Introducción a la poesía de Álvaro Marín:
Celedonio Orjuela

El amor y la cicuta

Álvaro Marín

(Q.E.P.D.)

Una invocación al rey Salomón conocedor del lenguaje de los pájaros y del canto a los cuerpos amantes, y otra al poeta Fray Luis de León, abren este libro que busca instalarse en ese espacio de tensión que existe entre el deseo amoroso y el amor de los ascetas. Aunque los caminos de su escritura manifiestan estar más cerca del pulso genésico, o de los tormentos de un Job sin fe.
Lo manifiesto es la versión del amor como angustia, como pérdida, y la fijeza en el duelo y la soledad. La separación está igual en Salomón y en Fray Luis, -amigos virtuales con quienes conversa el autor sobre su duelo y su pérdida-, y es el motivo de estos trazos. Poseído por la sombra del amor huido, Celedonio Orjuela entona su propia endecha, su Canción en sordina.
Existe una manifestación del amor como hechizo, pero también existe una condición del abandono que tiene los mismos síntomas del consumo de un brebaje, los signos orgánicos de un veneno: amor narcótico que actúa como la mordedura en el calcañal humano, o como una dulce cicuta.
En su abandono el poeta busca el amor diferido y encuentra la Aspidistra, una planta tocada, hablada por la amante que el poeta usa como médium, pero la planta no responde, muere como el amor fugado. Abandono que lleva al poeta hasta la experiencia del descenso y a un estado próximo a la catalepsia. ¿Y qué es la catalepsia sino una forma de fijeza y de mantener presente el momento extático? La fijación, dirá el análisis, es un estado de latencia, de perduración del objeto en la imagen. Pero hay una experiencia humana en ese estado que va más allá de esa necesidad permanente de la presencia ajena o enajenada, que tiene que ver más con los abismos del mundo interior que con la sombra que huye. Más allá del abandono está la pérdida de la noción propia, un adentro raptado, saqueado, o violentado por el paso de la tormenta amorosa.
Aquí no encontramos el amor sublimado que nos promete la invocación de Fray Luis, lo que va quedando del siniestro amoroso es el cuerpo abandonado por el alma raptada, tampoco aparece el deseo erotizado de Salomón sino el fragor de la sangre, ese “incendio del ser” del que nos hablara Gaitán Durán, esa ciega materia que busca encontrar su ser perdido en otro cuerpo, en el “amor carnal”, o en la fagocitación del cuerpo del “ser amado”. Aproximaciones tanáticas, que expresan como una muerte el cuerpo perdido y al amante como “una bestia negra”, un rencor.
Otras veces el poeta en medio del duelo registra el amor mercenario de la calle, la soledad de quienes no sacian su sed entregando su cuerpo. Allí una adolescente, en la cóncava orfandad de esos seres que no tienen un cuerpo propio. Y es precisamente allí, en estos cuadros de la calle, en donde Celedonio Orjuela tiene los mejores momentos de su escritura. Los cuadros son una expresión propia de su oficio escrito, la postal que nos muestra una calle, una ciudad, o las vidas y oficios que configuran historias de seres anónimos llevadas a la poesía:
Para el amante abandonado la multiplicidad es solo una repetición de la muerte, y las palabras unas ruidosas inquilinas, aunque el leguaje sea su refugio. En las calles imagina que uno de sus personajes de este siglo, y en los danzantes callejeros puede ver la resurrección de Nijinsky. Algunas veces busca iluminar con su tenebrario, cuando ilumina esas sombras que son los seres urbanos de la última orilla, o esas sombras clandestinas esperadas en sus casas por otras sombras, cementerios, ruinas, suburbios, y un paisaje humano desolado entre los muros del miedo, entre despojos, esqueletos, sombras, huesos, desdibujos.

 

Poemas

Canción en sordina

La angustia del amor vela los rostros de la tarda ciudad.
Así voy sólo en medio del gentío,
perdido de un amor que oprime,
perdido, obseso.
Deseo entrar a las iglesias vacías y monologar
desde la incredulidad del amor en la casa del amor
de quien no sabe del amor carnal.
He perdido sus piernas de gacela y su olor
y su vino, Rey Salomón.
Pregunto en silencio a rostros acres por su presencia.
Un día se fue porque la carpa estaba rota y solo caían lágrimas.
Desnudos abrigábamos la ebriedad del vino,
tus bienaventuranzas de pastor aniquilan mis sentidos.
Háblame de ella, dónde debo hallarla
La quiero desnuda como llegó a mi carpa.
¿Quién apacentará mi viñedo?
Respóndeme tú Rey Salomón o tú Fray Luis
por embellecer el canto del amor carnal.

 

Delirium

Él le rogó a ella que se apease de sus ojos
Canetti

Su sombra lo posee como bestia herida
que calcina la fiebre de su cuerpo,
se riega y aturde.
Todo es vértigo,
presiente una posesión malévola.
Era amiga de brujos con olor a selva,
su imagen un rapto de dolor.
La congoja se apodera de la noche,
los hábitos se niegan
y el aroma de su sexo llega hasta dolerme.
Los trastos, la cantinela en los oficios,
todo llega una vez abraza la almohada
de la cama solitaria,
viene la furia de nervios:
te ponen de pie y deambulas hasta el alba.

 

Aspidistra

Se están muriendo las plantas de mi casa,
no sé qué secretos guardaban con la ausente,
les hablo y no me escuchan.
He atacado el pulgón, la hormiga, los ácaros.
Les hablo, les canto,
las consiento como tú lo hacías.
Pero no…
en cada amanecer se van muriendo,
reclaman tu presencia.
Aspidistra, rebélame sus secretos,
contigo hablaba más que con las otras.
El anturio y los geranios ya murieron.
Dime qué secretos guardabas para que te quieras morir,
aspidistra.

 

Como si fuera ella

or amor a la ausente colmó casi todos sus caprichos.
Se la llevó el que endulzó sus oídos
con su labia haciendo un poco de mujer,
haciendo un poco como si fuera ella.

 

Despertares

Los suicidas son homicidas tímidos
Cesare Pavese

Por estos días mis despertares
son sofocados como los de un homicida.
Camino por patios carcelarios
en una estación de nervios.
Veo almas agónicas al borde de mi puerta,
mueren ante mis ojos, suplicantes.
Te pregunto, dulce amiga,
cuando la traes de regreso
¿antes que el suicida
salga de sus sueños?

La oruga y el sombrero

Para Danna

Después que te has ido,
es cuando pueblas todos mis vacíos.
Estoy prendido a tus pasos,
tu presencia va conmigo
por las oquedades de la ciudad.
Dolor de haber sido un lobo feroz,
hambriento de amor hasta la sangre.
Llegaron las ofensas; apareció la bestia,
el desamor, el silencio,
el hastío.
De ti me quedan la oruga y el sombrero.

 

Nos comeremos los cuerpos

Nos comeremos los cuerpos poro a poro,
no importa el tiempo, en la luz y en la sombra.
Nos comeremos el cuerpo y el alma,
dejaremos en el resquicio de la puerta
lo que sobra.
Desnudos hasta el agotamiento.
Dejará sus negros pezones y su sexo
descubierto antes de llegar.

 

Quisiera que mi alma te fuese liviana

Quisiera que mi alma te fuese liviana como las palabras que me dices.
Llegar a ti limpio como esta lluvia imperceptible,
como los pájaros que llegan con la aurora,
con la voz del que ofrece la caléndula.
Llegar a ti antes del bullicio de las calles.

 

Trapos viejos

Solo quedaron trapos viejos
de otras migraciones.
En las prendas íntimas
huella de la errancia
por el cuerpo…
Partir entonces

 


Celedonio Orjuela Duarte, Poeta, ensayista y novelista. Ha publicado los libros Precario equilibrio, Presencias; La memoria a la orilla de los actos; Por el portón salen los ausentes; Visiones, un inventario de afectos literarios (ensayos). Para la Cooperativa Editorial del Magisterio compiló dos volúmenes de cuentos: Mujeres y otros cuentos de riesgo y Ofrendas y tentaciones. Dónde estará la melodía (novela). Producto de un taller que dictó por más de diez años a través de la Casa de poesía Silva, en cárceles de Colombia, publicó el libro de ensayos Sin puntos cardinales: Once pensadores desde el presidio (2011). Sobre la vejez publicó la antología poética De Vetustate. Dos ediciones, Biblioteca libanense de cultura y Domingo atrasado. También publicó los libros Dos estancias literarias, Colección Verdeimenso; El anarquismo está en otra parte: Colección Respirando el verano (Editorial Domingo Atrasado, 2019). Sus reflexiones sobre algunos poetas universales han aparecido en diferentes revistas nacionales y extranjeras. Fue colaborador del desaparecido Magazín Dominical del diario El Espectador.