Juan Gelman, Su Poética:
Juan Manuel Roca

        “La poesía pasará como un animal desconocido
         por la ciudad llena de bruma”. J.G.

A veces, como Max Bense y su riesgosa revuelta anticartesiana que decía que poesía es cuando dos palabras se encuentran por primera vez, o como el viejo dadá que afirmaba que el pensamiento nace en la boca, a un poeta puede tentarlo el salto al vacío, lo irrefrenable, el impulso lingüístico, el rapto poético que lo lleve a concluir que si un pájaro se pone a pensar por qué demonios está volando, muy seguramente se cae. Pero, en verdad, pocas veces al transitar privativamente esos asertos automáticos, se produce un hecho poético de relevancia.

En contrario y sin que haya una absoluta negación de lo irracional, si buscáramos un poeta cuyos versos sean una forma del pensar, si rastreamos a alguien que haya ejercido en muchos tramos de su obra ese distanciamiento que informa a la poesía de la poesía misma, quizá uno de los nombres que más nos asalte sea el de Juan Gelman.

La lengua franca en la que Gelman escribe su poesía, esa suerte de piedra Rosetta en la que el poeta resulta un traductor de sí mismo, creo que vive de manera constante en sus poemas.

Que “la poesía es una manera de vivir”, un verso suyo perdido en “Violín y otras cuestiones”, resulta algo por lo que Gelman ha luchado a lo largo de su vida y a lo largo de su obra. Y no lo ha hecho desde un yo romántico, desde ese yo que sufre o festeja de manera exclusiva en su pellejo, sino que convierte el nosotros en “los otros” para llamarse “pedro, juan, ana, maría, pájaro, plumón, el aire, mi camisa”.

En su poema “Poderes”, de su libro “Relaciones”, y avasallando la cacareada frase de Hôlderlin y su negra pregunta de para qué la poesía en tiempos de penuria, como si todos no lo fueran, parece recordar el sentido inverso de esa dubitación, un ¿para qué la poesía en tiempos que no sean de penuria? ¿Cómo simple esteticismo? ¿Cómo bibelot?

Así, de esta frontal manera, Juan Gelman nos recuerda que la poesía es como la araña que sube por la escoba que la barre: “como una hierba como un niño como un pajarito nace/ la poesía la torturan y nace/ la sentencian y nace la fusilan/ y nace la cantora”.

Ya en otro verso de “Velorio del solo”, no en balde titulado “Arte Poética”, expresa lo anterior de manera quizá más categórica o menos elusiva si se quiere: “A este oficio me obligan los dolores ajenos”. Son tantos los ejercicios realizados por Gelman en torno a una reflexión insumisa de los espejos de la poesía, esos cristales que no devuelven siempre lo que quisiéramos ver sino lo que su implacable visión nos impone, que podría hacerse una antología de sus poemas que trazan un arte poética, en una amplia red temática que engloba el lirismo, la ironía o el dicterio, lo mismo que un mapa de países del acaso que no excluyen un país donde la belleza sea posible, “donde un hombre pueda beber un vino más delicado”, como diría al pie de un volcán el eruptivo Malcolm Lowry.

Aunque sepa como pocos que “el poema del gorrión no vuela más” y sepa también como pocos que “se le fueron los astros al poema del cielo”, aunque sea un perito en firmamentos abolidos y tenga que padecer la historia de los que “escriben con un lápiz sin punta”, Juan Gelman, una y otra vez nos recuerda que es bueno “quitarnos las telarañas de la costumbre”, como lo expresara Julio Cortázar.

Gelman escribió alguna vez que “la poesía es una manera de vivir”.
Es por ese mismo aserto que reitero que el poeta vive entre muchos que quizás no lo conocieron, gracias a su escritura. No cabe duda de que transita entre quienes dialogamos con su poesía hace mucho más de diez calendarios.