El Árbol es un pueblo con alas
El testimonio de un hombre que vive como un árbol
Aquí no hablaremos de temas ecológicos, es lo primero que debemos aclarar. Aquí las metáforas de las que habló Paul Ricoeur y las imágenes literarias que enricen gran parte de la poesía más contemporánea serán apenas la entrada a lectura de un libro justo en la poesía colombiana y Latinoamericana.
Aclarado el uso de la palabra como espejo, es decir, como objeto que refleja al hombre, o por lo menos en la poesía uno entiende un texto poético como el reflejo de lo que somos de nuestras emociones en la voz del poeta, repito, aclarado la idea quiero contarles una anécdota, que para muchos seguidores de la obra de Omar Ortiz es ya casi una vieja leyenda.
Cuenta el poeta colombiano Omar Garzón que un día descendió de la fría ciudad de Bogotá al Valle del Cauca con un destino específico: entrar al corazón de Valle.
Su viaje terrestre, en un cómodo bus no dejó de ser largo y lleno de ansiedad y lo llevó a dejar atrás más de 375 kilómetros y cerca de 10 horas de trayecto, con múltiples paradas del vehículo en busca de nuevos pasajeros para buscar un hombre que según pistas vivía frente a un árbol de jazmín.
Realizaba la travesía que había comenzado en la mañana y llegaba a Tuluá al final de la tarde todo porque su recorrido hasta esta ciudad lo llevaría al encuentro del poeta Ortiz Forero, a quién seguía, leía y admiraba como muchos poetas de generaciones posteriores hacemos con Omar. Y la anécdota que les prometí es ésta: se rumoraba en corrillos en presentaciones de libros, cócteles de festivales y pasillos de encuentros literarios en Colombia que si un poeta llegaba a Tuluá podía perfectamente tomar un taxi y decirle al taxista que lo levara a la casa del poeta Omar Ortiz y que sin preguntar dirección ni nada, cualquier taxista llega hasta su casa.
En un arrebato de genialidad el poeta descendido de las alturas cundiboyasenses al ver que el bus lo dejaba a mitad de camino entre la orilla de la carretera y la ciudad de Tuluá, en esos años aún no existía la moderna terminal de transporte de hoy, paró el primer taxi que vio y al subirse le dijo al conductor “lléveme por favor a la casa del poeta Omar Ortiz”.
Sin ningún miramiento el taxista le respondió: con mucho gusto. Y sin más señas el señor conductor arribó a la puerta de la casa que tiene un jazmín a la entrada, la casa de Omar Ortiz con el nuevo visitante.
Al cancelar el valor de la carrera y antes de tocar la puerta color café de la casa detrás de las harineras del valle, Omar Garzón se dijo así mismo aquí hay una de dos posibilidades; la primera es que Omar sea dueño de una flota de taxis o dos, en verdad este poeta sí es muy conocido en esta ciudad. Después tocó la puerta y lo demás es historia.
Pero se preguntarán por qué cuento esta anécdota del dueño de “la flota de taxis de Tuluá”, y quiero responderles porque esa anécdota da en el clavo: Omar Ortiz Forero es uno de los tres poetas más importantes de su generación, es decir, estoy totalmente convencido que Ortiz Forero es una voz mayúscula en las letras colombianas y a través de esta presentación quisiera dar a conocer mi afirmación.
Había nacido en 1950 en Bogotá. Había estudiado Leyes en la Universidad Santo Tomás y había iniciado una vida entre leyes desde muy temprana edad; entre 1975 y 1977 trabajó como juez civil del municipio de Riofrío en el Valle del Cauca. Pero la vida le tenía otro destino y en 1975 con apenas 25 años sus pasos como abogado lo trajeron a las tierras del narrador Gustavo Álvarez Gardeazábal, sí, el mismo autor colombiano que fue capaz de hacer de la comarca, de la aldea un referente nacional y Latinoamericana desde sus primeras obras, y que ya todos sabemos, alcanza esa dimensión de ciudad literaria. Y Ortiz llegó a Tuluá como juez cuarto civil municipal para desempeñar el puesto hasta 1979.
Ese mismo año Ortiz Forero publicaría su primer libro de poemas La tierra y el éter y después construiría una vida desde la poesía. Sí, no leyeron mal, Omar Ortiz Forero es el hombre que ha escrito toda su vida y que fortuna para sus lectores y para el tiempo que habitamos sigue haciéndolo desde la poesía, desde el periodismo o desde el ensayo.
Son más de 15 títulos los que ha publicado después del libro inicial. Con los años llegaron libros como: Que Junda el Junde (1982), Las muchachas del circo (1983), Diez regiones (1986), Los espejos del olvido (1991), Un jardín para Milena (1993), El libro de las cosas (1995), La luna en el espejo (1999), Diario de los seres anónimos (2002), Las calles del viento (2004), Cequiagrande (2011), Lista de Espera (2017) o Pequeña historia de mi País (2021).
Toda esta trayectoria viene acompañada de premios como el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquía, dice la historia que un martes dos de mayo de 1995 en las páginas del diario El Tiempo se anunciaba su nombre como el ganador del primer lugar en el XII Concurso Nacional de Poesía Universidad de Antioquia con El libro de las cosas, o de ediciones en España y poemas suyos publicados en revistas y libros de muchos países del continente americano y publicaciones de sus poemas en otros idiomas como el francés, recordemos que la editorial francesa Éditions L’Harmattan publicó su libro Diario de los Seres Anónimos bajo el título Journal Des Êtres Anonymes, en una bella edición bilingüe.
Nada nuevo pensarán que he dicho, pero de vez en vez es bueno que sus lectores sepan que una vida entera se ha pasado Omar Ortiz gastando sus dedos en una máquina de escribir, en el teclado de un computador y sus ojos en las páginas de todos sus libros. Son más de 40 años. Así se construye una obra poética entre las lecturas y la escritura. Él lo sabe.
Sin embargo, no es únicamente de su recorrido literario a lo que quiero referirme hoy, (aunque ya verán que era necesario esta introducción), sino de su último libro El árbol es un pueblo con alas. Antología personal publicada este año por la prestigiosa editorial Nueva York Poetry Press en su colección Piedra de la Locura, que dirige con acierto la poeta argentina Marissa Russo y edita bellamente el poeta mexicano Francisco Trejo.
Toda antología personal es un testimonio de vida, de querer dejar detenido cada instante entre papel y tinta y aquí quisiera entender ese testimonio como nos lo hace comprender Charles Simic en su ensayo El flautista en el pozo cuando nos dice que:
El poeta se sienta ante el papel en blanco con la necesidad de decir muchas cosas en el espacio limitado del poema. El mundo es enorme, el poeta está solo y el poema no es más que un fragmento de lengua, una pluma que rasga el silencio de la noche.
El anhelo secreto de la poesía es detener el tiempo. El poeta desea rescatar un rostro, un estado de ánimo, una nube en el cielo, un árbol en el viento y tomar una especie de fotografía mental de ese momento en que el lector se reconoce a sí mismo. Los poemas son instantáneas de otras personas en las que nos reconocemos a nosotros mismos.
Es así, como he comprendido la lectura de la obra de Ortiz Forero como un testimonio del tiempo que le ha tocado vivir, que es el tiempo de todos nosotros.
En él encontramos ironía y lo profano toma estatus de hecho poético, las imágenes de acrobacias, colores, voces altisonantes se ven mezcladas con la magia y los milagros sólo posibles a través del universo representado por las mujeres, empelando para ellos la sátira como recurso literario.
Es a través de la poesía de Omar Ortiz que el territorio se nos hace reconocible, que la palabra toma además ese carácter de cartografía donde podemos hallarnos, donde discurrimos como seres que habitamos un mismo infierno o un mismo paraíso, como en el poema 1 del libro Diez Regiones.
Primero fue la región de la guayaba,
Tierra de los cinco huecos,
el trompo bailador
y la bola mara.
Al Sur,
los eucaliptos hacen parpadear las estrellas.
Al Norte,
la madre camina por el sendero de la leche,
la leche tibia y espumosa del ordeño.
Dicen que el sol sale por Occidente
pero tengo mis dudas,
nunca despierta las cometas
ni calienta el agua de Vitelma.
En cambio al Oriente,
los copetones gorjean su única canción:
la oración de la tarde, entre cerezos,
pantalones raídos,
raspaduras
y máscaras del Santo.
Si ese es el trópico, el país, el suelo, que pisamos y cantado desde la poesía para hacer una poética del territorio como no se había escrito, porque el poeta entiende que escribir es también construir un territorio, el espacio habitado es reconfigurado desde sus palabras, él se sabe latinoamericano y se entiende así y deja entonces entre poema y poema entrar en territorios simbólicos donde coexistimos como lectores.
Si detener el tiempo en el poema o acercarnos a la cotidianidad no fuera ya bastante importante, en la obra de Ortiz Forero empiezan los rostros de los antihéroes como sujetos poéticos a perfilarse en el espejo de su poética.
Si los antihéroes que en contraposición al “héroe” visto como el hombre ejemplo lleno de valor, virtud y fuerza cuyo triunfo es celebrado y cantado serán lei motiv en su obra, así llegamos a la tercera parte del libro donde leemos apenas como: Todos los carpinteros van al cielo.
Y también los sastres, los zapateros, los albañiles,
las costureras, los peluqueros, los artesanos,
y por supuesto, las putas y algunos buenos poetas.
Los malos poetas, en cambio,
llegan directamente al infierno
donde son condenados a construir
un único y eterno poema
que sea como Él, perfecto.
Qué encontramos allí, no sólo oficios, sino que encontramos al otro. Sabemos que en el inicio la poesía cantaba a los dioses, a los guerreros y a los héroes, de eso da fe Homero y Virgilio, por ejemplo. Pero una mujer, en la antigua Grecia, una mujer poeta, creadora de escuelas de arte, lectora, humanista decidió desde su poesía que ya no cantaría a dioses y héroes, sino que escribiría desde y para el otro.
La inmortal Safo de Lesbos en su poética dio valor a lo que sentía por el otro y desde hace 2800 años ella y los otros ocho poetas líricos griegos cambiaron la forma de reconocernos en el poema. Eso empieza ser frecuente en la poética de Omar Ortiz, el mirar a quienes la literatura no había visto desde la poesía, pero sí desde la narrativa, de eso nos habla el realismo sucio. Pero lo suyo es más profundo, no es describir un personaje sino darle voz.
El otro también hace parte de una construcción que ve en lo autorreferencial una manera de hablarnos de emociones rotas, dolorosas, íntimas. Como lectores lo entendemos en poemas como: Nocturno y Un jardín para Milena.
Aquí está la memoria.
En estos libros, testigos mudos
De su blanca piel de luna, está escrita su historia.
Hay que mirar por las hendijas, donde su sombra,
A esta hora se desnuda. Nunca se piensa
Que la perfumada sábana del amor, sea la mortaja.
Mi corazón arrastra un barrilete, como un niño
Que suspende su vida en la levedad de una pluma.
Ahora, cuando la noche es más espesa
Alguien arrastra el cadáver de una Alondra.
***
Niña ¿en qué jardín sueña la princesa?
Yo soy el mendigo y este traje que ves
Son retazos de luna. Me ha traído la noche con su croar de ranas
¿no escuchas el grito del mochuelo?
¿sobre qué flor reclina la cabeza?
¿es cierto que las hadas le tejieron un manto de astromelias?
Vengo en busca del beso. ¿iluso, ingenuo?
¿los hilos de la luna no son hilos de plata?
Niña recuérdame la fábula.
Han pasado los años y este bordón señala
Lo que ignoró el guerrero. Mis pies han olvidado,
¿parto o regreso?
Niña es fresca tu piel, tu cama es blanda, tu pan es dulce.
Pero dime, ¿dónde está la princesa?
Omar Ortiz Forero comprende desde su sensibilidad que las cosas cotidianas también forman la vida, la ajustan, le dan sentido y desde la limpieza del lenguaje de quien conoce su oficio nombra objetos como puertas o libros, ventanas o máscaras y las llenas de una atmósfera propia del lenguaje que ya posee como escritor, y un simple objeto puede servir para hacer una declaración de principios, como entiendo el poema El espejo.
No es verdad que los ojos sean el espejo del alma.
Si tal ocurriera, los asesinos caerían fulminados
y nada sucede cuando el torturador
cruza
y se peina.
Omar Ortiz no es sólo un poeta que observa y escucha al mundo, sino también que se nutre de la mejor savia que puede nutrirse uno: la lectura de libros o lectura de vida y es tan avanzada ésta que ella se deja entrever en muchos de sus poemas. Omar, sin lugar a dudas es un hombre culto, culto a la manera antigua es decir, un hombre que entendía el alma humana y su trasposición a través de las artes, no como los de ahora, que creen que por estar llenos de datos (que no sirven para nada) son hombres inteligentes; sus lecturas lo llevan a reconocerse en la voz de autores ya conocidos, y es capaz de trazar un paralelo entre la vid de una gran autora y la vida de muchas mujeres en cualquier lugar del América a través de un poema doloroso y actual como Una muchacha de San Petersburgo.
Anna Ajmátova, casó con un poeta,
Nikolai Gumiliov, fusilado por orden de Yezhov,
jefe de policía y mal sujeto.
Su hijo, Lev Gumiliov, murió en la cárcel
a los veinte años.
De ella habló mal Maiakovski
antes de suicidarse, pero le perdonamos.
Anna Ajmátova, sufrió el terror.
Compuso Réquiem para que no olvidáramos.
Pero nuestras mujeres que ven morir sus hijos,
sus novios, sus esposos, asesinados,
no pueden leer más que la lista diaria de los muertos.
Lloran de rabia, de impotencia,
mientras cierran la tapa de los féretros,
y de su alma.
Por eso hoy les hablo de Anna Ajmátova
para que sepan que no están solas en su congoja.
Trazando esta visión de la poética que edifica el poeta Ortiz Forero llegamos quizás al poeta en que se ha convertido al sumar todo lo anterior, leer el mundo le hace ver en el otro la manera de ser testigo de su tiempo, de dar testimonio del tiempo que le ha tocado vivir como decía Heidegger y sólo un poema basta para saber esto, se lee en Héctor Fabio Díaz.
Llevo encima el traje azul, la corbata naranja,
la camisa que tanto gusta a Margarita, la del 301,
los zapatos negros recién lustrados, una pinta de hombre,
como dijo mi madre después del beso ritual de despedida.
En la Kodak me tomaron la foto para la solicitud de empleo.
Pero de pronto me empujaron a un auto,
me pusieron dos armas en la cabeza y acabé tirado en una pocilga
donde me preguntaban por gente desconocida.
No señor, decía y me pegaban.
Sí señor, respondía, e igual me pegaban.
Duro, lo hacían,
como si no tuviera carne, ni huesos, ni sangre, ni alma.
Ya no tengo traje azul, ni corbata naranja,
ni puedo abrazar a Margarita.
Ahora soy una desteñida foto que mi madre
lleva a cuestas en plazas y desfiles.
Es aquí, en este poema que hace parte de su libro Diario de los seres anónimo, donde creo ver la piedra angular que convierte a Omar Ortiz Forero uno de los tres poetas más importantes de su generación puesto que él es capaz de dejar a un lado las palabras que algunos llaman poéticas y crear u lenguaje que a su vez es resistencia y memoria, acaso no estremece el poema anterior y se vuelve un poema imprescindible entre los poemas colombianos de todos los tiempos. Yo creo que sí.
No, no es sólo amistad, es admiración y respeto por la tradición poética lo que me mueve a seguir la obra de este hombre, lo que me hace escribir de él y su nuevo libro El árbol es un pueblo con alas un libro que recoge la obra, sí la obra poética de un ser que fue capaz de olvidarse de los egos, del yo poético, de los flashes y las cámaras para mirar que en el otro hay pérdidas, injusticias, dolores, vacíos, felicidades, amores y porque no, esperanzas de vivir mejor, de vivir sabroso como ha vivido Ortiz Forero a través de su poesía.
Y dejo a ustedes la lectura y el acercamiento a los demás libros y poemas incluidos en este bello volumen, sean ustedes lectores quienes descubran que en verdad nos encontramos frente a un poeta que la alta poesía, no la conformista, no la del ego, no la del yo, sino la poesía de todos, por eso queremos terminar esta pequeña muestra poética de Ortiz Forero, para el disfrute de los lectores, el poema Pandi incluido en el libro Cequiagrande.
Eran los años en que los sueños me habitaban.
Como el malabarista que se juega el alma
en compañía de la muchacha que se alimenta de fuego,
transitábamos mi madre y yo sobre los muertos
que en el día simulaban ser pájaros ciegos.
Peregrinos de la piedra, en romería a las aguas termales,
olorosas a azufre,
topábamos los límites del inframundo,
donde reinaba el jinete sin cabeza.
Mi madre, como si nada ocurriera,
iba señalando los nombres de los árboles:
éste es un guayacán, decía, aquel, un arrayán,
el que está junto a las grandes rocas, un guayabo,
y así uno tras otro, desfilaban ocobos, guanábanos,
gualandayes, almendros,
mientras yo recordaba el golpeteo de los cascos sobre las losas.
Hoy, cuando sólo quedan guijarros calcinados,
y no existen arboledas que podamos bautizar,
la voz de mi madre dibuja en mi memoria hermosos follajes.
Tal vez por eso: por la capacidad de ver al otro y no ignorarlo es que los taxistas de Tuluá conocen donde vive, porque ellos (los otros) lo han visto trajeado para recibir personajes importantes en la Unidad Central del Valle donde trabaja o para verlo presentar sus nuevos libros o para llevarlo a almuerzos y cenas con gentes prestante o lo han recogido ebrio a mitad de la noche para llevarlo a su casa donde lo espera Merlín su gato, su música y sus inagotable biblioteca y eso ante todos ellos, los seres anónimos que son los taxistas, los que también están en Lista de espera, lo hace el poeta que es, el gran poeta que es y eso lo convierta en el árbol, lo convierte en la voz de un pueblo con alas.
JUAN CARLOS ACEVEDO
Manizales, bajo el invierno de octubre de 2022
- Juan Carlos Acevedo: Poeta, ensayista y divulgador cultural. Es Profesional de Ciencias de la Información y Bibliotecología de la Universidad del Quindío. Dirige el Taller de escritura Relata del Ministerio de Cultura en Manizales. Sus poemas hacen parte de varias antologías colombianas y de algunas antologías en Uruguay, México, Estados Unidos, Bulgaria, Rumanía y Grecia. Ha publicado los libros de poesía: Palabras de la Tribu (2001), Los Amigos Arden en las Manos (2010), Noticias del tercer mundo (2010), Historias alrededor de un fogón (2012), Los huéspedes secretos (2014), Las letras que nos nombran. Revisión de la literatura del Viejo Caldas. 1834-1966. Historia (2017), Correo de la noche (2018), La Casa en el Invierno (2020). Obtuvo los Premios Nacionales de Poesía “Descanse en Paz la Guerra” Casa de Poesía Silva y el VI Premio de Poesía “Carlos Héctor Trejos” y ha sido finalista el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia en 2015 y segundo lugar en el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá en 2020.
- Omar Ortiz Forero: Nació en Bogotá en 1950, pero gran parte de su vida ha hecho de Tuluá su refugio. Poeta, editor, gestor cultural, profesor universitario, abogado. Dirige la revista de poesía Luna Nueva desde 1987 hasta la fecha. Ha publicado los libros de poesía: La tierra y el éter, 1979; Que Junda el Junde, 1982; Las muchachas del circo, 1983; Diez Regiones, 1986; Los espejos del olvido, 1991; Un Jardín para Milena, 1993; El libro de las cosas, Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1995; La luna en el espejo, 1999; Los espejos del olvido, Antología, 1983-2002; Diario de los seres anónimos, 2002. Las Calles del Viento, 2004. Cequiagrande, 2011. Lista de Espera, 2017. Pequeña Historia de mi País, 2021. El Árbol es un pueblo con alas, Colección Piedra de la Locura de Nueva York Poetry Press, 2022.