En esta sexta entrega de Pruebas de imprenta, Espinasa nos acerca a la idea o a las ideas de impulsar la lectura desde el reforzamiento de una tradición bibliotecaria, de librerías barriales y sobre todo con el espíritu de la lectura como un bien cultural.
Pruebas de imprenta
José María Espinasa
Bibliotecas
Durante años el universo bibliográfico ocurría a medida del hombre: se publicaban muchos libros pero su conjunto era abarcable y manejable, se diseñaban bibliotecas de diversa índole para conservarlo y ponerlo a la disposición de los lectores, se comercializaba de una manera mínimamente funcional. . En algún momento ese crecimiento se volvió inmanejable y ahora se tiene la sensación de que se ha vuelto un hoyo negro fatídico que tiene como consecuencia que el libro pierda permanencia y sea prescindible, innecesario.
Las bibliotecas mismas, por más grandes que sean, y aunque estén diseñadas para un crecimiento virtualmente infinito han perdido su condición de paraíso y evolucionan hacia una infernal, propia de una pesadilla. Si el libro fue paulatinamente imponiéndose como pilar de nuestra cultura y cimiento de la idea del mundo que queríamos, de los libros únicos a los grandes tirajes, la manera de quitarle importancia fue el exceso. En otras entregas de Pruebas de imprenta he hablado del daño que hizo la idolatría del alto tiraje. Todos los que manejan estadísticas, en especial los demógrafos y los economistas, saben que las cifras tienden a simplificar en aras de una mejor comprensión de las tendencias y a restarle importancia a las diferencias y excepciones.
Por ejemplo, en el terreno de la poesía, Pedro Serrano y Carlos López Beltrán, autores de una importante antología, 359 Delicados (con) filtro, señalaron en su momento la necesidad de contar, dada la abundancia de propuestas y su condición casi siempre marginal, con una biblioteca de poesía mexicana lo más exhaustiva posible. ¿Qué biblioteca podía dar un conjunto siquiera aproximado de la obra de los poetas que allí se seleccionan y los de ese mismo periodo que no entraron en el libro? Ninguna, y ni siquiera entre varias, lo cual vuelve al libro de poesía volátil y perdidizo. Eso se refleja, por ejemplo, en que con el tiempo los poemarios de editoriales muy pequeñas adquieren, por su rareza, un valor económico muy por encima del que tuvieron cuando aparecieron, sobre todo si el autor se vuelve famoso. El peligro es que el margen de autores de valor que escapan a esa misma valoración –a la lectura- se vuelve mucho más importante, amplio y peligroso. La frase de que ningún autor importante es ignorado se vuelve cada vez menos cierta.
La biblioteca infinita es un desatino, no lo son en cambio las bibliotecas con una vocación específica. Si he tomado este asunto como motivo reflexivo es porque el asunto se vuelve más doloroso en tiempos de pandemia. Recuerdo que cuando apareció el video –los hoy arcaicos casetes Beta y VHS- se habló de que se solucionarían los problemas de acceso al cine experimental y de vanguardia, a los autores más raros y extraños, pero lo que ocurrió fue lo contrario, pues decayeron los cineclubs, la cineteca se volvió un cine más, y en video se conseguía sólo lo que tenía éxito.
Las actuales plataformas no solo no ofrecen una solución sino están muy lejos de pensar en el asunto y de la voluntad de buscar la diversidad. La kinodiversidad es muy magra y deteriora la calidad de su frecuentación. Cuando se consigue acceder en la red a alguna película buscada durante años la copia disponible suele ser muy mala. Con el libro suele suceder lo mismo, a veces es muy difícil conseguir libros de nuestros amigos que viven en la misma ciudad.
Ciertos síntomas se pueden ver en el panorama actual. El Taller Martín Pescador, de donde salen algunas de las más hermosas ediciones del mundo en este momento, suele hacer tirajes muy pequeños y vender sus libros muy caros. La calidad editorial y la rareza los vuelve muy apetecidos por los coleccionistas aunque sean menos accesibles a los lectores de a pie. Esa característica de esos libros se ha extendido a otros proyectos, ediciones muy cuidadas que circulan por suscripción o mano a mano. Pongo un ejemplo: la reciente edición de algunas canciones de Dante por TMP. Esos tirajes tan pequeños se acercan a la idea del samizdat, por ejemplo en las ediciones cartoneras, en su factor de resistencia aunque en apariencia no tengan un contenido político. Las ediciones de tiraje mínimo suelen apostar por un valor económico agregado fruto de la belleza del libro (a veces incluyen grabados o litografías). Eso las vuelve más refractarias aun a su incorporación a una biblioteca que esté abierta a la consulta. La idea expresada por Serrano y López Beltrán no pegó y prácticamente está olvidada.
La paradoja aparente de que el culto al alto tiraje traiga como consecuencia ediciones muy minoritarias es en realidad fácilmente explicable. Lo masivo, ámbito del espectáculo y el deporte, no es un terreno adecuado para el libro, no sólo porque las cifras alcanzadas por un programa de televisión son inalcanzables para el libro. Por otro lado intuimos que esa masificación pervierte el sentido de lo escrito. Y así los escritores buscan ese refugio minoritario. Hay que señalar, sin embargo, que lo minoritario no necesariamente es excluyente: muchas minorías, al menos en literatura, son más saludables que una inmensa mayoría. En otros ámbitos expresivos, por ejemplo, las artes plásticas, esas ediciones de bajo tiraje y alto costo, eran habituales, por ejemplo las de grabados, pero su naturalidad venía de que eran claramente objetos, mientras que los libros, que sin duda son objetos, no lo son en el mismo sentido.
Un dato curioso: las ediciones de este tipo no suelen recurrir a su traslado y ofrecimiento en la web, aprovechando el trabajo ya hecho. En la mayoría de los casos no es tanto que no piensen en ello sino que no quieren, incluso si no lo formulan como una actitud beligerante. Otro problema adicional es que, en la medida en que los impulsores de esos proyectos no son nativos digitales, no manejan ni se sitúan en el nuevo medio de difusión de los libros que producen. Eso, a su vez, ocurre de manera inversa cuando el editor es más joven, nativo digital, y maneja con soltura los recursos de la web y los traslada, a veces sin fortuna al papel. Va a ser un proceso lento y seguramente a veces accidentado para que ocurra una convivencia de ambos soportes (en el mejor de los casos) o el desplazamiento de uno por otro (en el peor, con las consabidas pérdidas). Y es que la web, con su enorme potencial no es una solución real para lo minoritario. En ese mar de información los textos también se pierden, no encuentran a su lector.
De allí la importancia del trabajo del editor: Su trabajo excede con mucho las condiciones de una técnica e incluso las de un oficio: interviene críticamente en la transmisión de textos y en la formación de un gusto y una tradición. En otros lugares he dicho que muchas veces el escritor se vuelve editor porque quiere crear en espacio y el contexto adecuado para que su obra sea leída y comprendida. Por eso hay tantos escritores que son editores. Pongo un ejemplo reciente (el colofón es del 3 de julio de 2021). Uno de los mejores poetas de mi generación es Alfonso D´Aquino. Su obra, publicada a cuenta gotas, por pequeñas editoriales, como Ediciones Sin Nombre, Vuelta y Libros Magenta, es casi secreta. Y ahora da a conocer en el sello EdicionesOdradek un libro de otro poeta con similares características, Víctor Hugo Piña Williams, Mi osadía, mi osamenta. A mi hipotético lector le sugiero tratar de conseguir un ejemplar, es un poemario extraordinario (sólo se hicieron 250).
También en otro lugar he dicho que a lo mejor habría que cambiar el sentido de reflexionar sobre la condición minoritaria de la poesía, misma que no tenemos más remedio que aceptar, y en lugar de volverla un problema ver en ella una virtud. Sabemos que importantes poetas no tienen grandes cantidades de lectores, ni Villaurrutia ni Gorostiza ni Paz vendieron muchos ejemplares de sus primeras ediciones, que hoy son valoradas como joyas bibliográficas, y poetas que han alcanzado fama y número de lectores –Neruda, por ejemplo- lo han hecho por razones situadas fuera del ámbito poético. Hace algunos años alguien dijo que la única manera de volver popular la poesía era prohibirla.
Volvamos a nuestra cultura de bibliotecas: es evidente que es escasa y poco flexible. La política de las macrobibliotecas debe llevar en forma paralela otra n que se impulse bibliotecas especializadas y de género y se multiplique su funcionamiento en préstamo. Se debe, también fomentar la creación de librerías independientes –este punto es esencial- y fomentar la lectura recuperando su condición de valor cultural, hoy muy desgastado. La pandemia puede ofrecer en su gravedad sin embargo puntos de apoyo para replantear la función del libro. Y, nuevamente, el lector mismo tiene que participar proactivamente en la defensa de esa cultura lectora.