Muestra poética de este poeta chiapaneco, quien estudió matemáticas y dedica gran parte de su tiempo y energía a la gestión y la promoción culturales.
José Natarén
En medio del vacío. Poemas
En medio del vacío
en pozo estéril
yerto me descubro
yerma es mi casa, hostil mi corazón.
Vislumbro el instante
espejo abierto a vaticinios.
Imagen del relámpago, resuena
ya cimbra el horizonte
el cínico silbido, el pájaro de luz
eriza la retina
erizada pupila mineral
substancia amarga agita la memoria.
Mientras la luz se agota en mi garganta
alguien devuelve el aire contra el viento.
Alguien nos observa. Alguien
no respira
mientras leo.
Levanto la quijada del mundo
manotazo contra el tiempo y el olvido.
Abofeteo la imagen de mis manos.
Callo hasta los puños.
Ni la bandera de la angustia a media asta me consuela.
Me sumerjo en el frío de la furia,
y mi voz
traspasa los costados del vacío:
El fin de los deseos al fin sucede.
Crucificado vuelvo al lecho entre la bruma
y duermo con la llaga en la garganta.
Cicatriza el silencio hasta el espejo.
Muy lento, a lo lejos, navega el horizonte
Indestructible
Hacia lo oscuro, laceradamente eterno.
Si de pronto la realidad
con su flagelo de fuego
entre la brisa me golpeara,
y si una multitud de ciegas voces
corriera en la embriaguez del fin del mundo,
si me hallara en mi bastión de gozo,
si ahora estuviera de pie y ojivendado
-frente a legiones de bestias sin rostro-
si viniera a desollarme la blasfemia
del retorno y me absuelven.
Si -en esta telaraña del sueño-
de pronto despertara
y no hubiera más que luz
a punto de brotar de mi garganta.
Pero estoy entre altísimas tenazas
de la noche y recibo la primera
bofetada, el fulgor:
Si no odias el fracaso tú,
lo odiará, el que sobreviva.
¿Por qué nunca amanece?
Aquí
en la hendidura amarga que es mi casa,
celda donde todo hiere.
Aquí
el mundo: vasto lecho,
ya no basta en el sitio de la sílaba lustral.
Aquí
en el límite del mundo, el Silencio
sucumbe ante el silencio.
Nadie puede respirar la Luz.
Jamás.
Como antes, tampoco. Como era, en el Principio.
La fábula del mundo cesa:
Desde la muerte,
embriaga el canto al hombre.
Canta la hechicera y su canción embruja.
Canta el canto mismo de los cuervos mismos:
la rosa torna cuervo al ruiseñor.
Rosa del silente que se calla en cada rosa,
rosa del encuentro que se encuentra en cada rosa.
La virgen bruja, madre de las horas
―marea de luz, fulgor en oro vuelto―
engendra átomos, soles de vacío.
Ella canta y su voz
revierte la espesura de las eras.
Atranca de los días el fastidio,
culebra entre la bruma,
lumbre entre tronido de metales.
Ella canta.
Desde la aljaba de sus ojos, veo
―arrebol del arrecife― la marea:
leche, miel, vino: el agua
mana gotas de sal sobre mi rostro.
Ella canta y yo respondo:
seamos polvo, sonoro barro
en la ventana del cautivo,
vaho: incienso en el altar de los prodigios.
Ella canta.
Sea el sol, sea la fuga antes que salga el dios de su escondite.
Sea luz erguida o postrada en las naves del exilio.
Sea luz para los ciegos y sea ella el ojo mismo.
Dirija esta sinfonía de colores que le anuncia
Dirija de los mundos la deriva y al cielo cimbre en su descenso.
Llévenos con ella.
Buscamos nuestro rostro sombrío por el mundo.
Buscamos la mano que cincele con la luz nuestro epitafio.
Buscamos el sentido de la historia: desdibujar la cifra de la barbarie.
Buscamos signos, prodigios, presagios de tregua.
Mas
no basta conocer el sitio donde nace el primer hombre.
No basta conocer la entraña del sol
o saltar sobre la espalda de la noche.
No basta el desconcierto por los crímenes celestes.
No basta la canción que anuncia el despertar del día.
No vuelva a verse más la insignia: la rosa escapa de la muerte,
la rosa se consume en el espacio más extenso de la noche
y cierra el paso al nuevo día.
El día con sus miles de batallas.
La noche con su máscara de guerra.
No vuelva más la voz: se ahogue todo nombre
hasta desaparecer en la búsqueda del sueño.
Al fin se abisma todo
hasta el nadir.
En la noche, caudal
amargo, naufragamos.
Repróchase el alba.
Insomnio trémulo, voraz olvido
reflejo intenso en el cristal de la memoria
nos deslumbra.
Mas nadie más beba del odre de la muerte.
Nunca más.
Aunque no principia la batalla
descansa el corazón,
en calma se calcina el universo.
José Natarén
Estudió física y matemáticas en la Universidad Autónoma de Chiapas. Ha trabajado en proyectos de investigación documental de carácter literario y filosófico. Colaboró con el sistema Chiapaneco de Radio y Televisión de 2006 a 2012, y desde 2017, con la Radio de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, a través del programa musical Reconexión Sónica. Ha publicado diversas reseñas de libros en diario de circulación local. Como difusor cultural ha gestionado y organizado recitales y encuentros literarios. En la actualidad se desempeña como promotor cultural en el Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura, fungiendo como coordinador de la Feria del Libro de Tuxtla Gutiérrez.