Jean Karen escribe sobre este libro que fue merecedor del Premio Juan Ramón Jiménez, en el 2020. Margarito Cuéllar es sin duda uno de los poetas mexicanos que más reconocimientos internacionales han recibido en los últimos años, y es también un poeta notable de su generación.
Nadie, salvo el mundo, de Margarito Cuéllar.
Premio Juan Ramón Jiménez 2020
Jeanne Karen
Margarito, el poeta que aprendió a deletrear el sol.
Yo deletreo el sol y sus navajas
terminadas en punta.
Vuelvo a la poesía del poeta Margarito Cuéllar, poeta universal. La primera vez que lo leí, creo que fue en una plaquette, uno de esos pequeños libros de poemas que como lectora podía llevar conmigo fácilmente, quizá lo tomé de la escuela o de la biblioteca, sin embargo no estoy segura porque las imágenes se nublan como en una vieja película muda. Lo que sí tengo presente es la emoción y las sensaciones, cada verso de Margarito fue para mí una visita a mi propia infancia, a mi río, mi abuela, los maizales, las raíces inconfundibles de mis padres, al agua que los juntó, la vida que continúa entre sus manos.
En el hermoso libro que hoy nos reúne, vive la infancia de Margarito, los fantasmas que anhela, la vieja con su trenza grande, el padre que sale al campo y que se volvió parte de un cielo desconocido y muy alto. Están los sitios, campos abiertos del desierto, los mares del conocimiento, las ciudades que tímidamente atraviesan la suave memoria. En Nadie, salvo el mundo, Margarito también se adentra en la eterna discusión de la poesía, tradición o vanguardia, con sus versos nos llega la idea, pero cada lector es libre de interpretar lo que desee; al final la poesía ni siquiera debería tener nombre o forma, es más bien la abstracción de cada sueño, de cada pesadilla, la reunión puntual de las palabras más salvajes.Andando por las páginas del libro con el que el poeta se hizo acreedor del Premio Juan Ramón Jiménez, encontramos no otra cosa que un gozo como la dicha del que con cielo despejado se eleva en un globo aerostático para mirar cómo se juntan tierra y cielo, campo y ciudad, juventud y adultez. Margarito siempre ha sido un poeta de la belleza, la nombra, se preocupa por ella como de una dama indefensa, pero también entiende que en sus sutilezas, la belleza puede ser una fiera terrible. Su belleza particular no lleva un nombre, no lleva adjetivos, no tiene un cuerpo, un rostro, unos ojos precisos, su belleza es toda esa luz solar que cae sobre el mundo y que él percibe como poesía, poema, verso, diálogo, existencia. Al atravesar los campos de poemas de Margarito, hay una lluvia tenue pero también hay huracanes que sin previo aviso nos sacan el corazón con su poderosísimo viento.
En el apartado Matria, con el que comienza el libro, el poema número tres es una clara señal de lo que el poeta vive:
Los que se marchan
siguen la ruta de los vientos
y buscan su destino
en los jardines de la infancia.
Los que aún permanecen en el álbum
Saben que hay entre ellos
Un hilo que por más que se tensa no se rompe.
En este pequeño poema está la síntesis de lo que nos regala Nadie, salvo el mundo. Margarito nos dice con toda claridad que para continuar con la historia de nuestra vida es necesario, de forma dolorosísima, decirle adiós a lo que conocimos, decir adiós a la ternura de la infancia para enfrentar una realidad de turbulentas aguas, pero que al final y ahí lo hermoso del amor y de la vida en sí, es el hilo que no se rompe, la unión que se formó a lo largo de los años, de los momentos, de los abrazos y la herencia. El poeta es lo que recibió, el amor incondicional de una madre que sigue desde la distancia todos sus pasos, la mirada de un padre sabio, la compañía de los otros que lo aman y que como estrellas de su cielo particular, brillan para bien de la palabra poética, presencias que no se extinguen en el corazón del poeta. Gocemos la lectura.