Conozco tres textos de Olga Bula: en los tres campea, valga la paradoja, un maximalismo de la brevedad, una vocación de escamotear, de silenciar [pero a la vez, curiosamente, de migrar -o de esconder ese silencio- en otros modos del lenguaje: ilustraciones, traducciones).
Los tres profesan, pues, la feligresía de la brevedad
Los tres son una coral de voces femeninas. O tal vez sean una sola mujer que juega a la polifonía, a traslaparse en otras.
La noche de los cangrejos (2020) es un breviario de mujeres anómalas. Textos en que proliferan: implícitos, ambigüedades. Finísimas lonjas de narración. Atmosferas enigmáticas El resultado: una semántica sigilosa de conjeturas, sobrentendidos y mal entendidos. Historias de mujeres atrapadas en medios asfixiantes que ensayan a romper los códigos de lo esperado, de lo previsible. O expuestas a situaciones violentas que les impone respuestas inesperadas. En todos los casos mujeres que intentan escapar al cercado irrespirable de las convenciones. Un mundo de pequeñas pasiones, mezquinas, castrantes. Algo libertario sopla dentro de ellas, algo que las hace peligrosas.
Por eso no es de extrañar que en el siguiente titulo se decante por la figura de la bruja. Su título: La bruja de San Antero (2022). El poema “La bruja joven”, de Gilbert Lely, a modo de pórtico, entrega al lector la clave en que quiere ser leído: el imaginario subversivo de la bruja. El conjunto de mínimos textos se puede leer como un solo poema en que se escenifica el dispositivo deseante. Se inicia así un vertiginoso juego de transformaciones, introducidos con la frase-conjuro: Me hubiera gustado ser…y, en efecto, así, será: una costurera de barrio / una lavandera de río/ una puta del barrio rojo de Ámsterdam / una fumadora de calilla / una ladrona de joyas de familia / en fin, una gitana andariega que hace del mundo un pañuelo infinito. En este juego de espejos y nomadismos, uno no puede, recordando el primer título mencionado, sino acabar por sospechar que la hablante lírica padece el síndrome del cangrejo ermitaño
En la tradición occidental la imagen emblemática del poeta es Orfeo, el poeta-chaman. De modo que podemos aceptar, por concesión a la tradición, que algo de chaman o brujo hay en el poeta. Pero al tomar la figura de poeta, extrañamente, la chamana parece perder sus poderes metamorfósicos: este es el caso del tercer texto Canción falsa (2023). El titulo parece aludir, justamente, a una suerte de parálisis de los poderes sortílegos de transformación, metafóricos. La habita una desconfianza en la palabra. Acaso porque precisamente el poeta moderno es una especie de chaman echado a perder. Baste recordar el poema “Orfeo” de Eugenio Montejo o “La pérdida de la aureola”, de Baudelaire. Aquí encalla la bruja de san Antero: en el poema: que sería, por lógica, una especie de conjuro venido a menos, echado a perder. La hablante lirica parece tener conciencia de ello, de allí ese título: Canción falsa que borra o descree de su escritura. Que hace pensar, por supuesto, como no, en el lúdico: esta pipa no es una Pipa, en que Magritte, entre calada y calada, envía señales de humo que nos recuerdan el fracaso de la palabra, el vacío inevitable entre la representación y la cosa, entre el Silencio y sus fugitivas y gárrulas metáforas.