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"El ruiseñor de Alfeo", de Luis Vicente de Aguinaga

luis-vicente-de-aguinagaCarlos Ulises Mata nos aproxima a la obra de Luis Vicente de Aguinaga en torno a la figura y la obra del nunca terminado de estudiar Ramón López Velarde, quien con su breve obra y vida dio mucho de qué escribir.

 

 

 

EL BÚHO, LA PALOMA, Y EL RUISEÑOR QUE CON SU CANTO SUSPENDE EL TIEMPO

Carlos Ulises Mata

Falso comienzo del comentario

La anécdota es conocida pero me sirve recordarla aquí. Invitado Juan García Ponce a una mesa redonda de homenaje a Gilberto Owen en la que participaban también Guillermo Sheridan y Tomás Segovia, al llegar su turno de hablar tomó una decisión insólita y aleccionadora: en lugar de leer las cuartillas que había preparado, se puso a recitar de memoria una estrofa de "Sindbad el varado" y al terminar guardó silencio. Preguntado por el moderador, y más tarde por personas del público si tenía algo que añadir o qué opinaba de cierto asunto, García Ponce respondió recitando hasta tres veces la misma estrofa y no añadió una sola palabra que no fuera del propio Gilberto Owen.

Considerándola como la mejor presentación imaginable de El ruiseñor de Alfeo, de Luis Vicente de Aguinaga (Instituto Cultural de Aguascalientes, 2021), tuve la tentación de seguir el ejemplo de García Ponce y ocupar estas líneas en transcribir o glosar las dos hermosas páginas de la "Nota de presentación" de David Huerta, resumen impecable del orden y el contenido del libro, caracterización inmejorable de los procedimientos, la voz, el estilo y "la versátil disciplina" de su autor, además de cabal ponderación de su significado. Luego caí en la cuenta que esa lectura repetida —de la nota y del libro— cualquiera podrá hacerla por su cuenta, y me resigné a preparar los párrafos siguientes, que poco añaden a lo que hallarán en sus páginas quienes se entreguen a esa feliz tarea.

 

Esbozo de localización

Las universidades en general, y los departamentos de Letras en particular, son entidades que, en buena parte de los casos, dan forma fija e inmovilizan a quienes los integran. Luis Vicente de Aguinaga ha estado vinculado a tales entidades desde hace treinta años y, sin embargo, no ha adoptado formas convenidas o convenientes, seguido modas viejas o nuevas, cambiado su modo apasionado de leer y de relacionarse con los poemas, los libros, la tradición y las personas con quienes tiene afinidad.

Incluso al contrario, la Universidad y sus tareas docentes y de investigación han sido para Luis un espacio casi diría que idóneo para el desenvolvimiento y la afinación de un rigor analítico, una intuición analógica y una facultad comprensiva descomunales al parecer innatas en él. Tan es así que, desde mi punto de vista, Luis resta valor a la generalización muy difundida que asocia al investigador literario con el impasible productor de escritos farragosos útiles para aumentar la categoría en el SNI y que nadie lee. Lejos de eso, desde la academia él ha escrito una decena de libros originales, rigurosos y, ante todo, de provechosa y placentera lectura, pienso en los tres que ha dedicado a Juan Goytisolo, y en sus cuatro anteriores a éste: De la intimidad (FCE, 2016), La luz dentro del ojo (UdeG, 2018), Puesto de observación (UG, 2020) y La esfera del reloj (UAQro2021).

El ruiseñor de Alfeo es la afortunada prolongación de un recorrido crítico que comenzó hace 33 años en la revista juvenil "La migala", y se ha visto en todo momento animado (lo dice David Huerta en la nota de presentación) por "la sagacidad intelectual y el placer del texto". Y por un rasgo más presente en sus ensayos y también en sus poemas: la búsqueda de sí mismo.

 

Del error como apertura de nuevas perspectivas

Más que meramente extraño, resulta en verdad extraordinario que dos críticos de la estatura y la solvencia de José Luis Martínez y Alfonso García Morales, con una diferencia de casi un cuarto de siglo, se hayan enfrentado sin resultados favorables al desciframiento de uno de los incontables misterios que persisten en la obra de Ramón López Velarde.

Martínez en su edición velardeana de 1990 y el sevillano en la propia publicada en 2016, al comentar un verso del poema "Idolatría" ("y en que se instruye el ruiseñor de Alfeo") llegaron cada cual a proponer explicaciones que notoriamente les había sido arduo elaborar, y que se parecían en un punto. Martínez dictaminó que se trataba de "una broma o un disparate de López Velarde", pues ningún ruiseñor aparece "en ninguna de las versiones de la leyenda del río Alfeo", ni ningún ruiseñor con ese apelativo corresponde al "nombre literario de un poeta o un cantante". A su vez, y sin desmentir a Martínez, García Morales concluyó que probablemente estuviéramos "ante una errata de imprenta o un error del propio López Velarde".

Y ahí el punto común: llegados al límite de sus conocimientos e intuiciones, ambos estudiosos hicieron recaer en López Velarde —en su talante caprichoso, su dudosa erudición o su descuido— la responsabilidad de no haber llegado ellos a una solución satisfactoria.

En esas estábamos cuando el jueves 10 de junio de este 2021 Luis Vicente de Aguinaga tomó la palabra en una de las mesas velardeanas organizadas por el Colegio Nacional. En quince minutos y cinco páginas, las que componen el ensayo que da nombre al libro, "El ruiseñor de Alfeo", De Aguinaga desenlazó un nudo que llevaba atado incluso más que las tres décadas durante las cuales Martínez y García Morales se afanaron en desatarlo, al tratarse de un asunto al que nadie en un siglo de crítica sobre el zacatecano se había referido.

Decir que Luis resolvió el punto en quince minutos acaso sugiera que la tarea fue sencilla, y no es así: ocurre que nuestro crítico concentró en cinco páginas perfectas años de minucioso estudio de la literatura mexicana y mundial y una decena de fuentes bibliográficas poco atendidas, servidos ambos por una afilada memoria capaz de prender en una misma punta los Estudios poéticos de Menéndez Pelayo, las traducciones de Galán Vioque de la Antología Palatina, un apunte del sabio Ernst Robert Curtius y, sobre todo, cuatro artículos de Manuel Gutiérrez Nájera dispersos en sus oceánicas obras completas, y un pasaje de la biografía de Sor Juana escrita por Amado Nervo, cubriendo en ese recorrido un arco temporal de 2 mil años.

En "Purgatorio íntimo", otro de los ensayos del libro, De Aguinaga nos cuenta el curioso desliz cometido por él mismo al citar en un libro suyo de 2016, un verso de López Velarde no con el adjetivo que Ramón puso en él ("ínfimo"), sino con otro muy similar que resultaba más apropiado al argumento desarrollado por Luis en aquel libro ("íntimo"). Más que un intento de disculpa tardía, el también breve texto es un repaso vertiginoso por 17 libros, revistas y antologías en que ese poema se incluye, 13 en las que aparece el adjetivo original, 4 en las que se lee el errado usado por él en 2016; y es además el vehículo para obtener de su embrollo una lección: su error importa "por su significado, no por su origen".

Sin modificar las palabras que la expresan, esa misma lección planea con sutileza sobre los que podríamos llamar "ensayos de rectificación" contenidos en El ruiseñor de Alfeo, que a mi juicio son casi todos, pero sobre todo ocho: el que da cuenta de los errores concurrentes de Martínez y García Morales; "Purgatorio íntimo"; "El cortejo pagano"; "La rima y el olfato", "Nueve párrafos por una coma", los dos dedicados al escándalo escalantino del falso inédito de Ramón y, a su manera, "López Velarde sin rima".

Los llamo ensayos de rectificación con cautela, pues en esos ensayos y en diversos pasajes de los restantes seis del libro, De Aguinaga despliega una valiosa actividad crítica que no es sin embargo la del gendarme regañón ni la del fiscal satisfecho e irónico, sino la del sabio, la del maestro amable que pone las cosas en su lugar y, sobre todo, las dota de un nuevo movimiento y las inscribe en una perspectiva más tentadora de recorrer, para empezar porque es más compleja y más ancha.

¿Qué quiero decir? Que resulta inestimable saber, gracias a los ensayos de Luis Vicente, que López Velarde ni erró ni incurrió en disparate al recrear en "Idolatría" la antigua leyenda europea del monje Alfeo, quien quedó extático durante un siglo al escuchar a un ruiseñor. Saber también que una potente inercia crítica, conforme con tildar a López Velarde de católico tradicional, ha impedido profundizar en el estudio de su heterodoxia religiosa y sus repetidas conexiones con el vocabulario, los supuestos y las imantaciones del paganismo dionisiaco. Enterarnos que el verso famoso en que Ramón parece disculparse por haber sido apenas, al conocer a Fuensanta, un "seminarista / sin Baudelaire, sin rima y sin olfato", en realidad trasluce una cita de "Le soleil", poema de Las flores del mal. Descubrir que un poema esencial como "Mi corazón se amerita" ha sido alterado en su puntuación desde su primera aparición no cuidada por su autor y hasta la fecha. Y, al fin, notar que, aunque nadie lo diga, poemas importantes de López Velarde de distintas épocas, escenifican en la poesía mexicana "la transición del verso medido y rimado al verso libre".

Recapitulo: cada uno de esos actos de esclarecimiento y superación de un "error" (pongo el término entre comillas) es inapreciable y se inscribe en el saldo crítico velardeano, pero su resonancia justa no se desprende de quienes se han visto rebatidos, sino, como arriba se dijo, de su significado, en este caso, de las perspectivas que se inauguran al señalarlos.

De manera similar, en los tres ensayos largos del libro —"El búho y la paloma", "López Velarde imaginario" y "La suave Patria centenaria", el de intención más enciclopédica y didáctica, en la más honrosa acepción de esos adjetivos—, Luis Vicente no se conforma con enderezar entuertos conceptuales y de comprensión, sino que deja aquí y allá apuntes deslumbrantes y observaciones que podrían detonar la escritura de tesis y artículos. Doy como ejemplo sólo algunos de los subrayados que hice al leer "La suave Patria centenaria": la provincia como invención característica de quienes soñaron fundar el criollismo artístico; la alternancia femenina y masculina de los interlocutores del poeta en el gran poema cívico; la presencia secreta de la mortalidad en el verso "el santo olor de la panadería", imagen a primera vista generativa y de vitalidad; la aparición de una imagen de "Caro Victrix", de Efrén Rebolledo, en el tramo final del poema; la condición modular (y medular) de la estrofa dística en su arquitectura; la intención cumplida del poema como testamento de reconciliación.
Vistas así las cosas, ya puede decirse que la de Luis Vicente no es una tarea correctiva sino de ordenamiento del paisaje, de eliminación de los aspectos accesorios o confusos que complican un asunto y entorpecen su comprensión. En palabras de David: practicar por escrito el arte de la "lucidez que organiza".

 

Final alegórico y sonoro

En un pasaje del libro, De Aguinaga observa que "ningún poeta mexicano ha recibido tantos homenajes de sus colegas como López Velarde, trátese de sus mayores, de sus compañeros de generación, de poetas más jóvenes o incluso de autores que nacieron ya ocurrida la muerte del jerezano".

Con El ruiseñor de Alfeo, y aun antes con De la intimidad y los numerosos ensayos suyos elaborados en tres décadas en los que López Velarde asoma su sombrero mágico, Luis Vicente de Aguinaga se incorpora a esa centenaria escuela de veneración puesta por escrito, hilo de púrpura que va de González Martínez a Tablada, de Rafael López a Fernández Mac Gregor, de Gorostiza a Noyola Vázquez y de Zaid, Octavio Paz, Canfield, Pacheco y Campos a Lumbreras, Fernando Fernández y él mismo.

Sin embargo, De Aguinaga no es un devoto que se confunda con el resto, aun con lo nutrido de la procesión: es un poeta sensible e informado entre los que más, que se esclarece a sí mismo al "leer por escrito" a Ramón y añade rasgos que llevan su huella inconfundible a una tradición luminosa. Es, en el desfile eminente que esa tribu describe y en palabras de David Huerta, "una especie de estrella polar, señal para orientarnos y revisar el camino andado".

 

Una versión de este texto se leyó el 25 de noviembre de 2021 en la presentación de El ruiseñor de Alfeo (Instituto Cultural de Aguascalientes, 2021), como parte de las actividades de la 53ª Feria del Libro de Aguascalientes.