Cuaderno Rojo
De Eduardo Chirinos
Por Martín Rodríguez-Gaona

Chirinos, Eduardo. Obra Completa. Cuaderno Rojo (Poemas 1978-1998). Valencia: Pre-textos, 2024.

 

En la obra de Eduardo Chirinos destaca su evocación de una gran diversidad de tiempos y referencias, recurso con el que el poeta conforma una miscelánea muy personal del universo. A lo largo de más de una veintena de libros, su palabra celebra indistintamente los dones que ofrecen la naturaleza y la cultura: de ahí la constante invocación a poetas de distintas geografías, idiomas y tradiciones, unidos por un impulso -activo a la vez que receptivo-, que funde en un solo acto a la lectura con la escritura.
Este inusual impulso creativo, que lo llevó a ser uno de los poetas más prolíficos de su generación, no obstante, queda atenuado por la propia palabra, en ocasiones modesta pero siempre plena, cabal en sus resonancias íntimas. En cierto sentido, el anhelo que sostiene toda la escritura de Chirinos es construir una identidad personal a través de la literatura, pese a la posibilidad de que esa identidad también sea ficticia. De este modo, sobreponiéndose a la duda, Chirinos, expresa su confianza en la poesía concebida como un lenguaje autónomo, individual y a la vez colectivo, por el cual se desarrolla pacientemente una mitología privada (sin otras pretensiones que las estrictamente artísticas).
En consecuencia, para el poeta que interpreta su vocación como designio, la lectura se impone como un destino. La tradición, entonces, se hace parte indisoluble del proceso creativo: un conjunto, a veces azaroso, de afinidades e influencias. Dicha libertad conduce a descubrir el placer de la escritura: así el poema se puede hallar en cualquier estímulo (un acontecimiento, un libro o un recuerdo), que permita transformar las mil caras de la realidad a través de la palabra. Podría afirmarse que un poeta de esta estirpe asume el desorden propio de la vida, por lo que las emociones y el aburrimiento son tratados con idéntica dignidad. Pareciera que, ante el caos y la confusión imperantes, la poesía permitiera un refugio para la amabilidad y el sentido común. De ahí se reconoce en Eduardo Chirinos una natural propensión a literaturizar la experiencia.
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Los ocho libros que aquí se recogen -Cuadernos de Horacio Morell (1981), Crónicas de un ocioso (1983), Archivo de huellas digitales (1985), Rituales del conocimiento y del sueño (1987), El libro de los encuentros (1988), Canciones del herrero del arca (1989), Recuerda, cuerpo… (1991) y El equilibrista de Bayard Street (1998), publicados en Perú o en breves plaquettes españolas dan buena cuenta de la inusual mezcla de factores que marcan la obra inicial de Eduardo Chirinos. Solvencia y versatilidad van otorgando coherencia a tonos en ocasiones abiertamente opuestos y en otras complementarios. Como rasgo general, podría mencionarse que el poeta es neoclásico en cuanto a temperamento y sincrético por la modernidad de su lenguaje. Un aspecto relacionado con el mestizaje cultural peruano que tiende a absorber y reformular tradiciones. Mas aquello responde a una falta de pudor propia de la periferia de Occidente, esa práctica literaria consolidada a partir de una lección de Jorge Luis Borges: concebir la lectura simultáneamente como una pesquisa y un tejido. Dichas certezas acompañarán al joven poeta en su práctica constante de la glosa y el homenaje.
Esa versatilidad del lenguaje pretende encontrar respuesta a una encrucijada: Lima, en los años ochenta del pasado siglo, era una ciudad asediada entre la sofisticación y el caos. Cuando el joven Eduardo Chirinos empieza a escribir, en Lima estaban en activo al menos quince poetas de primer orden -entre ellos Martín Adán, Carlos Germán Belli, Blanca Varela, Antonio Cisneros y José Watanabe y exiliados notables como Jorge Eduardo Eielson y Rodolfo Hinostroza-, pero también se salía de una dictadura militar y empezaba a gestarse Sendero Luminoso (un conflicto armado que dejaría cerca de setenta mil muertos y más de un millón de emigrantes). La consolidación del neoliberalismo con Fujimori en la siguiente década produjo una profunda descomposición en la sociedad peruana, una hecatombe moral que destruyó cualquier incipiente institucionalidad e incrementó la violencia estructural. El Estado y la nación peruanos estaban en crisis, Lima debía renunciar a sus pretensiones de capital equiparable a las del primer mundo. Tiempos convulsos que necesariamente afectaron al poeta, quien exorcizó en sus textos temores, conflictos y dubitaciones juveniles en torno al futuro y a su vocación (un texto clave en este sentido sería “Un viento cálido sopla en las dunas del desierto”). Así, su actitud, su férrea alternativa por crear un mundo que unifique la vida y la literatura, corresponde no a una despolitización, sino al desprecio y la indiferencia que le suscita la búsqueda del poder, el mismo que decididamente subvierte desde lo privado y lo lúdico.
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Eduardo Chirinos es un poeta limeño representativo de un momento en que el proyecto que regía a la ciudad letrada peruana aún era occidentalizado, pero ya había dejado de ser criollo. La conciencia de este impasse hizo que su escritura trabajara la cotidianidad desde un confesionalismo comedido, que confía en un lector ideal que pueda conciliar la alta y la baja cultura (de allí tanto el empleo de la ironía como la alternancia entre los tonos elevados y medios, según la retórica de Cicerón). En esa apelación a un lector ilustrado se percibe la continuidad de un proyecto que desde mediados de los cuarenta llevaron a cabo Emilio Westphalen, Blanca Varela y Javier Sologuren.
Los setenta favorecieron el surgimiento de grupos poéticos como Hora Zero y Kloaka, marcados por la militancia política, la rebeldía social, el experimentalismo y la estética del rock. Mas la irrupción de Chirinos representa una alternativa ante el influjo de Hora Zero (el desborde popular de la inmigración provinciana que transformaría Lima) y el Grupo Kloaka (la efervescencia y crisis de los partidos de izquierda); dándose en simultáneo también a la eclosión de una poesía femenina (Giovanna Pollarolo, Patricia Alba y Ana María Gazzolo, entre otras). Chirinos vivió a su manera la experiencia generacional, pues formó parte brevemente del grupo poético, los “Tres tristes tigres”, junto con José Antonio Mazzotti y Raúl Mendizábal.
No obstante, el cambio de sensibilidad ya se había iniciado en los sesenta, cuando Lima pierde el influjo hispánico y francés, durante un periodo en el que se impone internacionalmente la cultura de masas. El paralelo de este fenómeno en el ámbito de la poesía estaría en la asimilación de un supuesto “Británico modo” como ciertos aspectos del Modernismo anglosajón de Pound y Eliot o de Robert Lowell y la poesía Beat (el emblema de esta asimilación en la obra de Chirinos serían los Beatles, homenajeados en este primer volumen de sus obras completas con el título de Cuaderno rojo). Una innovación retórica cuya flexibilidad versificadora condujo a la búsqueda de otro lirismo, con un registro ampliado en el que confluyen la épica y la lírica, el contar y el cantar. Chirinos, al igual que otros de sus contemporáneos, asumió el proyecto de escribir una poesía que lo abarque todo.
Esta excepcional ductilidad representa una depuración con respecto a sus inmediatos predecesores. La poesía de Chirinos se desenvuelve con libertad, sin hipotecarse a la historia o a la sociología, ni asumir abiertamente la intelectualidad o el experimentalismo. Su tono apela a lo íntimo y a lo universal, aunque reconociendo y asimilando las aportaciones formales (como el ritmo prosódico de la máquina de escribir). De este modo, Chirinos asume con paciencia y laboriosidad el influjo innovador, adaptando para sus fines también la dicción y la contención de ciertos maestros de los cincuenta (Juan Gonzalo Rose, Washington Delgado y Javier Sologuren), aceptando paulatinamente que la tradición hispánica le concede versatilidad y virtuosismo (de allí su marcada elocuencia, su siempre renovada fe en el lenguaje). Este sería el rasgo de un buen lector que identifica lo mejor de su tradición antes de integrarse a otras.
Esta amalgama de agudeza y sensibilidad es la que hace de Eduardo Chirinos uno de los poetas más versátiles y prolíficos de la poesía hispanoamericana reciente. El recorrido de sus primeros libros va desde el ludismo a lo oracular y de lo oracular a lo comunicacional. La alteración y hasta la refutación histórica del proyecto cultural que marcó a sus contemporáneos responden a su voluntad de superar una negatividad que lo asedia, lo que logra a partir de su definitivo exilio. Es necesario destacar su singularidad con respecto a sus pares continentales, pues la opción por un interlocutor y un ágora está también en las antípodas del experimentalismo vanguardista del neobarroso rioplatense. En otros términos, una fe irrenunciable en la palabra es la que hace que toda la poesía de Chirinos apele al lector antes que a la historiografía literaria.

 

Martín Rodríguez-Gaona, Madrid, marzo de 2024.