Albeiro afirma con Walter Benjamin que la historia la hacen los herederos de los mandamases y que eso sucede justo en Colombia, donde los excluidos de la historia se rebelan y el arte está de su lado para hacerse notar.
¿Para qué el arte en tiempos de represión estatal?
Albeiro Montoya Guiral
Texto publicado originalmente en Colombia 2020 del diario colombiano El Espectador.
La historia de Colombia, como la de la humanidad, ha sido contada por los vencedores. Porque, como anotó Walter Benjamin en su Tesis sobre el concepto de historia, "en cada época mandan los herederos de quienes siempre han vencido. La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los mandamases de cada momento" (310). Y ahora, en momentos de alta tensión social en que el gobierno reprime las justas y necesarias manifestaciones pacíficas de la gente con métodos propios del fascismo, y en que ha asolado el campo y la naturaleza con su explotación neoliberal, ¿quién contará la historia de Colombia? Corremos el riesgo de que la verdad, o lo más parecido a la verdad de lo que está ocurriendo, sea tergiversada, o peor: ocultada al máximo por los medios hegemónicos de reconocida y cínica filiación oficial, de histórico servicio al poder.
Y si bien es cierto que, por fortuna, hay en el país un sinnúmero de historiadores, cronistas e instituciones que día a día realizan investigaciones que aportan diferentes versiones de los acontecimientos, distintos matices y perspectivas que sobrevivan al paso del tiempo y nos mantengan a salvo del olvido, también es de reconocer que la mayoría de los resultados de esas investigaciones no se socializan con la gente del pueblo, o de las comunidades donde se obtuvieron, sino que se quedan como material de consulta para otros investigadores, o de lectores especializados, en repositorios o en libros de editoriales académicas.
Debido a esto, las noticias falsas y todo tipo de mentiras de los poderosos, en este caso, los represores, sí logran llegar a los lugares más insospechados, y esto, sumado a la desinformación en que hemos vivido siempre en Colombia, ayuda a fomentar más el pánico cotidiano y a alejar la mirada de la gente, en gran medida, de los verdaderos verdugos de Colombia en este momento: la llamada fuerza pública comandada por el presidente mismo, los alcaldes que han llamado a la gente de estratos altos, comerciantes por lo general, a armarse contra las mingas y la manifestaciones; los políticos tuiteros de toda índole que pregonan el crimen como solución a un problema que en verdad es estructural: el gobierno colombiano está desconociendo nuestra sagrada y luchada constitución y está irrespetando, a sangre y fuego, el Acuerdo de Paz de 2016, cuya implementación hubiera evitado la masacre de este mayo inolvidable, síntoma de la agonía del uribismo en el poder.
Por lo tanto, si queremos que la mayoría de nuestra población no olvide lo que ha venido ocurriendo, y bajo las órdenes y complicidad de qué sectores, es necesario no sólo apoyar a las academias de Historia y a los pocos medios y periodistas que recuerdan la imparcialidad como médula de su oficio, sino reconocer que el arte tiene un papel fundamental en el ejercicio de la memoria. Por supuesto, hay voces reconocidas que han hecho aportes valiosísimos, como la de García Márquez en Cien años de soledad que nos narró una versión más fiel de la Masacre en las Bananeras con la potencia de su estilo, o como la de Pablo Montoya en La sombra de Orión que cuenta desde adentro, con el rigor de la indagación, el dolor que padeció la Comuna 13 de Medellín entre el 16 y el 17 de octubre de 2002.
Pero el arte va más allá de lo masivo, de las grandes exposiciones, instalaciones y publicaciones internacionales. El arte se respira cada día en el marco de este Paro Nacional de 2021, y aunque sea o pueda parecer efímero, y haya quienes injusta y mezquinamente lo consideren sólo ornamental, está gritando la verdad en las calles, creará sinergia con las personas que marchan día a día y se volverá una bola de nieve imparable con el tiempo. La fotografía, el grafiti, el esténcil, las arengas de las barras de fútbol unidas, la danza, el teatro, la poesía, entre otras formas, propias del pueblo, que son en sí mismas el mensaje y el medio, no se callarán y estarán recordando, en los ecos de los corazones y en las paredes, cuántos muertos nos ha valido la causa, de manera injusta, y quién dio la orden de su silencio.
Trabajo citado:
Benjamin, Walter. Iluminaciones. Bogotá: Taurus, 2018.