Entrevista a Mario Pera
por Arturo Borra

sombría /estrella/ fugaz es el último poemario de Mario Pera**, editado por Eolas en 2023. Se trata de una profunda reflexión sobre los arcanos de la poesía, entrelazada a la propia existencia. De un modo más bien elíptico, el propio título anticipa el juego de contrastes por el que se mueve esta constelación poética, comenzando por esa referencia estelar que recuerda no solo nuestra condición efímera y mortal, sino también nuestra fragilidad, la falta de plenitud que moviliza nuestros pasos y nos arroja fuera de casa, potenciando la consciencia de nuestra condición extranjera.
Todo el poemario podría remitirse quizás a la figura del erizo que Pera alude y que recuerda a las palabras de Derrida; en particular, al poema espinoso que sólo se abre con la caricia o el tacto, es decir, con la delicadeza de una lectura sin prisa en una sociedad del vértigo que hace cada vez más difícil la mutua escucha como principio constitutivo de todo diálogo. En una poética semejante, lo estilístico se hace registro de las marcas de la diáspora, comenzando por cierta lengua que se arrastra, mediante un periplo nada épico, en la memoria de la otra orilla, del otro lado del cielo, tras las huellas desgarradas de América Latina y las peripecias de la propia historia personal y familiar.
Se trata, pues, de dar cuenta de un oscuro designio vital que destituye al ser humano como supuesto sujeto soberano, cuestionando el propio concepto del “yo” como demiurgo, para adentrarse más bien en el espacio de una subjetividad a la deriva. De hecho, en Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor (2018) aparece una “llaga en la lengua” que, como diría Xavier Abril “(…) se vence a fuerza/ de perforarse el hueso íntimo”. Como toda perforación, carece de sentido si no hay vacío. Incluso por el propio contexto de lo enunciado, los poemas de Mario Pera no parecen buscar las raíces de un poema-árbol o la fluidez de un poema-río sino el centro imposible de un poema-constelación en el que los versos orbitan sobre un vacío, sin punto fijo que no sea ilusorio, como lo es de hecho la propia noción de “centro” en un universo abierto. La palabra-quilla zarpa a lo desconocido y el corazón del poema late en los otros, incluso si ese otro no es determinado y no puede ser aludido como no sea mediante una fórmula abierta, tal como es la dedicatoria “a quien corresponda”; una fórmula que ya aparece anteriormente y que reaparece en sombría /estrella/ fugaz.

 

Entrevista

Arturo Borra [AB]: ¿Poemas para quién entonces? ¿A quién corresponde leer un poema y, más particularmente, a qué lector corresponde leer tus poemas?
Mario Pera [MP]: Gracias por la entrevista e interés, Arturo. En mi vida, como todos, he pasado por diversas experiencias. Conocí a personas de muy distinto talante (y talento) y es manido, pero todos y todo me han aportado como “ingrediente” para formar ese caldo de cultivo que fermenta (y a veces se agria) en mí, y que algunos llaman poesía. Por ello, con cada nuevo libro suelto el contenido resultante de la interacción y circunstancias vividas con personas, sociedades, culturas, momentos, lecturas, lugares, etc. en espacios de tiempo determinados.
No obstante, desde hace diez años o algo más, no hay un destinatario preciso e inequívoco para los textos que publico y que conforman un poemario, para llamarlo de alguna manera. Las personas que entran y salen de mi vida, en los diferentes periodos de tiempo, a veces son las mismas, otras entran por una larga estancia y luego salen, otras salen ni bien entran, y mi propia situación vital, tras múltiples cambios de país de residencia, trabajos, estudios, etc., han hecho que ciertas palabras, imágenes o textos hasta cierto punto le correspondan a una, dos o tres personas o circunstancias determinadas y no sólo a una. Casi una yuxtaposición o collage de correspondencias de lectura. Por ello, una paradoja: siento que la imprecisión de la dedicatoria de correspondencia del libro es más precisa, o fidedigna, si no la personalizo. Si bien somos los personajes principales de nuestra existencia, quienes nos rodean tienen gran participación, y no para echarles la culpa de lo malo que nos sucede. Hay que hacerse cargo de las fallas propias. Por eso, le dedico este libro a quien corresponda, por el tiempo y lugares en los que fue escrito; y tampoco hay un lector preciso, ¿hay un lector? ¿Debe haber un lector? Siempre me lo pregunto, más aún de textos que pretenden asir la poesía, o lo poético. Todos buscamos la poesía, pero no lo poético. Por tal, quizás estamos mejor escribiendo para oídos sordos y sin la necesidad de un lector. Así, no escribiremos lo que nos quieren escuchar decir, sino lo que queremos decir.

[AB]: Si hay luz hay sombra; no polaridades incontaminadas, sino una luz opaca, ese oxímoron que nos introduce a un reino de matices, tal como es la propia poesía o el ser humano al borde de su oscuridad. ¿Por qué detenerse poéticamente en esa zona opaca? ¿Qué nace de esa superficie claroscura que se niega no sólo a la inteligibilidad inmediata sino también a la literalidad, introduciendo una simbología extensa y un juego metafórico incesante?
[MP]: Porque es en esa zona opaca, de claroscuros, de matices de grises y no de la claridad u opacidad absoluta en la que habitan el ser humano y la poesía. Ninguna conducta, acto o situación es 100% bueno o malo, verdadero o falso, claro u oscuro, etc. Estamos en tiempos en que lo maniqueo gobierna. Nos intentan llevar a falsas dicotomías que son perversas. La poesía, por su condición propia, trabaja con la simbología, la metáfora, la posibilidad de tener múltiples interpretaciones, acepciones, sentidos, lo ininteligible y las contradicciones. La poesía está en los matices, si no lo que escribimos es una lista de mercado. Y ojo que he visto listas de mercado más líricas que varios textos con vocación poética escritos por autores bestsellers. Hay que buscar y cuidar siempre la polisemancia y la polisemia del lenguaje, es en sus zonas opacas donde la poesía sucede, para lo demás existen los géneros literarios.

[AB]: Basta acercar el oído para escuchar la resonancia de cierto recorrido en el que aparece una suerte de «horóscopo negro» que, como una maldición, parece gravitar sobre tu vida. ¿Qué sentido adquiere en este contexto esa referencia al «destino» como designio oculto? ¿Y cómo se conjuga esta idea con la noción moderna de «libertad», en la que el ser humano no es producto de una determinación externa ―divina o natural― sino alguien que se autodetermina en diferentes dimensiones?
[MP]: No sé si existe un destino como designio oculto, lo que existe son circunstancias que son gravitantes en la vida de todos y depende de cómo tomamos esas situaciones y cómo decidimos (usando nuestra “libertad” o “libre albedrío”) para que ese destino como designio se trace como realidad. Quiero decir, creo que todos participamos activamente en nuestro destino, no es tan aleatorio como se puede pensar, lo construimos con nuestras decisiones y, al tomarlas, supuestamente lo hacemos en libertad; aunque bien sabemos que, en realidad, no somos libres pues somos presa desde los parámetros religiosos, hasta las convenciones sociales, las dictaduras de los sistemas de gobierno y, completamente, del sistema económico mundial contemporáneo, etc. Dentro de esos linderos, nos queda un estrechísimo margen de “libertad”. Pero presumamos que la tenemos y ahí decidimos y construimos nuestro destino…
La referencia al horóscopo negro la hago en tanto, tras conocer varias biografías de personajes célebres y de gente común, veo que quizá no es como creo, pues hay algo que se ensaña contra algunas personas, algo que parece determinado en marcar sus vidas con una o más situaciones trágicas pese a que el individuo haga lo imposible para que no sea así. Una estrella negra, un horóscopo negro, la desventura trazada por algo (en este caso metafóricamente por el cosmos, la astrología y sus reglas) para alguien. Y vaya que en tanto los/as poetas hay decenas de ejemplos de esos hados funestos. Que tal vez la poesía tiene algo que ver con ello en su creación y necesidad por escribirla… no lo sé, especulamos, pero como en otras ramas del arte, los caminos llenos de buenas decisiones con malos resultados, o de simples malas decisiones, han llevado a no pocos a vidas caracterizadas por una constante “maldición”.
Lejos de toda romantización de la poesía y de quienes la escriben, para algunos/as la poesía parece que fue o es una condena. En mi caso, con la ayuda invaluable de varias personas he podido sortear a mi favor algunos sucesos para que la estrella, pese a que lo ha intentado, no haya podido ennegrecerse. Al menos del todo, todavía.

[AB]: ¿Podríamos hablar en tu caso, por usar una expresión de Perlongher, de una especie de neobarroso peruano, atravesado por la tensión entre lo local y lo extraterritorial, en la que se hace palpable la atmósfera turbia de Lima y cierta pesadumbre de(l) ser arrojado a otra parte? Y si hubiera algo semejante, ¿qué huellas específicamente latinoamericanas reconoces en tu producción poética, no necesariamente delimitadas por “tradiciones nacionales”?
[MP]: Reconozco que en Lima, mi ciudad natal, viví en una situación de extrañeza, a ratos de usurpación, pero no en el resto del Perú. Si he de adscribirme, lo hago a lo que algunos críticos llaman antecedentes del neobarroco peruano, que es parte de la obra de Vallejo, Adán, Belli, o del internacional en la poesía de Lezama. Y no al neobarroco peruano en sí o al neobarroso iberoamericano (a modo de Perlongher), a quienes he leído y encuentro potentes singularidades en su obra, es innegable; pero no me terminan por permear. Me inscribo en una tradición poética nacional, peruana, en la que me reconozco. Son poetas que me brindan una amplísima variedad de registros, estilos y temas, desde lo más clásico hasta los más posvanguardista y no me canso de leerlos La tradición poética peruana me mueve y conmueve porque es desde donde entiendo e intento escribir poesía.
Obvio tengo influencias inequívocas de otras tradiciones, pero son esporádicas. Mi tuétano es la poesía peruana y allí me encuentro cómodo no por chauvinismo, ni menos aún por conformismo, sino porque en ella encuentro mi posición en el mundo. Desde ella parto para conocer y tomar lo que me interesa de otras poéticas y desde allí desarrollar una particularidad en mis textos, algo que me diferencie entre los/as demás poetas peruanos/as. Podré vivir décadas fuera de mi país, pero lo que escriba siempre tendrá esa impronta con los añadidos que encuentre importante sumar. No por salir del Perú se deja de ser, o de intentar ser, un poeta peruano.
Sobre las huellas o astillas iberoamericanas pues, siento muy presente la poesía chilena, hermana de la peruana al configurar, en mi opinión, un mismo territorio o espacio poético. La ecuatoriana de inicios del siglo XX, la uruguaya en su densidad, la mexicana en su plantar cara a otras tradiciones mundiales, la argentina en su compleja simpleza o la cubana en sus efluvios avasalladores. Cada una me aportó y aporta algo, pero eso lo paso por un tamiz, que es la visión de la poesía peruana y sale lo que sale, ni mejor ni peor, distinto y con eso me basta.

[AB]: En la atmósfera que crean tus versos irrumpe cierta pesadumbre e incluso una especie de “estigma de origen”. De hecho, en “Constelación en rombo” aparece un gallo que “descose su canto en cicatrices”, un gallo que escribe con su lengua veloz la derrota. ¿Qué margen queda para la gracia –como diría Simone Weil– en medio de esta atmósfera de gravidez? ¿Y qué aprendizajes cabe extraer de esta derrota en la que nos movemos?
[MP]: ¿Hay pesadumbre? No sé. No lo creo. En todo caso, sí que hay desaliento. Una suerte de desánimo ante los actos humanos. Vivimos los tiempos de la derrota de una era. El mundo pasa un tiempo de transformación profunda en todo orden, y no puedo sólo ver mi parcela de bienestar. No hay margen para la gracias, visto así. Retomando, es el destino trágico pese a todo lo que se hace por atajarlo, el horóscopo negro del mundo que, para una transformación no necesariamente evolutiva, regresa a vivir las mismas tragedias. La tragedia del poeta es la del ser humano. Los breves actos de humanidad ante tanto desastre no me permiten dejar de ser pesimista; y no puedo escribir desde mi zona de confort, apartándome del mundo.
Por lástima, los aprendizajes de nuestras derrotas como especie los tenemos más que claros, el problema es que no los aplicamos.

[AB]: En todo tu libro sobrevuela una reflexión sobre lo poético que se convierte también en una interrogación por el espacio impropio del poema. En “Anunciando los rigores” hay un fragmento que dice: “Pero sucede que no sobra luz/ no se levanta el sol al iniciar el día/ y crece en mí una espina hasta atravesar la sombra/ ¿romper así su forma? ¿he allí el poema?”. ¿Dónde el poema entonces? ¿Qué traza esa frontera difusa pero presente entre un poema de aquello que, incluso bajo la forma de un texto versificado, difiere de él?
[MP]: Es una “inmensa pregunta celeste”. El espacio del poema. Dónde surge, cómo, para qué. Nunca hay suficiente luz para que surja un poema, ni tan poca para que no nazca otro. Cualquier texto versificado no es poema, como es evidente. Pero es que el poema incluso va más allá del soporte en papel, lo excede, excede el lenguaje, la autoconsciencia, la existencia del ser humano. Estuvo antes y estará después. En los diferentes tiempos, el ser humano ha asido la poesía por instantes, sucesos, sonidos, olores, sabores, panoramas, etc. en la Naturaleza para transformarlos a través de la consciencia, las creencias y el lenguaje y que así la podamos expresar e intentar comprender lo que llamamos poema.
No obstante, el poema no es sólo lo escrito o lo dicho. Es una pequeña fracción de la poesía en las tantas maneras como en la Naturaleza se presenta, incluso de las que como especie nuestros sentidos no nos permiten aún saber, ya ni te digo entender. La poesía está en la Naturaleza y el poema en lo minúsculo que como especie podemos tomar de ella para transmitirlo. Otra discusión es de quién como autor nos lo transmite con mayor o menor “calidad” o “arte”, por decir algunos términos. Vuelvo, un texto versificado no es, per sé, un poema, tiene apariencia de poema pero ello no implica que su autor tenga la pericia o el talento para transmitir ese instante de poesía mediante la expresión. Para ello, o hay un talento natural o hay un talento trabajado que incluso no te asegura la poesía, pero al menos te acerca en algo a ella.

[AB]: Finalmente, ¿qué puntos en común se plantean entre tus diferentes poemarios y qué diferencias reconoces de forma retrospectiva? ¿Qué búsquedas, interrogantes e incluso obsesiones retornan en tu poética a lo largo de los años?
[MP]: De confluencia varios. Hay más confluencias que diferencias, debo reconocer. Todos siguen una búsqueda por respuestas ante la interrogante clásica, pero muy vasta en tanto desde dónde y cómo abordarla, al para qué de nuestra existencia. El cuestionamiento constante a la religión y mística occidental en sus creencias y a la sociedad en tanto la figura de la familia en la Historia y en sus convenciones. Todo desde una visión mordaz, caustica, intentando la ironía.
Un punto diferente, es que la presencia, imagen y ritos de la Muerte que están muy presente en los primeros libros, es algo que pasó a ser casi accesorio en los libros más recientes en los que desarrollé, desde otra orilla y con el agua más calma, una búsqueda de la poesía como arte y forma de expresión. Una suerte de indagación en el arte poética. El estilo lo he mantenido, con algún que otro poema que se sale del molde. Sin embargo, un cambio en el estilo y el intento de amalgamar poesía y arte visual son retos que vengo trabajando para un proyecto futuro a corto plazo.
En retrospectiva creo haber agotado, si se puede ver así, al menos en lo personal estos temas, y busco, como lo hicieron algunas vanguardias, unir poesía y otras artes en el momento y circunstancia actual, para ver qué sale y si funciona. Todo camino tiene altibajos y siempre que sea para probar hacer cosas de modo diferente, creo que está justificado errar en el fruto, o al menos obtener algo no muy logrado. Debemos arriesgar. Hay que buscar y atreverse al cambio. Nada mata más a quien busca expresar mediante el arte, que el quedarse en el confort de lo que domina y hace muy logrado o que agrada al resto, pero que es predecible. Y con ello no digo que ese sea mi caso.

 


Arturo Borra (Argentina, 1972) es poeta y narrador. Licenciado en Comunicación Social y doctor en Estudios Interdisciplinarios de la Comunicación. Actualmente reside en Valencia (España) y colabora en diferentes revistas hispanoamericanas. Ha publicado en prosa poética Anotaciones en el margen (2008) y El azar de la historia (2020), las plaquetas Cielo partido (2009), La vigilia del deseo (2013), Esplendor saqueado (2015) y Donde nunca (2022); en cuentos Casa heredada (2022); y en poesía Umbrales del naufragio (2010), Figuras de la asfixia. El libro de los otros (2012), Para trazar lo (im)posible (2013), todo tanto (2016) y Desde lejos (2020). Asimismo, ha publicado en ensayo Poesía como exilio. En los límites de la comunicación (2017). También ha participado en diversas antologías poéticas, como Cuadernos Caudales de Poesía (2007), Por donde pasa la poesía (2011), Voces del extremo (2013), En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis (2014), Disidentes (2015), Tribu versus Trilce (2017), Árbol de Alejandra (2019), Los que se van (2020) o In nomine Auschwitz (2022), entre otras.

 

Mario Pera (Lima-Perú) es poeta, diseñador gráfico y abogado. Dirige la revista web Vallejo & Co. y la editorial del mismo nombre. Ha publicado los poemarios Preparaciones anatómicas (2009), Ruido Blanco (2011, 2015 y 2016), así como Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor (2018), además de realizar la antología De este lado del cielo. Nueva antología de la poesía peruana (Chile, 2018); ensayos como Comunicaciones marcianas. Revista Amauta, a 90 años de la vanguardia peruana (junto a Roger Santiváñez, 2019), entre otros; y Momentos estelares de la Independencia del Perú (Perú, junto a Bruno Pólack, 2022).