Joselo Gómez nos ofrece una lectura de este libro editado por La Otra, con traducción y estudio introductorio del poeta español Luis María Marina.
La Dispersa sed de António Ramos Rosa
Joselo Gómez
Amar es una sed, la de la llaga
qua arde sin consumirse ni cerrarse […]
Villaurrutia
El epígrafe proviene de un poema que todos conocemos en México, un poema que no dice nada de la poesía. Descontextualizar palabras puede ser un recurso útil si se les encuentra el cauce adecuado. Valga entonces el arte combinatoria que sustituye una por otra para cambiar todo el sentido a un enunciado. Tacho el amor y el peso de la sentencia recae en la sed. Es una sed –dice el enunciado sin sujeto. ¿Qué es toda esa sed? –quiere preguntar pero no puede, encadenado como está, a la gramática. Sustituyo verbo por verbo para ver si se salva. "Escribir", pongo, y la frase va trompicando con una cabeza que no reconoce suya. "Escribir es una sed, la de la llaga que arde sin consumirse ni cerrarse". El peso de la analogía no deja de caer en la sed. Abro el libro en el índice y entiendo: escribir es una sed para este hombre, para el poeta: António Ramos Rosa.
Ningún poema se llama como el libro: Dispersa sed. Indago, busco entre los versos. Se puede señalar al antologador, a los traductores tal vez. Se dispersa también en tres personas la responsabilidad: Maria Filipe Ramos Rosa, selección. Versión: Piedad Montero y Luis María Marina. "¿A quién se le ocurrió?" es una pregunta que importa menos conforme se recorre el libro, pues la verdadera sed es evidente desde el índice: hubo años en que Ramos Rosa publicó dos libros y además son muchísimos años, poemas de 1958 y de 2012. Más de medio siglo de poesía, la búsqueda insaciable, de la forma acaso, o de alivio para la llaga que arde.
Como haría cualquiera que padece sed, se busca el agua. Y como nos enseñan los buenos maestros de literatura, es necesario pasar por la puerta de la literalidad para acceder a las metáforas, a las alegorías, a los sistemas personales de símbolos que no siempre entendemos pero en los que la lectura nos sumerge. Voy como buscador algorítmico de palabras exactas. Encuentro:
oh, colinas dispersas, oh veneros de aguas susurrantes,
solamente oídos, ni siquiera oídos, pero presentes, dispersos […]
oh profundo sueño de raíces,
oh agua bebida a ras de tierra, oh sueño de la vida […]
Para el sediento el agua susurra en el lenguaje del presentimiento, parece dejarse oír. Acaso sea la urgencia por beber el auténtico venero del agua. Presencia del agua que se dispersa en la tierra, en las raíces que soñamos. Hay que bajar el rostro hasta besar la tierra para que el agua brote límpida de sus veneros y sacie, temporalmente, la llaga abierta de nuestra errancia, el sueño del que creemos despertar a una vida verdadera cuando ya hemos bebido.
Abro paréntesis traductor: la frase oh veneros de aguas susurrantes es una joya del pulimiento. Llevar y traer voces entre lenguas demasiado próximas, como el portugués y el español puede parecer tarea sencilla y no falta quien la menosprecie. Por burda que sea, una analogía con las gemelas idénticas me parece venir bien: son tan parecidas que es necesaria una observación muy detenida para encontrar las sutilezas que distingan a una de la otra: la forma de torcer la boca o el tostado de una peca alojan las nuances y dan a cada una su carácter, les permiten andar caminos separados. El poeta había dicho: ó veios de águas sussurrantes. Los caminos fáciles, los automatismos traductores señalan algunas salidas seguras: "vetas", "filones", "venas". El hablante de español reconoce de inmediato la distancia entre venas y veneros, las imágenes disímiles. Veneros conserva de veios la referencia tal vez figurada, según el diccionario, a una fuente, a un origen, por más que la voz portuguesa remita también a hilos, filones o caminos para el flujo de una sustancia. Sabe el traductor que no es el flujo lo que importa aquí, sino las raíces, el contacto con la tierra, el origen presentido en la sed misma, la presencia del agua como un latido, adentro. La frecuencia con que utilizamos veneros en nuestra lengua es realmente baja, sí, pero este poema no se caracteriza por lo coloquial. El riesgo valió la pena y recoge frutos.
El poema del que hablo lleva por título "El único sabor" y pertenece al libro Voz inicial (1960). Si la búsqueda del agua inicia por la literalidad, el lector que quiera descifrar el énfasis de la antología en la sed va encontrando algunas pistas: "sabor de lo hondo / sabor muy lejano, ese sabor total […] ese sabor original, fuente de todo sabor, / surgido, sumergido, / el único sabor". Brota como agua de sus veneros la urgencia de unidad, de comunión. La sed va dispersándose en la búsqueda y en las preguntas, sabe cuidarse muy bien del salto a la filosofía y al conceptismo. "Palabras como piedras", dice Luis María Marina en el prefacio, no porque nos hagan daño, como otros poetas acostumbran, sino porque interrogan lo real, su propio peso; la imagen que cada palabra carga en sí misma –agrego.
Quien llega buscando el agua entre las páginas de Dispersa sed acaba por encontrarla como metáfora de la poesía. Es así que cuarenta años después, en "El principio del agua", podemos entender aquella "materia transparente" dentro de la cual "el agua desposa lo ignorado". El agua y la palabra se extienden en la frágil belleza de los nombres –parafraseo el mismo poema. En otra parte he llamado la atención sobre el "agua de las imágenes", metáfora compartida con Carlos Pellicer, agua que "penetró en sus poros y en su árida lengua" y abre las membranas que comunican el interior con lo de fuera. Comunión, unidad, integración a través de imágenes, su flujo de palabras.
No extraña que hacia los últimos años la presencia del tema religioso se respire casi como una constante para dispersarse en la idea de Dios bajo la forma de "la última sed la más silenciosa / es la cisterna azul de nuestra soledad". Esta última sed ya se intuía en la primera, en la búsqueda del agua que se bebe a ras de tierra. Tomo el simbolismo del azul en su acepción de búsqueda constante, la flor azul que perseguía Heinrich von Ofterdingen, azul que Rubén Darío haría protagonista en nuestra poesía. Cisterna azul de Ramos Rosa desprovista de las viejas ansiedades románticas. Soledad de agua subterránea que colma la última sed y la primera, porque al saciar la sed dispersa y unificarla en una sola satisfacción, el tiempo acaba también por disolverse en la cisterna azul, anulado, como el deseo. El único sabor, la del agua bebida a ras de tierra, establece el tiempo absoluto de la infancia, el deslumbramiento ante la palabra y el poder de su pureza: "oh verdaderas estrellas de la infancia". La verdad que sabe sin necesidad del saber, sabor: "oh sabor antes de la consciencia, antes de todo".
Acompaña a la sed colmada la urgencia del silencio. Los poemas van haciéndose más cortos cada vez hasta derivar en sentencias breves, casi aforísticas, en las publicaciones de los últimos años, especialmente en Em torno do imponderável (2012), libro del que la antología recoge tres poemas.
La colección Temblor del cielo y La Otra han sabido honrar con un cuidadoso repaso y una selección minuciosa la sed de un poeta irrepetible, sed dispersa en una voz que se esforzó más de cincuenta por colmarla. Voz imprescindible y poco traducida a nuestra lengua a la que esta antología, desde el bilingüismo, hace una merecida justicia poética.