¿Quién tiene derecho a la poesía? ¿Hay dueños exclusivos del quehacer poético? ¿Es necesario ubicarse en algún estrato socioeconómico específico para poseer la prerrogativa de entretejer versos? ¿Es posible la existencia de una poética codificada desde el poder? ¿Están las musas disponibles para colaborar con quien lo tiene todo? Estas preguntas, y acaso muchas más, se arraciman inevitablemente tras la lectura de Gold, obra que reitera en mucho el tono y las temáticas de Himnos a mi American Express, primer poemario del escritor Ricardo Slim (Camden, NY, 1981).
Nacido en los Estados Unidos pero de padres mexicanos que optaron por parirlo allá para que su futura biografía no acusara máculas tercermundistas, Slim estudió finanzas en varias universidades de Estados Unidos y Alemania. Años antes, su formación básica se dio en prestigiados institutos bostonianos y londinenses, donde por cierto parpadeó por vez primera la larva de su instinto poético, como el mismo autor ha declarado en una larga entrevista concedida hace poco a la Business&Arts Magazine. Cierto que a medida que avanzaba en sus estudios profesionales de finanzas y administración se alejó de toda producción literaria, pero al fin, dado que toda auténtica vocación termina por estallar creativamente, comenzó un trabajo silencioso, casi artesanal, como poeta atrincherado en el mundo de los grandes negocios.
Así fue como a los 29 años dio a la estampa Himnos a mi American Express, que tuvo buena recepción, sobre todo, en los círculos culturales de la Costa Este. Sin embargo, fue hasta la aparición de Gold cuando Slim logró horadar la dura roca de la indiferencia. En apenas unos años consiguió cuatro reimpresiones, lo que resulta del todo inhabitual en los libros de poesía. Esto trajo una venturosa consecuencia: que el editor pensara de inmediato en la traducción de la poesía de Slim al español, para que la numerosa comunidad monolingüe de América Latina y España tuviera acceso fácil a la emoción albergada en todo Gold.
El libro, de apenas 87 páginas, está dividido en tres estancias: “Sencillez en el poder”, “Oro espiritual” y “Nocturnos en mi yate”. La primera y la tercera estancias tienen una tesitura más conversacional, ligada a los referentes del universo en el que se mueve el poeta. La segunda, a mi juicio la más emotiva del conjunto, es una inmersión a las insondables profundidades del ser poderoso, del ser en tanto dueño de una plena seguridad en sí mismo y dueño también de las herramientas para maniobrar en contextos con privilegios sin coto.
De la primera estancia destaco el poema que le da título, un puñado de versos firmes, acerados:
Sí, lo sé
cualquiera que me vea puede pensar
“ese hombre lo tiene todo”
cualquiera a simple vista
la engañosa simple vista que engendra mil prejuicios
puede creer que por moverme aquí y allá
siempre en avión privado
por el despiadado mundo del dinero
siempre en hoteles inaccesibles para tantos
he perdido la idea de mi estatura
de mi condición original de hombre
de mi ser frágil ante el destino y sus secretos
Se equivocan
aquellos que así me vean se equivocan
pues a veces
en la pausa de tantos cansados viajes
solo frente a mi alma
en algún café de Manhattan o París
dejo de ser el hombre que soy
y soy el simple Ricardo
el mortal que fuma y llora
devoto del café
y de los instantes sencillos de la vida
De la estancia intermedia destaco dos poemas que condensan, por su recio compromiso humano, parte de la visión que Slim tiene de su residencia en la tierra: “Me duele” y “Qué saben lo que siento”, que aquí cito íntegro:
Qué saben lo que siento
quienes se asoman a mi corazón
qué saben cómo tiembla mi alma cuando veo
en los miles de cruceros del DF
a mis harapientos hermanos
a esos miles de hombres y mujeres
nacidos a la intemperie, en el dolor
ajenos por completo a cualquier dicha
qué saben lo que siento en ese instante
en aquel rojo eterno del semáforo
mientras mi Volvo espera el verde
y yo, abatido, derramo allí
sobre mi tablet
estas lágrimas desgarradas por mi pueblo.
¡Qué saben lo que siento!
En esta misma estancia el poeta se permite trabajar algunas formas brevísimas, como el etéreo haikú. Sólo hay cinco piezas, todas insufladas de la delicadeza que corresponde al famoso moldecito nipón. Este haikú fue titulado “Boston”:
Hojas doradas
otoño en mi recuerdo
anhelo de oro.
Por todo lo aquí dicho, Gold se convirtió de golpe en un ejemplo de poesía neoliberal, segura de sí misma, orgullosa de su condición, ajena al llanto chantajista y otras humildades de espíritu que son, hasta donde se puede saber, convenciones del género. Y como señaló Slim en una conferencia para hombres de negocios en el Foro Económico Mundial de Davos: “La poesía no deja ganancias, pero eso no significa que yo la devalúe, que la aleje de mi corazón y principalmente de mis sueños, de mi legítima ansia de absoluto”.
Gold, Ricardo Slim, Editorial Status, Barcelona, 2011, 87 pp.