Raíz de sangre en cada día
Secuencias de nublado a sol hiriente,
viento inmune al baile de la higuera,
de los pinos rotos hacia dentro.
En un vaso murmura la imagen de esas hojas
serán árboles internos en la tráquea.
En tanto,
el dolor como los días,
una secuencia de preguntas sin origen,
¿será esta superficie nervada la respuesta?
¿será este silencio de fraccionamiento con gatos resentidos
la última estación del sol llagado?
No pasa “nada”,
sólo otra luna en Capricornio a escondidas del futuro,
su necedad de lluvia,
su coletazo de liebre melancólica,
el aire intoxicando los cuadernos
en esta ciudad desamparada donde brota la conciencia.
Malabar
Porque hay una tormenta en miniatura,
porque también todo es hoguera un día
que repite en la mirada
y una cuerda floja se mueve a ras del suelo,
y tu sonrisa huele a prado
y el camino no puede dibujarse en ningún mapa.
Porque es el mar y su ballena oscura quien no dice
la tempestad primera donde toma aire este silencio.
Frente frío 28
Va en los sobres de cartas que no leerán entre los páramos,
en la caída invisible de los ojos
si bailan en la oscuridad de algún secreto.
En el pasado se desplaza,
obliga a despertar los huesos blandos,
la nueva calavera de algún brujo.
A veces tiene forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras.
Va doliendo entonces,
va entrando en un anillo como rubí sin voz, sin pacto.
Debajo de ti, encima, verticalmente desde el polo,
desde el mar, hacia el desierto.
Tiene alas para silenciar neblinas,
para romper la esfera donde nieva,
lejano tiempo, frágil leyenda de rojizo mundo.
Deberás encender fuegos bastardos,
soplar hasta sacar de ti ese viento que degüella.
Coordenadas
Podría darte el punto donde inicia este círculo sagrado,
después el cero con tulipanes que inventaron hace mucho,
luego la estrella imprescindible que cuelga en mi ventana.
Podría abrir un surco y guardar tu semen.
Ver cómo brota, hijo de la tierra, un cuchillo.
Alimentar esa arma, ponerla con el tiempo en mi cintura.
Matar lo que quema por las tardes, muy despacio.
Abrir otro surco y depositar mi saliva.
Esperar el plenilunio.
Asistir al nacimiento de un árbol de vidrio.
Podría dar esta música que quiebra el pecho,
las huellas de mi gata en un dibujo,
granizos que sueltan perlas amarillas,
dos collares, un silencio de uranio como ancla
y la imposibilidad que nutre, con su fuerza,
este círculo sagrado.
Naipe marcado
Esto que ves aquí es una torre de varios días cayéndose en la casa.
Se rompe otra vez en la memoria de una habitación con lluvia.
No alcanzo a recoger tantos fragmentos,
no uno las piezas, no tropiezo con tu voz.
Eso, esto, aquello, todo lo que llaman vida
y se queda quieto ahí, en espera de algún tren,
ya no es el tiempo de las torres o palacios
o la inmensidad de una promesa enviada por correo.
Esto es la vida: jinete oscuro, guadaña, pacto hambriento.
La vida creció.
Se puso este traje de fantasma apocalíptico,
de viento burlón para derrumbar los días.
Alma Karla Sandoval (Morelos, 1975), es poeta, periodista, narradora, ensayista y docente. Doctora en literatura. Ha obtenido apoyos del FOECA, FONCA y PECDA, así como múltiples premios, tanto nacionales como internacionales, en poesía, cuento, novela, crónica y ensayo. Cuenta con más de treinta títulos publicados, como Tratado de bengalas, Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano, 2013; Testimonial de otras palomas, Premio Nacional de Poesía “Noble Ciudad de Tepic”; Tiempo de anémonas; y Por defecto de melena, Premio Nacional de Poesía María Elena Solórzano (2019). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde el año 2020.