Luis María Marina, poeta, diplomático y traductor, esboza un panorama sobre el boom del fenómeno Pessoa y sus repercusiones editoriales en el mundo de habla hispana al tiempo que comparte su experiencia traduciendo al autor de múltiples nombres.
Traducir (a) Pessoa
por Luis María Marina
Al que conoce Portugal y ha tenido la suerte de habitar los promontorios de Lisboa cuando estos no eran aún el hervidero en que se convirtieron en los últimos años previos a la pandemia, sino el mismo lugar calmo y apartado que el propio Pessoa describiera en su deliciosa guía de la ciudad –Lisboa: O que o turista deve ver– no puede dejarle de sorprender la expansión acelerada del universo Pessoa a lo largo de las últimas décadas. Y contemplo aquí dos dimensiones de este fenómeno: la exterior, es decir, la ascensión de Pessoa al estatuto de icono de la ciudad, a cuyo santuario de la consabida estatua sedente frente al café A Brasileira procesionaban diariamente miles de turistas con el único propósito de fotografiarse al lado del poeta que nunca antes habían leído, ni por supuesto leerían como resultado de la modesta epifanía. Pero también me refiero a otra dimensión menos superficial, cual es la proliferación exponencial de ediciones, estudios académicos y traducciones de la obra de Pessoa, dentro y fuera de las fronteras lusas.
Así, por ejemplo, si hablamos de la bibliografía activa, y sin ánimo exhaustivo, al menos cuatro de las principales editoriales literarias portuguesas (la histórica Ática -desafortunadamente ya extinta-, Assírio & Alvim, Imprensa Nacional y Tinta-da-China) han mantenido en las últimas décadas proyectos de edición de la obra pessoana que aspiraban (o aspiran aún) a ofrecer al lector portugués lo que en casi cualquier otro escritor serían unas "obras completas" (concepto este último que, cuando aplicado a Pessoa roza la categoría de oxímoron). Pero este "boom Pessoa" (la expresión es de Antonio Sáez Delgado, uno de los más lúcidos estudiosos de la literatura portuguesa entre nosotros) no es exclusivo de su propio país. En España, el mío, varias editoriales -contadas de nuevo, entre las más prestigiosas, como Pre-textos y Abada-, llevan adelante de manera paralela sendos proyectos de traducción de amplio aliento que vienen a sumarse a la extensa lista de versiones al castellano y a otras lenguas peninsulares publicadas a lo largo de las últimas décadas por editoriales de todo tipo y dimensión. Un boom de traducciones que no conoce parangón en ningún otro poeta y que ha desbordado ya los límites de lo estrictamente literario para alcanzar a otras manifestaciones culturales (exposiciones, obras de teatro, etc.) que tienen al escritor luso y su obra como propósito -o excusa. Y que, desde luego, no se agota en España. De entre los países hispanoamericanos, Argentina, México y más recientemente Colombia cuentan ya con un número significativo de traducciones locales (y varias de ellas excelentes) del poeta portugués.
Este desmesurado crecimiento de las fuentes pessoanas -producto de los hallazgos del famoso y pareciera que inagotable espólio, pero no sólo, sino también de otros factores relacionados con políticas editoriales- se corresponde con un también extraordinario desarrollo de la bibliografía pasiva, en particular la académica. Para el que se enfrenta hoy a la obra de Pessoa con el propósito de decir algo sobre ella, es difícil evitar la sensación de que todo lo que tiene ver con Pessoa ya ha sido pensado y escrito con mayor o menor fortuna (una sensación por cierto, muy similar a la que Fernando del Paso describe en las páginas iniciales de su delicioso Viaje alrededor de El Quijote, de donde quizás cabría deducir que ese que podríamos llamar "desasosiego crítico" es uno de los efectos que el clásico ejerce sobre el crítico -o el traductor).
Hace unos pocos años la revista "Pessoa Plural", editada por la Universidad estadounidense de Brown, dedicó un número monográfico, coordinado por Sáez Delgado, a la recepción de la obra de Pessoa en varios países del mundo, incluyendo seis de la región iberoamericana. Del mismo (cuya lectura recomiendo a cualquiera con interés en este asunto) me interesan ahora las conclusiones que apuntan Mario Cámara y el propio Sáez Delgado en sus respectivos estudios acerca de la fortuna editorial de Pessoa en Argentina y España. Cámara señala: "su centralidad y su prestigio iniciales no han hecho más que acrecentarse, y los modos en que ha sido interpretado no dejan de sumar nuevas facetas, literarias, filosóficas, y hasta religiosas, que amenazan con ser infinitas". Y a una conclusión no demasiado alejada en su ambivalencia llega Sáez Delgado en ese mismo número su estudio sobre lo que llama "el siglo Pessoa en España": "A partir de aquí, con una oferta editorial tan importante como la existente en España en todo cuanto a Pessoa se refiere, probablemente será necesario reevaluar y redefinir periódicamente los criterios de calidad que harán, sin duda, ir decantando con el paso del tiempo ediciones y traducciones, hasta constituir un perfil más exacto, aunque siempre mutable e inabarcable, del autor de los heterónimos".
Esa más o menos velada incomodidad (de "amenaza" habla Cámara; "reevaluar y redefinir" pide Sáez Delgado) no hace sino poner de manifiesto cierto desasosiego frente al fenómeno descrito, el boom. Y es que la consagración universal de Pessoa no por fehaciente e incontestable resulta menos paradójica. Paradójica en el autor que, aunque sabía que el Tajo llevaba al mundo, siempre prefirió "o rio que corre pela minha aldeia"; recordemos el poema XX de O guardador de rebanhos: "O Tejo desce de Espanha/ E o Tejo entra no mar em Portugal./ Toda a gente sabe isso./ Mas poucos sabem qual é o rio da minha aldeia/ E para onde ele vai/ E donde ele vem./ E por isso, porque pertence a menos gente,/ É mais livre e maior o rio da minha aldeia." Paradójica en el autor que se veía a sí mismo como un "ovillo devanado del lado de dentro": recordemos que Álvaro de Campos escribe en sus Notas para a recordação do meu mestre Caeiro: "O meu mestre Caeiro não era um pagão: era o paganismo. O Ricardo Reis é um pagão, o António Mora é um pagão, eu sou um pagão; o próprio Fernando Pessoa seria um pagão, se não fosse um novelo embrulhado para o lado de dentro". Paradójica, en fin, en un poeta al que Rodolfo Alonso vio "gran poeta distante, multifacético, exigente y oculto". Que ese poeta ocupe hoy un lugar de privilegio en el canon de la literatura occidental, por más que entendamos que es producto de su obra, única y definitiva, nos desasosiega, es uno más de los misterios y equívocos, una más de las contradicciones de una obra en la que la contradicción, el equívoco y el misterio son señas de identidad.
A esta peculiar versión pessoana de la angustia de las influencias que describiera Harold Bloom (peculiar porque la "inundación de los precursores" a que hace referencia el profesor de Yale englobando a toda la tradición de la literatura occidental se concentra en este caso en un solo autor); esa angustia que es la misma que nombra con las palabras siempre certeras del poema el venezolano Eugenio Montejo, cuando en su conocido poema "La estatua de Pessoa", escribe: "La estatua de Pessoa nos pesa mucho/ hay que llevarla despacio".
Las revueltas de este largo excurso introductorio suenan a disculpa, y lo son. Pero con las palabras de Montejo llego ya a aquello que desde el principio he querido transmitir: la confesión de una incapacidad. La mía para acometer hasta hoy lo inabarcable, aquello que me supera y desborda, como ningún otro poeta portugués. Para el traductor de poesía portuguesa que soy, Pessoa es una ausencia, una necesidad insatisfecha, un deseo no realizado, la cumbre que espero asaltar un día. Cuando, hace algunos años, me encargaron preparar una antología de poesía portuguesa del siglo XX, durante mucho tiempo estuve tentado de no incluir a Pessoa. Y no porque Pessoa no sea un autor portugués (bien al contrario, no hay, ya lo dijo Casais Monteiro, poeta más portugués y más universal que Pessoa), sino porque en medio de cualquier antología, incluso como motor de ese seculo de ouro de la poesía lusa que fue el siglo pasado, Pessoa es un cuerpo extraño, excéntrico, extemporáneo. Si, ya como lector, su poesía me coloca siempre frente a los límites de lo decible, como traductor aún solo he podido formular unas cuantas preguntas, sin hallar ninguna respuesta: ¿cómo se antologa una galaxia? ¿cómo se resume lo infinito? ¿cómo se extracta aquello que no puede reproducirse o volver a ser dicho? Al final, porque la otra solución me parecía aún más insatisfactoria, decidí incluir una veintena de poemas, que vistos ahora desde la distancia, no hacen sino subrayar mi incapacidad y su ausencia. Aunque, por otra parte, no son sino una manera de empezar a andar, con todo el peso de la estatua de Pessoa sobre los hombros.
Sigo hablando de mí, y en el plano más subjetivo posible. Al traductor, la poesía de Pessoa le deja aterido, desvalido, sin recursos emocionales (un aterimiento parecido al que Ortega dice sentir frente a ciertos cuadros de Velázquez, y frente al que de poco valen los aparatos filológicos y críticos, por voluminosos que estos sean). Los traductores, perdón una vez más por la generalización, estamos llenos de supersticiones. Entre las mías, cuento dos: una es hacerme con las primeras ediciones de todos los libros del poeta que me propongo traducir (por suerte, todos son contemporáneos nuestros, y aún no me ha dado por traducir a los poetas quinhentistas). La taumaturgia de ver, hojear y tocar esos libros construye un vínculo tan irracional como para mí necesario con aquel de cuyas palabras quiero apropiarme. Otra de las tareas que preceden en mi caso a la traducción es la lectura, amén de las posibles traducciones previas al castellano u otras lenguas, de la máxima cantidad posible de bibliografía pasiva sobre el poeta. Sobre decir que, frente a Pessoa, estas supersticiones devienen bien un imposible bien directamente una trampa, que reclamaría no ya especialistas, sino auténticos sacerdotes, dedicados toda su vida a bucear en el océano de versiones en portugués, traducciones a infinitas lenguas, estudios de todo tipo sobre aspectos de su vida y obra.
Frente a la encrucijada, supongo que el camino pasa por seguir el adagio latino: solvitur ambulando, se resuelve andando -al que, por otra parte, en algún momento siempre se ve compelido el traductor. Pero como, para mí, el momento aún no ha llegado, me conformo con la otra tarea que nos compete a las sucesivas generaciones, y a la que de manera indirecta apuntan Cámara y Sáez Delgado en sus párrafos antes transcritos. Me refiero a la tarea de seguir leyendo lo que ya está tantas veces traducido, y tratar de seguir entendiendo, esto es, actualizando la obra de Pessoa. En este sentido, pensaba también en la trascendencia de otro tipo de recepción, más sutil, y quizás más difícil de reconstruir con las herramientas de la academia. Me parece significativa la ausencia de Venezuela entre los países considerados por el número monográfico sobre la recepción de Pessoa que antes cité. Puede que Venezuela no tradujese tempranamente a Pessoa, ¿pero acaso se podrá negar el influjo del portugués sobre dos de los poetas más definitivos de nuestra lengua y nuestro tiempo, Eugenio Montejo y Rafael Cadenas? ¿Acaso no es esa conversión de la materia pessoana en palabra de Montejo y Cadenas el síntoma más claro de recepción, de que un poeta ha sido leído, digerido e incorporado al propio aliento?
En esa tarea, la de seguir leyendo a Pessoa, no faltan aliados. Si decantamos entre la hojarasca, algunos nombres siguen siempre atravesando el tamiz, continúan siendo esenciales para entender. Seguir leyendo a Pessoa es también seguir leyendo a Octavio Paz, a Ángel Crespo, a Jorge de Sena, a Eduardo Lourenço. Para, con ellos, continuar el desbroce de la galaxia pessoana, lo suficientemente amplia como para que, sin renunciar a recorrerla entera, cada uno elija el rincón donde prefiere habitar. Puede ser el futurismo paradójicamente moroso de Álvaro de Campos (reemplazado en sus odas el bólido de carreras de Marinetti por un navío que entra en puerto, cortando lentamente la superficie del agua —por eso su fugacidad, a diferencia de la de aquel, es eterna); o el simbolismo extemporáneo y bucólico de Ricardo Reis (que en la hipérbaton latina halla la clave secreta de toda la poesía contemporánea); o el mesianismo a ratos oscurantista del Pessoa ortónimo, re-creador del mundo camoniano y de las grandes fantasías que desde siempre habitan el alma lusa —mucho más quijotesca en esto que la castellana. Confieso que ninguno de ellos me emociona, sin embargo, como Alberto Caeiro, a quien, en el drama-em-gente corresponde la jerarquía del maestro sobre los discípulos, la guía del pastor sobre su rebaño, el influjo del sol —así lo dirá Paz— sobre los planetas que a su alrededor giran. Profeta simple, la clarividencia de Caeiro se expresa sin otros artificios que los propios de la existencia, y es en su palabra sencilla donde se verifica, con mayor intensidad, la restauración del vínculo entre el hombre y lo trascendente, divisa de esa empresa entre genio y locura que llamamos Fernando Pessoa: "El único misterio es que haya quien piense en el misterio".
Luis María Marina (Cáceres, 1978) es licenciado en Derecho y diplomático de carrera. Ha ocupado puestos en las Embajadas de España en México (2006-2010), Lisboa (2010-2015) y Túnez (2017-2019). Actualmente es Consejero Cultural de la Embajada de España en Argentina.
Ha publicado los poemarios Lo que los dioses aman (El Tucán de Virginia, México, 2010) Continuo mudar (Editora Regional de Extremadura, 2012), Materia de las nubes (De la luna ediciones, 2014) y Nueve poemas a Sofía (Olifante, 2014). También ha publicado los ensayos Limo y luz. Estampas de la Ciudad de México (Ficticia, México, 2014), Las tentaciones de Lisboa (Trea, 2015) y De la epopeya a la melancolía. Estudios de poesía portuguesa del siglo XX (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2017), y un volumen de sus diarios, El cuento de los días. Diarios mexicanos 2008-2010 (CEXECI, 2015).
Ha traducido a varios autores de lengua portuguesa, entre ellos António Ramos Rosa, Alberto de Lacerda, Nuno Júdice, Rui Knopfli, Ana Luísa Amaral o Daniel Faria.
Ha recibido el XVI Premio Giovanni Pontiero de traducción que otorgan el Instituto Camões y la Universidad Autónoma de Barcelona.
Colabora con varias publicaciones españolas y mexicanas, entre ellas Clarín, revista de Nueva Literatura, y La Otra.
Mantuvo un blog: http://www.luismariamarina.blogspot.com