Querido amigo y colaborador, lector de La Otra, Monsreal afirma que "al buen lector del cielo le caen los libros"; está convencido de que una buena escritura es producto de una buena lectura, y que leer bien es saber pensar bien, sobre todo ahora que se suele afirmar que la lectura por placer es un acto de consumo banal. Si así fuera, los escritores vivirían de sus obras y no de sus sobras.
AL BUEN LECTOR DEL CIELO LE CAEN LOS LIBROS
Agustín Monsreal
Para mí, el saber leer es una bendición, una especie de milagro que agradezco como parte importante del equipo vital con que me dotó el destino, aunque a ratos mi oficio de lector se vea un tanto disminuido por limitaciones propias del uso cotidiano, y de la edad, claro, fronteras como la miopía, el astigmatismo, la vista cansada, la catarata, esos insidiosos fastidios que se nos van arracimando y con los cuales uno batalla sin cesar, no obstante insisto, reitero y proclamo que este asunto de saber leer es el antídoto más efectivo contra las mordeduras fieras de la rutina, las mañosas acechanzas del tedio, los acosos afiebrados de la zozobra, no conozco incertidumbre o desolación que no ceda ante la generosidad y las bondades de este ejercicio único, múltiple, intransferible, uno de los prodigios verdaderamente impagables que nos pueden pasar, o que me pudieron haber pasado a mí, porque empieza uno leyendo de a poquitos, allá en los rumbos ya distantes de la infancia, deletreando, esforzándose con la lengua, con los labios, con los ojos, con los dedos, y sin saber bien a bien de qué se trata eso de estar amigando letras y sílabas y a la vez descubriendo tantísimas realidades, circunstancias, climas, países, viajando en el tiempo y en el espacio, en las muchas historias de la historia, navegando ríos sagrados y escalando montañas mágicas, penetrando templos y atravesando selvas, recorriendo maravillas y rondando misterios como por ejemplo los nombres de los objetos, de los animales, de las personas, inquiriendo por qué la silla se llama silla y no libreta, por qué el elefante se llama elefante y no pastel, por qué la pulpa de la guanábana no se parece a su nombre, por qué ese lugar hermosísimo se denomina playa y no bicho o iglesia, digamos, por qué el mar es una palabra tan chiquita para la cantidad de agua que contiene, y por qué hay agua salada y agua dulce y agua de pozo y agua de lluvia, y por qué un vaso del agua de una fuente me apacigua la sed de la garganta y por qué un vaso de agua escrito me da más sed de conocer más, y por qué la puerta sirve no sólo para entrar a la casa y a sus cuartos sino también a las constelaciones de la imaginación que no se deja intimidar por nada ni prescinde de nada, y a las gloriosas fantasías de los sueños que desbaratan cualquier imposible, y por qué mi tía Gladys se llama Gladys, qué significa su nombre, y a la tía Josefa por qué le dicen Pepa, y a la abuela Aba, y a la bicicleta montura del unicornio, y quién fue el primero en decirle Dios a nuestro señor diosito, y qué diferencia tan grande existe entre cómo se dicen y cómo se oyen y cómo se leen las cosas, porque ahora que aprendo a leer aprendo asimismo a fijarme en otras cuestiones que antes no tomaba en cuenta, como las actitudes, las conductas, los comportamientos, las intenciones, pongamos por caso, de una mirada, como esas miradas de control remoto que me deposita encima mi papá cuando está con otras gentes mayores y digo o hago algo que según él está mal, o la ternura aterciopelada con que acarician los ojos de mi prima la Matuyita, o la tristeza insalvable con que levanta la cara al cielo mi tía Adela desde que se le murió el novio, como tratando de encontrar el porqué, cosas que antes de saber leer no veía ni sospechaba siquiera, me pasaban de noche, y gracias a la lectura de la palabra noche la noche de a de veras multiplicaba sus sentidos, sus modos de sentirla ora si tenía luna ora si estaba negra y despoblada de estrellas y qué larga si me habían mandado a la cama sin cenar y qué llena de ilusiones y esperanzas si la Matuyita me había obsequiado un beso sobre el pómulo derecho y qué espantosa si la nana Elisa me encerraba con llave y de pronto me daban ganas de ir a vaciarle sus necesidades al cuerpo, cuántas noches caben en una sola noche, y la de días en un solo día, y me figuro que si a los años se les llamase renacimientos, entonces en vez de interrogarme cuántos años tienes me preguntarían cuántos renacimientos llevas, lo que suena más perturbador porque me sugiere despojar de disfraz a algunos enigmas y de sábana a ciertos fantasmas, y conforme avanzo en mis faenas de lector me van creciendo las ansias de leerlo todo, en los libros de la escuela, en las revistas del puesto de revistas, en los anuncios de las paredes y de los camiones, y un día me entero que ese desvencijado dinosaurio con llantas dobles es un camión materialista y ahí me tienen friéndome el seso buscando su contraparte, o sea, un camión idealista, por supuesto no lo encontré y tuve que conformarme con el letrero del materialista que ofrecía se recogen escombros en buen estado, y el de una carroza fúnebre que rezaba ¿quo vadis? y el de un autobús escolar que pedía sin pudor alguno dejad que los niños se acerquen a mí, y como es natural me enfrento a cada rato con palabras que no sé qué quieren decir y aprendo entonces a preguntarle a los maestros y como de todo hay en la viña del magisterio aparecen los que sí me ayudan a comprender mejor lo que leo, me guían, me aconsejan, me recomiendan opciones de lecturas, y luego interrogo también a mis tías que por lo regular me dicen ay yo no sé de esas cosas mijito, aunque saben enormidades de las labores diarias de la existencia, y a mamá que se ataca de la risa con mis ocurrencias y a papá que se impacienta de dónde me fuiste a salir tan incondicionado de la cabeza tú, y al diccionario que a veces me aclara mis dudas y otras me deja peor de lo que estaba, y leer se me va haciendo un gusto y una apetencia insaciable a la vez, mientras más leo más quiero leer, y leo libros y leo las cartas que las mujeres de la familia guardan en los roperos, y leo los subtítulos de las películas extranjeras, devoro todas las letras y las palabras que caen en mis ojos, y leo en las caras de las gentes sus historias secretas, sus emociones de índole invisible, identifico sus sinceridades o sus falsías, sus humores y sus inclinaciones, sus amores y sus miedos, sus culpas y sus remordimientos, sus vergüenzas más recónditas, claro que toda esta franquicia de emociones en buena medida son puras imaginerías, interpretaciones, suposiciones, muchas de ellas influidas por mis lecturas o copiadas de ellas, de los personajes que las habitan, aunque me encanta creer que le atino, que así como aprendo de las pasiones y de las ideas en los libros que tengo la impresión de que me llueven del cielo, así voy aprendiendo de las condiciones del alma y del corazón en mi trato con las personas, y por supuesto igualmente cuenta el hecho de que mi memoria aumenta, disminuye, modifica, borra, sepulta recuerdos a los que ya jamás volveré a tener acceso, pero ahí está irrevocable el hecho de que leer te aligera las alas para crecer sin silencios forzados, y que te impulsa a romper disimulos y prohibiciones, servidumbres, impotencias, y se convierte en auxiliar de tu curiosidad para mirar por las pupilas cómplices de las cerraduras, por las rendijas donde no se debe ver, por las ventanas donde es pecado asomarse, donde lo que ves te conduce derechito al infierno, o al manicomio, o al cementerio, Dios nos libre y nos agarre confesados o por lo menos que no nos agarre con las manos en la página donde la entrada cuesta la razón, y mis papás un atardecer caluroso y desobligado se preocuparon por mis afanes de pasarme las horas y los días lee que te lee y dijeron entre sí, muy autosuficientes ellos, ya se le va a pasar cuando crezca, pero sucede que crecí y continué con la manía o con la obsesión, como mascullaban ellos, o con el placer, con el gozo cada vez más agrandado como respondía yo, y un mediodía dichoso como pocos entré a la flor de la edad de fijarme en las muchachas y las había que me apartaban de su camino por mi apasionamiento con los libros y las que me hacían un campito en su primavera por lo mismo, leer me daba sueños para compartir, toda una arboleda inagotable de sueños que me proporcionaban mis lecturas y que yo agregaba a los míos y aquello se transformaba en incanjeables festivales privados, en locuras extraordinarias, en aventuras inauditas, aunque debo reconocer que mi terca afición por la lectura me volvió distraído, eso sí, divagador, maniobrador de digresiones, explorador de nubes y dador de pasos en falso al grado extremo de que en más de una ocasión me he caído de la vida, y quizá en alguna de estas caídas, o en su convalecencia mejor dicho, fue que me puse a escribir y a entonar la canción profunda de las palabras y a encontrar mis propias formas de expresarlas y a manejar un sistema de valores propio y empecé a admirar sinceramente a los escritores y en especial a los que admitían ser más lectores que escritores, y a sentir esa emoción insobornable cuando después de leer un libro te dan ganas de ir a buscar al autor y apretarle la mano con que escribe, y a creerme la sentencia de que escribir bien es sinónimo de pensar bien, y a regocijarme con aquella señora que afirmaba deliciosamente que ella podía entender que hubiese quien leyera los libros pero no quien los escribiera, y a poner en práctica las palabras definitivas de aquel hombre sabio que no se tocaba el corazón para decretar que el buen lector, el lector auténtico, el lector que no se anda con justificaciones ni tramposerías, siempre hallará la manera de robarle una hora al patrón, al amor o al sueño para dedicarse a leer, y ahí estoy metido en el baño de la oficina o de la fábrica o del taller -dependiendo de cómo me estoy ganando el pan nuestro ese día-, leyendo a Sófocles y aguantando que me estén toque y toque a la puerta y me digan qué tanto haces en el baño, y por las noches oyendo la voz aternurada que me urge ya es muy tarde, ya vente a acostar, lo que hago sólo cuando la vengativa Clitemnestra se despacha al concupiscente Agamenón con un cuchillo cebollero de este tamaño, y luego levantarme en la madrugada e irme a meter al baño, esta vez el de la recámara, para ponerme a leer a Esquilo o a Eurípides, y a la mañana siguiente, sabedora de mis afanes por la lectura, la dueña única y absoluta de la mitad de mi cama lleva a cabo la dulcísima costumbre de ir sembrando por toda la casa recaditos amorosos que yo me encargo de cosechar uno a uno hasta llegar a donde ella se encuentra fingiéndose la distraída y me emparejo a su espalda y la rodeo por la cintura y le doy besitos en la nuca limpia y olorosa a vainilla y ella dice ya me pusiste chinita chinita, mira, enseñándome los antebrazos velluditos, y se vuelve y me sonríe con esa su sonrisa King size que Dios le regaló a su boca para tenerme en perpetua actitud de adoración, enamoradísimo de ella, porque ni ella ni yo creemos que el amor duele y te hace sufrir, eso no es cierto, lo que me hace sufrir son mis miedos, mis faltas de fe, mis insatisfacciones, mis celos, mis apocamientos, mis carencias, pero el amor no, nunca, el amor es alegría y la alegría es siempre más poderosa que las dudas y las angustias y todos los temores apilados en un mismo montón, bueno, y por la mayoría de estas cosas que les platico es que ahora, cuando cada día tengo más pasado y menos porvenir, a veces me propongo en serio volver a nacer para empezar a leer de nuevo, y me convenzo de que leer no es algo que hago sino algo que soy, que leer es parte esencial de mi ser, porque cuando leo me escucho interiormente, y este solo acto me conduce al conocimiento, la conciencia, la comprensión, la compasión, el perdón de mí mismo, voy al encuentro de mi origen, me acerco a las raíces de mi identidad, a quien verdaderamente soy, y ser escritor no resulta entonces un oficio ni una profesión ni un negocio, sino un destino, mi destino amoroso, mi credo, mi religión. Lo único que nunca he podido leer son los designios de Dios.
Vivimos la era vertiginosa del café instantáneo, ya no hay pausas, transiciones, puntuaciones, todo es punto final sin haber pasado por el de partida. Rápido es la palabra clave, no hay tiempo que perder, el tiempo es oro, si ya no hay tiempo para pensar menos va a haberlo para leer, y es que ya se nos olvidó, o acaso nunca aprendimos, que leer junto con pensar, es uno de los verbos más puros, más nobles, más generosos, porque leer da sueños, ideas, inventa paraísos, crea universos, leer es viajar en el tiempo y en el espacio, en las muchas historias de la historia, en ríos sagrados y en montañas mágicas, es penetrar templos y atravesar selvas, es pasear por el origen y andar por los siglos del porvenir, leer es el gran milagro, la aventura inmedible que abre las puertas a los prodigios de la imaginación, a los senderos sin fronteras del pensamiento, leer es penetrar misterios, es develar secretos, es tener permiso de adentrarnos en lo desconocido más grande y maravilloso que ha existido y que soy yo mismo, leer me descubre en mis mejores cualidades, me pone frente a la realidad de mi propio espejo, de mi propia esencia, leer me deposita en las manos del corazón el regalo más numeroso, el don inaudito de verme, de tocarme, de acercarme a la posibilidad de ser un ser consciente, con sentido, de tener una vida real y significativa, leer y vivir son la misma cosa.
La cultura es quizá la manera más eficaz, más amplia, más cierta, más generosa y profunda de conocer y entender a un país en sus múltiples y singulares manifestaciones, ya que en ella se conjugan y se centran, magníficamente, el impulso y el propósito del espíritu humano, los valores de la ética y la estética, los principios morales y sociales que nos enseñan a conocer la naturaleza humana, las raíces particulares y las proyecciones universales de un pueblo y una sociedad. Es en la cultura donde la Verdad y la Belleza confluyen, se dan la mano y coexisten pacíficamente.
La cultura culta, la del entretenimiento y la diversión, la cinematográfica, la televisiva, la radiofónica, la pasquinera, y la llamada cultura popular, y la mediática, y la de la salud, la de la vivienda, la de bienestar social, la cultura indígena, y la machista y la feminista, la gay, y la de los jóvenes, los discapacitados, los adultos en plenitud, los panaderos, los ciclistas, las sexoservidoras, la cultura de los cajeros automáticos, los teléfonos celulares, los cibercafés, los videojuegos, en fin, nuestra cultura es infinidad de culturas que se funden y diversifican día con día.
Para endurecer la columna vertebral de la cultura es preciso hacer de ella un camino de ida y vuelta, un camino en el que emisor y receptor se encuentren y expresen, de viva voz, lo que la experiencia artística significa en su vida, en su mundo, en su espíritu. Hay que procurar, desde mi punto de vista, que el receptor ya no sea un mero ente pasivo que después de acceder al estímulo de la lectura de un libro, por ejemplo, se quede sin poder expresar lo que piensa y lo que siente a propósito de ese libro.
Un camino de ida y vuelta por el que transitan tres protagonistas: el creador, el promotor cultural y el beneficiario del hecho artístico, llámese lector, espectador, público, que es a quien va dirigido. El emisor, el vínculo y el receptor: la convivencia cultural creativa y activa.
Hacer lecturas ACTIVAS, conferencias ACTIVAS, exposiciones ACTIVAS, obras de teatro ACTIVAS, invitar a la participación, a romper los círculos opresivos de la pasividad y establecer, mediante el diálogo, vínculos de expresión creativa entre los hacedores de la cultura y sus receptores.
Romper o acabar con esa imagen de vaca sagrada o de divina garza que tanto nos gusta y nos satisface a los creadores, para ponernos al nivel del común de los mortales y enriquecernos todos con el intercambio de ideas, de sentimientos, de experiencias; qué mejor que nutrirnos mutuamente, compartir nuestros respectivos saberes, que no sea siempre el consabido monólogo excluyente, exclusivista, elitista, racista, sino el diálogo incluyente, el diálogo en el que lo importante es compartir, no competir.
El espíritu de colaboración es lo que nos ayuda en los desastres, la unidad de propósito, la identificación en el impulso, en la intención de ir de la mano tras un mismo objetivo; entonces, así como hay talleres para todo tipo de creadores, pues que haya talleres para quienes son la otra cara de la moneda, los receptores de la obra de los creadores.
Visitas guiadas en los diferentes ámbitos culturales, en los teatros, en las bibliotecas, en los que el único letrero restrictivo pudiese ser el de prohibido estacionarse, estancarse, quedarse avaramente con el conocimiento adquirido, hay que expandir, ampliar los horizontes culturales mediante la inclusión activa y efectiva de los receptores de la cultura. Volver SUJETO ACTIVO de la cultura a quien la mayoría de las veces es meramente sujeto pasivo.
Hacer una cultura viva y funcional, una cultura de la calle, de la plaza pública, de los campos agrícolas, una cultura que vaya a las salas de conciertos y a los museos y a las bibliotecas, pero también a la fábrica y al centro comercial, una cultura que se expanda, que se divulgue, que forme parte del diario vivir, y que, como en el diario vivir, todos participemos, todos gocemos la oportunidad de ser actores y público, hacedores y beneficiarios de una convivencia cultural creativa y activa.
Personajes tan vivos como mi tío Fausto que era nadador, y como mi abuelo Eduardo que era piloto de aviones allá en las épocas en que los aviones causaban asombro y las mujeres se fascinaban con los uniformes de los pilotos y los músculos de los nadadores.