Dos misioneros de la palabra poética:
Celedonio Orjuela Duarte

Ellos no eran de copas, dialogamos algunas noches alrededor de un te o un café. Ambos estudiaron en la Universidad Nacional de Colombia. Devoraban libros día y noche sobre temas variados y algunas veces era antropología y regreso a los mitos, otras Mauricio Maeterlinck y “La vida de las abejas” o “La inteligencia de las flores” tema favorito de Álvaro por cuanto había estudiado zootecnia por tanto era un observador de la naturaleza y las abejas fueron parte de su vida, tanto que se volvió apicultor. Como colmenero, siempre creyó y apoyó el sentir colectivo.
Tanto Gabriel Arturo como Álvaro eran conocedores del canon de la poesía colombiana y latinoamericana y su incidencia en las vanguardias. Muy afectos a la revista SUR que dirigiera Borges y a la revista MITO que orientara Jorge Gaitán Durán, revistas que difundían otras plumas del país austral y MITO de novedades europeas y latinoamericanas traducidas por sus colaboradores, del mismo modo que los vanguardistas peruanos o los ensayistas mexicanos y detrás de ellos la vanguardia europea que viene del romanticismo alemán y francés, el siglo de oro español. Fueron en todo caso los bardos dueños de un lenguaje y un estilo muy particular en sus trabajos literarios para las nuevas generaciones y de reconocidos críticos como Maurice Blanchot, quien se hacía preguntas como: ¿Hacia dónde va la literatura? Y se respondía en sendos ensayos como: “La desaparición de la literatura” “La búsqueda del punto cero”,” Dónde ahora, quién ahora”, “Muerte del último escritor”, “El libro por venir”, “El poder y la gloria”.
La presencia de los mitos en la poesía de Gabriel Arturo fue incisiva, especialmente los griegos, en cuanto a ellos el griego Yorgos Seferis anota que: “Vivimos en una era tecnológica, según se dice, la pitonisa desapareció y el mito de Edipo nuestra ciencia lo ha conservado como símbolo y tememos que nos interesa más que los antiguos”. Algunos autores del siglo XX recrearon los mitos de la antigua cultura griega y los vivificaron en la modernidad, son ellos: Constantino Cavafis (1883-1933); Ítaca es uno de sus poemas emblemáticos, Yorgos Seferis (1900-1971) Uno de sus poemas destacados, Helena; Yanis Ritsos (1909-1990), su poema Heracles y nosotros; Odiseo Elytis (1911-1996) también recreó el mito de Helena. Estos poetas pretendieron con sus poemas irónicos rebasar el mito y traerlo a la actualidad no como objeto de arqueología. En otra parte de sus escritos Gabriel Arturo Castro reflexiona sobre el oficio de escritor, lo ve como un oficio nómada desde el sedentarismo. En sus lecturas nos deja una suerte de síntesis de los grandes temas desde lo fragmentario como suelen hacerlo los pensadores después de Nietzsche pasando por Blanchot, Cioran. En sus pensamientos fragmentarios aterrizan una gama de creadores que pusieron el mundo patas arriba, con nuevos conceptos estéticos en el que está inmerso el homo ludens ese que aún sonríe y satiriza incluso cerca de la destrucción. Gabriel Arturo está de acuerdo en que la literatura es una gran mentira como aquella metáfora de Nabokov del lobo y otros argumentos de importantes creadores y agregaría lo que dijera el pintor colombiano Alejandro Obregón “Hay que decir siempre la verdad, pero como si fuese una mentira ósea con mucha imaginación”.
El estudio sobre la locura en las inquietudes de Gabriel Arturo no pasó por alto y lo nutre con aquellos escritores que estuvieron del otro lado y algunos encontraron el boleto de regreso, ahí están: Lautréamont, Chirico, Dostoyevski, Pavese, Rimbaud, Gerard de Nerval, Genet, Ionesco, Beckett, Edward Munch, dice Gabriel Arturo: “Si la locura puede inutilizar y destruir al ser, la locura ritual, por el contrario, erige una realidad trascendente. La obra como instrumento de liberación, libertad sagrada de los espíritus, convicción, testimonio de resistencia, transgresión de los límites ignorados”.
En otro momento se ocupa de Rojas Herazo, cuyo recurso es la imaginación con la que fabrica su propio lenguaje poético ya que la poesía siempre ha pretendido cambiar al hombre, tocando en lo más hondo de su ser contra toda coacción. La poesía de Rojas Herazo es una creación de imágenes con las que crea mundos propios a través de un torrente dramático que viene de su entorno y los libera con imágenes auténticas. Sobre el poeta toluviejano dice Juan Manuel Roca: “La casa, lo que todos en familia llamaban pomposamente casa no era nada distinto a un montón de fieles y voluntariosos escombros”.
Poeta que llega al torrente del tiempo que guarda la memoria y se adhiere al cosmos. Rojas Herazo adhiere a la memoria universal asociada a los sueños y a aquella infancia como un estado de conciencia visionaria nos dice Gabriel Arturo.
Otro pensador que ocupa la obra ensayística de Gabriel Arturo es Juan Manuel Roca a quien también considera un esteta de la imagen, que a su vez viene de tendencias vanguardistas como el surrealismo en la que el sueño, esa suerte de monologo del inconsciente medra en la imagen de Roca. Ciertas voces pueblan su imaginario, literatos del vecindario como Cesar Vallejo, Rojas Herazo, José Asunción Silva, Aurelio Arturo, Charry Lara. Todo lo que toca Juan Manuel se vuelve literatura.
Volviendo a este diálogo de sombras Álvaro Marín dialoga con el mundo prehispánico, sus mitos anidan nuestra sangre, sobreviven al vejamen y siguen ahí, algunos los miran de soslayo y ciertos académicos quisieran olvidarlos, borrarlos de nuestra historia. Pero para desgracia de gobiernos e historiadores oficiales aparece la voz del poeta y canta a esa herida. Álvaro Marín nos lleva con una suerte de prosa poética a ese pasado que es presente como el poema “Sobre este poema sobrevuela un black hawk”, nombre de un líder guerrero de una tribu SAUK en el territorio actual de estados unidos “…Otros saben cómo fundir el nombre de un jefe indio al metal, y saben convertir los huesos de la cultura en armas de guerra”. El poeta hace un llamado apocalíptico que se hace evidente cada día que pasa y este poema con el nombre de un indio de Norteamérica es hoy un arma de guerra que arrasa nuestra biodiversidad y propicia la locura del cambio climático aparte del despojo humano: “Los árboles caídos dicen que estamos muertos. / A los árboles caídos les cortamos la lengua. / Siguen hablando/ los árboles caídos dicen que somos presencias vacías. / Aire sin aire, acto de fe. / Y nada pueden hacer los pájaros por nosotros.”
El árbol para el autor Álvaro Marín es como Casandra para los griegos. Y el campo, el campo sangrante, desplazado, hambriento. Es el campo solo en manos de la avaricia y la soledad: “Y alguien pregunta por los hombres talados, por los cuerpos arrojados al río. Es la mujer, la fantasma loca, la esposa del supliciado. ¿Quién viaja por estas laderas de la muerte?”. (Crónica del paso por la cordillera).

La verdad de la muerte, la recrearon estos dos poetas en espacios lejos del miedo, mejor la muerte que llega a esa otra muerte, la de los otros que sufren en un agua estancada, que están en un limbo: “Esa mujer tiene una voz bella, / canta y su voz crece/ y su cuerpo de burbujas/ es una niña antigua atrapada en un jardín de algas/ o aquel hombre que habría sido un patriarca/ y solo es rey de sus andrajos/ y los niños que se suicidan en mitad del juego/ y la voz bella de la mujer que canta/ y nos llama desde el agua estancada”. (Agua Cenicienta)
El poeta vislumbra las otras muertes en una especie de purgatorio en el agua estancada ¿Y qué es de la muerte dónde está reflejada? Será que su muerte siempre estuvo en los seres que huyen, en esos seres sin estaciones. En Álvaro Marín hay una evocación de la muerte como en ciertos poemas de George Trakl, Elis, Helia, o los no nacidos. Sospecho que Álvaro Marín la muerte siempre lo cogió viajando por las laderas, los riscos, las montañas, con jornaleros, con los no nacidos, para él los dioses están muertos. En su finitud se despide sin dioses y así fue su funeral.
A Gabriel Arturo “La joven parca” lo visita a temprana edad, como Álvaro, la anticipan en algunos de sus poemas. A Gabriel Arturo desde la pérdida del paraíso del pobre Adán, nos puso a buscar el sustento con nuestras propias manos después de la caída. ¿Y la muerte? “Se te abrirán los ojos/ despertarás del sueño de la vida/ y hallaras el secreto de la muerte/ la gozosa pequeña muerte/ el instante que nos hace eternos sobre el buen lugar”. (El buen lugar)
La muerte la recrea con los mitos de la antigua cultura griega esa cultura helénica en que la vida y la muerte eran acertijos de algún dios o intruso. La muerte como fabula, quizá por eso en Gabriel Arturo la muerte fue su compañía su cuerpo sufrió, pero su espíritu no, lo fabuló desde el origen, los mitos siempre lo acechaban, incluso en sus ensayos, en la interpretación de autores del siglo XX, los tomaba como un recurso de nuestra cultura.
Nuestros dos prosistas recién idos de este mundo, el que vieron con desgano en todos los órdenes, escribieron profundos textos sobre el oficio de poeta o el oficio de vivir como lo dijera Pavese. Álvaro en los ensayos;” La poesía, la máscara, la poesía: crisis del arte y del sujeto creador”; “El poder del miedo”; “Fractura del lenguaje”. Sobre esa manida pregunta ¿Qué es la poesía? Responde el poeta: Como no soy oráculo tengo que recurrir al árbol y el árbol le responde ¿Lo que nace lo no nacido? Y otra vez el silencio. A Álvaro Marín el árbol siempre ha hablado en cualquier cultura del mundo, ha sido el lugar de las preguntas y respuestas. La poesía no está pendiente del más allá, porque todo es un aquí y ahora, la poesía no se ha dejado confundir de la religión así, su religare (volver a atar) hacer las pases con dios, el poeta hace algo parecido pero su religare es con el ser y la totalidad. En estos tiempos en que no hay alma y por tanto espíritu, hay máscara, pero tampoco hay máscara por cuanto donde no hay rostro no hay máscara. Otro tanto ocurre tanto con el ojo, la mirada es ciega, los sustituye las cámaras. El ser humano ha perdido el rostro, le han ocultado los símbolos. Nuestro autor considera al hombre de ahora un ser cataléptico, perdido en si mismo. Y la academia ¿qué dice ante la muerte? Nada, la propicia porque es un cuerpo en descomposición, es un anfiteatro de ideas. Sus afirmaciones son órdenes, son para los muertos, por tanto, el poeta es uno de los llamados a evidenciar la hecatombe, el hacedor atraviesa las fronteras de la muerte para recuperar su muerte temporal, y de volverlo vivo entre los vivos.
Con la pérdida del rostro Marín nos habla de un escritor inane. Si antes el escritor era poseedor de un estilo el de ahora corresponde al mercado de una casa editorial, el individuo ha perdido el sujeto. Para el Álvaro Marín lo que la academia llama ensayo “son pobres resúmenes de historia de la literatura, intercalada con citas en donde el gran ausente es la poesía, el sentido múltiple y poliédrico de la imaginación y el pensamiento que es lo que lo caracteriza al ensayo”.

Epílogo

La colección Respirando el Verano de la editorial Domingo Atrasado que ha publicado a la fecha veintitrés volúmenes, bajo la dirección del editor Jaime Londoño, ofrece a los lectores colombianos y a la academia la posibilidad de hacer una exploración minuciosa a través de autores con un amplio espectro creativo que posibilita encontrar nuevas tendencias a la poesía colombiana de las cuales ya reflexionan los autores en los libros de la colección que aparte de los ensayos, el lector también encuentra poemas, crónicas, entrevistas, collage de cada autor. Lo que le proporcionaría al investigador ampliar el espectro de cada autor. Es importante recordar que este tipo de colecciones, no se hacía desde la época en que se publicaron algunos ejemplares de este tenor de lo que fuera la fundación Simón & Lola Guberek. Los libros referenciados para este artículo son los volúmenes (2) Álvaro Marín/ Quemaduras y (17) Gabriel Arturo Castro/ La noche de su abismo.