Diez poemas:
Manuel M. Forega

UNA NOCHE CON PRÉVERT

El vino muere y la sonrisa
desvanecida torna
y gira gira
y las estrellas versos del universo
como gota de lluvia ígnea
se enternecen y su memoria
arde y la copa con Prévert
desnudo entre las multitudes
junto a su hermanita de flores
y victoria y los desfiles
militares del general De Gaulle
impactos de asesinos
enteros ordenados formados
uniformados y verde sueño
sin estrellas entonces
cuando quiere el ser los paraguas
de las nubes
y el universo todo ser su lecho
de vacío y de negrura atractivo
y la sombra del amor
que no despierta
y gira gira y el vino muere
y la sonrisa regresa envanecida
espasmódica
y las sierpes rodean su nostalgia
la aurora próxima de ojos encarcelados
como bestias de cuchillos
y luz y muerte juntas veneradas
en sangre y excrementos
amor duro como la rabia
y vómitos y asesinatos
y el corazón despierto
descolgado
suspendido del muelle cerebral
sanguinolento
y el vino muere y la sonrisa
torna y gira gira…

(Un infierno de salva(c)ción, 1982)

 

ÁTROPOS

Cuando supe que tú encarnabas el miedo,
me acerqué a ti para conocerlo.
De nada sé más bello desde entonces
que vivirte, o imaginarte
cuando no estás, poseer
tu sexo óseo con el mismo espanto que amar.
Sólo tú
dignificas el efímero placer del tiempo que me vive.

(Nace el amor del miedo
Y no ama aquél en quien no habita).

¿Regresare a ti sin haber vivido?

(Cuerpo de la edad, 1985)

CON LEONOR Y KAVAFIS

Tantas veces estuve tan cerca de sus ojos…
K. Kavafis

A Eleonora Rella

Quizá alguien ya te ha dicho
que tus ojos son dos mares.
me da lo mismo;
nadie te lo dijo sobre un dromón bizantino
al pairo frente a las costas de Kavala.
Otro día visitaríamos Eubea,
las Cíclades y Alejandría.

Nimbos negros como corderos
agredían la luz del Egeo
y el dromón jamás navegaría
porque su réplica anclada ‒como un insulto‒
semejaba un escollo tallado
exultante de grímpolas palidecidas.

De Kavafis hablé arañando un bao,
de sus versos breves e intensos como un crimen
o como un trago de buen vino,
de sus poemas densos
ataviados de historia y de pecados hermosos,
de su sabiduría,
de cómo sería su cuerpo joven engarzado
de caricias a manera de efímeras joyas
clandestinamente robadas
a los libros y a la noche
(Si de mi amor no puedo hablar
‒hablar de tus cabellos, de tus labios, de tus ojos‒,
Sin embargo tu rostro…)
mientras tus mares se atormentaban y rendían.
Alejandría… Ella fue quien me condujo a la calle Lepsius.

Eleonora… En el portal oí su voz sonora, dulce:
En esas habitaciones oscuras en que vivo
pesados días, con que anhelo miro a veces
las ventanas ‒Cuándo se abrirá
una y qué habrá de traerme‒
Pero esa ventana…

En el número 10 de la calle Lepsius, en Alejandría,
vivió el fuego de Konstantino tantos años…

Para saberlo tuve que apresar tus mares
y llevarlos conmigo.

(He roto el mar, 1987, 1993)

 

BERNA EN EL MONASTERIO DE PIEDRA

Y junto al fresno de los bebedizos,
A la sombra de todos los venenos,
Una sonrisa los desmentía.
Tus violetas a la orilla del rio
Y aquellas margaritas en tus manos,
Y tus manos como diez flores vivas.

(Berna, 1996)

 

POESIS

Signos del tiempo que lo posee todo:
La luz, el aire, el cejo
como vaho del rocío abrasado
por el rayo, por el rayo…
de un sol que tampoco calla su nombre;
signo de tu nombre mismo poblando
el mundo: Las aves,
los aromas, la transparencia azul
de los cálidos cirros;
los pescados, los frutos, las plantas
verdeando contra el viento,
el agua de los nimbos, los mares,
la nieve luminosa, la húmeda selva,
los perfiles de poniente,
los pastos, los caballos y el reptil,
las albas insomnes,
el mármol del horizonte,
los roquedos y las cimas,
el fuego, el viento, el incendio,
el hondo hielo, las larvas,
las semillas, el bosque, el lobo,
los rodenos y el tilo,
la esmeralda y el jazmín,
el león y su presa,
el buitre y la carroña,
la piedra que guarda el tiempo,
la orilla, el páramo, el abismo,
el lecho del río, el río,
los valles y el volcán,
la mosca y la araña,
los cálamos cimbreando, la brisa,
el yodo, el acantilado,
las dunas, la noche, el frío,
el niño, la sangre de su herida…
Incluso tú, misántropo viril,
que, como única arma blandes la eléctrica lámpara,
dispones de un nombre que te diferencia y cita.

(Ademenos, 2008)

EN LA PIEDRA

Así como la piedra guarda el tiempo,
así como le es dado en cada esquirla
donar el agua que atesora,
así, del mismo modo,
me ha besado la piedra,
con su misma forma,
idénticamente líquida.

(Labios, 2013)

 

De contrarios implícitos, dolor de explícitos contrarios. Los primeros porque lo ausente se nombra en lo presente; lo omitido, en la cita: no existe la sombra, no existe la oscuridad sin la luz nombrada, sin alumbramientos, sin claridad ni auroras, ni rayos, no existe la noche sin la oquedad solar, sin el día, el sol ama únicamente a la noche. Si se cita el alba, si la luna se cita, si el sol se presenta adherido al innombrable e innombrado ser que lo contiene, se actualiza de inmediato lo oscuro, lo negro, el niño–pozo, coniuctio de luz y oscuridad, luz futura que todavía no es luz. Así hablaba Zaratustra, centro místico, hijo del alma; los fulgores y las llamas de lo combustible de los cuerpos ahondan en la tierra y bajo ella enraízan y reflejan para germinar en luz nueva, porque es la muerte pasajera en la nave, incluso en la nave de Pablo de Tarso: Nisi hii in navi manserint vos salvi fieri non potesti. Los segundos, porque se dice sin desdecirse para no huir de la morfología que testimonian las antítesis, los paradigmas paradoxales, avis fatua.

(Litiasis ‒fragmento‒, 2014)

RÍO

Te has mirado en la corriente del río
de ti diciendo lo que sabes.
Lo has hecho solo, hundido en la ciénaga
de la que brotan los lirios
y, lejos de juzgar este gesto como una osadía,
con un solo lance lo has comprendido:

es ésta la verdad que no crees:
una imagen en el agua
siempre es la misma,
aunque el agua fluya constantemente.

Nada de ti fue a su destino extraviándose,
no se hundió en el lecho del cauce,
ni lo arrastraron los móviles guijarros.

Todo tú permaneció en la superficie,
igual a ti, a tu incredulidad semejante.
Ni siquiera el vaho de un aliento próximo
disipó tu rostro, como así se advierte en el espejo.

Vuelves a ser el mismo y las palabras
quedaron enredadas en los cálamos.
Ésas sí: las dispersará el viento sobre la maleza
y perecerán cuando la crecida sobrevenga.

(Luz, más luz, 2018)

UN SALVADOR

Conozco los placeres
de una infancia junto al prado,
el vallado y los terneros temblorosos;
conozco la muerte cegadora del padre,
lejana, perfilado su cuerpo contra poniente;
conozco el feliz despertar
de las formas y los cantos del pájaro en la aurora;
conozco el eclipse súbito de la distancia,
la hondura del tiempo en cada vuelo
que no encuentra destino;
conozco las pausas de los sueños atravesando el mar,
conozco cómo crecen esquivos los años
en los confiados vástagos de tu estirpe;
conozco los jirones de la memoria
cuyos restos ocupan una alcoba que nadie visita,
las fortunas y la búsqueda de los futuros tesoros;
conozco ese mundo natural
que se escapó de entre tus manos
y ha de encontrar ahora otro lugar.
Conozco el amor y su filo de doble espada,
un rosal con sus espinas, un fango
que se muestra bajo aguas cristalinas;
la mirada exangüe de quien ha recorrido tu cuerpo
y lo abandona con desdén.
Conozco un cielo raso cuyo horizonte
sólo nimbos esconde y predice.

Conozco el final.

Porque lo dicen tus labios cerrados.
Porque lo leo en tus párpados.

(Inédito)

TODO ACABA

Hay sobre tu boca un antiguo sufrimiento
que se anuda y se deshace y crece en el silencio,
y la noche, a tu mano sujeta, centellea.

El pálpito de tu corazón una mano lo aprisiona;
tu voz mezcla el aliento con el humo agónico de la noche;
tus labios son un clavel de sangre que relampaguea.

Dime qué quieres que yo le conteste a la muerte,
pues veo entre tus pestañas brillar
el gran sueño olvidado de años anteriores
y en el espejo la llama azabache
de tu cabello separado ya de mis manos temblorosas.

Es como ese fin que siempre recomienza
para vivir donde todo acaba, todo; todo acaba.

(Inédito)

 

Manuel Martínez-Forega (Molina de Aragón, Guadalajara, 1952) cursó estudios de Derecho y es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza, ciudad en la que reside desde 1958. Poeta, ensayista y traductor, ha publicado más de treinta títulos en esas disciplinas, entre los que destacan los poemarios He roto el mar, Ademenos, Labios o Luz, más luz, sus traducciones de poesía checa y francesa o de la edición canónica de Monsieur Teste de Paul Valéry, y ensayos y artículos de crítica literaria y de arte, reunidos en volúmenes como Sobre arte escritos, sobre artistas o El viaje exterior (Ensayos censores). Fundador y director de Lola Editorial desde 1989. Cofundó, en 1984, el programa de Poesía en el Campus de la universidad zaragozana, y fundó también, en 1985, la colección La Gruta de las Palabras de Prensas Universitarias de Zaragoza. Ha sido incluido en diferentes antologías poéticas de España y del este de Europa, y su obra está traducida al checo, búlgaro, ruso, italiano y alemán. En Pregunta Ediciones ha publicado el poemario Litiasis (2014), sus versiones al español de Los poetas malditos, de Paul Verlaine, y de Vidrieras, de Laurent Tailhade (2018), y los volúmenes cuarto y quinto de El viaje exterior (2020 y 2021).