La autora escribe sobre El callado lenguaje de la piedra, del poeta chiapaneco Arbey Rivera: "Va del polvo a la roca, así como lo sutil primigenio tiende a la dureza, en el hombre y en la tierra".
Piedra que late en el corazón del hombre
Patricia Velasco
Devoción por la piedra:
una vez más abdico
sin ofrecer resistencia
a la convocatoria de las ruinas.
Jorge Ortega
El callado lenguaje de la piedra de Arbey Rivera va del polvo a la roca, así como lo sutil primigenio tiende a la dureza, en el hombre y en la tierra, lo sabemos; somos testigos de ello: Una evolución utilitaria que no ha sido para el hombre ni para la naturaleza, una dureza que al final se quiebra, como todo aquello que resiste. La dureza exigida por los hombres para garantizar permanencia, crecer rudos y defenderse de los otros hombres que luego también se volvieron piedra. El corazón piedra que olvida y se olvida, que transgrede y ofende, que se ufana en ser la roca más grande entre otras rocas, aunque la erosión natural lo carcoma y termine siendo polvo.
La piedra. ¿Qué secretos soterrados y enigmas cantaría la piedra?
Quizás el misterio del poeta es su contexto. Quizás su contacto con la vida misma en Chiapas, donde los silencios y los gritos tienen una tesitura que desconocemos, lo lleva a interpretar la realidad desde razonamientos profundos. Quizás la dicotomía entre lo que el poeta percibe de esta realidad, junto al ser que escribe, reúne un conocimiento que se traduce en esta poesía que finalmente canta una verdad en sí misma.
El callado lenguaje de la piedra, es una experiencia cognitiva y sensorial. Arbey Rivera escudriña lo ínfimo, derrama su poética por paredes ya conocidas; la vierte poco a poco y resbala desde nuestros ojos hasta llegar al fondo, golpeando fuerte y haciendo ecos precisos, y en esta comprensión nos dice verdades nuevas sobre lo ya aprendido: La piedra no siempre fue piedra. La piedra tiene otros nombres. La piedra es del hombre y el hombre es de la piedra. El hombre es la piedra. La piedra de cualquier camino llega a ser la misma de todos, pero es otra, desde esta asombrosa claridad que nos llega cuando entendemos su propia versión del mundo, y que sabemos cierta a través de su poesía. Lo cito:
Dios trituró una piedra, luego amasó el polvo para crear
al hombre. Infundió la dureza en su corazón imperfecto
desde el origen de los tiempos.
Los padres repiten esa hazaña con sus hijos: son ellos los
que infunden la dureza.
Los hijos vamos encontrando en el camino algunos
rodados cantos: así recuperamos la ternura que alguna vez
tuvimos antes de ser polvo.
Lo mundano no le es suficiente al poeta. Este momento histórico en el que todo, también la poesía, se banaliza; imbuidos en la urgencia, en el tener y no en el ser; en el arrebatamiento y la pelea por un espacio público, exterior, que sea admirado por los otros; entre poesía de pantalla, poesía de microondas, poesía del emoji y poesía de teflón, la poesía de Arbey cuece a fuego lento reflexiones ontológicas, sociológicas, psicológicas y filosóficas; y en esta ocasión la metáfora es la piedra. La naturaleza que le rodea y la naturaleza de su ser se reúnen para dar su propia interpretación y más allá: su impacto en la vida de los hombres. Lo cito:
En el follaje de los árboles más altos quedó suspendida
la inocencia. Con el disparo veloz se fue también la ilusión;
en el certero golpe contra el pecho de colibríes y petirrojos
guardó silencio esa canción que por las tardes
venía para ahuyentar el miedo. También perdimos en el
bosque de los pájaros muertos la tonada del viento. Partió
en relinchos y en relámpagos la infancia, pero no la dura
voz que aprendimos de la mano del hombre.
Este soliloquio del poeta abre el origen con su ojo reflexivo y vuelca significantes universales haciendo un gran ruido en los seres individuales. Finalmente es la poesía solo el medio para llegar a entender lo que hemos despreciado por tanta distracción en lo superfluo. Pero el resultado no solo es poesía, es una manifestación de lo humano; lo toca y lo trasciende, indudablemente, desde el amor. Porque en lo humano casi siempre hay una flor encerrada en esa piedra, que, al andar la tierra, invariablemente, nos tropieza, pero luego de sobrepasarla relegamos lo que latía dentro, y revestidos de lo que demanda esta vida prolongamos la dureza, olvidamos la flor. Lo cito:
Alguien puso semillas en nuestras manos de piedra;
trataba de entender por qué no germinaron los sueños.
Tal vez debimos salir a mojarnos aquella tarde de lluvia,
para que el agua llevara lejos lo que nosotros no fuimos
capaces de sembrar.
Nadie vino a plantar luz en estas grietas.
Nadie dio que el amor era una semilla frágil.
Sabemos que estamos de paso, pero no siempre alcanzamos a experimentar la sensación de nuestra falta de permanencia. La vida vivida desde y hacia afuera, en la hecatombe de ciudades dormidas, con sus miles de sonámbulos, es ya una gran esquizofrenia; reparar en el universo propio, que es finalmente el de todos, parafraseando al poeta, es este rodado canto que su poesía nos permite re-sentir.
No entender a la piedra es, posiblemente, una gracia concedida en bien del hombre, porque no todo ha sido revelado, tampoco el hombre domina la creación, aunque la soberbia con que se corona aparente que sí; lo velado en este libro es lo que la poesía atisba: una rendija por la que se llega a entender que, a pesar de nosotros, no todo está perdido. Lo cito, por último:
Hay un legado espiritual en el silencio de la roca:
el corazón percutía himnos de fuego en el principio.
Nadie entendió que en su latido se estaba descifrando
el ave fénix.
FIL 2018. Guadalajara, Jalisco.