Diez poemas:
Ahmad Yamani

CUERPOS INCOMPLETOS

¿Cómo es la soledad? 

Clavar la vista en todo sin involucrarse,

sentir que mi esqueleto pudo haber sido de otra forma.

A veces, pregunto sobre la utilidad de caminar y descansar 

en aquellas noches en las que me quedé fuera del planeta

y percibí colores sin nombres en ese universo

en el que me vi descuartizado en otros cuerpos inhumanos,

cuerpos que iban a formarse algún día, pero que por algo

quedaron incompletos.

Durante muchos años fui esos cuerpos incompletos suspendidos en el vacío, 

algo más que manos y pies,

lo que la naturaleza abandonó en el olvido. 

DIVISIÓN

Hemos dividido la ciudad en dos: una parte para ti y la otra para mí.

No romperemos este pacto. 

Yo voy por la izquierda de la calzada y tú por la derecha.

No me gusta la parte que elegiste.

Me gustaba cuando caminábamos juntos,

y la ciudad era un mapa encarnado de estanques, edificios y luces.

Y aunque conozco bien la ciudad y voy por donde tú no vas,

esta ciudad dividida es tuya, 

tú eres su hija mayor y yo el recién nacido. 

Y en los túneles de la ciudad donde arde el agua

y las criaturas minuciosas son una parte tuya

a la que no voy en absoluto,

allá donde una vez nos sumergimos en un largo beso.

Que tus labios hayan desparecido para siempre,

esto es el gran dolor. 

CAÍDA DE MI CUERPO

Con la compra de una prenda nueva
recompenso cada decadencia de mi cuerpo:
la caída masiva del cabello,
con una chaqueta;
las canas de las cejas,
con unos botines de cuero;
las arrugas de la frente,
con un pantalón;
el declive de mi hombro,
con una bufanda de lana.
No lamento la pérdida
ni celebro la adquisición;
tan solo para cada parte
busco un remiendo.

UN POEMA

Voy a morir justo después de leer un poema.

Puede que sea de un poeta centenario,

de un contemporáneo

o de otro desconocido. 

Puede que esté escrito en un idioma que domino,

o quizás esté traducido. 

Tal vez sea largo o corto,

pero no importa,

porque lo leeré atentamente

aunque no me revele el misterio de la vida. 

Por mi parte, no buscaré ningún secreto en él, 

ni lo abrumaré como a aquella mujer que me amó 

y la amé sin aliento. 

Por su parte, él tampoco me abrumará con nada, 

no dará vueltas ni maniobras.

Avanzará hacia mí en silencio,

en la gloria que envuelve el lecho 

de mi muerte inminente.

No me aferraré a él después de leerlo.

Lo dejaré escaparse entre los dedos,

dejaré que sus palabras se nublen letra tras letra

para que finalmente no se convierta en un poema 

ante el cual cierre mis ojos para siempre.

CANCIÓN PARA LOS NIÑOS

Los chicos decidieron matar al primer caminante.

No era nada personal, 

ojalá lo fuese. 

En el parque público y oscuro

se entretenían en un banco,

no era nada personal, 

ojalá lo fuese.

Él venía del trabajo, de una velada con los amigos, de la prisión, de la casa de sus familiares,

de otra ciudad, de otro país, de un cansancio, del cuarto de su amante,

venía y eso era todo lo que ellos necesitaban.

Tras ponerle el arma en su mano, el chico más joven apuntó.

Se rieron y le dijeron: «¡dispara, travieso!»

Y el travieso disparó.

La pólvora estalló en el pecho del caminante,

y los chicos estallaron en carcajadas y se dieron a la fuga. 

Se cayó sin aspavientos ni poder rasgarse la camisa 

para ver la herida sangrienta.

Él no sufrió, 

ojalá que lo hubiese hecho, 

porque hubiese venido alguien a salvarle la vida.

Pero él ni siquiera sintió dolor.

No era nada personal,

ojalá lo fuese.

UNA ESTRELLA OMNIPRESENTE 

Aquella noche te amé.

Cuando una estrella omnipresente cruzaba el cielo de mi casa

y caía ceniza en mi cuarto. 

Entonces pensé en mi verdadera amada,

como solía hacer, 

pero viniste esta noche tan serena como siempre,

tan particularmente fina y elegante. 

Te quedaste en mi casa 

y yo, 

sin recuerdos

ni tormentos 

volví a amarte,

como si fuera la primera vez. 

Solo esa noche supe que te amaba

sin que fueras mi verdadera amada. 

Cargado de dolor inesperado

esta noche te quiero 

y no sé qué se fundirá primero:

si mi amor o mi dolor.

Al final algo se fundirá

y caerá solo en el cielo de mi cuarto,

ya sea en forma de estrella o ceniza,

finalmente caerá en ese cuarto frío

como un destino dibujado por una diosa lejana 

que se fue a dormir.

ÉL VIO UNA CASA

Al ver él una casa 

dijo que era suya. 

Al ver una calle

dijo era suya. 

Él vio otra casa y otra calle y se perdió. 

Vio una ciudad 

y dijo era suya. 

Vio otras ciudades y se extravió.

Mas, al encontrarse con ella,

lo vio todo,

y al separarse,

dijo que este era su cementerio. 

Sin embargo, no murió de inmediato,

volvió a ver una casa

y una calle

y dijo que eran suyas.

Vio otras ciudades y se extravió. 

Jamás volvió a verlas. 

Dijo: ese era el cementerio 

en el que nunca descansé.

UNA AMENAZA

No escatimé esfuerzo para quedarme aquí,

hice todo lo que pude,

pero mi vida giraba 

como cualquier cosa caída desde lo más alto.

Hoy he visto la muerte

en el rostro de un compañero de trabajo.

Él no murió,

vino hacía mi

y quiso que yo la viera 

en el rostro de alguien

como una amenaza o quizás como un preludio.

El hombre hablaba con ojos seguros

como si fuesen dos piedras. 

Sin que se le viesen los dientes,

su boca emitía sonidos 

sin significado alguno.

Toda su cavidad bucal repetía 

los mismos sonidos sin significados.

Pero el caso era que él no estaba muerto. 

Se trataba de una amenaza personal en contra mía.

LAS VENTANAS DE LAS CASAS

Tengo una casa cuyas ventanas enciendo,

y todos, absolutamente todos pueden vislumbrar sus luces desde fuera.

Pese a esto, la amargura aún me persigue 

cuando al volver del trabajo 

veo todas estas ventanas iluminadas 

y deseo estar dentro.

EL TRATO DE LA NOCHE

Al lanzarse hacia la tierra remota, uno se olvida de algo en alguna parte y sigue buscándolo en vano. Nunca sabrá lo que ha perdido, y precisamente en esto consiste lanzarse a la tierra remota: perder lo que se desconoce y lo que no se debe saber.

A las tres de la mañana llegó la noticia, aquella palabra exacta para describir la muerte.

Ayer, justo ayer, sentía dolor, en la mitad de la espalda, en un punto concreto que se tragaba el dolor y lo reproducía en la mitad de la espalda.

Era el dolor, la situación más difícil, cuando lo miré y pensé en el tiempo corto en el que lo había conocido por primera vez a los cinco años sin ninguna razón precisa. Ahora sin dolor, sin el más mínimo dolor, allá donde creo que todo ha terminado como si nunca hubiera existido. Ayer yo estaba intacto en la mitad de mi espalda.

En la multitud de la creación lleva al hombro a un abuelo muy delgado.

El cuerpo muerto de mi padre se mueve según el movimiento de un desconocido que lava su cuerpo a punto de enterrarse. 

La bicicleta grande de mi padre está justo detrás de la puerta.

La puerta está cerrada con un candado y una cadena que se anuncia cada vez que se cierra,

la otra puerta está cerrada

y así también las puertas de las habitaciones. 

En la madrugada la bicicleta grande vagará por los horizontes,

un hombre casi feliz la montará,

pedaleará rápido, y las dos ruedas acelerarán

como el que se mete en el lodo con unas botas 

y pacta con la eternidad 

a primera hora de la mañana.

La tierra bajo sus pies,

él no salta de alegría ni cruza las albercas

donde los sapos lo miran.

El aire le asusta,

y es inevitable respirarlo,

ese gran recinto que alberga las almas volantes según se dice. 

No quiero la eternidad tampoco, me aterroriza.

Primero en las sonrisas, muchas sonrisas luego el rostro que se cambia a la hora de la despedida. El amor era solo eso: tu cara sonriente y cambiante. Veo el instante de la eternidad en esa transición invisible mientras te preparas para besarme antes de marcharte. En otra ocasión me fui yo, y las sonrisas desparecieron junto a la cara sonriente y cambiante. 

Caminas como pasea el aire sobre tus mejillas, como el fuego arde en tu hoguera, como el agua derrama gotas de sudor en el mar de tu espalda y como la tierra sopla y descansa con suavidad en tu frente. De esta forma me aferré a ti, cuando tu primera mirada fue acompañada de un alivio que se apagó enseguida.

 

No era necesario salir a la terraza para descubrir que la vida había muerto fuera, incluso con el aliento detrás de las ventanas cerradas, nunca fue necesario verlo o palparlo para descubrir que la vida había muerto en la calle, en el barrio o en la ciudad y que, en pocos minutos, sorprendentemente, resucitaría. Llegará el día en que nada regrese, y ese será el día más grande sin necesidad de salir a la terraza, sin necesidad siquiera de una casa con terrazas.

Hoy aprendí una palabra precisa que nombra una parte insólita de un zapato, con un solo truco aprendí la palabra y pasé toda la noche sosegado. En una noche hermosa, una sola palabra insólita en una lengua extranjera era todo lo que mi alma necesitaba.

Traducción del árabe de Jaafar al Aluni.

Esta edición cuenta con la colaboración de la Revista Banipal, de Literatura Árabe Moderna que ha aportado los poemas recogidos y que fueron publicados en su nº8, verano 2022.

 


Ahmad Yamani (El Cairo, 1970), es poeta egipcio radicado en Madrid. Doctor en Filología Árabe por de la Universidad Complutense de Madrid, institución de la que ha sido Profesor Asociado. Es redactor y locutor de Radio Nacional de España, emisión en árabe. Ha publicado seis poemarios en árabe. Ha recibido varios premios, se destacan entre ellos: Rimbaud (El Cairo 1991). Ministerio de Cultura Egipcio y el Institut Français d’Égypte au Caire. Beirut 39 (Londres 2010) como uno de los mejores escritores árabes menores de cuarenta años. Algunos de sus poemas se han vertido a distintas lenguas y ha participado en diversos festivales internacionales. Ha traducido al árabe numeroso autores de la lengua española. Es considerado uno de los poetas árabes más destacados de la actualidad.