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Edmundo Lizardi. Entrevista de Ricardo Venegas

edmundo-lizardiPoeta, promotor cultural y conductor de radio, Edmundo Lizardi organiza cada año el encuentro Lunas de octubre en La Paz, Baja California. En esta conversación nos cuenta sus vínculos con la poesía, la literatura y los movimientos contraculturales.

 

 

 

Toda literatura es fronteriza

Ricardo Venegas

 

Edmundo Lizardi (La Paz, Baja California, 1953). Estudió derecho y literatura en la UNAM. Un máster en Relaciones Internacionales, en Barcelona, España. Escritor, periodista, promotor cultural. Es fundador del Encuentro de Escritores Lunas de Octubre (2004), mediante iniciativa ciudadana con base en los estatutos originales del Instituto Sudcaliforniano de Cultura. Ha obtenido premios literarios entre los que se cuentan una mención honorífica en el Premio Internacional de Poesía de la Revista Plural (CDMX), el Premio Binacional de Poesía Pellicer/Frost/Cd Juárez/El Paso), Premio Nacional de Poesía Alí Chumacero (Tepic, Nayarit), Premio Nacional de Poesía Tijuana, Premio Estatal de Cuento (ICBC, Mexicali), Premio Estatal de Periodismo Cultural (ICBC, Mexicali). Mención Honorífica en el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez (Guadalajara, Jalisco) En BCS, ha sido merecedor en tres ocasiones del Premio Peninsular de Poesía (La Paz), Premio de Poesía Leopoldo Ramos (El Triunfo), Premio de Poesía Margarito Sández Villarino (San José del Cabo), Premio de Poesía Alan Gorosave (Mulegé), Premio Estatal de Novela (La Paz), entre otros reconocimientos.

 

Hay ecos de la literatura beat en su obra. ¿Puede hablarnos al respecto?

Algo hay de eso. Te cuento. Al terminar el bachillerato de dos años, me fui con tres amigos de raite a San Francisco, a Marine County, la mítica Bay Area, que yo conocía muy bien, pues había vivido y estudiado allí en años anteriores, como miembro del Mexican Jr. Peace Corp, avanzada de los intercambios culturales de la JFK Bilingual Library. Vivíamos con familias estadunidenses de diferente rango social, giro profesional y racial, e íbamos a la escuela de verano. Yo participé en ese programa de los 8 hasta los 16 años, ya en los límites de la edad de la punzada. Había vivido casi toda la década de los 60, la infancia, en contacto con ese mundo en gestación. Vi por TV, en una family room, un concierto de un grupo que había causado un gran revuelo: The Beatles. Fue mi primer contacto con el rock.

Mi sueño de lobito adolescente era vivir la aventura californiana fuera del grupo, por mi cuenta, aun siendo menor de edad en ambos lados de la frontera. Acudir al llamado de la Generación de las Flores y la era de Acuario, de las que ya había tenido una probadita a mis 11 años.
Después de haber cursado la summer school, en la Robert Louise Stevenson, un exclusivo colegio en medio del bosque de Pebble Beach, me fui a pasar el resto del verano al Windy, el bote pesquero de Bill y Sarah, una pareja sin hijos, amigos de mi familia en BCS.
El Windy tenía su base en el Pelican Harbor, de Sausalito, frente al down town de SF. Hacía mucho frío y no me quitaba el uniforme deportivo verde oscuro de la escuela, pants y sudadera con capucha y tres grandes letras blancas en la pierna y el pecho: RLS.

-Así me iba a la vecina Plaza Viña del Mar, centro de reunión de una tribu de largas cabelleras y barbas, que tocaba flautas y panderetas, congas y guitarras, y cantaba y fumaba una yerba con un aroma que armonizaba con el perfume del incienso. Eran los beatniks. Los beats. Que luego se desdoblaron en hippies. Un mundo totalmente opuesto al orden conservador del bosque encantado de la RLS.

Aquí empecé a ver y cruzar el Golden Gate entre la niebla con otra mirada. Una mirada que aparece en diversos momentos de mi registro literario. Y que se amplió y profundizó ese verano que regresé a San Francisco por mi cuenta. Un verano hippioso, con todo lo que eso significa.
La primera vez que escuché Like a Rolling Stone, fue cruzando el Golden Gate en el Studebecker de un amigo con el que compartíamos depto. en la casa de una pareja de Hell Angels de Novato, en Marine County.

Íbamos al Filmore West, al concierto de Creedence… A mí y a otro amiguito no nos dejaron entrar. Éramos menores de edad. Un viaje iniciático.

 

¿Percibe ligas con el movimiento contracultural que surge en México en las décadas de los 60 y 70?

Desde luego. Fue un movimiento universal a partir del Mayo Parisino de 1968. La crítica a la rigidez académica y la guerra de Vietnam. Al establishment.
Yo ingresé a la universidad, a la UNAM, en marzo de 1971. Llegué con toda la aviada de aquel verano en San Francisco, en plena resaca de Tlatelolco 68, justo unos meses antes del halconazo del 10 de junio en San Cosme y de Avándaro, el festival de rock, el Woodstock mexicano.
Era el México del "desarrollo estabilizador", de sustitución de importaciones. Un tremendo contraste con el régimen de Zona Libre de donde veníamos. El México del PRI y su dictadura perfecta. Con acotada libertad de expresión, sin democracia real. El México de la Guerra Sucia contra los grupos guerrilleros. Pero algo se gestaba en la entraña de la pirámide social. En las clases medias hijas del priato.

En la radio chilanga se escuchaban programas de los clásicos de los sesenta y rock mexicano con letras en inglés. La canción de protesta, comprometida, tenía a Oscar Chávez como uno de sus principales exponentes antes de la llegada de la  trova cubana y de los trovadores de los exilios conosureños, argentino y chileno, que venían huyendo de los golpes de estado en Argentina y Chile, principalmente…
La literatura de la Onda a partir de la obra del maese José Agustín y los infras… Las figuras señeras de José Revueltas y Efraín Huerta, Octavio Paz y su revista Plural, auspiciada por el Excélsior de Julio Scherer, eran también parte importante del México democrático en gestación. Pero la figura emblemática de ese retablo contracultural de los 70 era el jipiteco, el hippie chilango del centro y sur del país, con su jeans desgarrado, su jorongo de Chinconcuá, pelo y barba largos, que dejaba a su paso un perfume a cannabis y alcohol. El legado del 68 flotaba en la atmósfera como en la rola de Dylan: "Diálogo público". Y, claro, privado. Íntimo.

Nació cerca de la frontera. ¿Percibe una literatura fronteriza?

Toda literatura es fronteriza. Y la última frontera es la poesía. La más radical forma de la libertad de expresión. En realidad nací a 1500 kilómetros de la frontera con Estados Unidos. En La Paz. Como de Sicilia a Milán. Pero no andas muy errado. Nací en una frontera recorrida y en una frontera insular. En ese finisterre donde la presencia del elemento exótico es parte del paisaje y de la atmosfera. En una isla llamada Califerne…, situada a la diestra mano de las indias mexicanas. Al Este tenemos la frontera del Golfo de California. Al Oeste, el Pacifico y la contracosta del lejano oriente. Los extremos se tocan.

El paisaje y la naturaleza es una presencia constante en su obra, casi como un personaje, con peso propio. ¿Qué relación personal guarda con el paisaje?

El paisaje es memoria. Así que ya te imaginaras. El mejor ejemplo de esta animación espiritual e intelectual del paisaje, su conversión en personaje que despliega su propio lenguaje, es la obra de Claudio Magris,  este gran escritor italiano,  autor de obras maestras como Danubio y  Microcosmos.

Baja California es un territorio sui generis. Recibe influencia de Estados Unidos y Canadá con sus aventureros y turistas por un lado y por el otro, de migrantes del sur de México y de países de Centroamérica. ¿Cómo transforma esta influencia particular en su obra?

Como todo finisterre, el sur de la península ha sido desde su origen un enclave natural de la globalización. Tierra de aventureros, refugio de piratas, de pájaros exóticos. De conquistadores españoles y misioneros jesuitas, dominicos, franciscanos que fundaron la ruta de las misiones.
De aventureros delirantes como William Walker, que en el siglo XIX tomó con un grupo de mercenarios enganchados en San Francisco, el puerto de La Paz, y declaró la independencia de la nueva Republica de Sonora y Baja California.
En La Paz hay familias descendientes de piratas, de corsarios ingleses y holandeses, los pichilinigues, por ejemplo, con los que llegó el patriarca de los Von Borstel.

La herencia europea es notable y se refleja en una gran variedad de apellidos fundadores: Ruffo, Davis, Burgoin, Peñunuri, Puppo, Matteotti, Agramont, Callahan, Taylor, Cossío, Cacheaux…
Y en los últimos años la inmigración de mexicanos del sur del país, sobre todo a Los Cabos. Los gringos y canadienses -que por cierto no se pueden ver entre ellos-: ya juegan como locales. El cuento, la novela, el poema se cuenta solo.

En su obra poética hay continuas referencias directas a otras obras, literarias, musicales. ¿Cómo surge la intertextualidad? ¿A dónde apunta?

Surge de las lecturas y apunta al diálogo con otros autores y otras obras. Y, cuando el diálogo no se logra, puede apuntar al plagio. En México hay poetas como José Luis Rivas y Javier Sicilia que han sido injustamente tildados de plagiarios por sus ejercicios intertextuales.  Aquí cobra relevancia el uso de las cursivas o comillas para evitar malentendidos.

Tiene publicados un libro de cuentos y otro de crónica. ¿El oficio de poeta se enriquece con el ejercicio de la prosa, del periodismo?

-Creo que en realidad se trata del mismo oficio escritural en diferentes vertientes o dimensiones. Velocidades e intensidades. El oficio de poeta rebasa la dimensión textual, escritural. La mejor poesía es la que nunca se escribe.

Tiene un blog. ¿Cree que el desarrollo en tecnología mediática y su uso cotidiano influyen en su obra?

Claro, he aprendido a escribir en la pantallita del cel, y esto ya marca. Ya calienta.