Susana Szwarc, escritora argentina, reflexiona sobre la vida y la muerte de Paul Celan.
Paul Celan en el secreto del encuentro
Susana Szwarc
El 23 de noviembre de 2020 el inmenso poeta Paul Celan hubiera cumplido 100 años. Pero no quiso cumplirlos. Nos lo hizo saber la noche del 20 de abril de 1970 con su acto final: se suicidó arrojándose al Sena. El año anterior había recibido el Premio Büchner y en su discurso ya no cuenta su biografía ni explica su procedencia de una cultura que se pretendía masacrar; sólo dice qué es cada poema para él y como en su poesía, es un oxímoron lo que nos entrega:
El poema es solitario. Es solitario y está de camino. Quien lo escribe queda entregado a él.
¿Pero no está el poema por esto mismo, es decir ya aquí, en el encuentro, en el secreto del encuentro?
El poema tiende hacia otro, necesita de ese otro, necesita un enfrente. Lo busca habla para él.
¿Qué sufrimiento mayor que el de años anteriores lo urgió en ese momento en que fueron más fuertes las ganas de morir que de escribir? ¿Pensó en "la solución final"? ¿Recordó a Holderlin? ¿Pensó en Heidegger con Tiempo e historia? ¿Se le cruzó alguna frase para un poema en esa lengua de ambos que sin embargo no llegaban a juntarse, a comprender-se?
Paul Celan poseía varios idiomas, traducía del hebreo, del francés, del ruso, del inglés, del italiano. ¿Y cuál sería su lengua materna? Si bien era el alemán la preferida de su madre, también en su casa se usaba el hebreo, el idish y esa casa estaba en Rumania donde era otra forma de habla. Esa deriva de idiomas, agrandaba aún más su poesía que, sin embargo, escribiría siempre en alemán, así como su correspondencia con los más cercanos. Continuas fueron las cartas que se enviaban con Nelly Sachs e, inevitablemente, aparecen los candelabros, las redondas estrellas, las trenzas del bucle dorado, el movimiento de la luz de las velas de estos poetas marcados por la historia como judíos.
Sufría Celan la culpa de los supervivientes, esa culpa por estar vivo más instantes que otros, Pero, sobre todo, le dolía saber cómo el pasado seguiría insistiendo. Cómo surgirían nuevos campos de concentración, cómo aún sabiéndose de su existencia, serían negados, y el mundo seguiría su curso, un curso oscuro donde, incluso así, la felicidad no dejaría de tocar por instantes los cuerpos. Mucha fuerza es necesaria para los momentos de dicha. Mucha capacidad de desmentidas y de olvidos, de un no ver al que no estaba dispuesto o no le era posible.
También, al caminar esa mañana del 20 de abril, quizás sonreiría porque el lugar donde nació se llamaba Czernowitz y, como Auschwitz, esta palabra terminaba en witz que, en alemán, el idioma de su poesía, significa broma. Paul Celan como judío, no podría no haberse reído, a pesar de la amargura, de esa coincidencia.
El poeta escuchaba, sobre todo, el bisbiseo del idioma, y no solo de las palabras sino de las sílabas y las letras. Eligió el idioma alemán que permite acrecentar las palabras, alargarlas, juntarlas. Se diversificaba en su escribir y podía "jugar", "interpretar" con las varias significaciones de una palabra o un sonido. Así, en el libro Compulsión de luz dice:
Draga a la que subimos /desde hace tiempo. // Un botón/ que ha/ saltado /discurre en cada ranúnculo, // la hora, el sapo, saca su mundo de quicio // Si yo devorara la zanja, estaría presente.
Y anima aquí a la palabra: "ranúnculo", planta de flores amarillas pero que también se llama apio de sapo, botón de oro, margarita y crece en terrenos húmedos. Entonces el poema se construye con esa irradiación de una palabra, la festeja. (¿Este ejemplo —un botón— sirve de muestra?)
Había en este poeta otro modo, más "solemne", más "serio" de escritura, con el que se sentiría incómodo por los comentarios recibidos: ser valorado por la belleza, como en el caso del poema Fuga de muerte, y que sigue siendo el poema más conocido de Paul Celan, además de ser —efectivamente— hermosísimo, fuerte y de ser en sí mismo un oxímoron. La Fuga, de Bach, y el llamado a divertir del "maestro" parodiando a esa figura honorífica. Sin embargo, a partir de allí tomó la decisión de ser más hermético, de "aclarar" menos descubriendo la facilidad que existe en leer "otra cosa". Tampoco deseaba que el poema narrara ni estetizara los hechos trágicos como tantas veces ha sucedido y sucede. Ya desde la Ilíada, Occidente embelleció los hechos terribles y con ello los apaciguó haciéndolos míticos, soportables.
En 1967 Paul Celan fue a visitar a Martín Heidegger; pasearon silenciosos. El poeta no se atrevió a preguntar en voz alta al filósofo cómo podía leer su poesía, admirarla, y a la vez admirar a ese ridículo pero evidentemente carismático Hitler. El filósofo también se mantuvo en silencio. Sabía cada uno de qué no hablaba.
Jorge Luis Borges había escrito en 1946 el cuento "Deusteches Requiem" donde el personaje nazi cuenta sus crímenes y los va ordenando, además de encontrarles una razón de ser, y no necesitaba justificarse. He pensado que para ese encuentro de 1967, el filósofo y el poeta ya habrían leído este cuento y que esas eran las palabras que estaban entre ellos.
Aún así, a su regreso, Celan escribiría el poema Todtnauberg, nombre del poblado donde tenía su cabaña Heidegger y allí en ese Todt aparece el significado "muerto" tanto en alemán y en el idish de su infancia. Otra vez en el poema que escribe desde el dolor, las palabras hacen de las suyas: el filósofo pasea en su cabaña de "muerto".
El poeta Paul Pésaj Ancel que "salta" su segundo nombre que conlleva la fiesta pero sí se divierte al cambiar las letras de su apellido, para convertirlo en Celan, nos deja numerosos poemas dispersos donde cada palabra, las frases, los sonidos sobrepasan el contenido y, sin embargo, no podemos escapar de encontrarle algún sentido como si eso nos protegiera. Sin embargo, Celan sabe que no. Transcribo:
ZRTSCH
Cólera de colmillos,
quejiqueo,
quemo,
querelleo.
Se libera
tras el cerebro,
se enreja.
¡E-e-g! ¡E-e-g!
Me pelo, me peleo.
Mascareas. Arenqueas.
Así como Kafka pidió que se destruyeran sus escritos, Paul Celan también pidió que no se dieran a conocer los poemas que no había puesto —en vida— en sus libros. Aunque los había dejado ordenados, preparados para, efectivamente, ser leídos.
En uno de sus poemas póstumos dice:
Madre nadie
contradice a los asesinos.
Madre, ellos escriben poemas.
¡Oh,
madre, cuánto campo extranjero lleva tu fruto!
¡Lo lleva y alimenta
a los que allí matan!
Su exclamación, a la vez pregunta y extrañeza ante esta contradicción, ante esta contrariedad, pareciera haber insistido en él que, sin embargo, no cesaba de escribir. Y nos sigue, ahora, escribiendo, diciendo.
En mi rodilla tiroteada
estaba mi padre
más
grande que la muerte
estaba allí
Michailovka y
el jardín de los cerezos a su alrededor,
yo sabía que iba a
suceder así, dijo.
SUSANA SZWARC (1952, Argentina). Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: Bárbara dice (traducido al francés), El ojo de Celan (traducido al italiano), Bailen las estepas; de narrativa: Trenzas, La muertita o la novela que, Una felicidad liviana; de literatura infantil Había una vez una gota, Había una vez un circo, Salirse del camino y otros cuentos. Obras de teatro suyas han sido representadas en Liberarte, El camarín de las musas, el Centro Cultural de la Cooperación. Como teatrista forma parte del Club argentino del kamishibai (teatro de papel).
Ha obtenido el Premio Unesco en poesía y narrativa, el Fundación Antorchas, el Nacional Iniciación con el libro de poesía En lo separado, Premio Municipal por el libro Bailen las estepas; obtuvo la beca de El Fondo Nacional de las Artes.
Algunos de sus cuentos y poemas fueron traducidos al inglés, rumano, alemán, polaco, catalán, chino-mandarín.