José María Espinasa nos coloca frente a una iniciativa del gobierno mexicano para supuestamente impulsar la cultura, uno de los tejidos más vulnerados y despreciados de la sociedad mexicana. Espinasa, editor, escritor y promotor cultural descree y advierte sobre la burocratización invalidante.
Pruebas de imprenta (2)
Aquí, Pruebas de Imprenta 1
Efiartes, el estado y la iniciativa privada
José María Espinasa
Pocos días después de haber sido escrita la Prueba de imprenta anterior salió la convocatoria, reglamento y normas de operación de EFIARTES, un esperado sistema de apoyo a las diferentes industrias culturales. La sensación ni siquiera es el decepcionante y previsible parto de los montes sino algo peor: la constatación de que no se entiende del todo la especificidad de la cultura. Vale la pena revisar lo ocurrido desde hace ya treinta copeteados años de una política cultural que nació con el salinismo, con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y con un sistema de becas y apoyos que tuvo no pocas virtudes y no menos defectos que acabaron por lastrar el proyecto que, en papel, parecía muy atractivo. La propuesta del gobierno de López Obrador, que ya casi es un mantra, el combate a la corrupción, también tiene que ver con la cultura. Las fundaciones y fideicomisos acabaron por mostrar su verdadero rostro, no el apoyo a la cultura sino el mecanismo para evadir impuestos, sofisticar la corrupción y aumentar la burocracia. Es de esto último que me quiero ocupar.
EFIARTES recuerda mucho a las ideas esbozadas en los inicios del FONCA: buscar que la iniciativa privada apoyara a la cultura ofreciéndole beneficios fiscales. Ciertos ejemplos -Fundación Slim, Fundación Jumex, Fundación Banamex- mostraron que no apoyaban a la cultura sino a enormes aperadores con barniz cultural y poca miga interna. Pero, al menos, existen algunos museos privados, fruto de esa iniciativa. El problema fue que las administraciones neoliberales se dedicaron a crear una enorme cantidad de trabas burocráticas, requisitos absurdos y normas y reglamentos que provocaba, por ejemplo, en el terreno del libro, que tomará más tiempo llenar un formulario y cumplir los requisitos solicitados que hacer el libro mismo para el que se solicitaba el apoyo. No quedaba otra y los editores independientes aprendieron a hacerlo y dedicaban mucho esfuerzo a ello para poder seguir sacando sus publicaciones.
Que la burocracia es una enfermedad resulta para mí claro: se crea un tumor que crece y crece hasta deteriorar el organismo sano. Aun me sigo sorprendiendo cuando veo las cifras de lo que cuesta la burocracia, por ejemplo, el INE, pero también entiendo, en el área de cultura, su necesidad operativa. No entiendo en cambio porqué transferirles esa enfermedad a los proyectos independientes. Cada que salía una nueva convocatoria a un apoyo editorial se tenía la esperanza de que se le simplificara. Lo que ocurría era lo contrario: más filtros, más requisitos, más formularios, más informes, más exigencias innecesarias. Muchos proyectos prefirieron no solicitar los apoyos a pesar de que eso significara su desaparición. Una de las frases que se escuchaba en administraciones anteriores es que eso era una manera de profesionalizar a los proyectos independientes. Pero ¿por qué? Más cuando la idea de profesionalización era casi una exigencia de aumentar el tiempo dedicado a la burocracia, misma que si al Estado o a las grandes empresas les es más o menos necesaria e inherente, a las pequeñas y micros no. La independencia también se pierde por ese tumor. Pero un día los apoyos a la edición de libros desaparecieron.
La finalidad de ese desarrollo burocrático -basta comparar una convocatoria de 1992 0 1993 con las de 2017 0 2018- era no profesionalizar sino desalentar la participación de los proyectos independientes y facilitar que los tuvieran sellos editoriales que no debían ser contemplados en ellos, pero que por el cabildeo (descarada presión política) de la CANIEM volvía casi obligatorio. Y nunca hubo una política adecuada, por ejemplo, en el terreno de la distribución, a través de las librerías del estado -que quebraron económicamente sin ningún beneficio en otro ámbito, ni la creación y ampliación del público lector ni la diversificación y protección de la bibliodiversidad. La sensación que deja la convocatoria de Efiartes es la de 30 años perdidos: hay que volver a empezar. Y sí, tal vez sea lo mejor.
Una primera revisión de la convocatoria, cuando se consigue despejar un poco la bruma del lenguaje burocrático, parece que el proyecto está bien pensado. Y que uno de sus objetivos, en el terreno de las artes, la música y el teatro, es buscar fondos para paliar la disminución de fondos aportados por el estado. El temor está en la reacción de la parte invitada al convivio, la iniciativa privada, sin la que esa reunión no es posible. Si en el periodo neoliberal, claramente favorecedor de sus intereses, ni siquiera voltearon a ver la posibilidad de apoyar proyectos independientes sino que crearon sus propios aparatos para "autoayudarse" sin el riesgo de ninguna disidencia ideológica o pérdida de capital, ahora, en un gobierno claramente distinto, me sospecho que todavía habrá menos interés en dar ese apoyo, y más aún en terrenos como la edición, donde a diferencia de la plástica o la música no hay ni voluntad ni costumbre de hacerlo.
Por un lado, la vía de un público estable y suficiente para la subsistencia de géneros minoritarios -el ensayo, la poesía- se ve muy lejano. No hay 300 compradores de un libro de poesía o si los hay es muy difícil llegar a ellos físicamente con el libro en papel. El libro digital ofrece una solución que hasta ahora no ha mostrado sus virtudes para ellos. Es más que probable que existan 300 compradores en papel, pero no en digital y según la estadística actual se necesitaría aumentar a 3000 los lectores en papel para que los digitales aumentaran a 600 (una proporción de 5 a 1 que no se ha movido en los últimos cinco años y que apenas ha variado con la pandemia). Es decir, para los géneros minoritarios no funciona la economía escala.
Por otro, el apoyo de la iniciativa privada e incluso del propio estado quiere a cambio imagen, prensa, elogios. Un libro necesario e imprescindible que no da prensa -piensan- no vale la pena apoyarlo, ni promueve una marca ni ayuda a una trayectoria. Callejón sin salida. Pienso en proyectos como el de las obras completas: mérito de ERA el haber publicado las obras completas de José Revueltas ¿Cuántos ejemplos más hay? En el FCE en la época de Fox se lanzó la colección de Obras reunidas o completas y con autores mediáticos: Elena Garro, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, Sergio Pitol… y no dio para muchos más. En el sexenio de Calderón no se concluyeron incluso los proyectos ya iniciados y lo mismo en el de Peña Nieto. Para los académicos existe la posibilidad de que las publiquen sus universidades o para los pocos miembros de El Colegio Nacional. Habría que voltear para otro lado, pero para cual. Los gobiernos estatales para algunos autores de la región han dejado de ser opción ¿Que editorial se le mediría al proyecto de publicar autores con obra tan extensa como, por poner un ejemplo, Juan García Ponce? ¿Será EFIARTE un espacio para proyectos así, que además de caros son de larga duración?
En un cierto momento sugerí que la Secretaría de Cultura Federal tomara la iniciativa y más que solicitar la editorial el apoyo fuera ella, la secretaría, quien propusiera a sellos ya probados la continuidad de algunos. Pienso, por ejemplo, en la serie de antologías por país que La otra ha ido publicando a lo largo de los años, en la serie de poemas de referencia que ha hecho El Tucán de Virginia o -proyecto en el que estoy directamente involucrado- los ensayos completos de Tomás Segovia en Ediciones Sin Nombre. La viabilidad manifiesta y las virtudes de hacerlo así, entre otras la simplificación burocrática, no disimulan la ingenuidad de mi idea: no hay que ofrecer, hay que hacer que pidan. Se trata de una actitud muy arraigada en todas las instituciones o empresas que puedan aportar financiamiento a la cultura.
¿Pueden las editoriales independientes sobrevivir por ellas solas? Desde luego, pero la mayoría entrará en una hibernación que fue comparada en cierto momento con un estado de coma inducido. Y el retroceso y la pérdida será enorme. Entre otras razones porque la edición digital está muy lejos de sustituir al libro en papel. La gestión de esa transición es el mayor tema de la cultura editorial, pero eso pertenece a otra entrega de Pruebas de imprenta. En esta lo que me gustaría es dejar constancia del absurdo proceso de burocracia que invade a las instancias culturales. Muchas veces escuché, de joven, a profesionales de la difusión cultural decir que bastaba pedir un par de cuartillas descriptivas de un proyecto como requisito para tomarlo en cuenta y eso desalentaba al 70 u 80 por ciento de los que lo presentaban. Cuando eso se transformó en formularios de 100 páginas entendí claramente no sólo el sentido que tenía el hecho: no sólo darle largas, sino muchas veces acabar con el proyecto transformando al editor, que lo hacía bien como tal, en gestor, que lo hacía mal o que, para hacerlo bien, dejaba de hacer lo anterior. Ya se sabe que cuando alguien dice que va a ser breve hay que prepararse para un discurso de varias horas. Lo que es evidente es que todas las perspectivas, válidas y legítimas, en que la literatura, y especialmente la poesía, se puede vincular son bienvenidas. ¿Remplazarán al libro? No hay que responder ni sí ni no, sino preguntarse para qué reemplazarlo. Hace mucho que occidente sabe que la evolución no es mecánica ni obligatoria, y que el retroceso cultural es perfectamente factible.
La cultura que hasta ahora hemos vivido, la del libro, ha mostrado muchas virtudes y ventajas. El mundo mercantil hoy se siente incómodo con esa cultura y con esa mercancía. A la vez intuimos que si desaparece la sociedad perderá uno de los factores centrales de cohesión social pacífica y democrática ¿No son razones suficientes para defenderla?