- ¿Qué puede ser más triste que compartir la guerra y sus estragos?
Leyendo las páginas que con delicadeza artesanal y fuego estético construyó Eduardo Mosches con la coordinación de José Ángel Leyva en México y Juan Manuel Roca en Colombia, para este diálogo y esta fiesta que vivirá Bogotá dentro de pocos días: la Feria Internacional del Libro que tiene como invitado especial a este México, mi otro país, recorrí los caminos del autoexilio en el que me replegué hace ya 24 años, la forma cómo te duele la patria y la matria, cómo se constituye dentro de uno la posibilidad de tener otro territorio para desplegar la vida y hacerme ciudadana por decisión y amor a estos caminos.
A José Ángel le conocí hace muchos años cuando Bogotá fue la invitada de honor para la Feria del Libro en el Zócalo Capitalino.
Siempre regreso a ese primer viaje a Oaxaca, donde de camino al Istmo, entramos a un mercado temprano en la mañana. En mi ignorancia de recién llegada la marchanta nos ofreció un “agua bendita” y con el calor que hacía, apuramos el vaso y un mezcal nos atravesó el alma. En medio de la confusión se escuchaba en el radio Cali pachanguero y le dije a la señora si sabía que esa era música de Colombia y ella con toda naturalidad, me preguntó:
- ¿En qué lugar de México queda Colombia?
En las páginas de esta edición de Blanco Móvil la pregunta se puede hacer de las dos formas ¿En qué lugar de Colombia queda México?
Mas allá de las retóricas, hay gramáticas que tienden puentes de Comala a Macondo y nos permiten escribirnos con estos versos, las crónicas y las múltiples miradas que allí convergen en claves de complicidad.
Si bien el siglo XX fue diferente en términos de la forma cómo la violencia nos atravesó a cada uno y cómo en Colombia la exhibían para domesticarnos, mientras que aquí de muchas formas se ocultaba y se sigue ocultando como otra forma de la gran familia mexicana, compartimos parafraseando a Daniel Pecault, el blablablá de los políticos y el silencio sepulcral de los guerreros.
Cuenta Jesús Martín Barbero que Colombia fue un país sin migraciones durante todo el siglo XX y a eso le atribuye nuestra incapacidad para reconocer al otro y esa falta de otros es una de las causales de la violencia. México por su parte tuvo los brazos abiertos hasta hace poco tiempo, la crisis migratoria que vivimos en la actualidad cambiará ese rostro que tanto nos gusta mostrar como mexicanos.
Tener dos patrias, dos guerras con un origen diferente pero completamente recrudecidas con la invención del narcotráfico como la continuación de la Operación Cóndor. Selvas, desiertos, orquídeas, jacarandas: poetas en las dos orillas con su valentía para adentrarnos en la tragedia que hemos vivido y para hermanarnos en las formas cómo esos pantanos de lo indecible brotan desde sus páginas.
La revista también me llevó por otro sendero, ya mencionamos el lugar común que suele ser Comala y Macondo, pero creo que esta edición construye también una ciudad entremundos que viaja desde el más imaginativo Calvino, donde sin existir ir y venir es posible, sabernos cerca, más allá de esos Aires de Familia que nos cuenta Monsiváis en su magnífico ensayo sobre aquello que compartimos en la configuración de los medios de comunicación del siglo pasado y especialmente la forma como Televisa nos hizo participar a todos de formas de amar, conocer e imaginar México, con sus ricos que también lloran.
Creo que aquí hay una clave para mirar el rostro de la tragedia, donde siguen faltando relatos de los miles de asesinatos anónimos y desapariciones que ocurren a pesar de los múltiples esfuerzos en Colombia de la Comisión de la verdad, que ha hecho un trabajo impresionante sobre nuestras memorias rotas y que esperemos que aquí algún día se puedan realizar porque las madres buscadoras merecen más que convertirse ellas mismas en forenses.
También confieso, me ayudó con mi duelo, este largo y soterrado duelo donde parece que mi vida se hubiera multiplicado de algunas maneras, pero también que se me hubiera quebrado en pedazos. Es una forma de llorar juntos y encontrar consuelo, mirando a los ojos a la esperanza, arrancándosela a los mitos religiosos que la dejan para el más allá y traerla a la vida, gracias a todos quienes cifran estas páginas, gracias, Juan Manuel Roca, José Ángel Leyva y gracias Eduardo Mosches por este regalo de ternura radical.