ya muestra a los lectores que aquí cualquier rigor cronológico sería injustificado —¿o el propio Fressia ya no nos dijo en "ElFuturo" (1998) que "futuro era el de antes"? Una paradoja, en fin, que nos transporta directamente a la columna del "dualismo del Ser".
¿De cuántas facetas está hecho este Janus uruguayo, al fin y al cabo? "La mar en medio" merece particular atención cuando el asunto es el dualismo fressiano. Hasta ahora su última publicación poética, la obra se apoya en un soneto (o más precisamente, un segmento de un verso del soneto III) de Garcilaso de la Vega —poeta que introdujo algo de la dialéctica de Platón en la lírica que venía de un Horacio, o aun de un Petrarca. Allí, ya en el primer poema, el notable "Naïf", asistimos a un explícito mutismo apofático: el poema que vagaba como un "trompo sin cuerda", sin los "rigores de la física" y, finalmente, "sin logos". El poema sin poeta (p. 11). Per se, esto es algo como un axioma filosófico dualístico, más próximo a una vertiente oriental que a la tradición realista de Occidente. En efecto, un "poema sin palabras" puede remitir, concomitantemente y conceptualmente, a la teología negativa y al apofatismo que permean la tradición occidental desde Pseudo-Dionisio, pasando por el Maestro Eckhart y Nicolás de Cusa hasta reaparecer modernamente con más fuerza en cierto factor incognoscible que viene sofocando al lenguaje, como vemos en Derrida y Wittgenstein.
Todo esto entra en ascensión en "Roca Resbaladiza", ese primor de Ars Poética recientemente publicado, que muestra hasta dónde puede ir la expresión de ese misterioso no-Ser metafísico. Hablando de prosa, es notable como Fressia hace allí lo mismo que la prosa de otro latinoamericano, Jorge Luis Borges. Pero, como vimos, sin escapismos. En el libro de 2019 todo tiende a aterrorizar y a doler, como queda claro en el último capítulo, "Un siglo en Atuntaqui", que transcurre en ese pueblo ecuatoriano localizado en la cordillera de los Andes, a una altitud de 2.400 metros: "Aprenderé que los jardines en la cordillera son una respuesta en dimensión humana a la pregunta infinita de la noche.Y de pronto, el silencio de esa noche, el que hiere los oídos, y duele." (p. 145). El silencio que duele en los oídos, he ahí todo. De un lado, "yo era suyo[del silencio inmaculado de Atuntaqui] desde siempre", de otro, "No quiero dormirme todavía[…]". Y el golpe: "Había llegado el momento de detener mi escritura y anularme".
Tenemos allí un punto neurálgico de este drama que venía incrementándose: ¿cómo es para un occidental la tragedia de la individualidad humana vista como una ilusión, la conciencia de que un día se diluirá hasta dejar de ser lo que es, tal como una gota de agua introducida en el océano bramánico? Sí, toda la obra fressiana testimonia un proceso de anulación según el cual dejaremos de ser individuos, por lo que la personalidad ha de desatarse tal como un nudo;no el nudo del cuerpo con el alma, sino la propia alma en cuanto nudo de un enmarañado mayor, una como que mónada gnóstica. De hecho, si tiene algún sentido hablar de crisis de la modernidad, ese sentido está en el destronar al Logos, la debacle de la Razón catequizada por la Europa cristiana que hoy se encuentra en jirones culturales, y políticos. Ahí está el verdadero cierne de la "escena caimita" que marca la cuestión del destierro del Hombre; el núcleo del "estoy donde no soy" que se yergue frente al delirio del Mundo, el corazón del "poema sin logos" que yergue el dualismo del Ser.
En otras partes el poeta ha dicho que sus libros tienen una profunda unidad, pero una unidad que él mismo nunca buscó. Entonces ¿cómo es posible semejante coherencia cuando solo se habla de antinomias, oxímoros y paradojas? ¿Y cómo es posible pasar medio siglo lidiando con el lenguaje en su más alto grado polisémico, despreocupado con cualquier unidad, sin dejar de seguir rigurosamente la misma cosmovisión? Justamente por esto: pues que se trata de un poeta cosmovisivo. Ese panorama totalizador es algo como lo que los alemanes llamarían "weltanschauung", y los norteamericanos "bigpicture"; aunque nunca "cerrado" en sí mismo de modo artificial o reduccionista, el poeta es capaz de enlazar todas las dimensiones de la experiencia humana –de ahí que abarque Hombre, Mundo y Divino/Ser.
Es por eso que en Fressia la dualidad está en todo y en cada parte: en buscar un estado de "vacío sin imágenes" (como diría Jung) por medio de la poesía, que es pura imagen; en delatar, juntamente, vanguardias y tradición (en "Roca Resbaladiza", p.135, se dice que esta última es "traición" –"traditio, traditionis"—, y aquella más tiránica que esta); en defender el perfeccionamiento de un lenguaje "imposible"; en el descubrimiento de una profunda individualidad que rompe con la personalidad individual; en su exilio político que lo vuelve un poco uruguayo, un poco brasileño y totalmente mestizo, así como en el hecho de haber salido de una dictadura y entrado en otra. Está, en fin, la cuestión de la androginia ("eras hombre y mujer", "Eclipse") y del homoerotismo que nos refiere en sus textos. Y sobre todo, en el hecho de nacer en el secreto de un país periférico, donde "lloraba bajo" ("Roca Resbaladiza", p.21) para hoy decir sus versos por el mundo, volviéndose cada vez más una voz ineludible de nuestro Continente.
Con esto, terminamos como comenzamos. Pocos poetas representan su país (sus países) y su época tan bien como Alfredo Fressia, armado de su poesía cosmovisiva. Abrimos con el "ancho océano" de Bilac, y nuestro uruguayo representa exactamente eso, una personalidad oceánica: mayor que sus países, su Continente y nuestro momento, mayor que todo; y, al mismo tiempo, menor que un grano de arena. Una de las más radiantes gotas brillando en alto mar – ¿o será en una lágrima?