El 5 de febrero de 2020 falleció Sandro Cohen a causa del coronavirus. Destacado escritor, editor, traductor y profesor estadounidense-mexicano. Ricardo Venegas nos comparte la última entrevista que realizó a Cohen.
La poesía del instante
Entrevista con Sandro Cohen
Ricardo Venegas
— Usted nació en Nueva Jersey, Estados Unidos, y se naturalizó mexicano, ¿cómo vivió el proceso de adaptación aprendizaje de una lengua a otra, sobre todo para escribir sus poemas en español?
— Ha sido un proceso intenso que no acaba, sino que se vuelve cada vez más profundo y fascinante. Elegí escribir en castellano porque en México encontré a mis maestros, a quienes pudieron ayudarme en el camino. Y lo hicieron muy bien, por lo cual estoy eternamente agradecido.
Por supuesto debo incluir entre ellos, en primerísimo lugar, a Luis Mario Schneider, que en paz descanse. Había sido mi maestro en Rutgers University, y él organizó el grupo de 10 alumnos de allá con los cuales vine a México por primera vez en 1973 a estudiar a la Facultad de Filosofía y Letras, en la Escuela para Extranjeros. Después de su estancia en Nueva Jersey, volvió a la Universidad Nacional Autónoma de México.
También fue mi maestro don Carlos Illescas, que descanse en paz también. Gran poeta, gran hombre. Gracias a Luis Mario conocí a Tomás Mojarro, sobre quien hice mi tesis de licenciatura; él es gran lector de poesía, algo que pocos saben. Podría seguir y seguir. Huberto Batis, Guillermo Fernández, Raúl Renán, Francisco Hernández… Pero el mayor entre ellos ha sido, desde luego, Rubén Bonifaz Nuño, quien seguro sigue componiendo poesía en el más allá: nada de descansar en paz para él. Fue incansable.
Con maestros así, no podía desaprovechar la oportunidad de cambiar de idioma de creación. Si buscaba orientación y ellos estaban dispuestos a ayudar, tenía que hacerlo en castellano. Así, interrumpí mis balbuceos en inglés y desde 1973 escribí todo en español. Y de paso me he convertido en una especie de loquillo que hasta escribe libros sobre cómo escribir bien en el idioma de Cervantes. ¡Quién lo hubiera pensado!
— ¿Podría hablarnos de cómo definió su vocación por la poesía?
— La poesía siempre me ha fascinado, desde que tengo memoria. Ponerme a escribirla fue un paso muy natural en cuanto aprendí a escribir con papel y lápiz. Lo hago desde los siete años.
Siempre supe que sería escritor, poeta, pero no sabía cómo ni dónde ni cuándo lo haría de modo profesional. Sabía, además, que saldría de Estados Unidos; no sabía adónde. Así, intuía que sería poeta fuera de mi país de origen. Cumplir con ello fue, sin embargo, fortuito. Pudo haber sido España si Luis Mario, cuando tenía yo un pie en la puerta para largarme a Madrid, no me hubiera hablado de la posibilidad de estudiar en México. "¿Por qué no?", fue mi reacción. Y llegué a México. De otro modo ahora estaría hablando con la zeta y un fuerte acento de Castilla La Mancha.
— ¿En qué medida le ha sido útil a su poesía ser narrador, traductor, editor y ensayista?
— Todo le sirve al poeta. Cualquier fenómeno puede ser convertido en verso si uno le halla la música, la imagen y el sentido. ¿Qué más hay? En la música, la imagen y el sentido está la emoción, la sabiduría, la memoria, el deseo, el temor, la esperanza…
De los cuatro oficios que mencionas, el de traductor es, sin duda, el más importante para el poeta. Cuando uno se halla bloqueado o agotado en términos de creación poética, siempre le queda abierta la posibilidad de zambullirse en cabezas ajenas para recrear en español aquello que fue creado en otro idioma. Es una experiencia enriquecedora en extremo. Técnicamente es una maravilla. Le da a uno, además, una gran pericia en el uso del idioma, una gran libertad para cuando uno vuelve a lo suyo. Traducir poesía no reditúa en dinero, pero en fuerza y herramienta expresivas, vale oro.
— Usted es autor de varios manuales de redacción de gran calidad, ¿cómo conjuga su trabajo académico con el del poeta?
— Doy clases como maestro; es mi profesión. Me encanta y me siento afortunado por ello. Me permite ganarme la vida. La poesía no me promete nada. Escribo poesía porque me gusta, porque lo gozo, porque necesito hacerlo, porque me completa como ser humano. No necesito dinero para escribir poesía, y nunca lo he hecho por dinero.
Escribir sobre el buen uso del castellano, por otro lado, satisface otras necesidades: la que tengo yo de profundizar cada vez más en el idioma que adopté hace tanto años, y la que siento de ayudar a quienes tuvieron la fortuna de haber estudiado con mis maestros, con quienes me enseñaron todo. Creo que esta necesidad de enseñar, de ser maestro, viene de familia, genéticamente. Lo heredé de mi madre, al igual que mi hermano mayor; y mi hija primogénita, Yliana, también es maestra y muy buena. Me llena de orgullo. Ya somos tres generaciones.
— Desde "Los cuerpos de la furia" (1982) hasta poemas posteriores, el tema de "el deseo como hambre" es recurrente, ¿cómo apareció en su poesía?
— Me di cuenta de que mis deseos eran como el hambre. Se comportaban de manera parecida. Dale y dale hasta que hallaba alguna satisfacción. Y el deseo, como el hambre, impulsa a uno. Es un combustible, una fuerza vital, necesarísima. El deseo es un hueco, el hueco que abre el amor no correspondido, el amor que es futuro, el que aún no ha llegado. Así, el amor, el sentirse amado, es el alimento que siempre buscamos, de la misma manera como perseguimos la comida para apaciguar las quejas incluso audibles del estómago. Si no tuviéramos hambre, y hambre del amor, ¿adónde llegaríamos? No creo que sea muy lejos.
— En Éxodo dice: "nos quedamos dormidos y abrasados/ por el fuego que nunca nos consume,/ el hambre que me empuja y me subleva/ en tu vientre, el vacío que me llena/ de aullidos y palabras y silencios". ¿De dónde nace este afán de devoración del ser amado que nos recuerda "El Cantar de los Cantares"?
— ¡Quién sabe de dónde venga! Creo que es algo inherente al ser humano: devorar amorosamente y ser, de la misma manera, devorado. Es ser de una sola carne con el ser amado: la mayor alegría. Es lo más trascendental que conozco. Se entiende poco, se desea mucho, se vive en instantes. Y cuando todo eso acaba, si uno tiene suerte, permanece el amor, el difícil, el que aguanta todo, el que no es bonito, sino el que es verdadero, más allá del deseo, de la droga que son el hambre y el deseo. Sí, son como drogas, pero sin ellas la vida cesaría.
El enamoramiento es importantísimo, fundamental. Pero también es químico. No dura para siempre. Con suerte, permanece lo suficiente como para tener hijos y criarlos hasta una edad en que estos pueden defenderse. Después del enamoramiento viene lo demás, que puede ser tan hermoso como horrible.
Si durante la etapa del enamoramiento la pareja logra entenderse como individuos, admirarse entre sí como seres humanos, hacer equipo en todo aquello que se propone para caminar hacia delante, juntos, con un propósito común, ese enamoramiento inicial se va convirtiendo en un amor sólido que funde a los dos en otra cosa diferente de lo que habían sido antes.
La pareja que continúa feliz después del enamoramiento es como si fuera su propio hijo: una combinación de dos personas que producen otro fenómeno nuevo, distinto, a partir de la raíz profunda que continúa existiendo en cada cual. A partir de este momento, aunque se divorciaran, aunque uno muriera, serían para siempre diferentes. Sin embargo, si se acaba el enamoramiento y no queda nada, no hay proyecto común ni ganas de crearlo, los amantes se separan y hasta pueden olvidarse. No dieron a luz a ese otro ser, la pareja que ha sobrevivido al enamoramiento para conocer el amor.
— "Ya no es engaño fácil la poesía,/ decir que sufres para publicar./ ¿Quién te cree cuando escribes,/ doloroso:/ ‘…esta vida de perros…’? No es posible." ¿Debe desnudarse la poesía a sí misma para recuperar su voz?
— Uno tiene que desnudarse en la poesía. Si no, es un ensayo en verso, versos inteligentes, nada más. Yo soy de aquellos a los cuales les gusta llegar al fondo. Necesito explorarme, al mundo, todo aquello que me hace vibrar. La poesía que no toca fibras o cuerdas vitales, emocionales, para mí no sirve más allá de ser un ejemplo de construcción poética. No me llena ni me llama.
— "hay amantes que duermen entre brazos/ y, por ellos, el mundo permanece/ en sombra, porque el sol, siempre lo esconden/ en la calma profunda de su pecho". Decía Ricardo Garibay que el "Cantar de los Cantares" estaba ocurriendo ahora mismo, ¿cómo aprecia esto?
— Tenía toda la razón. Lo que Salomón sentía y escribió es lo mismo que yo siento y escribo de otro modo. Por eso Rubén Bonifaz Nuño tituló su obra reunida De otro modo lo mismo. No solo porque él escribía lo mismo de otro modo, sino porque todos escribimos, entre todos, lo mismo, sólo que de otro modo, desde nuestra unicidad como seres humanos.
— Háblenos de sus amigos de generación…
— No somos una generación muy amplia, pero ahí vamos. Seguimos en la lid Héctor Carreto, Vicente Quirarte, Alberto Blanco, Eduardo Langagne, Enrique López Aguilar, Jorge Valdés Díaz Vélez, Marianne Toussaint, Blanca Luz Pulido, Lucía Rivadeneyra, Verónica Volkow, José Ángel Leyva, Minerva Margarita Villarreal, Carlos Santibáñez… Y hay muchos otros a los cuales no he tenido la fortuna de tratar a fondo, como José Luis Rivas y Fabio Morábito. Como hermanos mayores han sido Guillermo Fernández, Francisco Hernández, Marco Antonio Campos. Elba Macías y Francisco Cervantes. Y luego viene la generación posterior, muy querida, que incluye a muchas voces valiosas como Jorge Fernández Granados, Jorge Esquinca, Javier Sicilia, Claudia Hernández de Valle Arizpe… ¡Tantos! Ya estoy pecando por omisión, y no quisiera omitir a nadie. ¡Para eso sirven las buenas antologías! Y me remito al excelso trabajo de otro gran poeta: Juan Domingo Argüelles. México sí es país fértil. Este párrafo lo comprueba. (Y me he quedado muy corto).
Sandro Cohen (1953-2020) poeta, narrador, traductor, editor y ensayista. Profesor investigador titular en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco (UAM), en la Ciudad de México. Realizó sus estudios de licenciatura y maestría en la Universidad de Rutgers; los de doctorado, en la Universidad Nacional Autónoma de México. Su tesis doctoral fue en torno a la obra del poeta mexicano Rubén Bonifaz Nuño. Es, asimismo, autor del libro de texto Redacción sin dolor, actualmente en su sexta edición. También ha publicado una Guía esencial para la redacción en lengua castellana y una Guía esencial para resolver dudas de uso y estilo en lengua castellana, amén de Los 101 errores más comunes del español. Su libro más reciente de poesía se titula Tan fácil de amar, editado por Parentalia, y los volúmenes anteriores están recogidos en Desde el principio, publicado por Jitanjáfora Editorial en Morelia. Sus novelas llevan por título Lejos del paraíso y Los hermanos Pastor en la corte de Moctezuma. Tiene un libro de cuentos eróticos, Por la carne también (Ediciones El Ermitaño) y uno de crónicas urbanas: Pena capital (Cuadernos de Malinalco).
Ricardo Venegas (San Luis Potosí, 1973). Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y es Maestro en Literatura Mexicana por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, BUAP. Miembro del Consejo de Asesores Nacional de la Academia Mexicana para la Educación e Investigación en Ciencias, Artes y Humanidades (2015) Autor de varios libros de poesía. Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, italiano y portugués. En 2008 le fue concedido el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta del estado de Guanajuato. Fue director de la revista literaria Mala Vida, Mester de Junglaría (Beca Nacional «Edmundo Valadés» para la Edición de Revistas Independientes 1996-1997, 1997-1998 y 2003-2004). Actualmente dirige la revista multidisciplinaria Bitácora pública y la editorial Ediciones Eternos Malabares.