Ciertos abedules de luz en el corazón:
Ulises Paniagua

La poesía como salmo
La poesía como sanación
La poesía que salva

Hace años, y con desatino, una poeta mexicana escribió una mala reseña sobre uno de mis libros de Cuento. Ella aseguraba que este humilde escritor practicaba un catolicismo tradicional. Me quedó claro, al leerle, que no comprendió el sentido de los relatos del libro (que iban exactamente en dirección opuesta a la intención de su malintencionado texto). Descubrí, además, que me suponía un practicante que asistía a misa cada domingo, que rezaba sus oraciones antes de dormir. Nada más equivocado con respecto al agnosticismo (no ateísmo) que profeso. Carezco de tales prácticas, aunque a diferencia de la autora, no las desdeño. En su aseveración había, en adición, signos de un profundo desconocimiento sobre temas espirituales; entre ellos, el significado de la verdadera religiosidad, y lo que implica en el fondo la idea del catolicismo.
Si en los poetas se descubren las más misteriosas de las verdades humanas, entonces, incluso conta su voluntad, pueden considerarse religiosos; pues la palabra religión, en esencia proviene del término latino re-ligare, que quiere decir unir, enlazar. El ser humano, desde una espiritualidad particular o general, entra en comunión con la naturaleza, con los animales, con el Universo, además de empatizar con “los otros”. Walth Withman sabía mucho de esto. El ser se re-liga con el mundo, con el Espacio-tiempo, con la vida y la muerte de forma permanente, indisoluble. La Poesía es una práctica inevitablemente mística. Hay un grado de misticismo hasta en el poeta más materialista-histórico. Basta recordar, como un ejemplo contundente, el texto de Rubén Darío al respecto, Los motivos del lobo, la historia del primer franciscano con mirada altamente social: un santo que contempla las razones del resentimiento de los antes buenos, o los marginados. De ello, de este re-ligare, sabía y comentaba también en sus talleres de poesía, el querido Saúl Ibargoyen, escritor marxista y altamente dialéctico.
No debemos olvidar, por otra parte, que la religiosidad no se remite a una corriente cristiana, sino que puede abarcar aspectos del budismo; desde cierta literatura fantástica basada en mitologías de esa naturaleza, como ocurre en el caso de Jorge Luis Borges; hasta llegar a cierto budismo-hípster (atado al consumo de drogas), que se presenta en la última etapa de algunos escritores de la generación beat o en a la persecución de lo sublime tras la exploración de ciertas sustancias, como es el caso de Aldous Huxley o Antonin Artaud. Y qué decir de la búsqueda del misticismo en las “gacelas” árabes, en la purificación del alma a través del agua en la práctica de los musulmanes; de las magníficas rubaiyat de Omar Khayyam (que constituyen un verdadero canto al amor y al espíritu del vino). Se encuentra a su vez en el cuántico y, digamos, ecológico poemario Hojas de yerba, del propio Whitman (en gran parte, padre de la cultura hippie). Hay retazos místicos en el idealismo alemán. En México, podríamos hablar de esta experiencia a través de los rituales huicholes y el peyote, por ejemplo, desde el poemario Híkuri, de José Vicente Anaya.
Una o un poeta puede ser católica o católico, aún sin saberlo, porque dicho término refiere en su origen a lo universal. La iglesia heterododoxa se constituyó, al separarse de la ortodoxa-griega de Bizancio, bajo ciertos lineamientos. Así, se declaró una iglesia apostólica (basada en testamentos de ciertos apóstoles); católica (incluye a cualquier integrante del mundo), y romana (pues tiene su sede en el Vaticano). Ese es el origen de las cosas. Cualquier tergiversación es, con certeza, posterior. A partir de esta búsqueda, la Poesía sería necesariamente católica por universal, bajo el aspecto técnico de la palabra.
Tras esta explicación no del todo gratuita, me atrevo entonces, desde el profano que soy, a adentrarme en los terrenos sacros de la poesía, en general; y a ahondar, bajo este pretexto, en la reciente obra de la querida autora Juana María Naranjo. Lo hago bajo la conciencia de reseñar su nuevo libro, que es de mi gusto, Abedules de luz (y que por cierto ha sido publicado en una hermosa edición artesanal que recuerda el formato de las pequeñas biblias). En segundo término, hacerlo se convierte en un asunto ideal para hablar de misticismo y literatura; misticismo que se puede encontrar en referencias monacales clásicas hispanas, tanto como en la literatura moderna (o posmoderna) a través de autores como el propio Fernando Pessoa: “Yo nunca guardé rebaños. Pero es como si los guardara. Mi alma es como un pastor”; o de los deslumbrantes aforismos de Franz Kafka, autor checo que basó su obra en la infructuosa indagación de un Dios ausente: “Quien busca no halla, pero quien no busca es hallado”.
Abedules de luz, publicado por Arde Editorial Chihuahua, es en mi opinión, el más logrado de los libros de la escritora Juana María Naranjo. Muestra a una autora en perfecto manejo del uso de la métrica y el ritmo, no del todo formales, pero que siguen a pie juntillas la tradición clásica del castellano para rematar, en la última línea, con un verso contundente que rompe con la estructura del texto, para evocar a Dios o la figura de Jesús, en un efecto que contrapone la dulzura de las primeras líneas, con la precisión del último verso. Un recurso que aparece en las treceadas, por ejemplo, de Roberto López Moreno, o en el libro Diálogo final, del poeta uruguayo William Johnston; efecto que deja la sensación de una cuerda que oscila tras el paso del viento. Esta contundencia, casi con certeza, le debe mucho a la naturaleza de las formas poéticas orientales, como es el caso del haikú, que Juana María Naranjo conoce bien desde hace años (pues fue probablemente la primera mujer practicante de este género en nuestro país).
El árbol y la luz, aquí contenidos, son formas que la maestra Dolores Castro, nuestra querida “Lolita”, heredó a través de su visión a Juana María, su más cercana alumna. En este caso, cumplen una función más allá de simples metáforas. Árbol y luz fueron presencias verídicas, cotidianas, dentro el ars poética y la propia vida de Dolores Castro, quien estuvo siempre rodeada de hermosos jardines. El árbol posee su ciencia y su mitología. El ser humano, según antiguas tradiciones que cita Gastón Bachelard, amaba al árbol sobre las cosas, de tal modo que algunas culturas vivían dentro de un él, y de este hacían los familiares un ataúd, una vez que alguien moría, para hacerlo correr, a modo de canoa, con el cuerpo del muerto a través de un río. Árbol y difunto hacían, en compañía, el viaje hacia la muerte. A los árboles les dedica J. R. R. Tolkien, escritor altamente católico por extraño que parezca (como ejemplo el Silmarillion), un apartado en su trilogía El señor de los anillos, donde los hace cobrar vida para la defensa de los bosques.
Silvia Pratt, en el prólogo, hace saber que “No es extraño que el poemario Abedules de luz …lleve ese título porque el abedul es un árbol sagrado; árbol de la renovación, al que también puede asociársele con el sol y la luna”. Jean Chevalier y Alain Gheerbrant sostienen, por su parte, que “el abedul simboliza la vía por donde baja la energía celestial y por donde sube la aspiración humana hacia lo alto”. Juan María posee, sin duda, alma de árbol.
La clave del libro es, además del árbol, lo sagrado. Volvemos con ello a lo místico, pero desde una condición católica. Silvia Pratt nos hace ver también, a través de sus palabras, que la poeta Naranjo “ha seguido fielmente la tradición de la poesía judeocristiana y ha abrevado en la poesía mística de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa Jesús…porque recurre a la divinidad como motor de su existencia. La figura divina se hace presente en los versos como un solo ser, pero en cualquiera de sus tres personas distintas, dogma sobre la esencia de Dios en el cristianismo”. Naranjo escribe:

Señor cierro       los ojos
en la oscuridad
en la oscura edad y más veo
del alma el silencio
y los destellos
de tu inmenso corazón

Para Juana María, en medio de transmutaciones espirituales, Dios es la naturaleza:

Ser árbol y acrecentar los pasos
en raíces pródigas        bajo tierra
crecer junto al río      de agua zarca
             Dios mío
y con tus bendiciones al sol:
seré ciprés
o arce
o sabino               Amén.

Dios también es la alegría del jardín. Es el amor al jardín, lugar del cual se ha escrito mucho y del que el pintor Claude Monet comenta “que es su más bella obra de arte”, pues “simplemente (su jardín) es amor”. Naranjo, quien posee en su casa un jardín íntimo, hermoso, pacificador, con algún árbol al que incluso le ha puesto nombre, anota:

Nos revela el toronjil
sus fragantes secretos bajo el sol
en cadejos de oro:
filigranas del viento de agosto
Jesús del camino
son para ti            mi Dios.

***

Eres tú           Jesús vivo
el renuevo en la espiga
la quemadura y la sed
en el alma
en el incendiario corazón
de la jacaranda.

Un dato interesante que ha detonado la algidez en la poesía de Naranjo, su clímax hasta hoy, fue el trauma global que representó la pandemia de COVID-19 durante los años 2020-2022. En los momentos de mayor angustia, de mayor temor, la espiritualidad de la escritora emergió como tabla de salvación para sí, para poseer la sensación de proteger a la familia, y como un acto de piedad, muy franciscano, hacia los otros. El libro se volvió al tiempo un ruego, un libro de oraciones para pedir la vida de los familiares y el destino de la humanidad. Escribir se convirtió en un faro de luz entre la oscuridad de la ansiedad colectiva. El libro estremece, a ratos, por su honestidad. Es el más sincero, espeso, de los libros de la poeta mexicana. Quizá por su petición angustiada para alejar a la muerte de la casa.
Hoy en día, después de leerlo, algunas personas lo han tomado como un libro de oraciones; y descansa, con merecimiento, sobre el buró de ciertas habitaciones lectoras. La poesía se volvió, a través de los Abedules de luz, un recurso de sanación en medio del estancamiento de la pandemia. Es como vivir una oración en medio de un espacio estático. Los versos resuenan en el túnel del corazón:

¡Cómo enciendes las almas
Señor            al tañer el alba
                       al primer fulgor del sol
en esta pausa de la humanidad
en medio de la quietud
                                     y el temor!

***

Aquí            en el recinto amurallado
de nuestra casa                  Señor
danos alas para volar
                            y aparta la furia
de la enfermedad
¡Sólo Tú                         Altísimo!

Abedules de luz (2022) es, hasta ahora, el mejor libro de Juana María Naranjo. Una obra que posee una estructura particular, que entraña tradición y propuesta, que sacude por su honestidad ante la incertidumbre de la muerte y sobre todo, por la búsqueda profunda a través de la naturaleza y la oración de una entidad a la que se puede llamar Dios, Universo, expectativa, piedad: algo a lo que asirse en medio de las tempestades mundiales. Por momentos evoca la profundidad humana de la literatura de la chilena Gabriela Mistral.
Quizá, próximamente, poetas como la que reseñó mi libro aprendan a comprender lo hondo que entraña la poesía, aun cuando sea religiosa y desde una tradición judeocristiana. De otro modo, sin esta comprensión de capas debajo de otras capas, los grandes poemas de San juan de la Cruz, y de Santa Teresa de Jesús, jamás habrían llegado al presente, influyendo en tantos y tan buenos autores de los que apenas sospechamos su verdadera inspiración. Seguro, esta poeta ha leído algo de esto en ellos, y no lo sabe.
Es por eso que vale la pena acudir a este libro, Abedules de luz, desde la profundidad innegable que entraña su propia y madura espiritualidad. Es también por ello que no hay que descuidar la re-ligiosidad de la literatura, que nos funde en el misterio de las cosas. Tampoco debemos pasar por alto su poder de reconfortar, entre la álgida angustia. La poesía, funciona, aquí, como salmo.
Sana. Y reconforta.

Ciudad de México, 30 de marzo de 2023


Ulises Paniagua (México, 1976), Narrador, poeta y dramaturgo. Ganador del Concurso Internacional de Cuento de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia (2019). Fue entrevistado por Silvia Lemus, en el año 2020, en el programa “Tratos y retratos” de Canal 22. Incluido en la antología internacional bilingüe “Puente y Precipicio”, publicada en Rusia, bajo la selección de Natalia Azarova y Dmitriy Kuzmin (2019). Es autor de dos novelas, nueve libros de cuentos y cuatro poemarios. Ha sido divulgado en antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo Nocturnario, El búho, Círculo de poesía, Nexos, Punto en línea, Anestesia, El Sol de México, Ígitur, Letralia, Nueva York Poetry, Altazor, Algarabía, Jus, y Períódico de Poesía (UNAM). Es parte del catálogo de autores del INBAL. Ha sido conductor en Radio Anáhuac, Radio Sogem y Radio IPN (95.7 FM). Es director, creador y fundador del Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía (respaldado por el Fondo de Cultura Económica). Director de la Colección Digital de Terror en Editora BGR (España). Publicado en la Academia Uruguaya de Letras, en España, Italia, Perú, Argentina y Venezuela, su obra ha sido traducida al inglés, ruso, griego, serbio, checo e italiano.