Roca ve en Poemas de la ofensa, primer poemario de X504, la cúspide y el descenso. Un libro que alcanza un vuelo continental y deslumbrante. La ironía, el humor amargo de su factura, descubre un doble filo que hiende las aquietadas aguas de la poesía colombiana de los años sesenta.
X-504 Y SU ENTERRADOR: JAIME JARAMILLO ESCOBAR
(Pueblo Rico, Antioquia, 1932, Medellín 2021)
JUAN MANUEL ROCA
(En "Galería de Espejos")
Sin lugar a duda, el libro del poeta nadaísta que más aprecio y al que debo grandes momentos de lectura y entusiasmo, es "Los poemas de la ofensa", que X-504 publicó en 1968 y que leí en 1970 en una pequeña casa que tuvo el poeta Óscar Hernández en Necoclí, en la vereda Cañaflechal.
Fue un buen lugar para abrir ese libro y sentir que estaba escrito en el mismo clima solar y frutal, febril y húmedo: su libro se hizo parte del entorno en el que lo leí una y más veces, ola tras ola y viento tras viento.
Decir que X-504 es el más notable de los poetas nadaístas y decir al mismo tiempo que ese libro es el más relevante del poeta antioqueño, es reforzar, aunque no sea necesario, lo que es casi una cerrera unanimidad entre los poetas y lectores de poesía en el país.
Creo que al momento de su aparición difícilmente había otro libro en América Latina de tan alto rango estético, de sus amplias calidades y registros. No se parece a nada ni a nadie, así haya influencias detectables, algunas filias que en su caso son variadas y rigurosas: Blake y Whitman, entre otras.
"Los poemas de la ofensa" había obtenido el "Primer premio de poesía nadaísta" en 1967 y con ese volumen inquietante y nuevo en estos territorios le da una vuelta de tuerca a la poesía colombiana, incluida en esto la de sus propios y desiguales compañeros de grupo.
Si "el sueño de la razón produce monstruos", según lo afirmado por Goya, este libro un tanto goyesco desenmascara pronto de manera racional el delirio, el insomnio, las riesgosas zonas de peligro en las que se mueve. Hay en su poesía una cierta entonación bíblica aledaña a la de Walt Whitman pero sin su tono de predicador, aunque conserva esa mezcla de monje y de sátiro, de cuáquero y vagabundo.
Si en Álvaro Mutis y en Héctor Rojas Herazo hay cierta enunciación fastuosa y a veces severa y ritual del hombre, en X-504 hay un ingrediente nuevo, la ironía: "El cuerpo se avolcana, se incendia, impone hermosura, y no queremos ser sólo cuerpo; pero yo aconsejo: hazte amigo del sepulturero" ("El cuerpo").
Ese tema, el del cuerpo como asilo, como campo de rehenes, se da en varios poemas suyos de "Los poemas de la ofensa". Pero son muchos los poetas que dialogan desde sus libros, como otros lo hacen desde sus ventanas.
De tal manera, hay una especie de conversación entre un poema de X-504, "Aviso a los moribundos" y "Responso por la muerte de un burócrata" de Héctor Rojas Herazo. Son dos poemas siameses que, en el caso del nadaísta está teñido de una ironía realmente hiriente y eficaz.
Sus poemas son también relatos. Un acento rebelde, el mismo que se ve fortalecido cuando los dioses paganos penetran el culto de los dioses vencedores, lo convierten en esta primera fase de su obra en una especie de monje sin religión o, mejor, en un sacerdote de una iglesia sin feligreses, como a veces lo es la poesía en el mundo contemporáneo.
"Los poemas de la ofensa" tienen varios registros dentro de una voz nítida, absolutamente reconocible en el coro de sus compañeros de aventura poética. "Mamá negra", por ejemplo, es un poema que vuelve la mirada a una mujer del Chocó de abuela africana. La bella descripción de esta mujer natural y a la vez enigmática, le sirve al poeta para definir una forma de andar por el mundo: "de ella no se puede hablar sin conservar el ritmo".
Pero también, en casi todos sus poemas estamos ante la inminencia de un peligro, como si el hombre, que es lobo hambriento para el hombre, viviera siempre al borde del abismo y en el reino del acoso. Hay como una especie de correlato del miedo, en algo que nos remite a las viejas historias de la violencia escuchadas o vividas en la infancia: "cuando un desconocido se encuentra con otro desconocido, o lo mata o le pregunta algo". (Proverbios de los charlatanes").
Es como si el hombre en su caída, en su perdida angelidad se supiera "hijo de Eva y la serpiente". X-504, quizá más que Jaime Jaramillo Escobar, es decir, más que el poeta de otros libros posteriores como "Sombrero de ahogado" o "Poemas de tierra caliente", en los que asume el papel de culebrero o de vendedor de específicos de manera consciente, parece recordar a cada tanto que no existe paraíso en el que no haya serpiente, pero también que el despojo y la desnudez nos redimen: "Podemos hace siempre el paraíso alrededor de nosotros donde quiera que nos encontremos. Para eso solo se requiere estar desnudos".
Hay un litigio, un forcejeo entre el hombre y su sombra y una feroz desacralización del quehacer inútil del poeta, alguien que por momentos se siente haciendo agujeros en el agua, una auto-ofensa desde la ironía: "el fabricante de rosquillas puede al menos comérselas, pero el que sólo sabe hacer poemas, ¿qué comerá?"
Es una buena pregunta retórica que ya encierra en sí misma una respuesta. Quizá tenga que comer lo mismo que anuncia aquel legendario coronel que no tiene quien le escriba, en el final dolorosamente apoteósico de una gran novela de Gabriel García Márquez.
La visión del mundo que tiene X-504 en "Los poemas de la ofensa", un poeta que no es que tenga muy buena opinión de la humanidad, es la del hombre aterrado de sí mismo, de quien siente su extrañamiento, del que se sabe huésped de paso en su cuerpo.
Jaime Jaramillo eligió su seudónimo, que parece una licencia de avioneta, como si X-504 invitara a sus exequias, para señalar con la letra X a una suerte de nadie, de un hombre cualquiera. 504 son, ha dicho alguna vez, los tres dígitos con los que se inicia su cédula de identidad. Como Bartleby, el personaje de Melville o como Wakefield, el personaje de Hawthorne, el poeta buscó su ningunidad, su enmascarado anonimato.
Su amigo de siempre. Gonzalo Arango, le auguró cuando volvió a firmar con su nombre de pila, que le sería "difícil deshacerse del fantasma que ocultaba su verdadera realidad, tan real que es otro misterio". Creo que se equivocó a medias el llamado "profeta" del nadaísmo, el poeta solo duplicó su misterio en el diálogo entre el que fue y el que ahora es, como reincidiendo en su condición de demonio y de ángel a un mismo tiempo, en una doble biografía personal que le permite ser uno y otro, alternadamente, como quien visita un espejo fragmentado o pastorea a su otro.
Esa dualidad que hay en X-504 (o Jaime Jaramillo), también se da en el carácter y hasta en el aire mismo del poeta. Nadie en un comienzo imagina que escondido en ese aspecto de funcionario, de cochero de pompas fúnebres o de notario, habite un poeta tan temible y feroz.
Resulta innegable la importancia de "Los poemas de la ofensa" en el ámbito latinoamericano. Sus versos irónicos, que son como la araña que cae en la sopa de uno de sus poemas –en compañía de una cierta veta ironista de Jotamario Arbeláez–, me parece que es el mayor aporte del nadaísmo.
He aquí un poema emblemático de Jaime Jaramillo Escobar o, mejor, de cuando se dio unas vacaciones mentales para volverse el amanuense de X-504.
COMENTARIO DE LA MUERTE
Os preocupáis demasiado de que vuestra casa esté limpia,
y de que vuestros negocios estén sucios.
Lo importante es mantenerse ocupado todo el día,
porque no sabéis qué hacer con el tiempo libre.
Y por eso vivís inventando cosas permanentemente.
Pero yo os digo:
Hay que hacer esta noche una fiesta privada en casa de
cada cual,
porque hoy es víspera de la muerte. Apuráos.
Jaime Jaramillo Escobar en sus propias palabras:
«El secreto de mi estilo está en que escribo siempre desnudo».