La poeta y crítica literaria, originaria de Uruguay, nos ofrece su "tardía lectura" de Cieno, de Gerardo Ciancio, con el que obtuvo el Primer Premio de Poesía Inédita, en 2010, en su país.
En la frontera del lenguaje
Una tardía lectura de CIENO, de Gerardo Ciancio
(Yaugurú. Montevideo, 2011. Primer Premio de Poesía Inédita. M.E.C. Uruguay, 2010)
«La poesía es un puente, sí, pero no de seguro hierro,
no de palabras siempre claras, sino riesgoso, lleno de fisuras…»
Ida Vitale
(Palabras inaugurales, FILBA 2021)
El término cieno puede aludir a la materialidad plástica del trabajo con la palabra, al depósito de lo vivido en la memoria húmeda, a lo proteico y orgánico del lenguaje.
Inician este libro tres conmovedores textos («Tríptico trance»), en los que el poeta convoca la memoria de su padre, con tal dolor que debe colocarse en la frontera del lenguaje o al borde de las palabras para «atesorarlo» en su honda huella, allí donde el arcaísmo se engalana y se llena de sentido: «¿Do la hallares, palafrenero? ¿Aqueste mar es tu mar de marear / tu aguja? (…) ¿Funge mi padre guerrero encastillado / me obligas? / Un tiempo el suyo sin su adarga sin su albarda sin su fasto (…)».
En la segunda sección, «(arte de cieno)», que dedica a su madre, el poeta viaja al venero de la literatura, a la sombra del «andante caballero refugiado en el lenguaje», a través no solo de una escritura del yo sino de una escritura hacia el yo, ya que interpela al poeta que él es: «¿recurres al alma (…) no solicites más a tu poema», «Unos poquitos tropos (…) arriesgue, hombre, sude pancito…»
Y viaja también, desde «la muy fiel», al venero de la pintura («Allá cualquier monedita sirve (…) / acá pongamos los euros sobre la mesa»), hacia el encuentro de otros caballeros («caballeros eran los de antes aun enterrados»), como el Conde de Orgaz y El Greco; o hacia las pinturas de Velázquez, para dialogar con detalles de Las Meninas («…niñita / hijita de mí y tan triste como ella…(…) por correr la mirada de la niña al centro infanta en pimpollo…») o para deconstruir el retrato de Inocencio X, como hizo Francis Bacon, pero ahora con la palabra –otro grito, otro horror-.
Durante ese viaje, también entre las túnicas y la «doncella huyente» de Tintoretto, y con nostalgia de iconos uruguayos, como el Salvo, Solari y Cúneo, el discurso va complejizándose e invaginándose texto a texto: hipérbatos, paronomasias, aliteraciones, dilogías y encabalgamientos (v. gr.: tropo tropa trapo tropero trapera) son insumos del poeta para formular su hermético y transgresor lenguaje del dolor, matizado con el sesgado humor de la ironía, o aun con la parodia de un rezo.
Lo vallejiano, la actitud creacionista, la complejidad y sinuosidad textual en el devenir fragmentado del discurso parecen incluir este libro en la vertiente del ‘neobarroco’ (y la deriva ‘neobarrosa’ rioplatense). El Profesor Ricardo Pallares, en un exhaustivo e ineludible estudio conjunto de Cieno y del anterior libro del autor, Arquitrabe (2010) -por ser de la misma matriz textual, según demuestra-, enmarca esta poesía en «el transneobarroco, en el sentido que el propio Gerardo Ciancio plantea para el término en un artículo reciente»: «(…) un neobarroco extremo, de máxima tensión, una forma de escritura poética que condujo las estrategias retóricas y sintácticas casi a una estación terminal, (…) un modo de producción del texto poético que surge en la última década del siglo XX y continúa en esta primera del XXI, y cuya propuesta estética radicaliza la del neobarroco (…). En Ciancio, Gerardo. «Transneobarroco. Una emergencia poética del s. XXI». (Inédito)», citado por Pallares.
Como demuestra ese esclarecedor análisis de Pallares, a cuyas observaciones me remito, hay en esta poesía un deseo de «fundar un lenguaje», un «hablar irreductible», un «nuevo intimismo», que propone «una lectura casi iniciática».
En esa línea, para desentrañar los vericuetos verbales del poeta, bien pueden considerarse las referencias literarias que el mismo invoca, entre las que están César Vallejo («Menos aparece andamio (¿sin César?)» y Julio Herrera y Reissig («…el asfódelo (¿sin Julio?)», cuyos ecos parecen asomar en algunas expresiones, como «Atorraban los atorrantes del tubular túnel»).
Y, atendiendo a los caracteres de proliferación y fugas deleuzianas señaladas por el poeta Eduardo Milán como trazas de los poetas neobarrosos, en esta escritura puede advertirse similar gesto barroco al del discurso espiralado y fragmentado de Luis Bravo en textos como «fuegos del día» o «tala nocturna» (de Árbol veloz), o al desborde y la deconstrucción del Matrero de Hebert Benítez Pezzolano, o aun al relato polisémico y rizomático de la poesía de Achugar. O, en algún sentido, también, al devenir ardiente y extravagante, con claroscuros y bajorrelieves, de la escritura de Echavarren.
Pero Cieno parece superar de alguna forma ese estilo, trascendiendo el preciosismo, los espirales, lo brilloso y extravagante de sus volutas y roleos. Sin puntuación, salvo las cesuras con barras inclinadas y algún proyectado verso, se despliega un discurso conceptista, con figuras semánticas, sintácticas y fónicas que lo tornan más abstracto, perplejo, áspero y fisurado que aquellos.
Entre todas esas irrupciones, giros e hibridaciones del lenguaje, en esa urdimbre sintagmática, y aunque inicialmente pueda pensarse que esta escritura no prioriza la comunicación con el lector, hay una propuesta de una experiencia auditiva para este, que se corresponde con la experiencia fónica del poeta; esto es, se percibe el peso del lenguaje en su sonoridad, en sus perturbaciones fonológicas y, a partir de allí, en ciertos desplazamientos de sentido.
Como el propio poeta manifiesta desde su visión de crítico en el citado estudio, esta poética «transneobarroca» se concibe como un «artefacto poético», un «dispositivo retórico que se abroquela en su compleja accesibilidad». Y desde su condición de poeta, frente a esa configuración textual, parece reconocer tal hermetismo al decir en varios tramos del libro: «Explico», «a saber», «entiéndase», «es decir».
Ahora leo en voz alta estos textos, y me resulta innecesario tal esclarecimiento, porque creo entrever el sentido, aun tras el enmascaramiento del barroco, en la frontera del lenguaje. A veces, la poesía es un puente de hierro aunque no seguro, como dice Ida Vitale, pero persiste su fortaleza en medio del cenagoso resto semántico, especialmente cuando el cenagal se aclara al volverse río («ese mar río marrón»), y entonces se ilumina el sentido por la memoria y los afectos.
Mariella Nigro
2021
Ricardo Pallares: «Una línea imaginaria que separa el cieno del Río de la Plata de un arquitrabe. (Cieno, de Gerardo Ciancio)» en página de la ANL: http://www.academiadeletras.gub.uy/innovaportal/file/85310/1/anl_pallares_ciancio.pdf
Eduardo Milán: «Justificación material. Ensayos sobre poesía latinoamericana», Universidad de la Ciudad de México, México, 2004, ps. 25/26.