La tempestad es un poemario que se manifiesta como declaración de vida y muerte, acto de lucidez en el confinamiento de la corporeidad desarmada, más no desalmada.
Francisco de Asís: el deseo es tempestad
José Ángel Leyva
La tempestad es un poemario que se manifiesta como declaración de vida y muerte, acto de lucidez en el confinamiento de la corporeidad desarmada, más no desalmada. La consagración de Francisco de Asís Fernández a la poesía viene desde muy atrás y goza de una cauda de reconocimientos nacionales e internacionales. Su amor por las palabras es un canto a la vida y a la humanidad, una entrega incondicional a la lectura no sólo de la propia escritura, sino de la poesía revelada por los otros, por los poetas admirados, por la poesía. Francisco de Asís, además de forjar su andadura lírica, ha construido el andamiaje de unos de los festivales más espectaculares y significativos del planeta en su natal Granada, de la mano de su compañera de vida, también poeta, Gloria Gabuardi.
Ya desde el índice, el poeta nos ofrece no sólo el menú de su banquete lírico, nos muestra la esencia espiritual y la mundanidad con la que está forjada su poesía . Eros y Tanatos dialogan en esta obra que tiene notas de misticismo en el cuerpo de una imaginación voluptuosa y trasgresora. No pienso en San Juan de la Cruz o en Ernesto Cardenal, tampoco en una Santa Teresa o en Hildegarda de Bingen, sino en un poeta del corte del sacerdote mexicano Alfredo Placencia, en el que las contradicciones de la fe se vuelcan en deseo y en reclamo velado o transparente. El diálogo con la divinidad adquiere sentido amoroso en el reclamo, en la incredulidad por los males que agobian a la humanidad y por la humanidad. Aquí dos estrofas en los extremos del poema "Ciego Dios", para ilustrar:
"Así te ves mejor, crucificado.
Bien quisieras herir, pero no puedes.
Quien acertó a ponerte en ese estado
no hizo cosa mejor. Que así te quedes."
(…)
"¡Cuánto tiempo hace ya, Ciego adorado,
que me llamas, y corro y nunca llego!…
Si es tan sólo el amor quien te ha cegado,
ciégame a mí también, quiero estar ciego."
Francisco de Asís habla como el santo que le da nombre, con las cosas, con las flores y los astros, con la naturaleza y con los ángeles, con lo fantasmas y los personajes que viven sólo en la memoria y en la imaginación. Elabora un mundo personal poblado de ángeles e ilusiones, de musas y beldades, de recuerdos reales o ficticios, pero al fin reales. El amor ciega e ilumina a la vez, como lo refiere Rilke, uno de sus referentes más significativos: "La belleza no es nada sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible."
Francisco de Asís ha hecho de la poesía el remedio, tabla de salvación y gozo, recurso de liberación y sobrevivencia. La poesía le permite desplazarse en el tiempo y el espacio, apropiarse de lo suyo y de lo ajeno, poseer y re inaugurar el presente, persuadir al lector de su capacidad amatoria, física y espiritual, de sus idilios con Simonetta Vespucci, con Leonor de Aquitania o con cientos de mujeres de ficción y carne. Por ello, aunque su poesía brota en la enfermedad y la parálisis, el dolor y la angustia, el sufrimiento y la orfandad no es una escritura de la postración y el lamento, de la patología y la clínica, sino una poesía vital, jugosa, lúdica, lúbrica, y sin duda reflexiva y sensorial, mística.
Los ángeles de Asís Fernández vienen, sí, de Rilke, pero no se quedan en la esfera metafísica y en el resplandor de la tragedia ante la conciencia de la muerte, del asesinato original que nos condena como especie a ser los fratricidas; lo suyo son ángeles de asombro que no transmiten su mensaje. El poeta se anticipa para contarles y cantarles sobre el placer de vivir e imaginar, de sentir y fallar, de presenciar la belleza en la creación de la que somos parte. No son los ángeles temibles de la poeta Bilbaína Angela Figuera Aymerich, quien en su poema "Miedo" nos confronta con la imagen de la perfección y lo infalible: "Te alabo por tus ángeles, Señor, pero los temo./ Consérvalos contigo. Son tus pájaros, cantan / en tu oído el hosanna de la dicha perfecta. / Te rodean y giran decorando tu gloria. / Movilizan la brisa que perfuma tu trono. / Pero Tú solo puedes contemplarlos sin miedo. / Sólo Tú disciplinas sus magníficas huestes. // … // Me dan miedo tus ángeles. Si yo encontrara alguno, / Si un día, al despertarme, / lo viera intacto y fúlgido a los pies de mi cama, / yo carne castigada, llorosa podredumbre, / pecado repetido hacia la muerte, / tendría que clavarme las uñas en los ojos."
Asís Fernández humaniza a las presencias angelicales porque él mismo ve su existencia como el tropiezo de un ángel, como la caída de quien fuera inmensamente feliz. Es, como él mismo lo dice, la expresión angelical de un trovador herido. La memoria y la invocación surten efecto y ganan terreno en las zonas de lo sagrado, del olvido. El poeta abreva en su propia y rica tradición nicaragüense, pero hace de la poesía un medicamento afectivo contra la desesperanza y la languidez, contra la devastación orgánica, pero no mental ni estética. Los ángeles son, entonces, portadores de la belleza, no del mensaje de extinción. A ellos les habla el hombre que recupera la admiración no sólo por la existencia del micro y el macrocosmos, sino por la conciencia de ese milagro existencial, de esa partícula de capacidad creativa y reflexiva en movimiento hacia su propia derrota. Y es, justo en esa noción y vivencia de la derrota, donde tiene lugar la rebelión del ángel caído, la revelación del condenado para ver su partida y preguntarse cómo será la vida sin su sístole y su diástole, cómo serán los huecos que dejan todas las ausencias.
El sensualismo y la fantasía del poeta dan lugar a atmósferas encantatorias. Las imágenes brotan con afanes anunciatorios, no pictóricos; no pretenden ilustrar sino desvelar. Irrumpen con su música humana, dolorida, para desvanecer, quizá sin proponérselo, los nudos de la desesperación y el llanto. Podría, en esas circunstancias figurar como un personaje de Antoine de Saint-Exupéry, uno de los interlocutores de El Principito: el poeta, quien limitado a su silla de ruedas no cesa de escribir poemas inspirados en la libertad y la belleza, en el amor y la vida, en la Naturaleza y el tiempo, en la luz y la oscuridad, en el nacimiento y la muerte. Este poeta experimenta un gozo extraño, un disfrute estético al descubrir las causas de su propio sufrimiento, de su autoconciencia, de la realidad que incluye al otro, ese mismo en el que se ha convertido y ha de ser al mismo tiempo.
La fuerza del deseo empuja en contra del descenso, se eleva y tiembla de emoción el colibrí ante la rosa. Francisco de Asís habla, desde la enfermedad que lo inmoviliza, con la Naturaleza y con los iconos de la cultura, hurga en los trebejos de su memoria y de la historia, extrae motivos para decir, para darles vida y, al animarlos, tomar posesión de sus significados y sentidos.
Un juego verbal lanza pinceladas y explosiones expresionistas para enseguida desplegar un figurativismo casi romántico, cuasi naïve, huidobriano y dariano a la vez. El deseo en Asís Fernández no se manifiesta únicamente como amor cortés y en las golondrinas que salpican el universo con aletazos y con sueños para bajar al mundo convertidas en ángeles; el deseo es lujuria, demanda y carencia. Su credo no renuncia a la terrenalidad, es confesión llana de su apetito por la forma y el aroma, por la tibia humedad del sexo, por la belleza femenina. Esa carnalidad grita y se queja, se apretuja en el alma, se vuelve llama y tempestad en sus versos. La imaginación diseña atmósferas y lechos para amantes ficticias y biográficas que se actualizan en la realidad virtual de Francisco. La picardía y el juego son los ingredientes básicos de esta vertiente estética en la poesía no sólo de La tempestad, sino de los muchos libros que preceden a este periodo de calamidad física. Pienso en Luna mojada (La Otra, México, 2015), cuyo prólogo título Juan Carlos Abril como: "De frágil condición". Allí, Abril apunta la fabulación como recurso onírico y carnal del poeta. Más allá de modelos culturales y museísticos, se encuentra la realidad anímica, la vida familiar, la mujer tangible. Cito un fragmento del poema "En el iris de tus ojos", dedicado a su compañera de vida, la también poeta y promotora de la poesía Gloria Gabuardi: "El verde lujurioso de la selva escondió las puertas del Paraíso para siempre, / pero el Paraíso no fue destruido. / … / Todo lo viste con tu última mirada. Todo el Paraíso se quedó en tus ojos."
Las redes sociales ven su poesía nacer en la inmediatez del canto. No escribe, dicta a un aparato para que un amanuense vierta sus palabras al procesador de palabras y al papel. La poesía en Francisco de Asís nace como melodía del alma, emocional y vitalista, como canto de resistencia que salpica de colores y formas, de lucidez la permanencia biológica y cultural, las tareas incumplidas de la persona, de la humanidad. Francisco canta a la vida porque es una forma de ganarle tiempo a la muerte. Quizás el poema que mejor expresa esa necesidad cotidiana de comunicación y memoria, de amor y sobrevivencia es: "un amor que me crece en un leopardo / con las uñas sucias de la sangre de los sueños. / Son sueños huérfanos / que viajan sin cartas de navegación /
cubiertos de cobre, con las alas arrancadas, / con disparos en el pecho." ( "Un amor que me crece en un leopardo")
Aunque las referencias bíblicas son abundantes en esta poesía, que se busca a sí misma en las grande interrogantes de la existencia, se declara partidaria, como Borges, del Dios de Baruch Spinoza, para encontrar allí, en el dominio de ese ser Supremo el asombro y el deseo, la reconciliación y el alivio, el júbilo y el gozo, la belleza que demanda el espíritu del poeta, de un ser humano en circunstancias extremadamente limitantes. Y siguiendo a Rilke, en su pregunta: ¿no será tiempo de que el amor nos libere del amado? "Porque el permanecer está en ninguna parte." De Asís Fernández nos responde:
"Buenas noches dolor, acuéstate conmigo,
duérmete un rato para no sentirte;
ya tenemos muchos años de vivir juntos
y siempre es difícil compartir mi vida contigo.
Se que soy irreparable
pero tu debes irte al bosque a descansar,
a oír música, a conocer la nieve, los ríos.
¿Por qué no aprendes a volar lejos de mi?"