Una imperfección en la perfecta fábrica de la muerte
Sobre el significado de Arbeit macht frei
Rosa Sala Rose
El 18 de diciembre del 2010, el joven ciudadano sueco Anders Högström ejecutó con tres cómplices el robo de la inscripción "Arbeit macht frei" que coronaba el acceso del campo de exterminido de Auschwitz. La policía la encontró unos meses más tarde en el jardín de una casa de campo, cortada en tres piezas. En el 2014 también fue robado el portalón del campo de concentración de Dachau, con la misma inscripción. La pieza, de unos cien kilos de peso, aparecería años más tarde en Noruega.
Lo que induce al robo de un objeto es únicamente su valor. Obviamente, no se trata aquí del valor material de unos trozos de hierro oxidado. Pocos objetos representan como éste el valor incalculable que puede adquirir un objeto cuando constituye un símbolo. Únicamente esa dimensión simbólica, profundamente sentida por los supervivientes y sus descendientes, los vuelve codiciables.
El cartel de Arbeit macht frei (literalmente ‘el trabajo hace libre’) es la más pequeña de las muñecas rusas del simbolismo de todo un siglo. El portal que lo ostenta constituye la insignia simbólica del campo de exterminio de Auschwitz; éste, a su vez, es el lugar simbólico por excelencia del Holocausto; y el Holocausto, por su parte, ha pasado a ser el símbolo absoluto del mal y en el representante ideológico de nuestro malogrado siglo XX. Ése es el peso que los jóvenes rateros llevaron tranquilamente sobre sus espaldas durante unos días, hasta que, troceada y reducida a su humilde categoría original de hierro viejo, la ajada leyenda pudo ser felizmente recuperada.
Además de Auschwitz y Dachau, también ostentaron esta leyenda, con el mismo texto, los campos de Sachsenhausen y, en una versión algo más modesta, Theresienstadt. Tan sólo Buchenwald se diferencia de los demás campos por exhibir otra sentencia distinta: Jedem das Seine (‘A cada uno lo suyo’):
Todas estas inscripciones comparten la circunstancia de cernirse sobre la puerta de entrada del campo, justo en la línea divisoria entre la normalidad y el microcosmos del horror en el que ninguna de las normas éticas y sociales del exterior resulta aplicable.
Se ha discutido mucho sobre el sentido de estas palabras, ‘el trabajo hace libre’, en los campos nazis. El letrero se creó en 1940 para la entrada del primero de los diversos Lager que constituyen Auschwitz –Auschwitz I– que estaba destinado sobre todo a albergar a los disidentes polacos. (Los judíos y los gitanos serían exterminados más adelante en el segundo campo, Auschwitz II Birkenau). En un artículo de 1959 recientemente editado por Alpha Decay en la antología Vivir para contar. Escribir tras Auschwitz, Primo Levi considera que la frase encierra una metáfora del futuro Orden Nuevo nazi y parafrasea del siguiente modo su sentido:
El trabajo es humillación y sufrimiento, y no nos corresponde hacerlo a nosotros, Herrenvolk, pueblo de señores y de héroes, sino a vosotros, enemigos del Tercer Reich. La libertad que os espera es la muerte.
Sin embargo, esta interpretación entra en colisión con la gran importancia ideológica que el nazismo otorgaba al trabajo. Fueron trabajadores alemanes –organizados en el llamado Frente de Trabajo del Reich– los que construyeron las celebérrimas autopistas y recibieron toda clase de honores públicos. Por ejemplo, en la película El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl, desfilan con orgullo llevando simbólicamente una gran pala al hombro en lugar del fusil. Asimismo, en la entrada de los campos de trabajo para los alemanes arios del Reich figuraba la leyenda Arbeit adelt (‘El trabajo ennoblece’). Y en las proclamas oficiales se considera el trabajo uno de los principales medios de educación y formación de la juventud alemana. No es en el desprecio del trabajo, por tanto, donde cabe buscar el cinismo de la inscripción nazi.
Es importante tener en cuenta que la inscripción no se dirige a los presos, sino que está orientada hacia el exterior. Solo los paseantes podían leerla con normalidad. Los prisioneros, en cambio, la veían todos los días, pero del revés, como en un espejo. Tan del revés como las normas éticas del mundo en el que habitaban. En el mensaje que los nazis emitían a la opinión pública con esta inscripción, los campos de concentración tenían como objetivo reformar a los prisioneros y habituarlos a constituir un eslabón útil en la sociedad alemana, y para ello iba a emplearse el trabajo –forzado, claro está– como instrumento principal de dignificación.
Desde este punto de vista, las inscripciones en los portales de los campos tendrían una función propagandística y no habría que entenderlas de forma irónica, sino literal: una vez el prisionero hubiera trabajado lo suficiente para reformarse, alcanzaría la libertad. Para la opinión pública se trataría aquí de una libertad en el sentido más elemental del término: salir por su propio pie de aquella prisión, justo por debajo del portalón que encabeza la leyenda. Una idea tranquilizadora para un mundo exterior en el que los principios de la ética no habían perdido su vigencia.
Por supuesto, nada de todo eso sucedía en realidad. Muy pocos prisioneros fueron liberados de los campos y el trabajo que supuestamente debía constituir su pasaporte para el exterior era a menudo la causa de su muerte. Aun así, sólo los presos que lograban pasar la selección inicial y eran considerados aptos para el trabajo tenían alguna posibilidad de sobrevivir al menos unos meses más.
Posiblemente la clave para entender esta frase en su contexto no se encuentre en el término Arbeit (‘trabajo’), sino en las múltiples facetas del concepto de libertad (frei, ‘libre’).
El biógrafo del comandante en jefe de las SS, Heinrich Himmler, Peter Padfield, aporta dos interpretaciones más de la célebre frase, ninguna de ellas irónica. Una lectura estaría destinada a los prisioneros, y la otra a los guardianes del campo: Si Hitler había manifestado que la doctrina nacionalsocialista "no es una doctrina de felicidad y buena suerte, sino de trabajo, de autosuperación y de sacrificio", la frase Arbeit macht frei indicaba a los prisioneros que estaban obligados a trabajar y a morir como único modo para redimirse de su cualidad de infrahombres y para liberar al Reich del infausto peso de su presencia. La libertad es aquí la muerte.
En cuanto a los guardianes del campo, la frase les recordaba que su trabajo de aniquilación de los infrahombres era necesario para curar las heridas que éstos causaban a la comunidad del pueblo, un trabajo tan meritorio que al ejercerlo quedaban automáticamente liberados de toda culpa. La libertad es aquí la exculpación.
En definitiva, la misma frase tendría un sentido propagandístico para los alemanes libres, otro de perversa redención metafísica para los prisioneros y uno de autoexculpación para los guardianes. Una tríada de significados que encajan entre sí con inquietante perfección.
El cerrajero polaco Jan Liwacz, uno de los prisioneros encargados de forjar el arco que lleva la leyenda, afirmó en 1965 que la "b" de "Arbeit" había sido invertida expresamente, como discreto signo de protesta. No se sabe si las SS cayeron en la cuenta, ni tampoco si esa "b" invertida tuvo alguna importancia simbólica como signo de resistencia para los prisioneros durante su reclusión. También podría haberse tratado de un simple error durante los trabajos de soldadura. En cualquier caso, la presencia de esta imperfección, premeditada o no, incorpora una anomalía consoladora en la calculada y perversa polisemia de la frase.
La "b" invertida de Auschwitz muestra la humana belleza de la imperfección: la ruptura simbólica con la eficacia rigurosa de una fábrica de muerte. Tal vez también un gesto, precisamente, de libertad.