Adiós 2024
Diez años sin el amigo Gelman, diez sin el poeta
José Ángel Leyva
Diciembre es el mes de las despedidas con anuncios de tiempos por venir, el misterio del mañana, con la zozobra del porvenir y de la muerte. Y este 2024 contradice de raíz los anuncios milenaristas del fin de la historia y la caída de los paradigmas, de los nacionalismos, de los fundamentalismos ideológicos y religiosos. El inicio del mandato de Javier Milei en Argentina, uno de los países más politizados y alfabetizados de América Latina, el ascenso reiterado de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, con el apoyo desconcertante del voto latino, el silencio y la complicidad internacional al genocidio en Palestina, el crecimiento de la economía bélica y el atizamiento de los conflictos militares en el planeta, el empoderamiento de la ultraderecha en Europa, la xenofobia, el racismo, el chauvinismo y los dogmatismos forman parte del contenido y decorado de este primer cuarto de siglo que está por concluir en el 2025.
Pero si bien es cierto que domina la defensa de nuestra zona de confort y nuestro bienestar individual o colectivo, hay un razón moral que nos obliga a ver con objetividad la realidad y asumir una posición frente a los hechos. Los riesgos de una guerra nuclear no responden a falsas alarmas. Hay focos amarillos encendidos y demandan el despertar de una conciencia en defensa de la vida, la cultura y el reconocimiento del otro, en defensa de la naturaleza y la libertad, que es el ejercicio de la voluntad individual y colectiva en defensa de nuestros ideales. La Otra es parte de esa práctica de libertad y deseamos que los sueños y las utopías florezcan en suelo firme, en los linderos de la realidad. Seguiremos empeñados en sumar granitos de arena al optimismo y la esperanza de un cambio en la razón, de un crecimiento humano para evitar la autofagia y la autodestrucción, el fratricidio.
Desde hace diez años gelmanea la Muerte; los versos de Juan Gelman, “siendo juan / un juan tan simple con sus pantalones, / sus amigotes, su trabajo y su / condenada costumbre de estar vivo, / quién me manda andar grávido de frases, / calzar sombrero imaginario, ir / a esperar una rima en esa esquina / como un novio puntual y desdichado, / quién me manda pelear con la gramática, / maldecirme de noche, rechinar / fieramente, negarme, renegar…”, no sólo se resisten a repetir la cadencia del olvido, buscan mostrar la vitalidad de su oficio: “Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos, / rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.” Porque un poeta de la talla de Juan Gelman comienza a mostrar su verdadera dimensión cuando los recuerdos pueblan su ausencia y sus versos dialogan con la gente sin prejuicios hacia el personaje que les dio a luz. Sin la suspicacia de la tragedia como sustancia redentora de la poesía, de la escritura. Como decía Dylan Thomas “La fuerza que por el verde tallo impulsa la flor”. Porque Juan no tenía otro oficio que el de las palabras, el de esas palabras que nombran el lado oculto de los significados y el de la claridad balbuceante del asombro, Gelman, el que extrae de las cenizas la combustión del lenguaje y dialoga con los muertos para aprender de la vida. Un poeta natural, un animal de silencios que andaba con un costal de otros a la espalda para traducirlos al porteño, la lengua irrenunciable de su infancia.
Juan Gelman murió el 14 de enero del 2014, y ya se aproxima la fecha de su onceavo aniversario luctuoso. Pero quienes lo queríamos como amigo lo recordamos a menudo como extrañamos sus llamadas telefónicas, las comidas, los asados, la largas charlas, los asados, su afecto, su confianza, el humor mezclado a la tristeza, y esa chispa en el bigote que incendiaba la risa hasta hacernos gelmanear a carcajadas.
En noviembre del año pasado, 2023, anduve persiguiendo a la Coordinadora de Literatura del INBAL para organizar un acto en memoria por los diez años de su fallecimiento, que es también el mes en que José Emilio Pacheco abandonó para siempre su erudición y sus poemas. Vecinos de barrio y premio Cervantes ambos. La coordinadora, una todavía joven funcionaria que funge de poeta, me dijo que mejor celebráramos su cumpleaños. Entendí que no tenía idea de la trascendencia del poeta mexargen, ni tampoco de la del mexicano, porque ambos pasaron por su agenda como una mancha en el cuaderno de las omisiones burocráticas. Por eso no podíamos dejar pasar este 2024 sin dedicarle algunas reflexiones y remembranzas al autor de Los poemas de Sidney West, al poeta que se guarecía en el árbol sin hojas que da sombra. Al fin y al cabo la obra de Gelman es tan prolífica y diversa, tan plena de registros, que podemos afirmar, parafraseando los versos del poeta: aquí sucede amigos, que se juega la muerte.
Y queridos lectores y lectoras, La Otra se plantea cada día nuevos desafíos no sólo para sobrevivir sino para ser cada día distinta y a la vez más firme en su identidad. No podemos quedar al margen de los acontecimientos en el mundo como testigos mudos de la infamia. Hay un compromiso de conciencia, es hora de llamar a las cosas por su nombre: la guerra, el genocidio, el fascismo, la barbarie tecnológica, el fanatismo, el dogmatismo, la indolencia. Continuamos persuadidos de que la cultura, la literatura, el arte, la poesía son instrumentos irrenunciables de la imaginación y el amor por la humanidad y la naturaleza. El otro, nosotros, somos sus destinatarios. Nosotros los de La Otra.