Los poetas y sus repúblicas
José Angel Leyva
Las palabras de Mircea Cartarescu no pueden ser más oportunas y empáticas con la supervivencia de La Otra. En la inauguración de la FIL Guadalajara, donde le otorgaron el Premio FIL a las Lenguas Romances, Cartarescu habló en defensa de la poesía y de los poetas en el marco de una feria que sublima la lectura como una acción de mercado y de negocios, donde lo comercial y el glamour de la mercadotecnia tiene un peso central en sus programas.
Las editoriales que apuestan por la poesía difícilmente se ajustan a una realidad utilitaria y alineada. No significa que los poetas sean santos y evadan las tentaciones del poder. Todo lo contrario, hoy en día son más los que escriben versos y suponen y hasta luchan por ocupar un lugar privilegiado en la sociedad, y demandan apoyos y subvenciones del Estado. Pero el poeta es, a pesar suyo.
No obstante, el comercio y la poesía no riñen, antes bien se reconocen en la historia, pues el comercio ha sido un factor dinámico en la relaciones sociales y culturales, en el diálogo entre las personas y los pueblos, intercambiando visiones del mundo, palabras, ideas y costumbres, conocimientos e información. Pero la poesía nace de la más profunda insatisfacción del hombre, no sólo es la loca de la casa, es también la insumisa y la que trae más preguntas que respuestas a la vida, incluso en sus respuesta y sus afirmaciones.
Los poetas, los verdaderos, suelen ser incómodos para los gobiernos autoritarios, incluso son un peligro para la moral dominante. García Lorca no podía ser tolerado por el franquismo y murió asesinado; Victor Jara era mucho poeta para que lo dejara vivir el régimen de Pinochet, Pasternak, Mandelstam, Maiakovsky, Ajmátova, Svetaieva, son también ejemplo de la represión de los dictadores. La Republica de Platón no es el único mundo del que han sido excluídos los poetas, es también de los espacios de la comprensión.
Bajo tales premisas nos interrogamos sobre la utilidad inútil de una revista de poesía en tiempos de un capitalismo voraz y de insolidaridad, en tiempos de una cultura mercantil y aguerrida, de dominio planetario, y al escuchar al rumano Cartarescu se nos abre el deseo y se revela la convicción de continuar y romper los diques de la imposibilidad, o al menos intentarlo. Porque tiene razón Cartarescu, la poesía como ninguna otra palabra encarna la libertad y la conciencia de derrota. Pero la conciencia de la finitud y de la muerte no son la conformidad del destino, sino la subversión del espíritu y del sentimiento.
Mohsen Emadi se ha dispuesto a continuar el sendero de La Otra desde su actual lugar de residencia, Tbilisi, y con ese ánimo pronunciamos la palabra poesía, ejercemos la acción del albedrío libertario. Si le somos fieles a la poesía, estamos respondiendo a su designio de búsqueda y de cambio, de lucha contra la domesticación de los significados.