Traducir a Gelman:
Jean Portante

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En 1987 llegué a Cuba y pisé por primera vez suelo latinoamericano. De la literatura del continente sólo conocía las grandes líneas, las obras monumentales, García Márquez, Vargas Llosa, Octavio Paz, Jorge Amado, Neruda, Borges, Cortázar, Vallejo, Rulfo, Cortázar, en fin, lo esencial. Entonces Juan Gelman fue invitado a La Habana, por la Casa de las Américas, creo, en 1988 si no recuerdo mal. Fue estremecedor. De repente supe lo que era la poesía. No hablamos. Estaba yo tan perturbado que me fui a casa sin siquiera saludarlo. Yo apenas había empezado a escribir…

Unos años más tarde, en 1994, volví a ver a Gelman en Colombia, donde había sido invitado, gracias a Víctor Rodríguez Núñez, al Festival de Medellín. Allí nació mi amistad con Gelman. Fraternizamos. Poco a poco me fui enterando de la desgracia que le había ocurrido. Había leído y releído las dos antologías publicadas por Casa de la Américas en Cuba, en 1967 y 1985, y descubrí fragmentos de Violín y otras cuestionesGotán y Cólera Buey anteriores a la tragedia de la dictadura, de una época en que todo era aún posible en Argentina, y también partes de Citas y Comentarios. Pero los textos que Gelman leyó en Medellín con esa voz que era a la vez ferozmente sobria y violentamente suave, se incrustaron en mí para no irse nunca. Y así, poco a poco, el proyecto de traducirlos fue tomando forma. 

En Francia, tuve que admitir que los poetas apenas lo conocían. En 1995, una de las voces más grandes de América latina seguía siendo una gran desconocida en Europa no hispánica. Esto me incitó primero a traducir una selección de sus textos. Como para poner al descubierto el hilo conductor de su obra. Me basé en una antología personal que Gelman me confió, publicada en México: En abierta oscuridad. El libro se publicó en Luxemburgo en 1997. Luego abordé Salarios del impío (que incluye Dibaxu e Incompletamente), que traduje al francés en 2002, y salió de nuevo en Luxemburgo. Así pues, Gelman entró en el mundo francófono desde la periferia. En Francia, los editores «buenos» no lo querían. Hasta 2006. Hoy lo publica Gallimard. Y otros traductores le han puesto manos a la traducción.

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Traducir a Gelman, lo supe desde el primer verso que leí, significaba tirar por la borda todas las restricciones que el uso y la academia imponen al lenguaje. Reinaba en la poesia de Gelman la desestructuración de la sintaxis, el intercambio de categorías gramaticales con sustantivos que se convierten en verbos o viceversa, la neologización, el entrelazamiento de registros lingüísticos que van del español del Siglo de Oro al porteño, la alteración del ritmo, la tentación del “deseo –y su fracaso– de hallar la palabra que dice lo que calla”. 

Quizá sea en esta última formulación, tomada del exergo de En abierta oscuridad, donde radique la mayor dificultad para transponer la poesía de Gelman a otro idioma. Porque convierte también la lengua original en “otra lengua”. Gelman no escribe en español, sino en “Gelman”. Para entenderla, esencialmente hay que escarbar debajo de las palabras para encontrar el silencio que las guía. El hilo que va del silencio a la palabra nunca se interrumpe en la obra de Gelman. Y nunca debe interrumpirse en la traducción de Gelman. Parece una fórmula, pero creo que es la base de mi trabajo como traductor. La ausencia es, de hecho, el tema principal de la obra de Gelman. La ausencia del decir es la prueba más aguda del poeta. ¿Cómo traducir lo que no está, lo que se esconde bajo las palabras, cuando en la superficie domina lo que Julio Cortázar llamaba, al describir la poesía de Gelman, la dulzura violenta…?

En cierto momento de su trayectoria poética, Gelman se lanza a la búsqueda de una lengua ausente, el sefardí, una lengua que no es la suya (no olvidemos que, aunque es judío, es originario de Ucrania, por lo que es el yiddish lo que resuena en su interior), pero que, por estar ausente, le permite poner palabras al silencio. Hizo con él un libro. Dibaxu. Que, no puede ser de otra manera, significa precisamente “debajo”. La lengua debajo de la lengua. Palabras que vienen de abajo, porque las de arriba sólo si están ocultas saben decir lo que hay que callar. Ahí radica la dificultad. La lengua de traducción no puede ser, por tanto, el francés “en regla”. Esto es sin duda lo que asustaba a los editores franceses.

Yo mismo, que no soy francés ni francófono, pero que escribo en un francés en el que “pulgonean” otras lenguas, especialmente el italiano, encontré normal desde el principio la estratificación lingüística, las capas bajo las capas y la desestructuración que de esto resulta. Hallar el hilo que une las palabras a su silencio ha sido, por tanto, el mayor reto de mi trabajo. 

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Mi amistad con Gelman facilitó muchas cosas. Cuando empecé a traducir En abierta oscuridad, el fax dominaba nuestras comunicaciones. A la hora de traducir Salarios…, el correo electrónico era el rey. Cada vez que me encontraba en un aprieto, enviaba un SOS a Juan, que inmediatamente mandaba un bote salvavidas. Él me animaba a ir más allá en el “plegado” de la lengua. Sabía que, si la trabajaba desde dentro, estaría perdido. Juan me ayudó verla desde lo exterior, a excavar bajo ella. Nunca impuso sus opciones. Me hizo “sugerencias”. Dependía de mí aceptarlas o no. Fui a verle varias veces, en su piso de Campeche, en la Colonia Condesa de Ciudad de México. Vino a París, entre otros en 1995. Nuestras conversaciones, a veces alejadas del tema, me permitieron comprender mejor el sistema Gelman. Sentí que en nuestros universos estábamos muy cerca.

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A medida que pasaba el tiempo y hablábamos, sentía un parentesco más global con Juan Gelman. Una complicidad. Hasta el punto de que, en ciertos temas de actualidad, comprendía sus pensamientos antes de que él los formulara. Como él, yo había probado la militancia extrema en mi juventud. Pero mientras que la mía se desarrollaba en el ambiente mullido y cómodo de Luxemburgo, en Argentina el compromiso era una cuestión de vida o muerte. La “ventaja” de Gelman sobre las cosas de la vida me sirvió de brújula a partir de entonces. Cuando lo escuché en La Habana, y luego en Medellín, eso también me había conmovido.

De él aprendí además la verdad de que un poeta que no construye su propio sistema de escritura se convierte en esclavo de sistemas ajenos. Leer sus poemas me permitió comprender de pronto el hilo interior que tejía mi propia tela de araña y que se basaba, en mi caso, en la ausencia de una lengua, mi lengua materna, el italiano. Y fue con esta comprensión que me puse a traducir otros libros de Gelman: Colera buey para empezar, y luego lo que él llama sus “traducciones”. 

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Con éstas “traducciones” quisiera concluir. Con tres recopilaciones de la obra de Juan Gelman que he traducido, reunidas bajo el título genérico de Los Otros. Son Traducciones I. Los poemas de John Wendell escritos entre 1965 y 1968, Traducciones IILos poemas de Yamanokuchi Ando de 1968 y Traducciones III. Los poemas de Sidney West de 1968-1969. Por supuesto, no se trata de traducciones en el sentido que pensamos. Aunque algunos de los primeros lectores cayeran en la trampa. Juan me ha contado muchas anécdotas al respecto, en las que falsos admiradores se le acercaban para felicitarle por haber plasmado tan bien en su traducción los textos originales del gran poeta Sidney West. 

Por supuesto Sídney West no existe sino en el interior de Gelman. Gelman lo inventó. Igual que Yamanokuchi y Wendell. Pero tampoco se trata de un caso de heteronimia. Muchos comentaristas se han apresurado a equiparar estas “traducciones” con la obra de Pessoa, mientras que Gelman busca lo contrario. No le interesa la heteronimia. Si inventa otro territorio, es para ocupar un espacio que allí no existe. No se trata, como en el caso de Pessoa, de una búsqueda de la dispersión del yo. Se trata más bien de reunir en el yo lo que está disperso en el otro territorio. Pessoa anida en los nombres que inventa; Gelman inventa nombres para anidar en sí mismo. Esto le da la distancia que su poética necesita para cubrir lo innombrable con una capa de palabras que fingen venir de fuera pero que en realidad son pura invención del lenguaje. Se trata de una abnegación extrema, un olvido de sí mismo para que emerja el verdadero yo. La poesía se convierte entonces en traducción. Gelman juega con esto en su epitafio a los Poemas de Sidney West.

¿Es la traducción una traición?
¿Es la poesía traducción?

En el territorio del Otro inventado de este modo, se ponen en marcha las tachaduras que caracterizan la poesía de Gelman, y que encontraremos sistematizadas más adelante a lo largo de toda su obra. Pienso, por ejemplo, en los diminutivos, tan difíciles de traducir al francés. Como una operación química, transforman la oscuridad en luz, el dolor en amor, la dureza de los tiempos, los Finstere Zeiten (Tiempos sombríos) de Hölderlin, en dulzura y ternura –son los grandes temas de la poesía de Gelman –y entierran bajo una capa de intimidad extrema la experiencia de la vida que está impaciente por ser dicha, pero que así se silencia. La ruptura sintáctica, casi sistemática en Los poemas Sidney West, es otro borrado. Borra la regla, el hábito, la convención, y da forma a una gramática que se reinventa de un poema a otro. El tráfico de géneros va en la misma dirección. Hace estragos en la relación entre lo masculino y lo femenino, arrojando luz sobre lo que brilla desde dentro. También hay sustantivos que se transforman en verbos: de repente, los soles solean, los obispos obispan, las vírgenes virgen, las sillas sillan, etcétera. A la inversa, los infinitivos se convierten en sustantivos, “el morir” en lugar de “la muerte”, “el amar” en lugar de “el amor”. Esto da movimiento a lo estático y transporta las palabras al otro lado de la lengua. A veces el borrado es extremo. Nacen así “caballos depravacos”, que son “cerebelentes áspimos taquerres”, o “camisculas herpentes”. En estos casos, es difícil reconocer la palabra que debe emerger de debajo de la lengua….

Todo ello permite nombrar lo indecible, callar diciendo, decir callando, olvidar para hacer aflorar no la memoria sino la verdad. Este desvío hacia el territorio del Otro devuelve la otra lengua al poema, liberada de la camisa de fuerza de las convenciones que la empobrecen. Cuando la desgracia llamó violentamente a la puerta en 1976, era una lengua dispuesta a nombrar la innombrable crueldad de los esbirros de la dictadura y el luto insoportable que la dictadura impuso a la vida de Gelman. Cuanto más cruel se vuelve lo indecible, más el lenguaje se vuelve olvido de palabras y busca otras raíces fuera del yo que habla.