Modernos Haikus Clásicos:
Eduardo Moga

Ricardo Virtanen [pronúnciese Vírtanen] (Madrid, 1964) es, desde siempre, un cultivador de las formas breves, como el epitafio —así se titula uno de sus poemarios: Epitafios, publicado en 2005—, el aforismo —género al que ha dado cinco libros—y el haiku, la universal estrofa japonesa, que ha cultivado en seis volúmenes, el último de los cuales es este Hilo de lluvia.
Un primer indicio del orden y el clasicismo de los haikus de Hilo de lluvia, el rasgo más destacado del libro, es la cantidad de poemas que lo integran: cien, un número redondo, perfecto. La ejecución de los haikus es asimismo clásica: se disponen en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, sin rima, y recurren profusamente, como mandan los cánones, a los elementos de la naturaleza: árboles y flores (desde el crisantemo hasta la lespedeza, pasando por la camelia, el junco, la rosa, el jazmín y el espliego, entre muchas otras), animales (entre los que destacan los insectos y los pájaros, aunque también comparecen mamíferos y reptiles: perros, caballos, ardillas, gatos ranas, serpientes), cuerpos celestes (la luna y el sol) y los meses o las estaciones (aunque solo el otoño y el invierno, y algunos de sus meses: septiembre, octubre, noviembre y diciembre). Los haikus de Hilos de lluvia suenan, así, muy japoneses —en uno de ellos hasta se menciona la flor de cerezo, un elemento arquetípico de la cultura nipona—. Luis Alberto de Cuenca subraya, en el prólogo, este carácter noblemente tradicional del libro: «Virtanen se atiene la mayoría de las veces a la más pura ortodoxia del haiku japonés, que ha de versar sobre un tema relacionado de uno u otro modo con la naturaleza, el paso de las estaciones y la observación del mundo circundante, sin permitirse en ningún momento (o en casi ningún momento, si queremos ser exactos) la efusión sentimental».
Esa «observación del mundo circundante» constituye la esencia del haiku desde Matsuo Basho. Se trata, como dijo el maestro, de captar el momento, «esto que pasa ahora»: el relámpago del instante. Hacerlo, y más aún hacerlo bien, requiere, sobre todo, una mirada entrenada, incisiva y prensil —la tarea del poeta no es tanto escribir como mirar, saber mirar; escribir vendrá luego, si ha de venir—, pero también evitar algunas tentaciones, que se fácilmente se convierten en vicios, como hacer del haiku un muestrario de pedrería. Se trata de eludir el enjoyamiento y, en particular, la metáfora, que es uno de los principales radicales poéticos, pero que no concuerda con el haiku: lo abruma, lo desnaturaliza. El haijin es un francotirador perceptivo, alguien que observa por la mirilla de precisión de sus ojos las cosas del mundo. Y esta definición conviene a Ricardo Virtanen, que comunica el máximo significado con los mínimos ingredientes: «El sol alumbra / un campo de amapolas. / La soledad». El poeta revela lo que acontece en la realidad con sus menores detalles, con los sucesos más, en apariencia, irrelevantes, pero que se convierten, por la acción transformadora del lenguaje en busca de un efecto estético, en los más reveladores. Y para que esta comunicación sea tanto más eficaz, dinamiza el haiku, lo expande por dentro, por medio de un conjunto de técnicas que maneja con destreza. La primera es la aproximación indirecta. Así, en el primer haiku del libro, «Cómo la lluvia / se disputa los pétalos / de cada flor», la personificación singulariza el hecho común de la lluvia y nos permite sentirla como otra cosa, que batalla consigo misma para obtener una recompensa inesperada.
El segundo mecanismo de multiplicación del sentido y la resonancia de los haikus de Hilo de lluvia es el contraste, la oposición de los elementos que lo integran, a menudo separados por un punto o una coma: dos planos o realidades, una mayor y otra menor, o una material y otra inmaterial, contrapuestas pero complementarias. En uno de los primeros poemas, leemos: «Luna de agosto. / Un plástico que vuela / hasta el balcón». La realidad elevada del satélite en apariencia inmóvil y la realidad baja de un plástico zarandeado por el viento, pero que también asciende, pese a ocupar dos ámbitos y dos naturalezas muy alejados en la realidad, se funden en un solo objeto: algo blanco (quieto o inquieto, redondo o deforme) que subsiste en el espacio. El poema también recuerda la lisérgica escena de American Beauty, la excelente película de Sam Mendes, en la que el enamorado de la hija del protagonista, un obseso de la imagen, filma, precisamente, una bolsa de supermercado revolotear en una calle del barrio. Por otra parte, en el haiku que da título al libro, leemos: «Bajo la luna, / el aullido de un perro. / Hilo de lluvia». Aquí no solo tenemos dos planos, sino tres: la luna, el ulular del animal y la lluvia; y todos se entrelazan —la quietud y el movimiento, la plata y la negrura, el sonido y la humedad— en una sola estampa de relumbres simbióticos. La estructura binómica no solo no escinde el poema, sino que lo acendra y lo aúna. Pero, como Virtanen es un buen conocedor de los instrumentos retóricos y no se ciñe a uno solo de ellos, a veces el haiku fluye en una sola oración encabalgada: «El aire pasa / las páginas de un libro / abandonado», leemos en otro haiku.
Finalmente, Virtanen acude también a la sorpresa, incluso a cierta ironía, para vivificar el haiku. Y para ello recurre a juegos de la percepción: «Una libélula, / como una mariposa. / O como un pájaro», dice un poema. Aquí, de nuevo, encontramos tres niveles ontológicos, reunidos (y vacilantes) en un solo ser: algo que tiene alas y vuela. En otro, leemos: «Cruza el estanque / un cisne blanquecino / cuando anochece». El poeta pinta aquí el tiempo: el cisne ya no es blanco, sino «blanquecino»: el apagamiento del anochecer agrisa la blancura que lo caracteriza. Y en ese adjetivo infrecuente radican los momentos que se esfuman en la noche.
El hecho de que Ricardo Virtanen se atenga a las pautas clásicas del haiku no significa que renuncie a los mecanismos retóricos o los motivos seculares de la tradición occidental: en uno de los haikus de Hilo de lluvia encontramos esta epanadiplosis: «nieve en la nieve», que recuerda el «verde que te quiero verde» del Romance sonámbulo de García Lorca (y también a otro de los poemarios de Virtanen, titulado Nieve sobre la nieve, de 2007); y en otro resuena el tópico del collige virgo rosas, de Ausonio y Garcilaso de la Vega: «Coge la rosa / antes de que sus pétalos / estén en tierra». Ni tampoco que renuncie a incorporar elementos, realidades de la actualidad a los poemas: sobre todo, a los que tienen que ver con la conducción y el automóvil: coches, semáforos, autopistas y maleteros aparecen, con desenfado, en Hilo de lluvia; también una colchoneta, que el viento mueve suavemente «cuando amanece».
Una última característica de los haikus de Hilo de lluvia, merecedora de atención, es su preocupación por la muerte, en cualquiera de sus manifestaciones: muchos describen cementerios, cuerpos extintos, frutos podridos. La luctuosidad de estos haikus se impregna de la viveza de los versos, y no resultan sombríos, sino reveladores: de la luz de las palabras, de la agudeza de la mirada, de la pujanza de la naturaleza, que todo lo absorbe y todo lo transforma: «Un sol de otoño / ilumina las tumbas. / Pasea un gato».

EDUARDO MOGA

[Ricardo Virtanen, Hilo de lluvia, prólogo de Luis Alberto de Cuenca, Barcelona, La Garúa, 2024, 120 pp.]