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En forma de trigo nos comemos el sol:
Elena Vilallonga

«La luz impalpable e ingrávida es una energía que hace crecer los árboles y los tallos del trigo hacia arriba, a pesar de la gravedad. Nos la comemos con el trigo y los frutos, y su presencia nos da la fuerza para mantenernos de pie y trabajar».

Echar raíces, Simone Weil, para quien la atención es un concepto clave de su filosofía.

Mutare, como apunta Eva en el epílogo, es, entre otras cosas, desprenderse de la piel. En cierta manera aquí hay una idea de muerte, de transformación. En estas páginas de papel, queda impreso lo que se ha desprendido de la muda, en forma de polvo de huesos, flores cúbicas, adioses, champús atrincherados, heridas, baldosas, todo medido y bien armado. Hace falta luz para que las palabras crezcan y nos alimenten.
Eva tiene un amor muy grande por el teatro, recuerdo que en la alacena de su casa hay un altar de miniaturas, y que solo uno o dos espectadores pueden apreciarlo a la vez, en la intimidad. Sospecho que armando estas pequeñas escenas ejercita su punto de vista, su atención, su imaginación. El asombro del niño y el pensamiento ingrávido le han permitido ver la casa desde dentro, la casa desde afuera, desde abajo, desde arriba, desde todos los ángulos, los más inusitados —Ojos en alto / que arrobados atisban / una clausura—. Así ha encontrado la manera de ahondar en la naturaleza de un hogar que pronto se llevará con ella.
Con estos haikus Eva plasma su amor por todo lo cotidiano, por todo aquello que aporta intimidad y misterio a una casa si se observa detenidamente. Distribuidores, rincones, escalones, escaleras, paredes, puertas y ventanas. Madre e hijo se han recogido literal y poéticamente durante unos años de vida entre el techo y el suelo de una casa que la poeta deja colmada de vida sin saberlo. Materializa lo inmaterial observando cada espacio y presencia. Apoyada sobre su arquitectura mental, su suelo, y bajo un techo que afortunadamente la cobija y la limita, se nutre de sus raíces al tiempo que se asoma a la luz de la galería, donde ser feliz es posible, al menos por un rato. Así es como ha sacado afuera los adentros. Y lo ha hecho refugiándose en la atención, atendiendo a lo vivo, a lo luminoso, llenándose de vida. A su hijo dedica este libro.
Cuando uno entra en acción y toma la decisión de hacer las maletas, el cambio al que se va a enfrentar ya lleva un tiempo gestándose, vete a saber cuánto. En cualquier caso, a Eva, ese tiempole ha dado para un libro (ochenta haikus por lo menos, ¿el tiempo de tomar una decisión?). Imagino que es todo un proceso de amplitud de onda, donde el cielo de la mente se va despejando dando espacio a unas rendijas de luz que se abren como pantallas, como los cuadros-ventanas de Rothko que te invitan a entrar y buscar refugio. Esas aberturas, a veces emisoras de sobresaltos, son las que le han permitido jugar, como el día en que se le apareció un muro absorto.
Eva, tus haikus son visiones. Es como si tus pupilas congelaran los instantes. Ordenar una visión es una experiencia única. Es que las visiones son vivencias en sí mismas. Leí poemas de Eva hace muchos años, en un tono natural, conversacional, siempre de experiencia. Poemas de amor, de amistad, algo melancólicos (esa melancolía que acaba engullendo la tristeza), cuando ella seguía las huellas de antiguos maestros. Ahorase orienta y busca como buscaron los antiguos maestros (eso mismo recomienda Basho) y gracias a su intuición y a su capacidad de espera este libro es testimonio de muchos hallazgos.
Qué interesante hervir por dentro en plena quietud cotidiana y que te crezcan palabras. Los ojos atentos observan, analizan. Luego, refinando la atención, arranca la contemplación ya desde otro lugar, desde un silencio agudo, y ahora, a modo de pregunta, ¿surge entonces la experiencia física, y te acomete la escritura? La atención del escritor de haikus debe de ser tan grácil como la del mirlo, un estado más meditativo que reconcentrado. Con ello me refiero a relajado, sobre todo el pensamiento, para que pueda desplegarse en palabras (ópalos de sol, ejemplo tuyo). También un lector relajado puede llegar a ver algo frente a tres versos solos en una página. Y es muy profundo cuando ocurre, porque a mi entender, la profundidad está muchas veces en lo sencillo, en lo cotidiano.
Eva aporta a su manera una ubicación espacial y temporal al haiku, una nueva estación, una estación término o una estación de partida: la casa, el lugar donde transcurren todas las estaciones, donde pasan todos los trenes (como oraciones), donde el presente invade el tiempo. La casa, el lugar donde se juega. Mientras canta sus haikus por dentro, ella se pregunta (en la primera parte) si el hogar que debiera contener la casa tal vez está en el afuera. ¿Así que una lleva el hogar en los pies? Como el caracol…
La casa. La cocina. A modo de pregunta, de nuevo: ¿es en la cocina donde se han gestado muchos de estos haikus, donde la luz de la galería raya los espacios desde todos los ángulos y a distintas temperaturas? El agua, como señal inequívoca de vida, se esfuma por la pila de platos. En ese momento ¿se atraviesa un espejo? ¿Se rompe? ¿La penitencia se va por el desagüe de la pila? No existe un bautizo más poético que en la pila de la cocina.
Abres el libro y entras en la casa. Cada página, una habitación donde se instala un haiku de piernas ligeras, luego otro, y otro y otro…
Dentro de la casa todas las cosas suceden estáticamente (o extáticamente), palpitan, de manera que percibimos los distintos estados de ánimo de las frutas, de los marcos de las puertas, de los muebles. Un sofá que navega en el salón, unas jirafas gemelas miran desde lo alto bajo el umbral, un pulmón respira asfixiado, las prendas de ropa animadas, así las veo yo, con vida propia. Bajo los techos y en los pasillos, de pronto todo es muy alto, y muy lejano, pero después resulta que nada cabe en ningún sitio, ni tan solo la escritora. Es como un juego de reflejos en donde todo se permuta y está relacionado. Hasta los haikus, residentes de este libro, comparten pared, viven en habitaciones contiguas y se pasan los pesos y las penitencias el uno al otro para descansar. Un peso mudo en un pasillo y en el cuarto de al lado, una penitencia respira en un rincón. Las sinuosas curvas de las mandarinas y al lado los rayos en zigzag de una escalera de incendios. El sentido del humor está muy presente, en las baldosas que dudan, en el frío que no cabe de tan pequeño el espacio; presente está el cariño en las ventas y subastas de ingenuidades y de exmaridos. Algunos poemas tienen algo de cómico y desconcertante a la vez, escritos desde una mirilla con ojo de pez. Algunos. Otros son más meditativos, o pictóricos, con estos últimos de alguna manera Eva incendia el calendario de la casa para celebrar su partida, a modo sacrificial, a la Tarkovski.
Como mujer de imagen que es Eva (yo la conocí preparando la filmación de un cortometraje escrito por ella y sé que hoy sigue escribiendo guiones), en sus haikus podemos ver varios universos, cuadros de Hopper, bodegones pop, planos de Yorgos Lánthimos (las jirafas en el umbral) o de WimWenders (el espejo que nos lleva hasta Japón).
En cualquier caso, Eva pone interés en el contorno de las cosas, en los relieves, las siluetas. Recorre los perfiles de las cosas sin inmutarse. Además tiene una caligrafía muy particular, muy bonita. En lugar de eses, Eva escribe seises. ¿Será pintora y no lo sabe?
La casa, un lugar que tiene sentido gracias a la presenciade todas las cosas que la habitan, tiembla con la partida de la escritora. Ella lo nota, y la colma de murmullos por los pasillos, de gacelas al trote… y de una piedra de toque en la cocina. De esta manera salva la casa y se salva también ella. Nuestra obsesión por salvarnos desaparece si atendemos y agradecemos todo lo que nos rodea. “La atención es la forma más rara y pura de generosidad”, cito de nuevo a Simone Weil.
En fin, Eva, que no te has caído por la ventana de la galería intentando capturar el reflejo de la luna limpiando el cristal.
¡Felicidades!

Elena Vilallonga, 11de marzo de 2024

 

Texto que la cineasta y poeta Elena Vilallonga, amiga de la autora, escribió para presentar el libro La casa en fuga. Haikus de una mudanza, de Eva Muñoz, en la librería Animal Sospechoso, en Barcelona, el pasado 5 de abril de 2024.

 

LA CASA EN FUGA. HAIKUS DE UNA MUDANZA
(Selección haikus)

La galería.
En un pozo de luz
sumerjo el brazo.

En la cocina,
tu risa adolescente:
piedra de toque.

Bajo los techos
un trotar de gacelas.
Papel de arroz.

Salón nocturno.
Caja de resonancia:
pulsar del viento.

Abrir la puerta
al verso inacabado
y echar a andar.