Raúl Eduardo González nos da luces sobre este poeta michoacano, nos habla de este libro y nos invita a adquirirlo y, sobre todo, a leerlo.
La constitución del silencio en El silencio y sus conjuros de Salomón Villaseñor
Raúl Eduardo González
Bajo el título de El silencio y sus conjuros, Salomón Villaseñor nos entrega un singular volumen con dos libros homónimos, en la forma de tarjetas sin costura ni pegamento; dos haces de poemas que sólo se distinguen en la portada por la tenue inscripción respectiva: "Libro I" / "Libro II". Ambos mazos, sujetados con listones e insertados en sobres de celofán, están contenidos en una sobria y elegante caja oscura de tamaño carta, que lleva en el exterior impreso en serigrafía una ornamentada voluta de evocación prehispánica, y debajo las iniciales del autor, SVM, que aparece al margen de cada página en marca de agua.
La particular y sin duda bella edición, de cien ejemplares numerados y firmados, fue diseñada y compuesta por el artista plástico y diseñador Miguel Carmona, según se puede leer en los respectivos colofones. Terminada la impresión hace ya un año, en enero de 2020, El silencio y sus conjuros ha debido guardar la prolongada clausura que la pandemia del coronavirus traería inesperadamente un par de meses después de la aparición del volumen, de modo que las cajas han permanecido cerradas, y las tarjetas que llevan impresas los respectivos conjuros han estado cautivas de algún modo de ese silencio al que aluden.
Salomón Villaseñor Martínez, originario de Tzitzio, en el límite de las tierras fría y caliente de Michoacán, donde nació en 1964, vive en la ciudad de México desde hace cerca de treinta años. Hace más tiempo aún que escribe poesía, y tiene estudios en teatro y en literatura mexicana. Su formación académica y su vida profesional están ligadas a la Universidad Nacional Autónoma de México, así como su corazón lo está a su tierra natal y a la poesía. Como lo señalara Luis Villoro, en su sugerente ensayo La significación del silencio (UAM/Verdehalago, 1996), "la negación total de la palabra es el silencio. Y tal vez, desde esta perspectiva, la poesía podría verse como un habla en tensión permanente entre la palabra y su negación, el silencio". Así pues, la poesía no se constituye de puras palabras; asimismo, está surcada por el silencio, de donde se detona la capacidad enunciativa de los poemas, que a veces se gestan por años en el aparente mutismo de un inédito devenir. Así sucedió de algún modo con El silencio y sus conjuros, que aparece luego de dos décadas de que su autor publicara Jardín de las promesas (1998), su plaquette más reciente, y de que colaborara en algunas antologías, como Cordillera de sombras (2000) y La misma brújula (2013).
Salomón es un poeta importante de su generación, a quien la vida en la capital del país le ha demandado el desarrollo de muchas tareas más allá de la escritura, lo que sin duda ha influido en que no haya podido entregar títulos a la prensa en los años recientes. Fue miembro activo del grupo que fundaría a principios de los años noventa del siglo pasado la editorial Nautilium, cuya colección Liebre de Marzo daría a conocer importantes títulos de poetas jóvenes de aquella década. Ha publicado asimismo media docena de libros y plaquettes de poesía, entre los que destacan El mar donde vivo ahogado (1993) y Jardín de las promesas (1998). Poemas suyos han aparecido en importantes revistas, dentro y fuera de México, y obtuvo en 1995 el premio del IV concurso internacional de poesía La Porte des Poètes.
Así, pues, El silencio y sus conjuros es el título de un poeta maduro, con una trayectoria y una obra que se han fraguado por décadas, y cuyos versos asumen aquí con buenas bases el reto de acometer la constitución del silencio, para conjurarlo, en las dos acepciones del término, es decir: invocarlo y exorcizarlo. Al respecto, cabe señalar que el poema es, de varios modos, un conjuro del silencio: en su carácter gráfico y potencial, es la grafía que aguarda la voz que pueda expulsar el vértigo taciturno que es la vida sin poesía. Asimismo, el poema bien logrado es un propiciador que conjura para restituir el silencio en el mundo: sólo la poesía con su capacidad evocativa puede provocar ese mutismo que sobreviene a la lectura, ese maravilloso silencio de la reflexión y la revelación que bajo el aparente vacío nos brinda la plenitud que las palabras descorren con su belleza y verdad.
De muchas maneras, Salomón Villaseñor ha procurado conjurar el silencio por medio de su poesía, con el verso y su dimensión vocal, con las posibilidades de la representación gráfica del poema, sea en verso o en prosa, con las imágenes que detona la lectura… En el volumen que nos ocupa, desde el título se trasluce de algún modo el arte poética, la profunda aspiración que el escritor ha atesorado y perseguido a lo largo de una vida dedicada a la creación poética, que tiene en El silencio y sus conjuros un testimonio magistral, un auténtico punto de referencia, por la empresa que acomete y por los resultados que alcanza.
El silencio, como la poesía, son el final de un curso y un punto de partida; ofrecen mutuo testimonio de sí mismos y se complementan. Desde la potencialidad de la manifestación hasta la inefabilidad de la designación, uno y otra se procuran en la obra de Salomón, que traza en verso la imposibilidad de un trayecto posible: "Aquí hay un sueño / del que no se sabe nada", señala, y en ese conocimiento de la ignorancia reside la enunciación, en los cerca de cincuenta poemas que integran el Libro I, donde —como sucede también con el Libro II—, sin la secuencia establecida por el cuaderno, la lectura queda abierta entre los puertos de la portada y el colofón, pasando por el epígrafe de "El tigre" de Eduardo Lizalde, que al señalar "Sé claramente / que hay un inmenso tigre encerrado / en todo esto" parece presagiar que las tarjetas que integran el libro son las estancias donde el lector puede encontrar el diseño en dos tonos de aquel felino que encarna poesía y silencio, y que "sólo tiene zarpas para el que lo espía", como señala Lizalde.
La lectura del mazo despojado de costura o pegamento —y esto vale para ambos libros— tiene y parece procurar la posibilidad del hallazgo, en la independencia de las fichas que albergan los respectivos poemas. Más allá de los títulos o los números, donde los hay, se encuentra en la disposición inicial de las tarjetas la sugerencia de un orden que a fin de cuentas el azar y el capricho pueden quebrantar. Sin un lomo que sujete las páginas a un férreo devenir, sin un folio que asigne un guarismo a la rotundidad perfilada en cada poema, el conjunto de los conjuros incluidos tiende a la dispersión, a la mixtura; a fin de cuentas, cada texto representa una forma del silencio del que todo parte y al que todo concurre.
La mayoría son poemas de breve extensión, con los pocos versos que se pueden contar apenas con los dedos de una mano; varios hacen eco del carácter revelatorio e instantáneo del haikú, sobre todo, el de la escuela de José Juan Tablada: "Sobre los tejados // El sol reposa / manso, / cálido, / suave". Otros aparecen incluso con la rotundidad aforística del verso único: "En la cuna del medio día duerme el sol". Aun cuando algunos de los textos del libro se extienden un poco más, la gran mayoría están en la categoría de los cantos rodados, y se muestran, por lo mismo, como invitación al hallazgo, a que la lectura sea, más que un aprendizaje, un descubrimiento: "Fuego // Caprichoso / en su pasión se consume".
De pronto, como inesperado recurso, aparece la rima aquí y ahí, que, como el juego de palabras —tan propio de la poesía de Salomón Villaseñor—, vienen a ser ínfimas marcas en el guijarro, ya por sí solo contundente y rotundo; así la rima en: "Luna // Hermosa luna llena / en tus pupilas se mira / cuando arde la luna tibia / en tu menguante escondida", y el juego de palabras en: "Pez // En la pecera / duerme el pez-vela / y en su ojo / el sueño se advierte / y se des-vela". A partir de los detalles que capta en los elementos del mundo natural y humano, Salomón traza un recorrido microscópico y lanza una invitación para el lector que asuma este trayecto del detalle captado con el esbozo, que delinea mucho en términos de las aspiraciones expresivas del poeta: "Este árbol no es el bosque, / sin embargo, sin él bosque y paisaje no serían lo mismo".
Entre los poemas en verso que conforman el libro, se encuentra un par de textos en prosa; más propiamente, cuentos breves, francamente geniales y conmovedores ambos, que, al narrar aspectos de la historia de un sitio en particular, cifran con su atmósfera rulfiana la realidad nacional que impactaría en muchos pueblos del país durante la consolidación del régimen posrevolucionario, con sus grandes políticas nacionales, al tiempo que refieren el atavismo de la costumbre y los tabúes de los relatos legendarios, así como la percepción de la realidad a través del peso ancestral de la devoción y la manda —donde el silencio ha encontrado sin duda un nicho muy bien fincado en nuestra cultura. En uno de los relatos, el el embozo de lo nefando se mantiene hasta el fin; en el otro, se detalla el advenimiento de lo indecible, que: "Comenzó como un rumor, poco a poco se fue enredando en las voces ensombreciendo la conversación y los rostros […]". Ambos textos anticipan de algún modo el Libro II del volumen, que refiere "Ese silencio armado de las naciones que silencia a los hombres".
En este segundo atado del volumen aparece un epígrafe de "Luvina" de Juan Rulfo, no menos sugerente y evocador que el del primero: "—[…]Eso, el ruido ese. / —Es el silencio". Y el poemario completo detallará la respuesta, echando mano de un recurso característico también de la poesía de Salomón Villaseñor: la enumeración, que aparece aquí como el vértigo pertinaz que ahonda en la esencia del silencio, con el recuento, en prosa o en estrofas dispuestas en variadas formas. Cada poema y muchos de los versos se desprenden, de forma explícita o implícita, del comienzo "Este/ese silencio…", y la densidad de las advocaciones que el poeta nombra a lo largo del libro son todo menos un catálogo neutro.
El poemario completo es una bitácora honda y desgarrada de los caracteres del silencio, como un rasgo que, procurado o no, aparece como condición de la vida humana, no pocas veces asociada, más que a la furtividad de la dicha —en palabras del poeta—, a la muda sentencia de lo inconfesable: "Ese silencio redondo de los fusiles, albacea de los testaferros, cómplice del crimen". El poeta designa el vasto silencio oceánico en el que la vida humana aparece como una ínsula falaz: "Ese silencio indolente que cuelga de la cuerda floja, brilla en el ojo de la guillotina, duerme en la silla eléctrica, descansa en el lecho senil de la muerte".
El recuento del silencio umbrío pasa en términos estróficos por la forma del poema a caballo entre la prosa y el verso —que, como en los casos referidos arriba, representa los cortes versales con espacios en blanco dispuestos en la composición en prosa—; transita por la convivencia del verso con el signo musical que lo representa en las partituras, y abarca asimismo la representación en verso, tanto la más convencional, como otras formas de disponerlo a lo ancho de la página. En todos estos recursos —salvo, acaso, por la inclusión de los signos musicales—, aparece la búsqueda que Salomón ha emprendido a lo largo de su obra para representar los poemas, que, en conjunto en este caso con la impresión en tarjetas contenidas en mazos y en una caja, apuestan por la evocación y el hallazgo para quien lea.
El poeta refiere así aquel silencio "que crece donde florece la culpa", el que se puede asociar con lo inconfesable, "Ese silencio que enferma la memoria", el que "cruza por los rieles del miedo". Su hondura, que rebasa la dimensión personal, es la de "Ese silencio oculto de la verdad histórica"; "Ese silencio atrapado en la cápsula del tiempo", que aflora y sotierra diversos momentos, tanto del pasado remoto como del inmediato en nuestro país, para revelar su forma en el "silencio oficial de los expedientes inquisitoriales", el mismo "que se muerde la lengua por no morderse la cola", el "de octubre con su plaza ensangrentada", que resuena en el poemario —por decirlo de algún modo— en "Ese silencio taurino con instintos magnicidas", y que es desnudado asombrosamente por el poeta cuando refiere que "Ese silencio de flautista sin niños ni ratones lanza pañuelos al aire en el puerto".
No faltan en el recuento referencias a obras literarias, a personajes históricos y de ficción, a momentos de la historia nacional y de la humanidad que entrañan singulares formas de silencio, infamia y embozo; sin embargo, más que en pos del lugar común y la autoridad culterana, va el poeta tras el silencio mismo y su condición ignominiosa; sabe que nombrarlo será una forma de arrancarle la máscara genérica, para revelar su entraña perversa; que con ello el poema podrá cumplir su aspiración de conjuro, para erradicar con sus voces "Ese silencio de la soberbia disfrazada de humildad", y llegar a ser aquella oración que haga evidente con sus voces "Ese silencio artero de mar picado por la jabalina del rayo".
En El silencio y sus conjuros, la lectura es siempre una revelación: el poema procura la verdad de lo que nombra; más allá laten, en términos poéticos, el mutismo de lo recóndito, "Ese silencio mancillado de los dioses de la palabra", así como el falso pudor de lo encubierto, lo disimulado, en el terreno de la realidad social, "Ese silencio de los dioses del silencio". En ambos campos, el poeta ahonda en el silencio, profundiza en lo que este representa y lo entrega en el poema como invocación y sortilegio en el que nada se puede agregar: "Llueve // En el corazón / algo se humedece". La profusión de las formas de silencio que enumera podría parecer una simple enumeración lúdica; nada más alejado del trabajo del poeta, que —nuevamente citando a Luis Villoro— asume que los "silencios son muchos, y sus significaciones varían al infinito"; así de amplio y diverso es el recuento que acomete Salomón en este volumen.
Como lo he señalado, El silencio y sus conjuros viene a ser un íntimo y desgarrado inventario esencial, cuyas hojas volantes podrían salir de la caja para ofrecer sus invocaciones y exorcismos, pues, como advertía Sor Juana en su Respuesta a sor Filotea, "es necesario ponerle algún breve rótulo para que se entienda lo que se pretende que el silencio diga; y si no, dirá nada el silencio, porque ese es su propio oficio: decir nada". Así procede Salomón Villaseñor en su conjuro ante la nada del silencio, ya con la sutil conformación de un aleteo: "Luciérnagas // La ciudad enciende sus luces / y el bosque también", ya como "Ese silencio colgado de la soga", que de múltiples formas viene a ser "Ese silencio del bien y del mal jugando a las escondidas", "Ese silencio de Babel", con todo lo que implica.
(Quien se interese por un ejemplar de El silencio y sus conjuros puede contactar directamente al autor por correo electrónico: villamar_aguafuerte@yahoo.es)