Palabras en el desierto
Eduardo Mosches
Fondo de Cultura Económica
México, 2023
«Palabras en el desierto» es el resultado de un conjunto de inquietudes, recuerdos, fogonazos de la memoria, experiencias reales, fantasías imaginadas, sueños, anhelos y pensamientos que, por medio de una voz potente y personal, toman forma en una tierra yerma y árida logrando germinar como poemas iluminados por el sol quemante y cegador en esa paradoja constante que es la vida y la muerte al mismo tiempo. Desierto como espacio abierto, interminable, donde es fácil perder la noción del tiempo, perderse en las arenas y confundir la realidad con la apariencia en esa suerte de espejismo que provoca la luz cuando no hay dentro y fuera, arriba y abajo, delante o detrás. Palabras como signo vital, portadoras del primer balbuceo, el eco que se dijo en un principio y que ahora aflora de nuevo entre las dunas como si fuera la primera vez. No es vano recordar que Mosches procede de un antiguo linaje que de generación en generación se han transmitido los secretos y símbolos de un Libro que oculta más que cuenta. «¿Será posible encontrar la huella de la palabra perdida?» se pregunta en el poema que lleva por título «Lenguaje». La búsqueda de esa palabra perdida puede que sea el gran reto de la poesía que, sin perderse en teorías metalingüísticas, escarba el fondo del poema, igual que el caminante remueve con sus manos la tierra con la esperanza de encontrar un poco de agua para colmar su sed la travesía desértica. No es casual entonces que el primer enunciado de esta serie de poemas denominados por un solo vocablo en orden alfabético de la A a la Z sea «Agua», porque «la esperanza es siempre líquida». Se trata de un texto que de algún modo marca el tono general del poemario, en el que se entrecruzan las escenas cotidianas con la reflexión casi filosófica, el desenfado con los sentimientos profundos, la ironía con la verídica realidad, la denuncia de las injusticias con la felicidad que puede producirnos las cosas más cercanas de las que no somos conscientes, el sueño con la vigilia, el mito con la realidad, en un conjunto de imágenes sensuales y oníricas que configuran el paisaje personal de un poeta siempre dispuesto a compartir su experiencia con los demás, sin miedo a perder ni a perderse, sino todo lo contrario, a enriquecer su mundo con la mirada del otro.
Es difícil en estos momentos que vivimos hablar de las palabras como unidades aisladas que solo sirven para descifrar el jeroglífico del poeta. Y no me refiero a la dificultad o a la sencillez del poema en sí mismo en cuanto a su comprensión en una primera lectura, ya que en la mayoría de los casos tales categorías encierran una trampa tanto para el autor como para el lector. Sin embargo, Mosches hace uso de la palabra en una justa dimensión, de manera que, sin rehusar a su carácter originario, esta fluye humanamente a lo largo de todo el discurso poético, lo mismo por las callejuelas de su infancia cuando jugaba a los ríos —según el poema «Lluvia»—, que en el universo pequeño de la maceta donde crece el limonero que hace imposible que los pájaros aniden —en el poema «Jardín»—. En ese espléndido texto reina la satisfacción de lo pequeño como analogía del universo inalcanzable. «Los cabalistas buscan preguntas a las preguntas, / retornan la idea del paraíso como un vergel arrasado»; sin embargo, la respuesta a toda sabiduría parece que se concentra en percibir y gozar la sombra en su pequeño patio ajardinado. Como en varias ocasiones, las referencias a las culturas ancestrales, concretamente maya y azteca, sirven de elementos analógicos y comparativos con el presente:
Entre los aztecas
los poetas lo concebían
como un resumen del universo.
Sus jardines eran enumeración
de madrigales, pájaros multicolores,
ríos y caminos
por donde deambulaban seres míticos.
Y ahora el poeta sueña con la palabra mientras el sol golpetea sus ojos y por un momento, como en el desierto, trastoca la realidad, porque «los sueños son expresión de un deseo».
Por otra parte, «todo es principio a través de la palabra», pero lejos de otorgarle a esta un valor profético y sacral, esta es considerada «un vínculo para comprender al otro.Ahí precisamente creo que estriba el humanismo de este libro, en esa habilidad natural para hacer del mundo aquello que en principio no es del mundo, de manera que, sin hacer concesiones a la galería, se alcance las estrellas con la mano o, al contrario, pasear interminablemente por las ramas de una higuera hacia un lugar sin preguntas. («Higuera»). Y desde ese humanismo que hace achicar lo grande y engrandecer lo pequeño, el autor sella un pacto con la naturaleza que planea sobre todo el libro, se convierte en defensor de su existir, advierte del peligro que corre a causa de la ambición por parte de los poderosos, señala al capitalismo desmedido sin caer en ningún momento en la denuncia facilona, y, como Walt Whitman canta, no a si mismo, sino a la belleza del árbol, a la vez que nos alerta de su inmediata destrucción si no ponemos remedio a ello y no nos enfrentamos con decisión y valentía a la tala general de las grandes ramas que dan cobijo al hombre y a su pensamiento. Sucede en el poema «Isla», un espacio flotante donde es posible encontrar la felicidad eterna en medio del océano: hoy son «enormes circunferencias donde el plástico forma la simiente de la muerte» «(«Isla»)
De igual forma, en el cantar continuo de Palabras en el desierto —pues aunque el libro esté organizado en cuarenta y siete mónadas independientes, se oye como un todo sonoro de principio al fin —«Con la música todo es inicio» concluye el poema «Flauta»—. Mosches denuncia «la maldad de las guerras», «laicas y religiosas», las que «han llenado los prados de cadáveres». Y viene al pelo ahora estos versos , escritos por un poeta que, como hemos apuntado antes, proviene de esa antigua ascendencia errante por el mundo, perseguida hasta su pretendida total aniquilación. Dicen así:
En estos días las puertas de Jerusalén
no son el paso a la redención ni a la vida eterna,
sino a los vehículos de un ejército.
que reprime en nombre de su dios a los nativos del lugar.
A pesar del sufrimiento humano, de las catástrofes y desdichas, el lector tiene ante sus ojos un libro vital y vitalista, donde la esperanza brilla por todos lados sin un ápice de ingenuidad por parte del poeta: un libro necesario para mirar al mundo, al interior de nosotros mismos y convertirnos en mejores personas.
José Ramón Ripoll
Librería Juan Rulfo (FCE)
Madrid, 21 de mayo de 2024