Para Leer A Elva Macías:
José Natarén

En el ochenta aniversario de su nacimiento

 

¿En dónde si no en la purificación de las imágenes

se corrompe el recuerdo?

Elva Macías

I

Una publicación óptima para aproximarse a la obra Elva Macías es Hoja de plata, selección de poemas publicados en los primeros cuatro títulos oficiales de la poeta Elva Macías (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1944), entre 1975 y 1993. En el prólogo de esta antología, escrito por la poeta y ensayista Malva Flores, se precisa lo esencial de su poética −fundada entre la revelación y la invocación−, reitero la idea de su lectura, sea por goce estético o para reflexionar en torno a la obra de la poeta, una de las voces principales de nuestro país.

Hoja de plata está conformada por poemas de: Círculo del Sueño (1975, si bien, solo en esta edición, se apunta 1974), Imagen y Semejanza (1982), Lejos de la Memoria (1989), y Ciudad contra el Cielo (1993). Aunque existen otras publicaciones cercanas y dentro del periodo, como Los pasos del que viene (1971) y Pasos contados (1985), estos poemarios constituyen lo esencial de la primera época de la autora, además de ser considerados el corpus fundamental, el que será retomado en cualquier otra antología de la obra poética de Elva Macías. En ellos, se observan los temas recurrentes: “la raíz, las fundaciones, los derrumbes, los viajes, las despedidas; entre ellas los diálogos con los muertos amados”1, al decir de la poeta.

Otros títulos más recientes son: Jinete en contra (2012), Caravanas de riesgo (2014) y Escribir no basta (2016), también reunión de poemas de otros libros. Sobre esta segunda época de títulos publicados en el nuevo milenio, es pertinente repetir lo que ha dicho el poeta José María Espinasa en el prólogo de Caravanas de riesgo: “Desde su primera aparición como poeta Elva Macías no ha dejado de aumentar la temperatura de sus poemas, algunos están al rojo blanco”.

Por otra parte, cabe señalar como parte de su bibliografía, la significativa cantidad de libros infantiles, nueve hasta el momento, y la iconografía de su esposo, el escritor Eraclio Zepeda, con quien compartió 52 años de vida. Del matrimonio, referente para la historia de la literatura mexicana contemporánea, nació la destacada artista plástica Masha Zepeda Macías, en la URSS. En esa época, 1964, tradujo poemas de trece niños rusos que fueron publicados hasta 2004, con el título Un rayo de sol temprano, en una edición que incluye las ilustraciones originales de Igor Rubliov, descediente de Andrei Rubliov2.

Destaca también su trayectoria como promotora y difusora cultural, al frente del Museo Universitario del Chopo y como editora de la serie “Voz Viva de México”. Ha colaborado con revistas como: “Plural”, “Revista de la Universidad de Memphis” e “ICACH”.

II

En sentido generacional ―y al asumir un criterio cronológico de clasificación― es posible pensar en la poeta Elva Macías, como parte de una tríada de autoras mexicanas nacidas en los años 40 del siglo XX, junto a Gloria Gervitz (1943) y Elsa Cross (1946). Una “notable tríada generacional femenina que no recuerdo una igual historia de la poesía mexicana” al decir del poeta Marco Antonio Campos3. Además, esta unidad triple es concebida por razones vitales, biográficas y por supuesto, poéticas. Como precedente, pensamos en otra tríada integrada por Enriqueta Ochoa (1928-2008), Griselda Álvarez (1913-2009) y Dolores Castro (1923-2022), como precisó la propia poeta Macías en una de las visitas a Chiapas, en septiembre del 2021. Macías, Gervitz y Cross, creadoras de arte cuya escritura se advierte, en varios momentos, orientada hacia la contemplación, lo sagrado y la sublimación de la experiencia del mundo, si bien la sensualidad y el erotismo, los motivos históricos y geográficos no son elementos ajenos a los tres pensamientos poéticos.

A propósito de las recientes estancias de la poeta en Chiapas, y sus múltiples reconocimientos, en 2022, el CONECULTA-Chiapas, dirigido por la poeta Matza Maranto, creó y convocó al Primer Premio Estatal de Literatura Infantil Elva Macías. Esto, a tres décadas de recibir el Premio Chiapas de Literatura Rosario Castellanos 1993, el mismo año en el que Reynaldo Velázquez, máximo artista plástico del estado, y buen amigo de Elva Macías, lo mereció en su ámbito.

Por su parte, el Ayuntamiento de su natal Tuxtla Gutiérrez la condecoró, en junio del 2023, con el máximo reconocimiento que otorga esta ciudad de tradición liberal, la Medalla de Honor al Mérito Ciudadano General Joaquín Miguel Gutiérrez. Don Joaquín, asesinado por el ejército conservador -categoría decimonónica- y caído de la torre de la catedral de San Marcos, y cuyo cuerpo corrió una suerte similar al de Héctor priámida; Joaquín Miguel Gutiérrez, héroe epónimo, federalista y masón, tuvo por progenie al poeta Jaime Sabines Gutiérrez (1926-1999). Tuxtla Gutiérrez que, en menos de dos décadas, vio venir al mundo a Juan Ba؜ñuelos (1932-2017), Óscar Oliva (1937) ―también reconocido con la Medalla Joaquín Miguel Gutiérrez―, Eraclio Zepeda (1937-2015), Elva Macías (1944) y Raúl Garduño (1945-1980).

Además de cultivar un vínculo fraternal y compartir la condición poética, Elva Macías y Raúl Garduño tuvieron en común nacer en la capital de Chiapas, pero vivir los primeros años de la existencia en los municipios donde sus respectivas familias tienen honda raigambre: Villaflores y Comitán de Domínguez. A la memoria de Raúl está consagrada la primera sección de Imagen y semejanza (1982), “Ausencia del unicornio”. Y leemos en el poema que lleva el nombre del poeta, muerto a los 34 años luego de un shock por hiperglucemia en un sanatorio frente a la casa donde nació, en Tuxtla:

Cenizas en su piel de leopardo

aguajes en sus manos:

hiere al sol en su centro al escorpión

arrasa viento sur

su cabellera crecida

humareda del último enjambre.

Todos resucitamos en el insomnio

volvemos desde los sándalos

y la primavera enrojecida.

El vigor solar de las metáforas se torna torvo e insomne: crepuscular. Una tensión ominosa es palpable en esta materialización del hondo dolor por la muerte del poeta, cuya voz emergió de los abismos interiores. Qué mejor tributo al autor de los Danzantes espacios estatuarios quien escribió, como un vidente con los sentidos en desarreglo y traspasado por las lanzas del sol negro de la melancolía: “¿Habrás venido por el cuerpo de mi sombra?”4. En Lejos de la memoria (1989) el eterno joven Garduño, de nuevo motiva la escritura, de un segundo poema, en el que leemos, en un tono más familiar, más asequible a nuestra finitud y a la impotencia ante la realización de la única certeza. El dolor se ha enquistado en la garganta y la palabra de la poeta recupera aquello que estaba oculto a la conciencia, lejos de la memoria, el ruido ciego de los pájaros que cimbra desde el inconsciente, desde el mundo de los muertos, los que lo saben todo y están en todas partes, como Raúl Garduño. Elva Macías dice:

Arropado como un niño muestras

Tu melena crecida ante mi descuido.

Espanto una y otra vez

La mosca que ronda los muros de tu descanso,

Mi fatiga y tu sueño

¿De dónde que no conozcas?

¿Hacia dónde que no hayas recorrido?

Por otra parte, Elva Macías gestionó la reedición ―nueve años después de la primera publicación de autor de Garduño (1973) ― de la recopilación Poemas, en 1982, como “homenaje al poeta que deja una huella definitiva en la poesía mexicana a pesar de su juventud y prematura desaparición”. En 2003, la poeta publicó otros de sus poemas inéditos bajo el título Encuentro a la tempestad y coordinó el número especial de la revista Artes de la UNICACH, correspondiente a enero-junio y julio-diciembre del 2013, dedicado a él.

Del mismo modo, ha promovido la obra de otros poetas mediante las antologías Olga Orozco, (UNAM, Material de Lectura, 1998); Ciertas canciones y otros poemas (poemas de Enoch Cancino Casahonda, selección y nota introductoria de Elva Macías), FCE, Letras Mexicanas, 1999; y El desierto a tu lado (Enriqueta Ochoa), Écrits des Forgues / UNAM, Québec, 2006.

III

En la poesía de Elva Macías, se manifiesta la experiencia de las múltiples estancias y viajes a diversas naciones del mundo ―entre las que destacan la China de Mao y la antigua Unión Soviética― y la asimilación de ciertos elementos de la poesía oriental, digamos, por ejemplo, la sacralidad del mundo en relación con la naturaleza, las imágenes fugaces, sutiles y la preponderancia de lo visual sobre lo sonoro; la fanopea, inmediata, la melopea, discreta, para precisar en términos de los ya clásicos conceptos poundianos.

Aunque “Mal leída o no leída, injustamente preterida o marginada”, la voz de Elva Macías es “una de las más bellas voces del conjunto oral de poesía mexicana de las últimas décadas”, ― como advierte el polígrafo Campos a propósito de la entrega del Premio Iberoamericano Ramón López Velarde a la poeta, en 2017― y por supuesto, como es inherente a la genuina poesía, en su obra, la eufonía nunca desaparece, pero no estriba en los juegos de palabras ―nunca leemos pirotecnia verbal ni artilugios― o en la aliteración; más bien, en la cadencia, en las fluctuaciones rítmicas, que traducen la experiencia vital y las concreciones intelectuales, que abarcan y van desde ámbitos diversos, por ejemplo, de lo contemplativo a lo doloroso ―de lo sagrado a lo humano― de lo amoroso a lo onírico ―si bien, el amor, como la vida, es sueño― merced a la escritura de versos acentuales, configuración de metros distintos en una unidad compleja, el poema, muchas veces tan breve como una certera imagen, una captura de la impermanencia, contra la ley de la realidad, el perpetuo movimiento.

No obstante la resonancia de las texturas de raigambre oriental, el alambique de la palabra poética de Elva Macías Grajales se nutre de la savia del árbol de la gran familia lírica chiapaneca. Su arraigo, genealógico e intelectual, permite distinguir especificidades en su escritura. Nieta del poeta José Emilio Grajales (1872-1915), autor de la letra del “Himno a Chiapas” y sobrina del General Francisco José Grajales Godoy (1898-1985), Gobernador del Estado (1948-1952), máximo impulsor del arte y la cultura mediante la creación del Ateneo de Chiapas en 1948, reconocido de manera póstuma con la Medalla Joaquín Miguel Gutiérrez. El hermano mayor de la madre de la poeta, fue General de Brigada Ingeniero Constructor Diplomado de Estado Mayor, General de División y Director del Heroico Colegio Militar, del 1 de abril de 1955 al 16 de enero de 1959, además de agregado militar en Berlín, por lo que participó en el cierre de la Embajada de México en Alemania ante el ascenso del nazismo5.

José Emilio Grajales, fue médico de profesión, martirizado por las huestes carrancistas después de salvar la vida de soldados del bando contrario, los llamados “mapachis”, cuyos pies fueron sufrieron salvaje laceración para luego hacerlo andar y luego ahorcarlo. Elva Macٕías dedica “Martirologio”, de Imagen y semejanza (1982), a la memoria de su abuelo materno:

De todo lo que no pude ver

estoy hablando,

Y el dolor es tan denso…

Si me lo pides, abuelo, soy hombre

y puedo vengarte.

Ajusto perfectamente

en la cabalgadura,

No me canso,

mi fatiga es una víbora enrollada

y tengo pisada su cabeza en la sombra.

¿Qué no muera contigo?

No, no hemos muerto,

soy tu hermano menor

y esperanzada veo

cómo trozas las ramas,

levantas el toldo de una carreta

y curas a un herido.

Aprendo a no contradecirte

aunque te han martirizado.

(…)

No me digas

que otras historias

Han sido más fáciles de escuchar.

Pende tu cuerpo

la soga al cuello y tus pies desollados,

tu imagen bajo el claroscuro de la fronda.

 

Te veo después

en el regazo de la dolorosa Agustina

que como un ángel

recoge tu cuerpo

bajo sus alas.

En la versión de este poema incluida en la antología Mirador (1975-1993) se advierten variaciones significativas. Al final todo poema está siempre abierto a reescrituras, en un ejercicio inagotable que obedece a diversas perspectivas, tópico ya abordado por Octavio Paz y José Emilio Pacheco, entre nuestros poetas mexicanos. En la edición, se suprimen los tres versos iniciales, así como la expresión “soy hombre”, que en el poema indicaba una crítica a la concepción machista de la bravía y la defensa del honor como un atributo masculino.

Los versos sexto y séptimo dejan de encabalgarse y aparecen corridos, y la pausa es mayor, cambiando la coma por el punto: “Ajusto perfectamente en la cabalgadura.”, como al final de los versos ocho y doce. Los versos 11 al 17 se convierten en una segunda estrofa. Los versos 13 y 14 también se escriben en una misma línea y se lee un nuevo verso “que en medio de la batalla” herido deja de ser sustantivo para adjetivar a “enemigo”. El verso 18 (“Aprendo a no contradecirte”) ahora inicia una tercera estrofa; el 19 (“aunque te han martirizado”) desaparece para dar paso a un encabalgamiento endecasílabo (“aunque vayas/ camino del martirio”) como final de la primera parte del poema. La expresión “camino del martirio” es más solemne y menos violenta que el participio martirizado. Y posee una rima que sortea con eficacia los riesgos de la sonoridad a la vez que sugiere más. De esta forma, tenemos:

¿Qué no muera contigo?

No, no hemos muerto.

Soy tu hermano menor y esperanzada veo

que en medio de la batalla

trozas unas ramas,

levantas el toldo de una carreta

y curas a un enemigo herido.

Aprendo a no contradecirte

aunque vayas

camino del martirio.

Si bien, los Macías y los Grajales son familias esenciales para comprender la historia del municipio de Villaflores, Chiapas ―toda vez que su bisabuelo, el coronel antirreleccionista Julián Grajales fundó el pueblo en lo que eran las tierras de frailes dominicos, en 1873- y gran parte de su infancia, la poeta vivió en aquella parte de la geografía chiapaneca conocida como La Frailesca, es posible apreciar una placa conmemorativa en un edificio que hoy ocupa el espacio de la casa donde nació el 10 de enero, hace poco más de ochenta años, cuando la capital de Chiapas era poco más que el primer cuadro y algunas colonias periféricas, ejidos y terrenos. En esa casa, sobre la hoy Avenida Central entre 4ª y 5ª Oriente de Tuxtla Gutiérrez, la partera Florentina Maza Chanona -la primera obstetra con licencia profesional en el estado- ayudó a traer al mundo a la poeta viva más importante de la entidad y una de las principales voces poéticas de las últimas décadas en México.

IV

En cuanto a una supuesta “tradición de la poesía en Chiapas”, son contemporáneos de la escritora Elva Macías: Roberto López Moreno (1942), Joaquín Vázquez Aguilar (1947), Óscar Wong (1948), Efraín Bartolomé (1950), José Falconi (1953) y Marirrós Bonifaz (1957). Si pensamos en la mayor parte de las lecturas, estudios y reediciones de libros escritos por mujeres de origen chiapaneco, sin duda, hemos de referirnos a la obra de Rosario Castellanos y Elva Macías, publicadas a lo largo de uno y varios momentos de la historia de la literatura mexicana, cada en circunstancias muy específicas y con consecuencias distintas como pueden ser la prolijidad y el despliegue de géneros en la unión dinámica de lo universal, el pensamiento, con la más particular visión del mundo, la poesía, por una parte; y por otra, el magisterio de una presencia -concretado como influencia transgeneracional- y la síntesis de ritmos de resonancia oriental con la memoria de una remota infancia en la provincia del sur mexicano, en la que se cumple que la imagen es el concepto. Así, podría concebirse una tríada de poetas chiapanecas; si bien, autoras diversas, pero contundentes en la construcción de la imagen sonora con significado, en el tejido de configuraciones poéticas: Castellanos-Macías-Bonifaz.

Cabe señalar que el filósofo Ortega y Gasset menciona 15 años como la franja temporal respecto a la idea de generación. Por supuesto, la tradición de poetas chiapanecas en la que Elva Macías tiene un sitio preponderante, se enlaza con el futuro en la escritura de Matza Maranto. Pensando en otras tríadas de poetas chiapanecas: Marvey Altúzar, Socorro y Marisa Trejo; Elda Pérez Guzmán, Clara del Carmen Guillén, Yolanda Gómez Fuentes. Todas, lectoras de la autora de “Vitosha” y “Ascenso a San Cristóbal”, generosa presencia matriarcal.

Al pensar en Macías en relación con Rosario Castellanos, es plausible leer en paralelo, dos poemas de largo aliento: la célebre y admirable “Lamentación de Dido”, máximo canto de la poeta de alcance universal nacida en Comitán en 1925, y “Voz escanciada”, de Círculo del sueño ópera prima de Elva Macías.

En ambos poemas, es claro, la figura del hermano-amado –puede o no considerarse una versión del tema del incesto– es causa de infortunio, fuente de amargura, la imagen del varón imposible por las circunstancias y la ley. Imposible por la ausencia, por huida o por muerte, la suprema certeza y virgen de las vírgenes. Pigmalión y Eneas, rostros del que asesina o abandona, destruye o calla. El hombre, surtidor de la desdicha.

Al final del poema de Macías, leemos:

Hermano, ausente mío,

¿con qué designación nombrar el duelo?”

Mientras que Rosario Castellanos dice en los versos iniciales de su poema6:

Guardiana de las tumbas; botín para mi hermano, el de

la corva garra de gavilán”

El dolor, decantado, elaborado y erigido discurso mediante la versificación, el habla directa al otro como conjuro de su ausencia, la universalidad de la voz más íntima, el magno alcance del desamor desde el ámbito mítico hasta lo cotidiano, desde la poesía latina hasta la escrita en México en el siglo XX.

Es importante mencionar respecto a “Voz escanciada” que estamos ante uno de los mejores poemas de tono grave, salmódico, recitativo, escrito por una autora chiapaneca y debe contarse entre los mejores de su tipo publicados en los años 70 del siglo pasado. A partir de la destrucción de La Concordia, Chiapas, bajo las aguas de la presa hidroeléctrica La Angostura, y como dice la poeta Elsa Cross, prescindiendo de la anécdota7, Elva Macías escribe este poema de amor trágico situado en medio de la catástrofe de la inundación. El canto inicia con el breve y amargo recuento del desastre amoroso, la voz se vierte en la copa de la melancolía, lúcida y terrible como aquel que de golpe se instala en la realidad tras circunnavegar las aguas del delirio y beber de la ambrosía del sujeto amado. Por Vallejo sabemos cómo es el odio de Dios; por Macías, tenemos noticia de la fatiga del Creador: es vasta y se halla donde vayamos. La sensación de vacuidad, el vértigo del sinsentido, impregna la voz del sujeto lírico, el pan ázimo de la desdicha, testamento calcinado, ceniza antigua donde antes esplendor de doncellas y donceles furibundos. La poeta dice:

Sin misericordia

he hurgado la conciencia del alba.

Nada ha quedado ya.

Absolución y sentencia

son ahora

un ojo muerto

en su misión más clara.

La fatiga de Dios

está dispuesta a lo ancho de los caminos”.

Y luego del mal tiempo, la derrota definitiva, como corolario de la soberana desgracia, adviene la conciencia reflexiva, la catástrofe deviene lucidez, radiancia del logos, sal de la sabiduría. Y la poeta no tiene otra función: dar luz con la palabra. Y todo parto es doloroso. Ya Rosario Castellanos escribió: “Y convertida en antorcha yo no supe iluminar más que/ el desastre”.

Pero al diagnóstico de la desolación se alterna la angustia, a la pesadumbre, la ansiedad por el exilio del paraíso perdido, que se torna paraíso infernal por el mudo lecho de los amantes. En la región entre el sueño y la vigilia, entre la pesadilla y la resaca del amor, florecen, contrastantes, el juego y el castigo, la penuria y la juerga. Elva Macías advierte:

Pero otra celda en la que vi mi cuerpo,

otra voz asidero del sueño,

dispersaron el último impulso de sosiego.

Días para confirmar nuestra indigencia amorosa.

Tribulaciones

en donde brotan

las flores de la disipación”.

En su escritura, se muestra el frágil equilibrio de la realidad, traspasada por la ley del cambio perpetuo, mediante imágenes de diáfana plasticidad, óptimas para musitarse y cuya construcción recuerda a veces los ideogramas orientales. Caligrafía de la palabra sublime ―en el sentido kantiano: terrible o noble o magnífica― la que inspira nobleza y terror, recogimiento y conmoción. La belleza del verso proviene de la emoción profunda decantada por el oficio, por el dominio de la función estética del lenguaje.

Confesión y rendición, asumir la pasión amorosa en su dimensión trágica. Se conjura al amado con tono ceremonial, casi mítico, puesto que se da existencia en un tiempo cíclico, círculo que se reduce al punto mismo, al instante, al presente en el que la imagen emerge de la fórmula mágica, del encantamiento y de inmediato se petrifica, coagula y se eterniza en la palabra poética. Leemos una de las definiciones más bellas de los ojos del otro si el cual el yo no tiene sentido de ser.

No es el qué sino el cómo, el qué es idéntico al cómo, la ecuación entre forma y fondo, el matrimonio entre el cielo y el infierno entre pensamiento e imagen, el sentido está en la música, el desencadenante de la experiencia poética en la frase que, de tan cargada de significados convergentes, se torna diáfana: limpia ceguera de la comprensión inmediata, de la transferencia o inducción de la sensación y emoción por obra del poema, como las antiguas oraciones capaces de incendiar la conciencia del recitador como del escucha. Como muestra, la siguiente estrofa, ejemplar:

Sean tus ojos

La única sedición de mansedumbre

Melancolía que se liquida en ámbar

Como la cicatriz de un amuleto”.

El sustrato fónico, la melopea, se impone por momentos, mediante la aliteración, centrada en las consonantes V (bilabial sonora), S (fricativa sibilante) y T (dental oclusiva), en la estrofa configurada con un endecasílabo, dos versos que al unirse suman 14 sílabas ―como si de un alejandrino se tratara― y un heptasílabo. Es notoria la inserción, necesaria, del adverbio tan y del pronombre relativo que, justo, trastoca y violenta la configuración métrica usual, de un pentasílabo y un heptasílabo:

Violenta tu silenciosa travesía,

tan violenta a veces

que tuviste que trastocar

el vicio del recuerdo”.

En un fragmento posterior del canto, las imágenes apuntan hacia el abismo, hacia el origen mismo, a la escena mítica en la que los amantes hubieron de ser a imagen y semejanza, al menos de los ángeles, los mismos ángeles del infierno que serán convocados en el segundo libro de la poeta, los mismos caídos ―sí, a la delicia intacta de su peso― por el ingrávido tacto de las hijas de los hombres, que pasarán a ser sus hermanas. Esos mismos ángeles nos miran suplicantes cuando se descubren mortales, en ruta hacia la enfermedad y la vejez, traspasando capaz de realidad, de un cielo a otro, hasta desprenderse de todo resto de divinidad. Y abrieron los ojos en el sino de la enfermedad y la vejez: se supieron mortales. Elva continúa en el poema:

Ojos que en la vigilia y en el sueño

destituyen castas.

Una sola vez

suplicaron en el vacío

y las súplicas fueron contusiones al espíritu.

Cuencos de la vejez

en los desprendimientos sucesivos”.

Al mismo tiempo, es plausible plantear un viejo problema que alarma desde los tiempos del estagirita, la condición verosímil de la poesía, que no verdadera, lo que debería ser, no lo que es, ni lo que fue. La elaboración poética, ficción y creación, prótesis de la realidad, sustituto de la memoria, el discurrir del verbo colma y rebasa la oquedad, el no ser, lo pasado y lo futuro, instaura en el relato, funda una realidad, que nunca emula o reproduce lo inscrito en el tiempo histórico, sino que significa una creación, un espacio inédito paralelo a lo que en el transcurre. Nuestra poeta, dice:

¿En dónde si no en la purificación de las imágenes

se corrompe el recuerdo?”

En este punto cabe recordar -puesto que se ha mostrado a todas luces- lo que dijo Álvaro Mutis sobre la poesía de Elva Macías: “sabe iluminar el lado oscuro y siempre escondido de cada cosa, de cada instante y darle así a lo que ella sabe poblar amorosamente una trascendencia luminosa que nos invita a recorrer esas nuevas sendas nimbados de una dicha que no es la cotidiana y lábil, sino la que otorgan los dioses por caprichosos designios”8.

En este sentido, la condición reveladora de la poesía, numinosa, ya sea de esplendor terrible o de acerba sabiduría apunta, como aspiraron los románticos en el cenit de sus delirios, se impone como vía para conocer la realidad, como sendero de conocimiento, de indagación de las esencias, imágenes primeras que son más próximas cuando se menoscaba el imperio de la luz terrena, cuando la noche se impone, como la muerte, con su ojo señorial, como el dolor de la ausencia.

Cuando la voz penetra el costado del recuerdo, y de él mana el sumario dictamen: “muerte de todo tiempo”. Y solo puede aniquilar la sustancia última aquella que se diviniza en el reconocimiento de la perpetua agonía. Ya al final de “Lamentación de Dido” Rosario Castellanos dijo:

Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no

hay muerte.

Porque el dolor —¿y qué otra cosa soy más que

dolor?— me ha hecho eterna”.

Leemos los últimos versos de “Voz escanciada”:

¿Qué sueño errabundo ha de volver?

Las migas del regreso

se disuelven en el mar.

Desde la gran pupila,

ventana para orientar al vértigo,

emerge la nostalgia abisal,

muerte de todo tiempo,

voz escanciada,

levitación marina”.

Este poema concluye el primer libro de Elva Macías, obra publicada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, en 1975. Justo, en la Revista Bellas Artes del INBAL se publicaron algunos poemas de Círculo del sueño ese mismo año, si bien el poemario, en varias fuentes, como en la antología Hoja de Plata se data desde un año antes, 1974. Incluso en la antología Mirador (1975-1993), publicada por la UNAM en 2001, se puede leer 1973, lo que nos lleva a conjeturar que la obra fue finalizada desde un par de años antes de ser publicada, como es común.

Círculo del sueño título memorable, no deja de recordar a Saint-John Perse (El lienzo de muro está enfrente, para conjurar el círculo de tu sueño9). Aún más: la poeta retomará como título de su libro Ciudad contra el cielo de 1993 -dedicado a Eraclio y Masha Zepeda-, otro de los versos del autor de Anábasis:

¡Oh ciudad contra el cielo!

Grasas, aspirados alientos, y el vaho de un pueblo contaminado —pues toda ciudad se ciñe de inmundicia…

la noche desciende, entre el vaho de los hombres10.

Y en esta época de extravío universal, en la que la barbarie se impone como la tónica de la crisis civilizatoria, el lamento de la voz escanciada refulge a lo lejos como el epitafio de nuestra generación, en los primeros años del milenio que más parecen heraldos del desastre. Aunque hemos llegado demasiado tarde para lo sagrado y muy pronto para la voracidad de la violencia generalizada, al menos nos conforta lo que permanece, en la fuga hacia el reino de lo inmarcesible, de la verdadera poesía, grito de resistencia de la inteligente belleza contra lo fácil, contra la propagada y el panfleto; contra la glosolalia que simula ser palabra poética; contra el artificio y lo políticamente correcto, contra lo naive confesional y lo cursi.

Frente a ello, con valentía de tono trágico, mítico, fundacional, la voz de la poeta vuelve a las imágenes primeras, las que reconocemos como memoria arquetípica: que advenga la revelación para el que pueda escuchar y ver, para el lector. La imagen de los pájaros alejándose como escena última del poemario de 1993 de Elva Macías, es sintomática como el caminante nocturno del Zaratustra de Nietszche, la voz poética nos acompaña hacia el exilio en este tiempo de abandono del espíritu, del movimiento creador que motiva nuestra permanencia en el mundo. La poeta nos dice:

La ciudad contra el cielo avanza y deja tras de sí sus cementerios, ahuyenta bandadas de perdices. En los ojos de las aves nocturnas, el llanto de sus hijos extraviados. En la cancelación del duelo, su indeterminable errancia11.

V

En el poema “Imagen y semejanza”, del volumen homónimo, se advierte la inocencia y serenidad, la transfiguración del clamor, pero también la fuerza ancestral para enfrentar la caída en mal tiempo, cuando los abolengos se liquidan en el embate de la historia. El reconocimiento de las raíces sostiene el credo de la voz poética para conjurar la adversidad. La raíz femenina de la realidad, el eterno femenino manifestado en la hostil finitud de los días; visto desde el prisma de la historia, desde el múltiple reflejo que por una analogías y desdoblamientos permite a lo mundano ser semejante a lo sagrado:

El bien sea dado.

El mal no resucite.

Señora de la sentencia del ser,

es tu reino el que recorro

como el más humilde peregrino,

con la fe como báculo

y el azoro como único alimento.

Tu vía láctea se ensancha

cubierta de cercenaduras de estrellas

y el santuario aguarda únicamente tu determinación.

Mi esperanza se funda

en el entendimiento

de nuestra alcurnia y degradación

de nuestra virtud y nuestro vicio

de nuestro placer y atadura

de nuestra generosidad y rapiña”.

Este poema que es, además, una declaración de principios y una celebración de lo que para la poeta significa ser mujer, como discurre la periodista Queta Burelo a partir de este poema. Leemos en “Imagen y semejanza”:

Mujeres somos

desde el inicio de la gestación

hasta más allá de la vida y de la muerte

marcada o trunca en la estela de la descendencia.

Mujer también la que acompaña nuestros pasos

y exige el agua del deseo

el agua de la purificación

el agua de la inmundicia.

No sólo para incendiar la nave hemos nacido:

para tripular embarcaciones

que naufragarán con nuestra sola presencia,

para detener las furias del mar

con el pubis descubierto y salobre

como un mascarón de proa ante la tormenta”.

Si bien, el dolor original, el desarraigo de ser poeta, de ser humano es uno de los temas notorios en la poesía de Elva Macías, no es menos cierto que también lo son: el amor y la transgresión y las manifestaciones de la temporalidad, como tránsito y fijeza.

A decir de Elsa Cross, en su escritura se intercalan: “Constantes imágenes de viajes y traslados se unen a las imágenes de la permanencia”12, cuyo sustrato serían el arraigo y la tradición, con la que dialoga o con la que rompe, con la fuerza de su propia voz. Inteligencia-emoción e imagen-enunciación. Revelación de realidades en las que diversidad de lectores se reconoce, y a la vez sugerencia de paisajes interiores, anímicos, personalísimos, reinventados mediante la imaginación creadora. Universalidad e interpretación de las circunstancias de la época, en la poesía de Elva Macías.

A propósito de la universalidad de ciertos motivos poéticos y la asimilación de figuras propias de las mitologías; griega en el caso de las sirenas ―esos monstruos con alas de pájaro que aturden a los compañeros de Ulises― y semita ―la existencia de los ángeles caídos, explicación del problema del mal en la tradición kabbalística, que en el mundo cristiano serán de carácter infernal― amalgamadas en este fragmento que se entona a manera de invocación o clamor:

Cese el canto de las sirenas,

llanto de mujeres

que se acostaron con ángeles del infierno”

 

VI

 

Si bien, es cierto que la primera parte de la obra canónica de Elva Macías está determinada y se reúne en las antologías antes referidas, no lo es menos que es factible localizar en publicaciones periódicas, otros poemas, así como versiones de algunos que forman parte de Círculo del sueño, Imagen y semejanza, Lejos de la memoria y Ciudad contra el cielo, tetralogía de libros que “cumplen un periplo”, como expresa la propia autora y cuya visión le permitió “elegir la continuidad de algunos pasos y nuevas rutas”. En este sentido, se presentan los poemas de Elva Macías publicados en la Revista de Bellas Artes, en 1968 y 1975.

Frío destello” es un poema anterior a todos los libros de Elva Macías. Fue publicado en el número 21 de la revista, entonces dirigida por el escritor Huberto Batis, correspondiente a los meses de mayo y junio de 1968:

Valgan de ti calladas actitudes

valgan de mí tantas palabras.

Que te conmueva un hermano pequeño

inexistente

o el germen que perdí

en la blanca displicencia de hospital

o el hijo que te ignora.

Revolotean las frustradas parturientas

que en una gravidez avergonzante

me acorralan

blanco frío destello

y descendimos

atropellada lentitud

niñas

jóvenes

y de madurez marchitas

todas uniformadas

sin peso en el vientre carcomido

y con la decisión de ser infieles madres

mujeres al fin

en otra dimensión.

Este poema aparece luego de “Canciones para el celebrante” de Thelma Nava y precede a “A un joven guerrero del Anáhuac yacente en la catedral de México” de Antonio Pagés Larraya, “Herencia” de Elsa Cross y “Dos poemas” de Jaime Sabines.

En el número 21 de la nueva época de la revista, ya dirigida por el poeta Óscar Oliva, también de mayo-junio, pero de 1975, se incluyen cuatro poemas breves, ejemplos de la síntesis propia de las formas poéticas propias del Oriente, como el haikú y la tanka.

LA VOZ

 

La voz, orillada

como una lanza lejos de la contienda,

tañido apenas

sobre el fluir del tiempo,

dialoga con la muerte.

En cada advenimiento de dolor

se funda.

Pero nada es violencia,

es sólo un lento sacrilegio

que no toca los límites del horror.

La voz, irisada

en su propio templo se mitiga,

se posa al fondo,

diluye su resonancia antes del canto

por ese desafío

que todo lo cicatriza antes de la expiación.

 

PEQUEÑO REPOSO

 

La hierba crece en los muros

donde nadie predijo la descomposición.

En la nave del antiguo templo

se extiende, pobre,

la mercadería:

pequeños cúmulos de pescado salado,

y cintas para enlazar carpetas

guardapenas de amor.

El río corroe tumbas a la hora de la siesta,

quien se descuide

perderá su pequeño reposo.

 

DESIGNIO

 

No tengo más

que navegar sobre tu vasto empeño,

Altos los ojos,

señuelos que se orillan y castigan.

Sin aire ya que apalabrar,

el viento me sostiene,

aniquila minúsculos enseres

y el alma duerme

sobre agujas de agua.

 

VÍA LÁCTEA

 

Para Elsa Cross

No sé de qué recuerdo

te apoderas,

en este tiempo

cuando hemos perdido la memoria

y vagamos como astros;

cortejo que tal vez murió

con la última guerra

en un bar de artesanos

celosos de su oficio.

Estos poemas muestran diferencias respeto a las versiones incorporadas en el Material de lectura de la UNAM dedicado a la poeta, así como de las dos antologías aquí citadas. El décimo verso de la “La voz”, en la edición de la Revista de Bellas Artes, -retomada de Círculo del sueño– se lee: “que no toca los límites del horror” al igual que en Hoja de plata (2009); mientras que en Mirador (2001) y en el Material de lectura (2012) el endecasílabo se reduce al octosílabo “que no toca los límites”.

Mientras que en la Revista y en el Material de lectura, el verso “En cada advenimiento de dolor” se lee como el sexto de la primera estrofa (de dos), en las antologías, es el primero de una siguiente estrofa, tres en total. Del mismo modo, lo que aquí y en el Material de lectura configura tres versos:

La voz, irisada

en su propio templo se mitiga,

se posa al fondo”.

Mientras que en las antologías se transforma en dos versos, un endecasílabo y un eneasílabo:

La voz, irisada en su propio templo

se mitiga, se posa al fondo”.

Por su parte, en el poema “Pequeño reposo”, observamos que el séptimo verso “pequeños cúmulos de pescado salado”, se convierte en “pequeños cúmulos de pescado seco”, como se aprecia en Mirador. Con esta elección, al sustituir el adjetivo, la imagen se precisa, se determina con mayor sonoridad. Asimismo, tenemos otra diferencia, sutil, supuestamente, porque todo cambio afecta la melopea, y las pausas rítmicas repercuten en la lectura, así como en el sentido; en esa antología, el poema se compone de dos estrofas, la segunda inicia con el verso “El río corroe tumbas a la hora de la siesta”, a diferencia de la Revista.

En cuanto al poema “Designio”, encontramos que, en Mirador, los últimos dos versos se convierten en uno: “y el alma duerme sobre agujas de agua”. Además, ahí el poema consta de tres partes: un verso encabalgado, una breve estrofa de dos versos y una tercera de cuatro.

Vía láctea”, dedicado a Elsa Cross, su “amistad literaria fundamental”, presenta un cambio similar a los anteriores; en la versión de Mirador, los dos primeros versos, previamente encabalgados, pasan a escribirse en una sola línea: “No sé de qué recuerdo te apoderas” y se divide en dos estrofas de cuatro versos de diversos metros.

Los cuatro poemas tomados de Círculo del sueño, aparecen como conclusión de la sección Poesía, luego de “Notas de un viajero” de Ángel González, diez poemas de Homero Aridjis y cuatro poemas de Mariano Flores Castro.

Desde hace más de medio siglo, la literatura mexicana ha tenido en Elva Macías una “voz que nunca nombra en vano”, como precisa Claudia Hernández de Valle Arizpe13. Que vengan otros cincuenta años en los que otras generaciones de lectores se descubran en el asombro originario y sientan los vellos erizados de la barba al afeitarse cuando los asalte un verso de Círculo del sueño, o se despliegue la sombra en su propia ciudad contra el cielo. Leamos de nuevo la poesía de Elva Macías y nos reconozcamos como el primer día del mundo en su palabra, como se conocieron entre sí, ángeles y mujeres, el ser y el mundo, cielo y tierra, símbolos y realidades, pensamiento y poesía en el alba del lenguaje, en el principio, cuando el logos, era, cuando aún no era tarde para llegar a los dioses.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

ELVA MACÍAS

Consultada

Círculo del sueño. Colección Literatura joven del INBAL. México, 1975. 69 p.

Imagen y semejanza. Cuadernos de Humanidades 20. Difusión Cultural, UNAM. México, 1982. 73 p.

Lejos de la memoria. Con ilustraciones de Francisco Toledo. Joan Boldó i Climent, México, 1989. 47 p.

Ciudad contra el cielo. Colección Luzazul. CONACULTA, México, 1993. 76 p.

La centena. CONACULTA/Verdehalago, coordinación editorial de Víctor Manuela Mendiola. México 2006. 68 p.

Hoja de plata. Colección Premio Chiapas. Secretaría de Educación de Chiapas, Chiapas, 2009.136 p.

Mirador (1975-1993). Colección Poemas y ensayos, dirigida por Marco Antonio Campos. Coordinación de Humanidades, UNAM, México, 2001. 225 p.

Literatura para niños

Informe de la lenteja y otros poemas. Con ilustraciones de Gabriel Gutiérrez. CONACULTA, México, 2000. 23 p.

Un rayo de sol temprano. Poemas de niños rusos. Editorial Malish 1964, Editorial Colibrí y Gobierno del Estado de Puebla, Puebla, 2004.

Elva Macías. Material de Lectura. Selección y nota introductoria de Elsa Cross. Serie Poesía Moderna, núm. 174. UNAM. 28 p.

Caravanas de riesgo. Universidad Veracruzana, México, 2014. 92 p.

Otros títulos

2000, Al pie del paisaje

2002, Entre los reinos

2005, Imperio móvil

2012, Jinete en contra

2012, De tela y papel

2016, Escribir no basta

Para niños

1992, Adivina adivinanza

1994, La ronda de la luna

1994, El sueño del dragón

1999, Tiempo de adivinar

2001, Busca un mágico lunar

2004, La rata cambalachera

2015, Poemas al revés.

OTRAS FUENTES

Castellanos, Rosario. Rosario Castellanos. Material de Lectura. Serie Poesía Moderna, núm. 53. UNAM. 30 p.

Garduño, Raúl. Poemas. Edición, selecciónؚ y nota introductoria de Elva Macías. Colección La ceiba, Gobierno del Estado de Chiapas. Chiapas, 1982. 166 p.

Perse, Saint-John. Anábasis. Edición bilingüe. Traducción de José Luis Rivas. ERA/CONACULTA. 108 p.

  • Saint-John Perse. Material de Lectura. Serie Poesía Moderna, núm. 13. UNAM. 46 p.

Campos, Marco Antonio. “Poemas para el alhajero”. En La Jornada Zacatecas, 19 de junio de 2017. https://ljz.mx/19/06/2017/elva-macias-poemas-para-el-alhajero/#google_vignette

Hernández de Valle Arizpe, Claudia. “Elva Macías: La mirada surtidora”. En Milenio, 17 de junio del 2017. https://www.milenio.com/cultura/elva-macias-la-mirada-surtidora

 


1 Mirador (1975-1993), p. 7.

2 Un rayo de sol temprano. p. 4.

3 Marco Antonio Campos. “Poemas para el alhajero.

4 Verso de “Canción”, en Poemas p. 121.

5 Semblanza biográfica del Gral. Grajales, editada por la familia.

6 Rosario Castellanos. Material de Lectura 53. UNAM. p. 15.

7 Elsa Cross, Material de Lectura 174. UNAM. p. 4.

8 Segunda de forros de Mirador (1975-1993).

9 “El muro”. De Imágenes para Crusoe (1904). Material de lectura 13. p. 8.

10 Ídem. p. 9.

11 Ciudad contra el cielo. p. 76.

12 Material de lectura 174. p. 4.

13 Claudia Hernández de Valle Arizpe. “Elva Macías: La mirada surtidora”.