Siete textos brevísimos conforman, a manera de poemas en prosa, esta muestra del libro ilustrado La bruja de San Antero.
LA BRUJA DE SAN ANTERO
OLGA BULA
Corazón de lobo editores
2022
La bruja de San Antero es un ámbito en el que suceden singulares y extrañas apariciones de hechiceras, relapsas o justicieras, encantadoras de serpientes y otras figuras de diversas cataduras y oficios como una sencilla lavandera, como una meretriz, como un cortejo de mujeres que quise ser y no fui.
La primera parte del libro surgió de un juego entre mi padre y yo.
Sentados frente a la puerta de la casa solariega de la infancia o en algún café parisino, mi padre veía pasar mujeres y, generalmente, cuando se conmovía, me decía que yo hubiera podido ser una de ellas.
Como una Matrioska contengo a la lavandera de San Antero, a la puta del barrio rojo, a la gitana en Mompox y a otras tantas mujeres. Pero no pierdo de vista que, parafraseando a Borges, yo, que tantas mujeres he sido, no he sido nunca una bruja ni una encantadora de serpientes, aunque hubiera querido serlo.
En la segunda parte del libro recorro cementerios lejos del paisaje cerril de San Antero oloroso a salitre y cerca de otros parajes con cruces bizantinas. Muchos deudos, inocentes, tienen la rara esperanza de que el mar nunca las hundirá.
Parada frente a la tumba de Yorgos Seferis —como entre sueños— recordé su poema Helena y a Melina Mercouri en Nunca en domingo, de Jules Dassin. Pero la muerte es la misma en todos los lugares.
La misma en Lorica que en Ciénaga de Oro, en el Caribe que en Père Lachaise.
Intento huir, en fin, del ornamento, de lo verboso, y no obstante acudir al fragmentarismo que tanto proclamara Apollinaire, bocetar o enunciar una trama.
Lo digo sesteando de manera melancólica
Siete pequeños poemas de La bruja de San Antero
Olga Bula
-
Si hubieras sido esa mujer que va por ahí, decía mi padre, mujeres perdidas que veía pasar por las calles adoquinadas de una ciudad que alguna vez fue luminosa, o frente a la casa solariega de la infancia. Mi padre también decía que la reina Isabel sufría, como cualquier mortal, de profundas jaquecas que le ladeaban la corona.
-
Me hubiera gustado ser una lavandera de San Antero, inclinarme sobre las bateas, olorosa a jabón de tierra, y vivir el espejismo de la espuma y la mugre hechos arroyuelo.
-
Camino cementerios entre piedras cansadas y gatos que esquivan el olvido.
-
A mi paso por Yialousa miles de cruces bizantinas se pudren roídas por el odio.
-
Aunque la tarde cante azul en el verano de voces marchitas, ninguna me recuerda las flores de la tumba donde yacen mis abuelos.
-
Bajo una luna maorí, como si sospechara la embestida de las aguas, se sostiene una cruz que el mar nunca hundirá.
-
Me duelen las manos de atrapar guijarros, se entierran bajo los pies, ahora son rojas las piedras del camino.