Miguel Filipe Mochila (Portugal, 1988) es autor de dos poemarios:Tempo da Impaciência (Ed. Artefacto, 2015) y Com a Língua nos Dentes (Ed. Artefacto, 2019). Tradujo al portugués obras de escritores ibéricos e iberoamericanos como Rubén Darío, Marosa di Giorgio, Nicanor Parra, Roberto Arlt, Silvina Ocampo, Julio Cortázar, Ernesto Sabato, Adolfo Bioy Casares, Juan José Saer, Juan José Arreola, César Aira, Luis Cernuda, Blas de Otero, Claudio Rodríguez, Ángel González, Joan Margarit, Javier Marías o Manuel Vilas. Doctor en Literatura e investigador en Estudios Ibéricos e Iberoamericanos, es profesor en la Universidad de Puerto Rico.
ALMA
Miguel Filipe Mochila
En el jardín no hay ni un alma, la luz confusa
por los parterres va perdiendo ya sus pieles
parece que mis pies entre las cosas
y sombras se están enredando: a tropiezos
la tarde ahora se muere y la noche bruta
va a darme lo mucho que pueda dolerme
de pronto yo a trote canturreara
al tiempo lento al imposible tiempo
para saborear después lo que me sana:
robarles a los bichos sus silbos ponientes
y verdes de las hojas, aullidos verdes
que en versos siempre yo por fin frustrara
en la poda que me inculca la lengua estúpida
pero en las entrañas de los tallos calcinada
memoria hay de la luz: la mierda un día
viéndola cierta codició, y de la hoja
sería el fino flujo, haz de la flora
el claro ojo que un cigarro ofusca
al ser cualquiera el taciturno
paso humillándole tal vez, o tal vez yéndose
al otro lado a ver quizás ya siempre vistas
las mismas cosas ya por siempre vistas
en los inventarios de la nada, y para siempre…
mientras rotundo se siente un sollozar de aguas
y pronto el cielo alto, insoportablemente altas
cópulas de estrellas flirteando en lo oscuro
y de mí hacia ellas sobre todo
aviones oscuros, el humo oscuro
que al no poder yo casi verlas las dijera
y bailaran en otras aguas luego enteras
y al decirlas fueran otras de repente
estrellas y sombras y yo: luz comenzada
un reborde de pájaros sonroja
del muro aún un rastro y sobre el blanco
ya miro ahora el ocre que el opaco
de la piedra sobre piedra va sangrando
del cielo un rubor se anima y ya se busca
del mar abiertas venas en que mete
el sol salado, la musa absurda
que la muda lengua dura aún apetece
y la convulsa musa late y luego viene
a esta orilla locas cosas a cantar:
empiezo a escribir mucho más alto
hablo sólo por sujetar lo que no hallo
paso la lengua por los labios la lengua estúpida
y la realidad me sabe mal: siento la roña
en la música de un puerto retorcido
terrazas lívidas se van ya por las muertas
horas flacas evadiendo
en medio de las sombras se hunden muelles
siempre gentes indigentes van de paso
asfixiando auroras: con sus puños
con sus mismos blandos cascos flacos
en la carne insípida escondidos, en penosas
conversaciones siempre trenzan harta prosa
y arte ninguno, y un cuerpo aún me aploma
–pero dónde– del que yo dijera:
que fuera el mío y que desde la ensenada
mirara algo en el cielo, detenido,
que me viera a mí también, bombardeado
por el silencio que hay en el cielo, y si por ella
visitado pues yo juro que me La pensaba
a Ella solamente, y en dónde me soltara
de estar ya floja en mí mi propia alma
allí me curtiera yo la piel oscura
y de frustrarla tanto en mí por fin ya fuera
en mí por fin llegado: cerca gruñe
un bando de pájaros jodidos
en jardines cerrados para obras
jardineros de parterres, uñas sucias
sobras de cerveza sucia por los prados
y un puñado de viejos enamorados
del tiempo lento del imposible tiempo
con sus ojos marchitos, ojos lasos
trocándose pequeños brazos vagos
que aún apenas a duras penas
adornan los sutiles espantapájaros
bailando un poco arriba sólo un poco
del lugar donde la bestia ya husmea el corazón
ALMA
No jardim não há vivalma, a luz avulsa
pelos canteiros vai largando as suas peles
parece que se me vão os pés por entre coisas
e sombras enredando: já aos tropeços
a tarde vai caindo e a noite à bruta
doar-me vai do muito que doer-me
súbito eu a trote o trauteasse
digo ao tempo lento ao impossível tempo
para saborear depois o que me sara:
furtar dos bichos assobios poentes
e verdes das folhas, ganidos verdes
que em versos sempre em mim frustrados fossem
pela poda que me inculca a língua burra
mas nas entranhas dos caules calcinada
ainda há memória duma luz que a merda um dia
em vê-la vera cobiçou, até ser da folha
o fino fluxo até ser da flora o feixe
e o límpido olho que um cigarro ofusca
em sendo qualquer um o taciturno
passo humilhando-o talvez e talvez indo-se
quem sabe se ver já vistas da outra margem
as mesmas coisas já de sempre vistas
nos inventários do nada, e para sempre…
nisso redondo se ouve o soluçar das águas
e eis que ao alto o céu e insuportavelmente altas
cópulas de estrelas a flartar no escuro
e de mim a elas sobre tudo
aviões soturnos, fumos soturnos
de não poder já quase eu vê-las as dissesse
e inteiras só dançassem em outras águas
e dizendo-as fossem outras de repente
as estrelas sombras eu luz principiada
nisto um debrum de aves logo cora
do muro ainda um resto e sobre o branco
fito agora o ocre que no baço
da pedra sobre pedra vai sangrando
do céu um rubor recrudesce e já perscruta
do mar abertas veias por que mete
o sol salgado, a musa absurda
que muda a língua tusa ainda apetece
e convulsa a musa gane e depois desce
a esta margem loucas coisas vem cantar:
começo pois a escrever muito mais alto
falo só para prender o que me falto
passo a língua pelos lábios a língua burra
e o real sabe-me mal: ele há ferrugem
na música de um porto arrefecido
onde esguias se vão esplanadas lívidas
pelas mortas horas encardindo
em meio das sombras cambam molhes
sempre gentes indigentes de passagem
esganando auroras vão: aos próprios punhos
aos seus próprios gastos cascos moles
em carne insípida metidos, com penosas
conversas sempre fiam farta prosa
e arte nenhuma, e alhures um corpo
ainda me pesa, de que eu dissesse:
que fosse o meu, na enseada
fitando alguma coisa ao céu parada
que me fitasse a mim também, bombardeado
pelo silêncio que há no céu, e se por ela
visitado eu A juro que pensara
a Ela apenas e onde então largasse
de me ficar já larga em mim a alma
aí me curtiria enfim a pele às escuras
e de tanto falhá-la em mim seria
de mim em fim caído: já perto rosna
um bando de pássaros fodidos
em jardins fechados para obras
jardineiros de canteiros, unhas russas
restos de cerveja suja pelos prados
e um punhado de velhos namorados
pelo tempo lento o impossível tempo
com olhos vazados, os olhos mirrados
por miúdos trocando braços lassos
que ainda a cuspo muito a custo
adornam subtilíssimos espantalhos
dançando um pouco acima só um pouco
do lugar onde a besta já fareja o coração