Juan Vadillo y el cuerpo silábico:
José Ángel Leyva

Juan Vadillo ha dado rienda suelta a su deseo y a su imaginación, asimismo a su respiración lírica y a la posesión del objeto deseado a través de la palabra. En Tu cuerpo es un jardín de mil instantes hay una mujer real, pero distante, evasiva y a la vez dispuesta en el banquete de los sentidos y el poder seductor de las palabras. El poeta la concibe con el tacto de su voz, la recorre con la vista y el olfato milímetro a milímetro como el predador a su presa antes de comenzar a devorarla. Pero el poeta se resiste a este acto, prefiere el deleite de nombrarla y aderezarla con metáforas y sugerencias; antes que consumirla la consuma.
Juan Vadillo escribe estos poemas erótico-amorosos como si fueran plegarias de la imposibilidad, cantos de un trovador cautivo en el amor cortés. Es, si, una dama la destinataria de sus desvelos, de su pasión, es decir del dolor y el sufrimiento de la negación, del desencuentro, pero lo es también la poesía. Música e imagen conforman este corpus de versos afiebrados que no llaman ni imploran a la amada porque está en ellos, en su fuente y su caudal, en las cuerdas y los arpegios de su caja de resonancia. No hay un desgarrón amoroso, no hay quejío, por el contrario, es una invocación de la belleza y de la vida, el reconocimiento de un sentimiento que celebra la existencia del hechizo, de la fascinación por una persona entre una multitud de personas. Un poemario dedicado al amor del amor que, en efecto, tiene nombre.
“Y toda tu belleza es una daga, / que me desangra, pero me da vida, / después de tantos años de estar muerto, / después de haber perdido la esperanza / de la esperanza misma del desvelo, / apareciste como flor de luna / como una flor de nube transparente / con tus piernas de nieve”
Juan Vadillo recurre al endecasílabo, invoca a Juan Boscán y Garcilaso, para ejercer esta melodía, este ritmo silábica que desnuda y deletrea el cuerpo de la amada sin que en verdad conozca sus defectos, porque en su lectura es tal la belleza que se antoja irreal, es, afirma, irreal: “Lejos de lo real yo me imagino/ la blanca espuma que en tu piel renace.” Sostiene la fuerza del endecasílabo acentuando en distintos puntos del verso y combinando con heptasílabos y otras medidas para elevar el vuelo y aproximarse a la estrella radiante de donde se deprende esa energía que lo seduce, pero como un Ícaro ingenuo y crédulo se le derriten las alas en su intento.
El poeta Vadillo no es un Catulo inflamado por la impotencia y la frustración, no odia a la amada ni al amor por no ser correspondido, porque se considera afortunado de encontrar una motivación que lo hace sentir, que lo hace escribir: “Tus caricias que son imaginarias / que acarician el tiempo y los deshacen, / como la realidad ya son recuerdo, / tus caricias de azar que nunca tuve.” (24) No hay reclamo alguno, hay gratitud a ese jardín de instantes que obsequia no sólo sus formas sino además sus aromas, sus sabores frutales, su risa, curadora de la melancolía y la niebla. El cuerpo, abecedario arbóreo, es también sortilegio para descifrar la luz olvidada en el sueño, en los socavones de la tristeza. Y eso me trae a la mente los versos amorosos de Juan Gelman que deja en claro el sentido del amor como una ofrenda, como gratitud amante: “Cómo será acostarme / en tu país de pechos tan lejano. / Ando de pobrecristo a tu recuerdo /
clavado, reclavado. / Será ya como sea.” (Ausencia del amor), o en Ofelia: “ofelia yo en tus pechos fundaría ciudades y ciudades de besos / hermosas libres con su sombra a repartir con los amantes mundiales / ofelia por tus pechos pasa como un temblor de caballadas a medianoche por Florencia / tus pechos altos duros come il palazzo vecchio / una tarde iba yo por Florencia rodeado de tus pechos sin saberlo (…) gracias te sean dadas ojos míos /
yo les beso las manos bésoles muy los pies /
gracias narices mías muchas gracias oídos con que escucho los ruidos de la Ofelia. “
Dentro de ese tono romántico que inflaman estos versos no se puede situar a Vadillo en el perfil de Don Juan, aunque Juan se llame, ni en el del joven Werther, que lleva su pasión hasta los límites del triunfo amoroso para enseguida infligir la negación del triunfo con la autodestrucción. Insisto, es el descubrimiento o el redescubrimiento de las potencias vitales, del magma humano proveniente de la naturaleza animal que nos anima y nos conduce a ese estado de arrobamiento, de fertilidad emocional y creativa. Este poemario celebra esos instantes de gracia en que el amor hace florecer la palabra y lo indecible logra mostrarse a la luz del día o de la sombra. Aún ese Catulo herido en su vanidad y orgullo es capaz de reconocer la condición extraordinaria del amante que en su imaginación celebra la fortuna de estar enamorado: “Vivamos, Lesbia mía, y amémonos. / (…) /
Que los rumores de los viejos severos / no nos importen. / El sol puede salir y ponerse: / nosotros, cuando acabe nuestra breve luz, / dormiremos una noche eterna. / Dame mil besos, después cien, / luego otros mil, luego otros cien, / después hasta dos mil, después otra vez cien; / luego, cuando lleguemos a muchos miles, / perderemos la cuenta, no la sabremos nosotros / ni el envidioso, y así no podrá maldecirnos / al saber el total de nuestros besos.”
Juan Vadillo, por su parte dice: “El besos suyo que yo he imaginado, / desplegado en azul buscando el cielo. / Su sonrisa de nácar enmarcada / por sus labios de flor enrojecida / de la sangre que nace en el ocaso / donde nacen y mueren la visiones. / … / El beso suyo en un jardín de mil promesas, / sobre la brisa oculta del silencio. (…) / Una nostalgia por la primera vez que vi el mar; / por un beso perdido en la memoria. / Por la primera vez que sentí la muerte / a causa de la belleza /…/ Una sola nostalgia, un poema de amor / lo escribo al pronunciar tu nombre, Julia“ (38-44). Juan, aquí nos hace un guiño musical y deja entrever la canción de Joan Manuel Serrat “Letras”: Donde te sentí / Donde te escribí / Mi poema.”
Hay en este libro de poemas, versos que vienen directamente de la proximidad de Juan Vadillo con la poesía española, particularmente con la que mana del cante jondo y de la tradición andaluza, tanto de la intelectual como de la popular. Sobre todo cuando evoca los aromas de la cocina ibérica, celta, que es la de sus antepasados maternos, gallegos de cepa, para obsequiarnos la imagen de un cuerpo apetitoso, bullente de especias, de menta y anís, de canela y romero, de infancia. “Este jardín está hecho de tu ausencia, / bordado sobre una tela de sueños; / y cada vez que se enhebra la aguja, / un hila de añoranza descifra.” Nos dice el poeta como un bordador que espera la llegada de su Ulisa, de su sueño, y para renovar la espera cierra el costurero y guarda el abecedario de su cuerpo. El cuerpo real, tangible, deseado toma entonces la forma del poema, es el poema, la poesía el amor deseado.