En medio de las varias líneas abordadas por la poesía escrita en español en el siglo XX, es un gusto encontrarse con la obra poética de Aldo Pellegrini, con la fuerza verbal que nos propone para mirar y ver los imaginarios que cunden la realidad, tanto aquellos imaginarios cuyos espacios buscan someternos a los intereses de quienes los establecen, como aquellos posibles para una acción subversiva hacia el esclarecimiento de los interrogantes e incógnitos que surten la existencia.
En Aldo Pellegrini, en los ámbitos donde se establece y surge su escritura poética también se establecen y manifiestan sus textos críticos, como los reunidos en su libro Para contribuir a la confusión general, donde toca algunos de los malestares que se hacen visibles a través del arte y la escritura poética en un momento tan coyuntural del siglo XX como lo fueron las décadas posteriores a la Segunda Guerra, malestares cuyas estelas contribuyen para las afecciones que padecen el arte y la escritura de nuestros días, tanto en los creadores como en el público que participa de estas creaciones. Por eso aquí busco exponer mis aproximaciones a esos textos, a la capacidad que tienen para incomodar a los creadores y a los lectores atentos, provocando en éstos las acciones necesarias para esclarecer esos malestares. Sobre la poesía de Aldo Pellegrini reunida en La valija de fuego (2001), puede leerse mi ensayo: “Lo subversivo en La valija de fuego de Aldo Pellegrini”, publicado en mi libro En la escritura de otros, ensayos sobre poesía hispanoamericana, cuya primera edición salió en 2014.
Iniciemos, Para contribuir a la confusión general, es el título de un breve libro donde Aldo Pellegrini (Rosario 1903, Buenos Aires 1973), reúne 10 ensayos escritos en las décadas de 1950 y 1960. Estos textos resultan desconcertantes por las reflexiones que Pellegrini consigna sobre arte y sobre la escritura poética, son reflexiones dadas desde el acontecer creativo estimulado por los exacerbados interrogantes que penetran la sociedad y la cultura en la segunda mitad del siglo XX, y ante todo resultan esclarecedores por la capacidad puesta en ellos para diseccionar el malestar creador que ampara la producción de artistas y poetas en su relación y confrontación con el mundo y las realidades instauradas en él por quienes ejercen el poder para someter la conciencia humana a sus designios e intereses ideológicos, religiosos y económicos.
En el Preámbulo del libro Para contribuir a la confusión general, se dice de la dificultad que podemos enfrentar quienes intentemos esclarecer las ideas que permean nuestro tiempo, y el problema que significa la densidad contradictoria de éstas, no solo “en mentes distintas sino en una misma mente”. Y es justo en ese cruce confuso donde Aldo Pellegrini propone cuestionar y allanar el viejo orden de ideas establecido, un orden cuyas ideas se han vuelto inoperantes, se han fosilizado. Allanamiento que permitiría aprehender las ideas contradictorias necesarias para un nuevo tiempo. Dice Pellegrini que: “No se trata de un desorden contra el orden, sino más bien de un nuevo desorden contra un viejo desorden. El desorden, al envejecer, se fija, se fosiliza y adquiere así la apariencia del orden, pero sólo porque está inmóvil, porque está muerto”. Y agrega: “Pero no cualquier desorden, sino uno que consuma lo viejo y purifique la vida: un desorden creador, por el cual circule la sangre siempre renovadora de lo vital”. Con esto Aldo Pellegrini nos propone leer su libro como quien mira y ve las realidades vitales de una época surgiendo de las tenciones creadoras y desde las contradicciones que surten la conciencia humana, haciendo así visible cómo las nociones establecidas sobre seguridades fosilizadas, requieren del uso de un desorden lustral.
Con esta puntual reflexión en el Preámbulo de su libro, Aldo Pellegrini nos dice cómo cada época de la humanidad establece las coordenadas necesarias para la realidad de su tiempo, acudiendo para ello a sus contradicciones fundamentales. Entonces, es así como de la confusión de cada época surge un orden para sus contradicciones, el suficiente para vivir su tiempo. Lo otro es cuando se quiere perpetuar una época acudiendo al sostenimiento del estado fósil en el cual se convierte cuando se agota.
Aldo Pellegrini es un magnífico poeta, su actitud y su poesía lo hacen uno de los renovadores del hacer poético en idioma español en el siglo XX, y es un ensayista que desde sus reflexiones sobre la poesía busca el esclarecimiento de un tiempo como el suyo y el nuestro, tiempo donde no ha dejado de confluir lo abrupto, confuso, ofuscante y fascinante de la condición humana a través de sus historias e imaginarios, y donde cunden las paradojas y analogías en metáforas que visibilizan lo luminoso y lo oscuro de la poesía como acción para adentrarse en lo maravilloso, revelado a través del asombro y lo azaroso vital. Un tiempo donde suceden y se nutren los ideales humanos por una vida no sometida a la usura de la miserabilidad íntima y común. Por una vida encarnada en la revelación, no en la miserabilidad usurera.
Aldo Pellegrini fue próximo al Surrealismo, movimiento que lo atrajo por su capacidad contestataria con cuanto atenta contra la dignidad humana y su capacidad creadora, vital. Sus inicios literarios están abiertamente ligados con este movimiento. Para él el Surrealismo significaba vivir en la eclosión de la realidad, en su ser revelador de lo maravilloso y lo coloquial humano, de lo misterioso universal. Pellegrini encontraba en el Surrealismo la capacidad necesaria para la renovación de la poesía y de la existencia en lo íntimo y en lo común. En idioma español fue uno de sus apasionados representantes, como también lo fue el poeta César Moro, contribuyendo con una obra poética de un aliento creador poderoso.
El libro Para contribuir a la confusión general, se divide en dos apartados, el primero nombrado Ensayos persuasivos, y el segundo Ensayos apersuasivos. En el Preámbulo nos dice Pellegrini que: “El tono persuasivo usado por el autor en algunos trabajos y el apersuasivo usado en otros se complementan, y constituyen la verdadera manera de provocar una comprensión viva, de arrancar al interlocutor de su cómoda poltrona de indiferencia”.
En los textos que componen este libro, Aldo Pellegrini quiere establecer con el lector un diálogo franco, sin sometimientos a la visión por él entregada. Empero su diálogo es provocador, busca “arrancar al interlocutor de su cómoda poltrona de indiferencia”. Por ello en el ensayo Sobre la decadencia del arte contemporáneo, mientras nos adentramos en sus apreciaciones sobre el arte creador visto ante el muro de la denominada cultura de masas, que es propiciada por quienes detentan el poder y se usufructúan de las realidades que han establecido a través de una mecanización uniforme del mundo, y el arte creador visto ante el muro de la denominada cultura de minorías, propiciada por esquemáticos intelectuales y falsos artistas casi siempre refugiados en lo académico y en el esnobismo de un arte huero, viendo como estas posiciones con sus intervenciones no hacen más que estimular el armado de una figuración cultural que según Pellegrini casi siempre resulta ambigua, cuando no falsa, ante la magnitud de la cultura como expresión cognoscitiva de lo humano, de lo propio y lo común como conciencia de la creación constante que cunde en el mundo y en el universo. Así, siguiendo los párrafos de este ensayo, también nos encontramos con apreciaciones como esta: “Pero nunca como ahora las relaciones entre las personas son a la vez más contiguas y más distantes. Los humanos viven apeñuscados en tal forma que son incapaces de verse. Se ha perdido la justa perspectiva para la mutua contemplación. Nunca la soledad ha sido tan grande. El amor mismo es, en la mayoría de los casos, una relación sexual sin comunicación, y al perder con ésta su cualidad fundamental se convierte en altamente angustiante. La agresividad y el grito son consecuencias de semejante situación de soledad”.
En el ensayo La universalidad de lo poético, que junto con el texto Sobre la decadencia del arte contemporáneo compone el apartado Ensayos persuasivos, nos encontramos con las reflexiones dadas por Aldo Pellegrini sobre el ser y el lugar del acto poético. Así, nos dice: “Todo lo que nos rodea está pleno de una poesía que quiere ser descubierta, y esa poesía encuentra inmediata repercusión en nuestro espíritu cuando éste está alerta”. Para descubrirla el poeta debe ir al encuentro de esa poesía que lo acecha hasta lograr su posesión, es decir, hasta ser poseído y poseer esa súbita realidad que se ve revelada en el acto poético, entonces la realidad se presenta a través de las exaltaciones instintivas que el poeta propicia desde sus percepciones, como individuo y como ser universal cuando entra en relación con ese instante poético único en su permanencia, empero mutable, pues como bien dice Pellegrini: “Lo permanente no significa lo inmóvil, sino simplemente lo que no cesa”. El poeta aprehende la estela de ese instante que no cesa y lo revela.
Las formas y las maneras de lo poético son variables en el tiempo y están sujetas a las combinaciones posibles vivenciadas en cada época, dando salida a expresiones y significados diversos. La poesía es mutación como la universalidad misma de la que procede y es expresión. Y por paradojas de su propia mutación lo luminoso de un poema puede ser su mayor oscuridad, entonces la nitidez o lo críptico en un poema suceden en ese punto donde el día y la noche del conocimiento humano se confunden. Según Pellegrini la materia poética “tiene algo que la particulariza y la convierte en documento: el arte es resultado de una experiencia vivida en común por el hombre y las cosas, una experiencia que, fijada en el acto de la creación, trasciende del tiempo”. Así, el poeta da forma creadora a las captaciones que ha vivenciado a través del don comunitario de la poesía. En este ensayo Aldo Pellegrini alerta sobre el artificio que produce “una falsa sensación de lo poético”, pues hay quienes creen que “en un mundo construido en base a la mentira también la poesía debe ser mentira”. Mentiras que dan pie a los falsos poetas maquinadores del ornato puntilloso con el cual pretenden ocultar que “la voz del poeta, al expresarse a sí mismo, es también expresión autentica de su tiempo, en lo que tiene de más profundo, en lo esencial”.
El segundo apartado Ensayos apersuasivos, se inicia con el texto La acción subversiva de la poesía. Aquí es necesario detenernos en el empleo que hace Aldo Pellegrini de la palabra subversiva, pues se ha hecho usual verla vinculada con las acciones de individuos y grupos fanatizados que confunden su significado con la palabra terrorismo. Lo subversivo relacionado con las acciones de la poesía es revelador, busca el esclarecimiento de los malestares que afligen y someten la condición humana a la indignidad, mientras que las acciones terroristas solo contribuyen para exacerbar estos malestares, creando más infecciones, más enconos en la condición humana. Lo subversivo desvela los síntomas que nos someten a través de los sistemas de poder a vivir en los mecanismos de su usura y su miserabilidad. El terrorismo contribuye a la infección de esos síntomas hasta hacerlos incurables, por ende más beneficiosos para los sistemas de poder.
En La acción subversiva de la poesía, nos dice Pellegrini que: “La poesía no es, por consiguiente, un lujo o un divertimiento, sino una necesidad, del mismo modo que lo es el amor”. Una necesidad vital que nos permite tener conciencia de la realidad y de la otredad donde se funda la vida, y esta es una de sus acciones más perturbadoras, más subversivas, pues la poesía como expresión vital nos abre al conocimiento, al sabor del saber que nos permite asumir responsabilidades, zafarnos de los escaques en los que nos condicionan y someten a un mundo óptimo para lo laboral, el fanatismo y el delirio consumista y depredador. Por ello quienes ostentan el poder persiguen desactivar la fuerza de la poesía, como bien dice Aldo Pellegrini: “Domesticando a los poetas, volviéndolos inofensivos, para que ofrezcan un producto falsificado o desnaturalizado que con el título de poesía reciba los honores oficiales, las prebendas. Así se logra un alimento sustituto de la pasión poética, que puede designarse con el nombre de poesía ‘oficial’ y que es la negación total de la poesía. Así se alcanza el ideal de los carceleros: lanzar a los poetas contra la poesía”.
Queda claro que para Pellegrini lo subversivo es desobedecer lo que somete y reprime la condición y la existencia humana, buscando convertir lo humano en una entidad mutilada, óptima para la usura y la pornografía social. Con sus reflexiones nos dice cómo es silenciada la lucidez poética cuando lo subversivo es condicionado por ideologías cuyas máximas se amparan en la represión. Es entonces cuando nos urge a la necesidad de “vivir hacia lo ilimitado”, incitándonos a lo subversivo, a la realidad ilimitada donde sea posible realizar el acto creador de vivir. Acto vedado para aquellos que no quieren ver y esclarecer las maniobras de quienes desde el poder encubren la realidad y obstruyen la libido de esa realidad en la vida.
Cabe aquí insistir que reflexionar y comportarse tal como lo hace y propone Aldo Pellegrini, no crea simpatías. Empero, es necesario asumir ese reto, más hoy cuando se pretende exhibir la poesía como un fetiche lúdico, desactivado de su poder subversivo, de su capacidad de crear pensamientos y propiciar comportamientos contrarios a los designios catárticos de la obediencia. Así resulta inevitable vivir en la asombrosa marginalidad que nos permite creer en el poder subversivo de las palabras, en su capacidad reveladora para enfrentarnos a quienes promueven un mundo maquinado en los esplendores de la miseria y la impotencia humana.
El misterio de lo real no se encubre, se desvela en su fuente inagotable. No se trata de agregarle misterio al misterio, sino de aprehenderlo. He ahí la razón de la poesía, su permanencia vital huellando las mutaciones humanas y universales, y tras ellas, el ser del poeta entregando de esas huellas la comunión solitaria de quien permanece alerta y dado al asombro. Lo anterior para adentrarnos en el ensayo La soledad del artista. En este texto Pellegrini desnuda el patético sentimiento sobre la soledad que se suele adjudicar al poeta y al artista y al hacerlo, inevitablemente deja en evidencia cómo la soledad es el mayor padecimiento sufrido por la humanidad en comunidad, la soledad como uno de los males de la humanidad en su vida en sociedad. Nos dice: “¿Qué mayor soledad que la existente en los gigantescos departamentos modernos? Cientos de personas viven allí codo a codo como extraños”. Ya antes, en La universalidad de lo poético, nos había dicho: “Pero por todo lo que hemos visto, no es la soledad el destino de la poesía sino la comunidad con los otros hombres. El lenguaje poético es el lenguaje de la verdadera comunicación, el lenguaje corriente es, en cambio, el de la incomunicación. En el fondo, no corresponde al poeta la calificación de solitario sino al hombre corriente, al hombre-masa”.
Y llegamos al ensayo El ilustre desconocido, donde Pellegrini nos aproxima la presencia de ese lector desconocido que en un momento indeterminado es tocado por una obra que le resulta tan esclarecedora para su vida que se convierte en su receptor y al mismo tiempo, en el guía para franquear la “enorme muralla sólida” que busca impedir el conocimiento de esa obra. Aquí ese Ilustre Desconocido es la puerta a través de la cual una obra inicia su reconocimiento y su recorrido hacia otros lectores. Nos dice Aldo Pellegrini que: “Esta es la gran satisfacción con la que sueña el poeta autentico: la posibilidad de provocar una explosión en el espíritu de un ser humano que lo arranque de su vivir indiferente, que lo lleve a ese estado en que la vida se impregna de fervor”. Ese Ilustre Desconocido puede encarnar en cualquier ser humano, pues lo azaroso de su presencia solo lo determina su estado de alerta para esclarecer las necesidades y los interrogantes vitales en su vida. La fuerza de ese Ilustre Desconocido se establece en su capacidad para elegir por sí mismo, más allá de las imposiciones que rigen el “gran” gusto de todos en masa. Y es en ese momento cuando “se acaba el hechizo de la estruendosa farsa” que buscaba impedir el conocimiento de una obra.
En los últimos textos del libro Aldo Pellegrini despliega un sentido del humor negro tal como lo celebraba André Breton, un humor que logra encajar directo en el lector una mueca verbal ácida, una mueca que lo saca de su comodidad rutinaria. También son textos donde se muestra una drástica pugna contra la domesticidad de la poesía, contra la oficialización que de ella buscan quienes ejercen el poder usurpando la vitalidad y la dignidad humana para después usufructuarse de la miserabilidad que así han producido. Ante estos la posición de Pellegrini es fuerte, áspera, sin tapujos. En otro de estos textos nos da un alto testimonio de las palabras como sustento creador, en el titulado El poder de la palabra, donde nos dice: “El poeta descubre en la palabra la vibración imperceptible que han dejado todos aquellos que han volcado en ella su sufrimiento o su pasión desde que por primera vez fue lanzada hasta que atravesando la historia y las generaciones la encuentra en su interior”. Y en Fundamentos de una estética de la destrucción, agrega: “Todo cambio implica destrucción, y la naturaleza es esencialmente cambio. Este cambio se nos revela como tiempo. Así el tiempo resulta el gran destructor. A la materia que consideramos inmóvil la recorre una lenta ola de destrucción. El tiempo corroe la materia y en el transcurso de esa corrosión surge la belleza. La belleza es el rostro del tiempo, es la luz del cambio que nos hechiza”. Magnífica manera de dejarnos próximos al tiempo sin tiempo donde suceden las mutaciones, al vacío da la página donde es posible ver y aprehender la carga poética de uno de esos instantes donde no cesa de prender la vida.
En este texto sobre el inquietante libro Para contribuir a la confusión general, cuya primera edición fue publicada por Aldo Pellegrini en 1965, cabe decir que hoy vivimos en un escenario de realidades para las que hemos contribuido como especie. En una época donde se están evidenciando nuestras características más solapadas, mezquinas y depredadoras, no solo con la dignidad humana, sino con todo el planeta. Parecemos el bicho determinado para convertir la tierra en una árida y estéril semilla cósmica. Nuestras acciones e intereses los encubrimos con eslóganes de ideologías, por un lado, de derechas que se autoproclaman como las encargadas de disponer las claves sociales para un futuro ideal, por el otro, de izquierdas que se promueven como las abanderadas del progresismo que exhiben cómo si se tratara de un ábrete sésamo social hacia un mundo paradisiaco, y presumiendo estar en el medio sin cayos ni en las manos ni en la culpa, aparecen las oportunistas maniobras de quienes se llaman de centro, es decir, el centro donde cabe a mansalva el futuro y el progreso.
Entonces es preciso recordar una de las observaciones hechas por Aldo Pellegrini en La poesía surrealista, texto escrito para presentar su Antología de la poesía surrealista de lengua francesa (Buenos Aires, 1961), observación que sigue siendo oportuna para quienes se atreven al encuentro con la poesía: “Quizás sea necesario insistir que la defensa de los valores humanos mediante la poesía no es nueva y que, en alguna medida es visible en los poetas auténticos de todos los tiempos: aparece en Dante, en Villon, en Blake, en Swift (en cuanto pertenece a la poesía por su humor negro y sus creaciones fantásticas), se acentúa en los románticos, y encuentra sus grandes rebeldes a partir de Baudelaire, especialmente en Rimbaud y Lautréamont, verdaderos dioses lares del surrealismo. En realidad, en toda verdadera poesía está latente o manifiesta una protesta del hombre contra su condición”.
En una época donde la realidad social es propiciada por la usura y la miserabilidad, y en la que prevalece el fácil entretenimiento doméstico como la expresión de una cultura, extraña uno creadores como Aldo Pellegrini. Poetas como él cuyas actitudes y obras nutren esa estirpe de creadores que como olas sobre el vacío imprevisible se presentan súbitas, recordándonos con su estampida el necesario estado de alerta que debemos mantener para vivir lo maravilloso de la vida, aun en sus más extremos abruptos y hundimientos.
Omar Castillo, Medellín, Colombia 1958. Poeta, ensayista y narrador. Algunos de sus libros de poemas publicados son: Huella estampida, obra poética 2012-1980 (2012), Tres peras en la planicie desierta (2018), Limaduras del sol y otros poemas, Antología (2018) y Jarchas & Escrituras (2020). Su obra también incluye el libro Relatos instantáneos (2010), la novela Serafín (2022) y los libros de ensayos: En la escritura de otros, ensayos sobre poesía hispanoamericana (2014 y 2018), Al filo del ojo (2018) y Asedios, nueve poetas colombianos (2019). De 1984 a 1988 dirigió la Revista de poesía, cuento y ensayo otras palabras, de la que se publicaron 12 números. De 1989 a 1993 dirigió la colección Cuadernos de otras palabras, de los que se publicaron 10 títulos. Y de 1991 a 2010, dirigió la Revista de poesía Interregno, de la que se publicaron 20 números. En 1985 fundó y dirigió, hasta 2010, Ediciones otras palabras. Poemas, ensayos, narraciones y artículos suyos son publicados en libros, revistas y periódicos impresos y digitales de Colombia y de otros países.